xviii. end of life ²

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⸙ ࣪ ۰ ‣ CAPÍTULO DIECIOCHO
⚔️   fin de la vida  🪙

segunda parte

—Sé mejor que nadie que nuestro matrimonio es una farsa —le contaba Rhaenyra a sus acompañantes—, pero yo por lo menos me esfuerzo en mantener las apariencias.

—Tienes más que perder —opinó Daemon, viendo a su esposa distraída con el cabello de Rhaenyra.

Los tres estaban sentados en las orillas del mar, Alysanne detrás de Rhaenyra y Daemon frente a ambas.

—Esa ha sido mi suerte desde que mi padre me nombró heredera.... —respondió la princesa, sintiéndose relajada con los mimos de Alysanne—. Lo intentamos, ¿saben? Concebir un hijo. Nosotros... hicimos todo lo que pudimos.

—No sé si quiero saberlo —expresó la Velaryon, odiando pensar en la intimidad de su hermano menor.

—Pero fue inútil. No había placer —continuó Rhaenyra aún así, haciendo a Alysanne rendirse—. Y lo encontré afuera.

—Tomó bien tus lecciones —farfulló Alysanne no tan contenta con ello, dirigiéndose al príncipe, quién solo podía mirar a Rhaenyra mientras sonreía ladinamente.

—Me sentía deseada.

—Creo que ser Harwin te profesaba... total devoción —comentó Daemon.

—Así era. Y confiaba en él —hizo saber la princesa, pensando en cómo lo había perdido—. Tendría que haberle prohibido regresar a las Tierras de los Ríos. La maldición de Harren es tan fuerte tras la Conquista.

Alysanne y Daemon compartieron una mirada, sabiendo que lo que el otro pensaba con respecto al tema.

—Es una simple leyenda... —expresó la ojiazul, tomando los hombros de la Targaryen.

—Que ser Otto y la reina aprovecharon muy bien —añadió Daemon, siendo más directo con sus ideas. Alysanne no quería creer ello, pero lo consideraba una posibilidad.

—Dudo que Alicent sea capaz de asesinar a sangre fría —defendió Nyra.

—Todos podemos llegar a ser depravados, más de lo que imaginas —recordó Daemon.

—En ustedes, sí lo veo —comentó la princesa en un susurro, confundiéndolos.

Rhaenyra se movió, quedando de espaldas al mar entre Daemon y Alysanne, quienes seguían frente a frente.

—Si nos acusas de inmoralidad, tendrás que concretar más —pidió su tío.

Se quedaron en silencio hasta que Rhaenyra tomó la valentía suficiente para hacer que enfrentarán juntos aquel tema que habían evitado por largos, largos años.

—He estado sola. Me abandonaron.

—No, te salvamos —contradijo Daemon de inmediato—. Eras una niña.

—Sí. Sí, era una niña —aceptó la princesa sin poder tomar el tema con tanta calma como él—. Pero mira en qué se ha convertido mi vida sin ustedes. Es una tragicomedia —expresó, cansada de todo. Se puso de pie con intenciones de irse, pero Alysanne y Daemon fueron igual de rápidos, y la detuvieron.

—No comprendes, Rhaenyra —dijo la Velaryon—. No te hubieramos podido brindar lo que necesitas.

—Son felices, y eso ya es todo un anhelo para mí.

Rhaenyra bajó la cabeza entonces, entendiendo que estaba sobrepasándose. No podía esperar reclamar algo en ese punto, no tenía el derecho de meterse en sus vidas.

—Lo siento.

—No lo sientas —pidió Daemon.

Rhaenyra quiso buscar más palabras, pero no las halló. Solo miró en silencio cómo los esposos compartían una mirada.

Alysa y Daemon creyeron que todo se calmaría, y la princesa actuó precavida para no alertarlos. Cada uno de sus movimientos fue lento. Poco a poco, sus manos fueron recorriendo la parte superior del cuerpo de Alysanne y Daemon, se situaron en sus pechos para ir subiendo hacia sus rostros.

—Rhaenyra... —susurraron ambos, queriendo evitar caer en toda la provocación que significaba la Targaryen.

—Ya no soy una niña —recordó, acercándose aún más.

Tomó sus mentones, guiándolos hacia ella. Acercó sus labios y pudo sentir el roce de ambos. Alysanne decidió hacerse a un lado un segundo, permitiéndole a Daemon probar el deseado tacto de Rhaenyra después de tanto tiempo. Compartieron un beso que les transmitió a ambos tantas sensaciones, que avivó el fuego en su interior.

Fue el turno de Alysanne, quien probó una vez más los siempre ansiados labios de Rhaenyra. Esa vez, finalmente, ella no sintió culpa. Pudo disfrutarlo plenamente, y fue una de las mejores sensaciones que experimentó.

—Los deseo —susurró Rhaenyra, tomando sus rostros y manteniéndolos cerca.

Y no hubo dudas en aquel momento.

Vieron cerca a un barco que había naufragado, un poco más lejos de la orilla. Se aproximaron a él entre besos robados y caricias necesitadas.

Al estar ahí, Alysanne y Daemon rodearon a Rhaenyra, colocándose delante y detrás de ella. La princesa terminó de quitar la camisa del ojiazul, mientras Alysanne se dedicaba a soltar el corset de la Targaryen, besando suavemente su piel luego de cada roce. Rhaenyra pronto hizo lo mismo con el abdomen de Daemon, besando hasta llegar a su rostro. Volvieron a compartir un beso para luego Alysanne y Daemon darse uno sobre Rhaenyra, quien los contempló en silencio.

Una de sus mayores fantasías se cumplía, y experimentaba en su interior un gran placer.

Daemon guió a Rhaenyra, ayudándola a recostarse sobre la arena para colocarse sobre ella. Alysanne continuó besando la parte superior del cuerpo de su amante, gustosa de observarlos, de ser testigo de cómo las caricias de Daemon hacían estremecer a su pequeña Nyra.

Pronto, el príncipe se introdujo en Rhaenyra mientras ella clavaba sus uñas en su torso por el placer que experimentaba. Alysanne a lado de ellos, luego de haberse desvestido, besaba a la princesa para ahogar sus gemidos mientras acariciaba el cuerpo desnudo de su esposo, cada cicatriz que pudiera tener por las batallas, como ella.

—¿Lo querías, Nyra? —le preguntó la Velaryon, mordiendo su labio inferior antes de alejarse—. ¿Esto es lo que querías...?

—Sí —pudo lograr responder, arqueando su espalda por la intensidad de Daemon al hundirse en ella—. Esto y más.

Alysanne sonrió, perdiéndose en la mirada de Rhaenyra, en el fuego que ya transmitían.

Daemon hizo un veloz movimiento, volteando la situación. Él quedó ahora recostado sobre la arena con Rhaenyra sobre él.

—Muévete —susurró Alysanne en su oído, erizando toda su piel.

Rhaenyra obedeció, empezando con movimientos lentos que, al oír a Daemon gruñir, aumentaron de velocidad.

—Muy bien —susurró la Velaryon, quien pronto fue atraída por Daemon para besar fogosamente sus labios—. Tan bien...

Alysanne tomó el lugar de Rhaenyra, montando a Daemon con experiencia. Conocía a su amante y sabía muy bien cómo debía hacerlo, cómo sacarle cada suspiro.

Rhaenyra, inexperta entre ellos, besaba la espalda de la ojiazul mientras acariciaba su pecho.

—El, cuello... —ayudó Daemon con una sonrisa lasciva, sintiéndose perdido en el placer que Alysanne le daba.

La princesa entendió, atacando el cuello de la Velaryon, quien de inmediato tembló. Era su punto débil. Los besos, las mordidas, la presión exacta sobre él, podían volverla loca.

Sus cuerpos estaban jodidamente sensibles, calientes a pesar de la baja temperatura. Sus mentes totalmente nubladas permitían que la lujuria se encargará de todo, tomando lo que quería hasta saciarse.

Y por los Siete Infiernos, ellos no se arrepentirían de arder ahí si ese fuera su castigo.

Cuando Rhaenyra despertó de la pequeña siesta que había tomado por lo cansada que había quedado, se encontró con Alysanne admirándola a lado de ella.

—¿Aly? —llamó, queriendo asegurarse de que no fuera un sueño.

—Aquí estoy, Nyra —susurró, acariciando su rostro.

—¿En serio...? —preguntó, y un beso suave calmó su inquietud.

—Ocurrió. Todo fue real.

Rhaenyra suspiró antes de dejar caer su cabeza sobre la arena, se sentía más que dichosa. Alysanne volvió a besarla, y la princesa siguió sintiendo muy irreal poder hacer eso sin que ella se fuera después. La Velaryon ahora se quedaría, por siempre.

—¿Daemon? —preguntó Nyra mientras decidía sentarse.

—Fue por su saco y zapatos —respondió Alysanne, tomando todo con calma. Ella ahora se sentía mucho más liberada, había finalmente dejado aquellas cadenas que había estado arrastrando desde hace mucho tiempo.

Vio a Rhaenyra vestirse, cómo aún se sonrojaba por el hecho de que la mirará, siendo que ya había besado cada parte de su cuerpo.

Alysanne dejó caer su cabeza hacia atrás con una gran sonrisa, sintiéndose en paz.

Pero Rhaenyra preguntó algo extraño que la desconcertó: —¿Ese es Vhagar?

La Velaryon no pudo evitar recomponerse y mirar hacia donde la princesa señalaba, encontrándose con el dragón de Laena sobrevolar los cielos.

—¿Cómo? —se preguntó, decidiendo empezar a alistarse rápido.

En poco tiempo, ambas salieron del barco que había naufragado, deteniéndose detrás de Daemon, quien miraba muy atento a Vhagar.

—¿Quién es? —preguntó Alysanne.

—Pronto lo averiguaremos —respondió Daemon.

Los tres terminaron de prepararse para regresar al castillo, ayudándose a quedar lo más impecables posible.

El príncipe Aemond ingresaba al castillo luego de su viaje a dragón, encontrándose de inmediato con Jace, Luke, las mellizas y Alyssa.

—Fuiste tú —dijo Aemma, refiriéndose a la persona que había estado montando a Vhagar por los cielos.

—Así es —lo confirmó Aemond sin problema.

—Vhagar era la dragona de mi tía —continuó, nada contenta con el hecho de que Aemond la hubiera domado.

—Pero, ha muerto. Ahora yo soy su jinete —proclamó, mirando a Rhaena, esperando que ella se sintiera orgullosa de que ya tenía un dragón, pero en cambio, estaba cabizbaja.

—Mamá sigue viva, y ella también es jinete de Vhagar. Además, Rhaena iba a heredarla —hizo saber Aemma, expresando su enojo.

Aemond no supo qué decir ante eso, él no lo sabía. No quería herir a su querida Rhaena, pero ahora podía tener el dragón que tanto había anhelado.

—Bueno... haberlo hecho antes —dijo, nada seguro de si mismo—. Podrían tus primos buscarle un cerdo —añadió con resentimiento, recordando lo que le habían hecho.

El estado de Rhaena empeoró luego de oírlo, sin entender a quién estaba viendo en ese instante. Ese no podía ser su Aemond.

Jace notó lo mal que se sentía su prima, así que fue contra el príncipe enojado. Aemond lo esquivó, lanzándolo contra el suelo.

Aemma intercedió, dándole un fuerte puñetazo a su primo. Él quiso devolverle el golpe, pero Rhaena se metió entre ellos, esperando detenerlo.

Aemond no tuvo tanta suerte de reaccionar a tiempo, y la lastimó, golpeando su nariz con mucha fuerza y provocando que sangrará.

Jacaerys se recuperó de inmediato cuando oyó el grito de su prima, volviendo a atacar al príncipe, ahora por la espalda. Tampoco tuvo éxito, y su hermano menor, Lucerys, quiso ayudar también, siendo derribado muy rápidamente.

Aemma empujó a Aemond contra el suelo, sabiendo que no perdonaría lo que le acababa de hacer a su hermana. Junto a Jace, lo mantuvieron ahí a base golpes. Rhaena no supo qué hacer, asustada, adolorida y confundida. Alyssa, por su lado, solo se mantenía en una esquina paralizada por el miedo.

—¡Basta! —pidió Rhaena cuando Aemond tomó del cuello a Lucerys, que había intentando ayudar una vez más. Ella, por su lado, trataba de evitar que la sangre cayera al suelo con sus manos, las cuales ya estaban ensangrentadas.

El hijo del rey pareció cegado por su odio. Tomó una piedra del suelo y amenazó:

—Morirás gritando entre las llamas igual que tu padre. Bastardos.

—¡Mi padre está vivo! —contradijo el inocente Luke, sintiendo miedo por lo que Aemond podría hacerle.

—No lo sabe, ¿verdad? —dijo el mayor, encontrando una nueva manera de herirlos—. Lord Strong.

Entonces, Jacaerys sacó una cuchillo de su manga.

—¡Jace, no! —pidió Aemma, que abrazaba a Alyssa luego de haberla visto llorar, y también a Rhaena, quien ya no sabía qué hacer.

Aemond empujó a Luke contra su hermano, quien por suerte pudo esquivarlo y no lo lastimó con el arma. Aún así, el príncipe volvió a derribarlos, alzando nuevamente la piedra que tenía para atacarlos.

—Para todo esto —pidió Rhaena una última vez, soltándose de Aemma. Él la miró, cómo la sangre recorría su piel,  cómo el temor reinaba en su mirada.

Entonces, por su distracción, Lucerys Velaryon actuó y con la filosa arma desgarró el ojo del príncipe Aemond, quien gritó con mucha fuerza. Rhaena, quedando impresionada, trató de acercarse a él para ayudarlo. Pero el príncipe la evitó, sintiendo un nuevo rechazo por ella, por lo que su primo le había hecho.

Fue ahí que los guardias llegaron, deteniendo a los niños. La sorpresa fue inmensa y el pánico continuó.

Todos fueron llevados al salón de los Nueve mientras se le informaba al rey lo ocurrido. Aemond fue atendido ahí por un maestre al ser el más perjudicado, pero un médico de Driftmark también intercedió, parando el sangrado de Rhaena y ayudando a componer su nariz aunque eso a la pequeña le doliera mucho.

Poco tiempo después, estuvieron los reyes, los hijos de Rhaenyra y las hijas de Alysanne, cortesanos y miembros de la Guardia Real.

Viserys primero tomó medidas contra sus guardias, quienes no supieron de qué manera justificar su falta.

La reina estaba a lado de su hijo, muy preocupada preguntándole al maestre si Aemond estaría bien.

—La carne sí —respondió él, terminando de dar las puntadas necesarias—. Pero ha perdido el ojo.

El salón se envolvió en un silencio muy tenso, el ambiente de inmediato se oscureció. El problema de unos niños había escalado a pasos agigantados.

Alicent recriminó a su hijo por no haber podido cuidar a su hermano menor, impactando una cachetada en su mejilla.

En ese instante, el señor de Driftmark llegó muy alterado en compañía de su esposa, descendiendo del piso superior en el que habían estado descansando.

—¡¿Qué significa esto?! —preguntó el Velaryon.

—¿Alyssa, Aemma...? ¡Rhaena! —dijo Rhaenys, viendo a una de las mellizas con la ropa y el rostro sucios, y a la otra con llena de sangre—. ¿Qué ha pasado?

Las niñas, al oír sus voces, dejaron a Jace y Luke un instante para refugiarse en sus abuelos, abrazándolos. Ellas se sentían demasiado conmocionadas, adoloridas las mellizas, afectadas las tres por lo que habían presenciado, e igual de desprotegidas por la falta de sus padres.

Entonces, aquella inquietud se solucionó cuando Alysanne, Daemon y Rhaenyra entraron al salón.

—¿Jace? ¡Luke! —llamó Rhaenyra, siendo quien había entrado primero. Fue hacia sus hijos, que no estaban muy lejos de los Velaryon.

Alysanne y Daemon, a su vez, vieron a sus hijas correr hacia ellos con mucho apuro. Se encontraron y las abrazaron sin dudar, pese a que estaban muy desorientados por la situación. Aún así, entendieron que no era nada positivo si ellas estaban tan asustadas y Rhaena tenía sangre en el rostro, el cuello y las manos.

—¿Qué te han hecho? —le preguntó la mayor muy preocupada su hija, tomando su rostro con mucho cuidado—. ¿Mi amor, qué te pasó? —insistió cuando Rhaena rompió en llanto y se escondió con cuidado en un abrazo hacia su madre, queriendo hallar protección.

—¡¿Quién le hizo esto?! —reaccionó Daemon de la peor manera, abrazando a sus otras hijas por los hombros. Él fijó su mirada en su hermano, esperando una explicación.

Rhaenyra seguía viendo a sus hijos, quienes también tenían sangre, ya seca, en el rostro y las manos.

—¿Quién ha sido?

—¡Me han atacado! —respondió Aemond Targaryen, haciendo que los recién llegados lo vieran, notando las costuras en uno de sus ojos.

Alysanne quedó asombrada, preocupada por su sobrino, y miró a Alicent, a sus hijas, necesitando respuestas.

—¡Él lastimó a Rhaena! —mencionó Aemma, sintiéndose, además de afligida, furiosa por lo que le habían hecho a su hermana.

El salón se llenó de los griterios de los menores intentando defender sus posiciones. Se oyó acerca de Vhagar, y Alysanne, Rhaenyra y Daemon compartieron una mirada, creyendo entender lo que ocurría.

Alysanne se sintió de inmediato afectada. Su hija ya se veía muy perjudicada por la situación, pero si el problema surgía por el dragón de Laena, ella debía actuar de manera más directa, y a nadie le iba a gustar.

—¡Basta! —ordenó el rey ante tanto alboroto, pero nadie pareció querer oírlo.

—¡Deja que lo cuente mi hijo! —demandó Alicent, considerando que su familia era la más dañada por la situación.

—¡Basta! —repitió el rey una última vez, haciendo que los niños y adultos bajarán su tono de voz.

Alyssa fue quien le contó a sus padres mientras el salón se sumió en murmullos.

—Aemond reclamó a Vhagar, e hizo sentir mal a Rhaena. Jace quiso defenderla, atacó a Aemond y todo el caos se desató

—Por los Siete... —susurró Alysanne, viendo cómo Rhaenyra hablaba con sus hijos—. Por un dragón Rhaena tiene la nariz rota y Aemond ha perdido el ojo.

—Eso fue por algo diferente —corrigió Aemma, ganando la atención de sus padres. Se quedó callada un segundo, pero Daemon asintió, alentándola a continuar—. Él llamó a Jace y a Luke... Bastardos.

Los esposos se miraron entre sí, y luego a la princesa, angustiados por ella. Rhaenyra era recientemente informada también de aquello por su hijo mayor.

—Aemond, quiero la verdad de lo ocurrido —pidió el rey, acercándose a su descendiente—. Ya.

—¿Qué más quieres oír? —intercedió Alicent—. Han mutilado a tu hijo. La culpa es de ellos.

—Ha sido un lamentable accidente —expresó Rhaenyra, abrazando y protegiendo a sus hijos.

—¿Accidente? —repitió Alicent, aumentando potencialmente el nivel de su enojo—. El príncipe Lucerys llevó una daga para matar a mi hijo.

—¡Han sido mis hijos los atacados! —saltó Rhaenyra a defender a sus niños.

—Si quiere plantear las cosas de esa manera —habló Alysanne, redirigiendo la atención—. Su hijo ha tomado un dragón que no puede pertenecerle, además de haber lastimado a mi hija directamente cuando ella solo defendió su derecho.

—No ha perdido un ojo...

—Pero sí un dragón. Ellas debían defenderse, lo reitero, reclamar por lo que es de mi familia —concluyó, actuando con la mayor prudencia posible. Su voz no temblaba ni un segundo y se proyectaba muy imponente.

—Además —continuó Rhaenyra—. Se vertieron graves insultos contra mis hijos.

—¿Qué insultos? —indagó el rey, aumentando la tensión.

Rhaenyra se tomó unos segundos antes de hacerle saber: —Se puso en duda la legitimidad de su nacimiento.

—¿Qué...?

—Nos llamó "bastardos" —informó Jacaerys abiertamente.

—Mis hijos están en la línea de sucesión al Trono. Esto es alta traición. Interrógenlo para descubrir de dónde provienen tales calumnias.

—¿Por un insulto? —preguntó la reina sin creérselo—. ¿Por un dragón? Mi hijo ha perdido un ojo.

Alysanne soltó una corta risa por ello antes de mirar a Alicent con poca amabilidad. —En realidad, es un precio demasiado... bajo.

Ella mantenía detrás suyo a su hija Rhaena, mientras Daemon continuaba abrazando a las otras dos.

—Dime, muchacho, ¿dónde oíste esa mentira? —retomó el rey, hablándole a su hijo.

—En el patio de entrenamiento —respondió Alicent de inmediato—. No tiene importancia.

—Aemond, te he hecho una pregunta.

—¿Dónde está ser Laenor, el padre los muchachos? —cuestionó Alicent, queriendo desviar el punto de atención—. Quizá tenga algo que decir.

—Si, ¿dónde está? —recordó el rey,

—La presencia de mi hermano no hace una gran diferencia. Aquí está la madre de los niños, su familia, capaz de opinar y defenderlos —intentó ayudar Alysanne con poco éxito.

—¿Dónde está, Rhaenyra? —insistió Viserys.

—No lo sé, alteza. No... No podía dormir y salí a pasear —respondió su hija, sintiendo la mirada de Alysa y Daemon sobre ella.

—Estará haciendo de anfitrión de algún escudero.

—Cuide sus palabras... reina —ordenó Alysanne, volviendo a sentir como las intensas llamas de su furia se reavivaban—. Y que su sonrisa desaparezca, ser Criston, o pronto no tendrá boca para hacerlo —amenazó luego de notar su expresión burlona.

—Aemond. —El rey, para que ese problema no fuera escalando, la interrumpió, regresando al anterior tema—. Mírame. Tu rey te exige una respuesta. ¿Quién te contó esas mentiras?

El joven príncipe miró directamente a su madre, haciendo que todos hicieran lo mismo con la gran sospecha de que ella era su fuente. Pero su respuesta cambió ello.

—Fue Aegon.

El rey miró a su hijo mayor, quien había quedado más que sorprendido.

—¿Yo? —preguntó pálido.

—¿Y tú, muchacho? ¿Dónde oíste tales calumnias? —interrogó su padre, deteniéndose frente a él mientras buscaba su mirada cobarde—. ¡Aegon! ¡Dime la verdad!

—Se sabe, padre —respondió, queriendo manejar la situación de la mejor manera. Reunió valor para mirarlo—. Todos lo saben. Solo, míralos...

Todo el salón quedó en silencio, haciendo lo que el príncipe decía, observando atentamente a los niños de Rhaenyra. Ella tenía los ojos cristalizados, luchando por no romper en llanto ante tanta humillación.

—¡Pongan fin a estas luchas familiares! —ordenó el rey en un grito—. ¡Todos! ¡Somos familia! Ahora discúlpense de buena fe unos con otros. ¡Su padre, su abuelo, el rey lo ordena! —quiso dar fin al conflicto.

El rey pasó a la lado de su esposa, buscando irse. Pero ella no sentía que fuera justo, no estaba satisfecha.

—Con eso no basta —lo expresó, haciendo al rey regresar—. Aemond ha sufrido un daño irreparable. La buena fe no lo recompondrá

—Lo sé, Alicent. Pero no puedo devolverle el ojo.

—Porque se lo han quitado.

—¿Y qué quieres que haga?

—La deuda... Debe saldarse —respondió, y su mirada pronto se oscureció por el odio, al igual que su interior—. Exijo un ojo de su hijo.

Jacaerys y Lucerys vieron a su madre muy asustados. Las hijas de Alysanne corrieron hacia ellos para ponerse delante, queriendo inocentemente hacerlos sentir protegidos. La Reina de los Dragones no pudo detenerlas, y quedó sola junta a Daemon, recurrió a él, esperando que la ayudará a saber cómo actuar.

—Vhagar —le recordó en un susurro.

Por otro lado, el rey intentaba calmar a su esposa.

—Es tu hijo, Viserys. Tu sangre.

—No permitas que tu temperamento nuble tu juicio —pidió muy serio, creyendo que así se calmaría y todo podría terminar.

Pero no era tan fácil.

—Si el rey no exige justicia, lo hará la reina. Ser Criston, tráigame un ojo de Lucerys Velaryon.

—Madre... —dijo Luke, asustado. Rhaena lo abrazó, queriendo calmar su angustia. Al fin y al cabo, todo había sucedido por intentar ayudarla a ella.

—No hables de justicia, Alicent —se inmiscuyó Alysanne Velaryon, dando unos pasos hacia la reina y sus hijos—, y no desees lo que jamás vas a recibir. Si buscas que las cosas se solucionen de esta manera, Aemond deberá regresar de inmediato a Vhagar.

—Ese dragón no nos importa —respondió la reina, acercándose a la Velaryon también, encarándola.

—¡Mamá, es mío ahora! —exclamó Aemond, pues para el sí era importante.

—No es posible —le recordó, manteniéndose a una distancia considerable pues la reina le evitaba el paso—. Vhagar le pertenecía a mi hermana. Y todos aquí saben que sus dragones eran míos tanto como mis dragones eran suyos. Soy jinete de Vhagar, ella es parte de mi familia.

—Pero me aceptó —replicó el joven príncipe—. Hice lo que dijiste. La respeté, le hice saber que amaba a los de su especie, y ella me permitió volar en su lomo. Me quiso. 

Alysanne sintió algo en el pecho. Ella quería mucho al hijo de Viserys, pero ahora no podía actuar por las emociones.

—Si tu madre exige un ojo por un ojo, debo pedir que me regreses al dragón, Aemond —le hizo saber, manteniéndose firme. El niño bajó la cabeza, desanimado.

—Le dejaré elegir cuál, un privilegio que mi hijo no ha tenido —retomó la reina, mirando a Rhaenyra y los príncipes—. Tú puedes elegir uno de los dragones que tenemos en la Fortaleza Roja, así, será un dragón por un dragón.

—No harás tal cosa —detuvo Rhaenyra, refiriéndose al daño que querían hacerle a sus hijos. Su intervención le impidió a Alysanne dar una respuesta, así que ella solo regresó al bando de los Negros, pensando en lo que Alicent proponía.

—Ser Criston —llamó la reina, queriendo ejercer lo que consideraba justicia.

—No intervengan —ordenó el rey a los guardias.

—¡Me debes lealtad! —gritó, dirigiéndose a Cole.

—Como protector, mi reina —respondió el comandante.

—Alicent, este asunto... Está zanjado —demandó el rey una vez más, acercándose a ella—. ¿Lo has entendido?

Pero Alicent estaba cegada por su enojo, su rencor.

—Que corra la voz: quien ose cuestionar la legitimidad de los hijos de la princesa Rhaenyra... perderá la lengua —proclamó Viserys.

—Gracias, padre —expresó la ojiazul, volteando hacia sus hijos, quienes se sentían más tranquilos por el designio de su abuelo. Las niñas estaban a lado, sonriéndoles para continuar con la calma.

Cuando se creyó que aquel tema podría finalmente concluir, y Alysanne, con ayuda de Daemon, se preparó para proseguir con el tema de Vhagar, Alicent Hightower actuó con agilidad debido a su intenso enojo. Ella tomó la daga que tenía su esposo guardada en la cadera y avanzó hacia su enemigo.

Todo ocurrió muy rápido. Se oyeron gritos, peticiones, órdenes. Pero algunos supieron actuar con la misma velocidad, evitando que se dañarán a más personas.

Alicent fue contra Rhaenyra, pero Alysanne supo reaccionar y la detuvo por detrás, tomándola de los brazos para que no pudiera hacer nada con la daga que tenía en sus manos.

Los príncipes y las niñas fueron apartadas por sus abuelos, quienes oyeron a Rhaenyra pedirlo y lo hicieron de inmediato.

Ser Criston también se había aproximado para ayudar a su protectora, siendo detenido por Daemon.

—Atrévete —le dijo Alysanne a la reina, sintiendo cómo luchaba por soltarse—. No dudaré en actuar, y lo sabes —susurró, siendo oída solo por las dos mujeres que tenía más cerca.

Todos las rodeaban, guardias, cortesanos y sus familias. Nadie se entrometería hasta que fuera estrictamente necesario, estaba en manos de ellas por ahora.

—Has ido demasiado lejos —le dijo Rhaenyra a la reina, quien había quedado frente a ella, con la daga apuntando entre sus cejas.

—¿Yo? No he hecho más de lo que se esperaba de mí. Defender sin descanso el reino, a mi familia y la ley —respondió, volviendo a intentar herir a Rhaenyra con la daga hurtada. Alysanne la llevó un poco más atrás, aún no podía empujarla hacia otro lado, Alicent había sacado fuerza de todo su odio, rencor y rivalidad—. Mientras tú obrabas a tu antojo.

—¡Alicent, aléjate! —pidió el rey, queriendo evitar que alguna saliera lastimada. Sabía que Alysanne podría matar por su Nyra si Alicent se atrevía a lastimarla.

—¿Y el deber? ¿Y el sacrificio? Pisoteados bajo tus lindos pies —le recriminó, afectándole a la princesa que eso pudiera ser verdad.

—Suelta la daga, Alicent —pidió Otto Hightower, que luego de la muerte de la Mano del rey en el terrible incendio, había vuelto.

—Y ahora te crees con derecho de arrebatarle un ojo a mi hijo —continuó Alicent apesar de la intervención de su padre, mirando a su hijastra con aversión.

—¿No estás agotada? —le preguntó Rhaenyra, mientras las lágrimas se deslizaban por sus mejillas—. Oculta tras ese manto de rectitud tanto tiempo... Ahora te ven tal como eres.

Alicent entendió sus palabras, y entonces empujó los brazos de Alysanne con la mayor fuerza posible, logrando herir el brazo de Rhaenyra en el movimiento, traspasando la tela de sus mangas y cortando su piel. La Velaryon la tomó por los brazos una vez más antes de empujarla hacia un lado con enojo, entonces fue con Rhaenyra preocupada.

Tomó sus manos con cuidado, preguntándole si estaba bien. Rhaenyra había quedado perpleja, sintiendo lo que Alicent había hecho. Entonces, la sangre empezó a descender por su palma izquierda, logrando manchar la unión que tenía con Alysanne mediante sus manos.

La heredera del mar vio la sangre caer de manera persistente. Sabía quién era la culpable, así que tomó medidas. Sacó con habilidad la daga que traía escondida en la parte de la cintura de su vestido, y fue ágilmente hacia Alicent, colocando la daga en su cuello. Nadie se había preparado para ello, por lo que había logrado su cometido.

Alysanne no tenía expresión alguna, había encendido una vez más las alarmas, pero ella no se inmutaba.

—¿Tú te crees con el derecho de lastimar a Rhaenyra? —preguntó, incando la piel de Alicent para que supiera lo cerca que estaba a la muerte—. No eres más que una marioneta, siempre controlada para el beneficio de los demás. Si quieres hallar tu autonomía, no pienses en hacerlo con mi familia. Empieza por ti, por aprender a controlarte. Eres tu principal problema, Alicent, y eso jamás va a cambiar.

Entonces, pasó su daga por el brazo la reina, en una acción que podría pasar desapercibida, pero había lastimado más de lo que se creía. De inmediato Alicent también sangró.

Guardias quisieron detener a la Velaryon, pero ella alzó las manos. Ya había hecho lo que necesitaba en el lado de los Verdes, así que regresó con los suyos, con Daemon y Rhaenyra, que ya estaban uno al lado de otro. Él le sonreía de lado, orgulloso, mientras la princesa la miraba conmovida. Era Alysanne su mayor protectora.

—No lo sientas por mí —le dijo Aemond a su madre mientras ella trataba de hacer presión para evitar la sangre—. Es un intercambio justo. He perdido un ojo, pero he ganado un dragón.

Alysanne analizó lo que decía. No se había reclamado más un ojo de los hijos de Rhaenyra, pero ella sentía que debía seguir intercediendo por Vhagar.

—Este proceso ha terminado —volvió a expresar el rey.

Fue en esa oportunidad que Alysanne lo detuvo, acercándose una vez más a donde estaba el rey. —Lo lamento, majestad, pero aún no. Su hijo ha reclamado lo que me pertenece.

—Alysanne... —pidió, recurriendo a su lado sentimental—. Aemond sueña con un dragón, lo sabes. Y Vhagar no tiene un jinete que pueda dedicarle toda su atención.

—¿Dice que no puedo con Vhagar debido a mis demás dragones?

—Te pido que consideres dejar esta situación como está, que Aemond se quede con la dragona.

Alysanne quiso continuar negando aquella posibilidad, pero fue Aemond quien le habló:

—La reina de los dragones me ha ayudado a comprender su valor. Salvaste mi vida de uno de ellos. Quiero demostrarte que merezco tener a Vhagar, te lo pido por favor.

Si hubiera ocurrido antes, sin todo aquel problema, ella no hubiera dudado en entregársela. Conocía a su sobrino, lo mucho que deseaba y merecía un dragón.

—Actuaste de manera errónea —le recordó, obligándose a mantener presente aquel momento—. Lastimaste a quien decías amar. No pareces tan honroso, Aemond.

—Fue un gran, gran error —admitió, bajando la cabeza.

—Espero que hayas comprendido la lección —expresó—. La has pagado...

Aemond terminó de entender que sus posibilidades eran muy limitadas. Empezó a aceptar que perdería al primer dragón que había tenido, aunque sea por un tiempo tan corto.

Pero Alysanne no pudo evitar rendirse ante su rostro inocente y la pureza que aún mantenía en su joven corazón.

—Si Vhagar te ha aceptado, algo en tu interior debe ser sumamente especial. Fue de mi adorada hermana, una anhelacion que había tenido desde muy pequeña. Es igual de importante para mí como cada uno de mis dragones. Pero ahora... Tú deberás cuidar de ella con tu vida, porque es tuya.

Aemond sintió una fuerte emoción en su interior. Quiso correr hacia Alysanne y abrazarla, expresarle su gratitud, pero sabía que la situación no era la mejor. Con una gran sonrisa le hizo saber a la Velaryon lo mucho que le agradecía, y eso hizo que, a pesar de que las personas a lado suyo le recriminaran su decisión, ella estuviera bien con ello.

El tema finalmente había terminado. Se había derramado mucha sangre, oído muchos gritos y roto muchas cosas que jamás podrían volver a unirse, entre ellas los lazos de amor.

Aquel sentimiento es muy voluble, tanto como el fuego es un poder extraño y el mar un buen aliado.

Todo ello era parte de cada uno de los Targaryen y Velaryon, corría por sus venas y los hacía ser quienes eran. Siempre existía la posibilidad de que fueran retenidos por uno de esos factores, pero no por siempre.

Ellos al final demostrarían que el poder es de sus mejores características, como había sucedido esa noche en Driftmark. Demostrarían una y otra vez que eran tan míticos como los dragones e igual de peligrosos que los mares.

Le recordarían a todo Westeros que ellos siempre serían el legado de los reinos.

¡fin! ¡voten y comenten! 🏰

y esperen el segundo acto. 🤫




















































































































































































JEMIISA ©
23/11/2022

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