𝖔. Dressing For Revenge

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the great war; prólogo
🎶 💫 🍁 🔪 🥂
o. VESTIDA PARA LA VENGANZA

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🗻 Bajo la Montaña, Prythian
⏳ 50 años antes

WENDOLYN ESTABA ALTAMENTE CONSCIENTE DE QUE CADA INVITADO de esa fiesta podía oler el miedo destilar de sus poros, sin embargo dudaba que les incomodara sentirlo. Seguro se estaban regocijando en él, encantados de ser los depredadores en un evento en el que no creerían que tuvieran la oportunidad de serlo. Ninguno se debía esperar que alguien como ella deambulara por allí a conciencia, por su propia voluntad. Por eso, aparentó estar bajo uno de los hechizos que ellos arrojaban sobre los de su especie, para bloquear las emociones y el libre albedrío. Pero sus sentidos se encontraban tan afilados como siempre, hasta un poco más se atrevería a decir.

Las dos dagas curvas de fresno que llevaba escondidas debajo del vestido le quemaban los muslos en los sectores en los que la madera la rozaba. El ardor le permitía enfocarse en la misión, saber a qué corazón estaban dirigidas era lo que la impulsaba a continuar por los túneles cavernosos de una montaña repleta de faes. Ahora caminaba entre dos grupos, uno vestido con ropajes de colores claros como el amanecer y el otro con atuendos oscuros cual noche. Sendas comitivas creían que le pertenecía a la otra, que era la diversión de uno de sus integrantes. O de todos.

Fueron los últimos en llegar a la cámara central, la celebración ya se hallaba en auge. El olor a vino la tentó a robarse una copa, pero se alejó con rapidez antes de que su mano la traicionara y la hiciera tomar ese veneno inhibidor de sentidos.

Dónde. Dónde. Dónde.

La pregunta se repetía en su cabeza sin cesar mientras que con la mirada examinaba los alrededores. No debería ser difícil vislumbrar al objetivo, pues tenía el cabello del color del fuego. Al igual que Wendolyn. Aunque su tarea se dificultaba al fingir que sus pasos eran tan inestables como su cordura por haberse atrevido a aventurarse a esa montaña.

Fue un esfuerzo casi imposible no sobresaltarse al sentir una mano sobre su hombro cubierto de la tela zafiro de su vestido robado. El hombre que la detuvo olía, extrañamente, a lluvia. En el exterior no estaba lloviendo. Sus ojos eran de un inhumano tono violeta y parecía estar entre intrigado y divertido con Wendolyn. A pesar de que no había chance que conociera sus verdaderas intenciones. Por las dudas, se tranquilizó mentalmente y esperó no tener que utilizar sus dagas para librarse de un macho con ganas de tener sexo con una desinhibida media fae.

—Dudo que alcances a tomar tus armas antes de que te desarme, pero sería entretenido verte intentarlo.

La sonrisa de idiota de Wendolyn no desapareció ni un milisegundo, a pesar de que su seguridad no hizo nada más que desplomarse con estrépito hacia el suelo.

—Si por "tus armas" te refieres a mi belleza a y mi carisma, no creo que puedas arrebatármelas —aunque con el poder que emanaba, tenía serias dudas de que no estuviera dentro de sus facultades.

El macho sonrió encantado con la respuesta de la pelirroja y bebió un sorbo de su copa de vino antes de dirigirla hacia la multitud de hadas bailando. A Wendolyn no le quedó otra que dejarse llevar, temiendo que de no seguir su juego fuera a arruinar su plan aunque ni siquiera lo supiera. Su visión captó una mata de pelo rojizo y se desalentó al avistar a un grupo numeroso de faes con esas características. El colgante en su cuello quemaba por la cercanía, pero no le indicaba cuál era el indicado. Cuál era el corazón destinado a dejar de latir ese noche.

Empezó a bailar con el desconocido, que para su sorpresa se conformó con tomarle la mano y la cintura. Wendolyn jamás despegó su atención de los movimientos en ese rincón particular de la sala.

—¿Cuál es tu nombre? —inquirió su acompañante, no con un tono demandante, sino con curiosidad.

—Wendolyn —le dijo con sinceridad porque de seguro lo olvidaría apenas la soltara—. ¿Y el tuyo?

—Rhysand. Es todo un gusto conocerte, Wendolyn querida. Jamás he conocido a una media fae media humana que se atreviera a colarse a una fiesta como esta —la sonrisa de Wendolyn se ensanchó al igual que la de su nuevo conocido. Pero su cuerpo se congeló al oírlo susurrarle en el oído—: Al menos no con tus instintos asesinos. Líbrame del misterio, ¿por qué quieres descuartizar a uno de los hijos del Alto Lord de la Corte Otoño?

Al apartarse ya no pudo continuar con la farsa, no valía la pena si ese maldito fae frente a ella podía leer la mente como si se tratara de un libro.

—¿Acaso importa? ¿No es eso una diversión para personas como ustedes?

—La verdad que sí, para qué mentirte —respondió Rhysand, guiándola sin dejar de bailar hacia el grupo que estaba buscando—. El inconveniente es que no saldrás viva, lo logres o no.

—Es irrelevante, no tenía pensado hacerlo —soltó con su ira contenida antes de que el sentido común la silenciara—. Mejor para ustedes, ¿no? Cuanta más sangre derramada mayor placer.

Las cejas de Rhysand se alzaron al escuchar la declaración de Wendolyn, y negó con la cabeza.

—En realidad, esta es una fiesta para celebrar la paz. Supuestamente —agregó refunfuñando, pero pronto recuperó su sonrisa—. Dudo que una matanza sea muy pacífica viniendo de la Corte Otoño.

—¿Y en la Corte Noche con qué matan? ¿Con estrellitas fugaces?

No debería comportarse de manera impertinente con un fae que podría tener una edad tan superior a la suya como para ser su antepasado más lejano, pero el instinto de supervivencia de Wendolyn había sido relegado en su mente. Rhysand no se ofendió, hasta parecía que quería reírse. ¿Acaso se había cruzado con el fae más amable de toda esa maldita montaña?

—Te sorprendería lo que podemos hacer en la Corte Noche, Wendolyn.

—Cuando acabe con mi tarea aquí podrías llevarme allí y mostrarme, no tengo...

Se calló sintiéndose una estúpida por casi confesarle que no tenía a dónde ir. La casa de su madre hacía tiempo que había dejado de ser una opción, siendo ella lo único que la salvaba de las antorchas de la gente enfurecida por tener que convivir con alguien como Wendolyn. En Prythian el problema era similar, aunque a diferencia de los humanos, los faes deseaban tenerla en sus cortes para que fuera una sirvienta. A pesar del decreto que les prohibía poseer esclavos, todavía había algunos que los tenían escondidos en sus enormes mansiones y palacios.

—... nada mejor que hacer.

Los pensamientos de Wendolyn se reflejaban en los orbes violetas de su acompañante y apartó la mirada, encontrándose con que dos fae se acercaban a ellos. Se quedó tiesa al ver el cabello de uno de ellos. El que tenía un ojo de oro puro que se movía frenético de un lado a otro. Apenas notó al otro, un rubio con expresión amargada que observaba a Rhysand con violencia asesina. Pensó que iban a frenar donde estaban, pero los pasaron de largo con una mirada furibunda. El collar de Wendolyn no alteró su temperatura, el ópalo de fuego se mantuvo tibio, por lo que asumió que no debía tratarse de él.

—Lo siento, pero no puedo quedarme mucho más —le dijo a Rhysand, apartándose y avanzando hacia el tumulto de pelirrojos a sus espaldas—. Espero que encuentres a una pareja de baile que no tenga mis "armas".

—Espera, Wendolyn.

La música se detuvo abruptamente al mismo tiempo que Rhysand apoyó una mano sobre su pecho en un gesto de dolor. Un grito de furia proveniente del otro extremo del salón reveló a uno de los fae pelirrojos imitando al moreno.

—¿Qué está pasando?

Los gritos reemplazaron a los instrumentos cuando siete lazos de luz de diversos colores se cernieron alrededor de ciertos faes. Uno de ellos era Rhysand. Siete... los siete Altos Lords. El otro extremo de las luces se conectó a una mujer con un vestido color uva que observaba con placer el caos que causaba. Amarantha. La anfitriona de la fiesta. Era una trampa despiadada. El fresno en los muslos de Wendolyn le irritaba, ansiando ser utilizado, pero todos los que intentaban acercarse a ella terminaban estrellados contras las paredes.

—Rhysand —agarró su abrazo para ayudarlo a que no cayera al suelo. Un vistazo a las salidas y comprobó que se encontraban bloqueadas con soldados oscuros y faes que corrían atemorizados tratando de escapar—. Debes irte. Usa tus poderes.

—No... no tengo...

Y las luces se esfumaron con la misma rapidez con la que aparecieron. Una escalofriante carcajada hizo eco entre los alaridos y el terror subió por la garganta de Wendolyn cuando Amarantha se aproximó con su andar majestuoso. El de una reina sin trono que pronto lo obtendría.

—¿¡Qué has hecho!? —exclamó un macho de piel oscura con una corona que aparentaba ser un sol mientras caminaba hasta posicionarse a unos pasos de Wendolyn y un debilitado Rhysand.

—Considerando que ahora he puesto una correa en sus cuellos, les aconsejo que cuiden la manera en la que se dirigen a su nueva Reina.

—¡Tú no eres nuestra Reina!

Los pelirrojos se hallaban tan cerca que la piedra que le colgaba del cuello quemó el pecho de Wendolyn. Quien gritó fue Beron, el Alto Lord de la Corte Otoño. Lo siguieron cinco faes, cuatro hombres y una mujer. La media fae ansiosa por vengarse cruzó miradas con uno de ellos y se le cortó la respiración. Su collar estaba ardiendo de tal manera que temió que se le derritiera la piel. Era él. Conocer su rostro finalmente no le causó la satisfacción que creyó que experimentaría. En su lugar, se asentó la certeza que nunca pensó que ocurriría: era real. Las últimas palabras de su madre no habían sido delirios a causa de la fiebre a los que les hizo caso por ser una ingenua. Eran tan verídicas como el rostro que la analizaba con la misma agudeza con la que ella estudió el suyo. El ópalo de fuego cantaba la confirmación sobre su corazón.

—¡Retorna a Hybern con tus delirios de grandeza! —continuó el Alto Lord de Otoño con chispas de fuego resplandeciendo en sus manos. Ese era todo el poder que le quedaba.

Amarantha no le prestó la más mínima atención. Alzó una mano, el dedo índice, y en lo que un corazón tardaba en latir, Beron se arrodilló en el suelo con un aullido de dolor.

—Respeto —canturreó con una sonrisa victoriosa y miró a sus invitados sabiendo en lo que se habían convertido: sus nuevos súbditos—. Una reverencia para su nueva Reina no estaría mal, ¿no creen?

Siete quejidos resonaron al unísono, pero Wendolyn se negó a aceptarlo. No podía ser. Había ido a Bajo la Montaña para matar a un monstruo y si en su lugar debía acabar con otro lo haría. A ella no la controlaba, no sabía quién era. Nadie lo sabía, ni siquiera la misma Wendolyn.

Mientras Amarantha se deleitaba con los faes arrodillados, Wendolyn se acercó con sigilo hasta tenerla lo suficientemente cerca. Después de todo, era la única armada en esa fiesta que según su anfitriona buscaba promover la paz. Con unas dagas de fresno, como si fuera poco.

—Mi Reina —la llamó con un tono elocuente que la hizo voltear y le sonrío con gran sonrisa—. Bienvenida.

Y de su mano se escapó una ardiente llama que impactó en su pecho. Ignoró las exclamaciones de sorpresa de los presentes y los bramidos de furia de Amarantha para liberar la daga de fresno con una soltura que había entrenado, preparándose para un asesinato diferente. La arrojó directo a su corazón, pero ella se movió por lo que se clavó en su hombro izquierdo. Rhysand la llamó en señal de advertencia, aunque Wendolyn apenas lo escuchó por sobre el grito de la fae. Antes de que pudiera desenvainar la segunda daga, una fuerza invisible la sostuvo en su lugar y luego la mandó de espaldas contra el suelo. Raspó su garganta al intentar retener los alaridos por lo que debía ser una vértebra rota.

La expresión enfurecida de Amarantha se apareció sobre el rostro de Wendolyn, con un puño apretado que solo la hundía más hacia el piso. Su fuego no había dejado ninguna marca en su pecho, pero de la daga en su hombro chorreaba sangre que salpicaba su cuerpo y transformaba su vestido azul en uno violeta. Amarantha se la arrancó para dirigir su curvada hoja al cuello de su inesperada atacante. Esa sí era una buena oportunidad para aprender a ocultar el temor que la dominaba.

—¿Quién eres? —preguntó con tanta fiereza que Wendolyn temió que le quitara la cabeza con los dientes—. ¿Cómo es que una escoria mestiza tiene esos poderes?

Al quedarse en silencio, fue otra persona quien habló.

—Nira...

El nombre le sacó un sollozo. Amarantha sonrió complacida y levantó la cabeza. Los ojos de Wendolyn se cerraron, deseando desaparecer. Deseando haber permanecido escondida en la mística isla que la resguardó de quienes la perseguían. Deseando haber escuchado los consejos de la única amiga que se había preocupado por ella. Deseando cortarse los oídos para no escuchar absolutamente nada de lo que estaba por venir.

—Oh, no, Beron. No me digas que uno de tus muchachos tuvo un amorío con una mortal. No cuando estoy luchando para que estas asquerosidades desaparezcan de mi amado Prythian.

—Eris —el tono iracundo del Alto Lord revelando el nombre de su padre no hizo nada para mejorar la posición Wendolyn como escoria humana a pesar de sus orejas levemente puntiagudas.

Eris no emitió sonido.

—Me pregunto quién era el destinatario original de estas —Amarantha volvió a canturrear, feliz por el giro de la situación. Se inclinó de nuevo y clavó la daga en el brazo de Wendolyn. Su grito ocultó la siguiente pregunta, por lo que la repitió al callarla con ayuda de un hechizo. Esta vino cargada de cinismo—. ¿Qué haré con una fuente de diversión tan feroz, considerando tus... cualidades?

Silenciada, la boca de Wendolyn continuaba abierta en un insonoro ruido quebradizo de tortura. Si le había quemado al contacto con la piel, la madera de fresno en la carne viva le ardió más que el calor de mil incendios. Apenas consiguió respirar sin atragantarse con sus lloriqueos. Alguien se les acercó y Wendolyn se aferró a la inútil esperanza de que se tratara del padre al que había asistido a matar. El rostro que apareció en su campo de visión fue el de Rhysand.

—Tal vez podría dar algunas sugerencias.

Wendolyn, voy a ayudarte, oyó su voz dentro de su cabeza y lloró sin poder creer que un fae le estuviera tendiendo una mano, haré todo lo posible para que no te mate. Por tu valentía. Te lo mereces.

Sin ser capaz de agradecerle, una neblina oscura se apoderó de su mente, adormilando sus sentidos. El dolor se esfumó con lentitud y los horrores a los que temía enfrentarse se pospusieron cuando la cubrió el manto del sueño profundo. Wendolyn deseó que durara una eternidad.

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