ii. heir

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

⸙ ࣪ ۰ ‣ CAPÍTULO DOS
⚔️  heredero  🪙

para quienes codician el poder,
no existe una vía media entre la
cumbre y el precipicio

Alysanne era una muchacha muy bella, desde su juventud había robado más de un suspiro, había sido el deseo de muchos codiciosos, pero ella jamás se había atrevido a concretar nada serio. O así había sido hasta que Daemon fue más allá de lo permitido.

Oh, por los Siete Reinos, ese hombre amaba jugar con fuego, y sus límites eran casi inexistentes. Pasar el rato con la hija de su prima, volverla loca y convertirse en un afortunado, era algo que su poca cordura permitía.

Targaryen y Velaryon mezclaron la calidez del fuego con el frío del mar, y si bien fue una combinación con pocas probabilidades de funcionar, lo poco que duró ambos lo disfrutaron.

Actualmente, a inicios de años diferentes y futuros inciertos, ambos volvían a verse luego de un largo tiempo.

—Alysanne —llamaron una vez más, haciendo mucho ruido al tocar la puerta con fuerza—. ¡Alysanne...!

Y entonces la de pelo blanco se rindió, permitiéndole la entrada.

Todo pareció ocurrir con lentitud, cada paso que daba Daemon Targaryen resonaba muy fuerte dentro de Alysanne.


—Aly... —murmuró al entrar en su totalidad, deteniéndose frente a ella. La repaso minuciosamente con la mirada, bajando la cabeza para poder observarla mucho mejor. Se encontró con aquella muchacha que había dejado hace varios años ahora escondida en una mujer mucho más madura.

El cuerpo de la Velaryon se estremeció, pero no por los motivos que Daemon creía, o por lo que Alysanne habría esperado al reencontrarse con él luego de tanto. Ella tenía miedo, se sentía como la insignificante carnada de un dragón. 

—Ha pasado tiempo —comentó, intentando acercarse para poder llegar al contacto físico, lo que ella denegó.

Fue su reacción la que hizo a Daemon reaccionar, su necesidad por ver a Alysanne en privado y de inmediato lo habían distraído del contexto real, de su aspecto y de lo que había hecho anteriormente.

—Lo lamento —articuló, sabiendo que de esa forma era más fácil llegar a la Velaryon, su corazón. Dio un par de pasos para atrás.

Y eso, efectivamente, bajó las defensas de Alysanne.

—Lo que hiciste. Daemon, tú... —intentó decir, pero el recuerdo le creó un enorme nudo en la garganta.

—Alysanne, es por el reino —explicó, dirigiéndose a otro lado de la habitación, los muebles que habían para poder descansar un poco—. Aquí la gente tiene que recordar que existe la justicia, tienen que temer para aprender a respetar.

Ambos se sumieron en el silencio, en la oscuridad. Velaryon retomó su valentía, sintiéndose estúpida por el miedo que albergaba su corazón, y se acercó a Daemon.


—Lo entiendes, ¿verdad? —preguntó al verla pararse frente a él, tomó sus manos y las llevó hacia sus labios, dejando un beso en cada una.

—Daemon, existen muchas más maneras —replicó, arrodillándose—, pero escogiste la peor. El Consejo del Rey va a querer condenarte, y quizás Viserys no te ayude en esta oportunidad.

Daemon la tomó de la barbilla con cuidado, haciendo que fijará totalmente su mirada en él. Alysanne recordó muchos momentos que había decidido enterrar en el pasado, momentos que a la vez le habían hecho recordar la situación.

—Fuiste muy lejos —susurró, siendo escuchada con mucha facilidad.

—Aún no tan lejos —respondió, acercando su rostro con mucha paciencia, disfrutando ser quien tentaba los deseos más ocultos de la princesa.

Y aunque ambos no se habían visto en mucho tiempo, Alysanne supo controlar sus emociones y necesidades, aquella terca necesidad de corresponder la provocación del Targaryen.

—Es muy pronto como para envolverme en este tipo de asuntos —dijo, quitando la mano de Daemon y poniéndose de pie—. Aléjate de esta habitación, pronto te buscarán, quizás lo mejor es que vayas ya al salón del consejo.

Pero él se quedó muy desorientado, intrigado y ciertamente complacido, le gustaba mucho aquella actitud de, la que gustaba llamar, su hermosa Alysanne.

—Hasta pronto, Daemon —volvió a presionar su salida.

El peliblanco se puso de pie, cediendo en esa oportunidad. Alysanne esperó que nadie lo hubiera visto, e igual se encargó de hablar con el guardia que resguardaba su habitación.

Qué noche tan larga y exhaustiva había tenido.

Al día siguiente, cualquier tipo de castigo que pudo haber tenido Daemon, no lo tuvo. El rey no hizo más que dejarlo ir con una ligera amenaza de lo que no debía hacer.

O eso fue lo que le dijo Lord Corlys a su hija cuando ella se lo preguntó en la cena con un interés muy sospechoso.

—Qué extraña esa curiosidad tuya —comentó su madre antes de llevarse un bocado a la boca.

—Ya sabes, mamá, Alysanne y sus cosas con el tío Daemon —molestó su hermana menor, Laena, siendo apoyada por el menor Laenor.

—Gracias, hermanos —comentó fastidiada, hincando la comida con más fuerza de la adecuada—. Pero ya saben, padres, solo quiero saber un poco más acerca de lo que ocurre en esta corte.

Pero todos en la mesa Velaryon la miraron con ligera desconfianza, a lo que ella respondió con un resoplido.

Quizás solo debió haberse quedado con la duda, con lo último que había podido saber de él.

Los días continuaron pasando y el Torneo del Heredero llegó, siendo que antes de la primera justa, el rey Viserys anunció alegremente que la reina Aemma había comenzado el labor de parto.

Por supuesto, no se vio a Alysanne en ningún momento durante los juegos, ya que ella acompañaba con fidelidad a su reina.

—Aemma, está bien, toma mi mano —dijo, intentando ayudar con su dolor, aún a sabiendas de que era inútil.

Lo que sentía la reina en esos momentos era el peor dolor que una mujer iba a poder sentir, y eso no se iba con unas simples palabras, o una respiración más pausada.

Estuvo con ella todo el tiempo, cuando los dolores redujeron, o aumentaron con más fuerza.

Los gritos de Aemma eran traumatizantes, se podían oír desde muy lejos y causaban compasión en todos los presentes. Aemma sufría, sufría demasiado.

—¡No! —gritó, tomando con más fuerza la mano de Alysanne—. ¡Que pare!

La Velaryon en ese momento solo podía ofrecer sus lágrimas, a ella le dolía mucho que su reina estuviera en ese estado.

No muchos segundos después, Viserys llegó a la habitación de parto.

—Aemma —llamó, haciendo que sus gritos bajarán de intensidad—. Aemma, estoy aquí. Estoy aquí.

Alysanne se hizo a un lado, dejando que el rey le transmitiera un poco de paz a su esposa.

—Estoy aquí. Todo está bien —aseguró—. No pasa nada.

—¡No quiero hacer esto! —pidió antes de soltar un fuerte grito, demostrándole su pena—. ¡No quiero hacer esto, Viserys!

Ella buscó con la mirada a su querida Alysanne, temiendo que fuera la última vez que iba a poder verla antes de sumirse en un posible desmayo, o algo mucho peor.

Lo primero ocurrió poco después. La Velaryon entonces se acercó a la cama, deteniéndose a lado del rey.

—Ella sufre —murmuró, asustada—. Majestad, por favor ayude a su reina —suplicó—. Detenga su dolor, por favor.

Viserys la observó, a sus iris rojos y sus interminables lágrimas, para luego fijarse en la mujer que amaba.

Pasó un momento antes de que Viserys tomará la valentía de cuestionar acerca de lo que se podía hacer en ese tipo de situaciones.

Alysanne se quedó a lado de Aemma en ese lapso de tiempo, tomando su mano y acomodando su cabello con cuidado. Recordó cómo la reina la había atendido con una amorosa maternidad muchas veces, cada momento en el que ella la había tratado como su familia sin pedir nada a cambio. Sus sollozos hicieron que Aemma tomará la fuerza para mirarla.

—Mi reina —dijo, intentando sonreírle—. Todo irá bien, pronto terminará todo esto. Es muy fuerte, muy valiente, su majestad.

—Toda mujer lo es —murmuró, intentando ejercer un poco de presión en la mano de la menor—. Alysanne, tú serás aún más fuerte, invencible...

—Gracias, Aemma... —respondió, tratando de evitar los sollozos con la mayor de sus fuerzas.

—Pase lo que pase, acompaña a Rhaenyra, transmítele el amor que se merece —pidió, a lo que Alysanne asintió repetidas veces.

—Lo prometo —susurró, haciendo a Aemma sonreír.

Ella ahora se sentía más tranquila sin importar lo que podría venir, o quizás sin esperarlo.

Los segundos continuaron pasando y ella fue perdiendo poco a poco la consciencia por el dolor.

—Lady Alysanne, deje la habitación —ordenó Viserys, confundiéndola.

—Majestad... —quiso replicar, pero él solo negó con la cabeza.

—Deja la habitación por favor —repitió una vez más.

Alysanne observó a la reina, cómo parecía negarse a la orden de su esposo al removerse sobre la cama. Pero ninguna pudo hacer nada, y para evitar aumentar el conflicto y la tensión, ella salió voluntariamente.

La situación fue demasiado extraña, y aún más por el hecho de que vio al rey llorar. Se quedó afuera de la habitación, recia a alejarse más. Ella estaba decidida a quedarse ahí hasta que el rey saliera y pudiera cuidar de Aemma.

Quizás ese fue uno de sus peores errores; esperar buenas noticias. 

No tardó en oír los gritos de la reina, sus súplicas por piedad y el nombre de su esposo. Cada sollozo de la reina le erizaba la piel. Ella luchó por entrar nuevamente, siendo detenida por los guardias, que la tomaban por los brazos con fuerza.

—¡Déjenme! —ordenó, llena de frustración, mientras luchaba con todas sus fuerzas—. ¡Déjenme entrar!

Fue entonces que vio a la Mano del Rey acercarse, hacer como si no estuviera y pasar sin problema, haciéndola sentir mucho más enojada.

Los gritos habían cesado, y eso era lo que más le preocupaba a Alysanne. Ella creía haber oído el llanto de un bebé, pero no quería apresurarse a las conclusiones.

La Mano del Rey no tardó en salir, y la Velaryon lo interceptó, necesitada de respuestas.

Pero las respuestas que escuchó fueron más de lo que pudo soportar. Sintió que su mundo se vino abajo y en lo primero que pudo pensar fue en Rhaenyra.

Cada paso que intentó dar se sintió irreal, al igual la situación. Logró llegar hasta el centro del palacio, pero justo ahí sus piernas no dieron para más. Ella necesitó caer.

Su garganta se sintió seca, y su pecho se reprimió dolorosamente. Puso las manos en el suelo y soltó un fuerte grito. Si bien el lugar estaba vacío, sus lamentos resonaron por varios de los pasillos, siendo escuchada por varios sirvientes, por varios curiosos.

Por Daemon Targaryen también.

—Alysanne... —llamó preocupado, apareciendo delante de ella. Se arrodilló para estar a su altura y la pena que le transmitieron sus ojos fue suficiente para entender que ella necesitaba de alguien.

Daemon jamás había visto de esa manera a Alysanne, nunca creyó que podía ocurrir, por lo que no entendía el motivo. Aún así, él la abrazó con fuerza mientras acariciaba su cabello y susurraba palabras reconfortantes.

Los sollozos no disminuían, pero aunque no lo supiera, él estaba ayudando, su contacto, el calor en su pecho y cálidas palabras, endulzaban un poco su amarga situación.

Entonces, la gente empezó a llegar. Era el Consejo Privado del rey, el cual estaba más concentrado en llegar al salón de parto en el que debía encontrarse el nuevo heredero.

Además, estaban Rhaenyra y su familia en aquel grupo.

Alysanne se puso de inmediato en pie con ayuda de Daemon para correr a abrazar a la menor, quien se encontraba perpleja. Rhaenyra aún no entendía la situación, solo comprendía que había pasado algo muy malo, algo irremediable.

—¿Alysanne? —murmuró, correspondiendo el abrazo con necesidad—. ¿Alysanne, qué pasó?

La ojiazul no dejó de abrazarla, notando que al frente estaba su familia, sus padres y sus hermanos. La mirada de la Velaryon confirmó lo que temían.

Alysanne supo que estaba en sus manos decirle a Rhaenyra lo que había ocurrido, y aunque se sintió incapaz, comprendió que era su deber.

Ella tuvo que informarle acerca del complicado nacimiento de su hermano, y la muerte de su madre en consecuencia. Ella fue quien la sostuvo cuando todo su cuerpo se desestabilizó, quien la abrazó todo el tiempo y jamás pensó en dejarla caer.






























































JEMIISA ©

29/10/2022

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro