03. «Deporte de Alto Riesgo»

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Tal parece que mi incertidumbre respecto al vestido fue irremediablemente visible para Fernando de la Torre y su detector de mentiras incorporado. Porque no hay otra explicación para la forma en que prácticamente echó a su madre de la prueba piloto de comida que haremos hoy.

Solo Bianca y Rigoberto, otro hermano menor de Fer, nos acompañarán para catar los platillos que el servicio de cáterin contratado preparará como parte del menú para la ocasión.

Me hubiese encantado que la dulce Romina y su carácter chispeante también asistieran, pero tenía prohibido perderse otro día escolar. Lo mismo con Alondra, quien no podía permitirse faltar nuevamente a su trabajo.

Así es como los cuatro ingresamos en un enorme salón dispuesto para el ensayo. Los responsables se mueven de aquí para allá al mismo tiempo en que decenas de hornillas mantienen sus flameantes llamas encendidas y algunas preparaciones alcanzan su punto de cocción ideal antes de ser servidas.

Aprecio los diferentes y exquisitos aromas que se pasean libremente por la estancia mientras ignoro a la irritante encargada que cacarea sin parar. La mujer nos ha recibido en la entrada y guiado desde entonces, de eso hace ya al menos media hora y, durante la misma, ha agotado su repertorio de comentarios sorprendidos y pésimos chistes acerca de la coincidencia de nuestros nombres.

Algo de lo que estoy francamente hastiada, pues Fer y yo hemos vivido esta escena cientos de veces desde que estamos juntos. 

«¿Acaso nadie puede dejar de intentar ser gracioso al respecto? Sí, me llamo Fernanda, él se llama Fernando, ¡no tiene nada de especial! Son nombres muy comunes. ¡En algún momento iba a pasar!»

Disculpen mi irritabilidad, hoy no es mi día. Lo crean o no, la repentina ausencia de la mamá de Fer me ha generado mucha ansiedad.

«Supongo que lo que dicen es cierto: a veces, hasta a lo malo se acostumbra una.»

La verdad es que tengo fuertes sentimientos encontrados al respecto, y no puedo evitar sentirme indefensa y vulnerable ahora mismo.

—Mamá envía esto.

Rigo nos tiende una carpeta con varias hojas donde figura la extensa lista de alergias y preferencias de mis invitados en materia de alimentación.

Apreciando la considerable longitud de los apuntes, me planteo hacerle un profundo estudio genealógico a mi prometido. Porque, ¿cómo rayos es que en su familia hay tanta gente intolerante a tanta variedad de alimentos?

Su prima Belén es celíaca, su madrina Rita es alérgica al huevo, el propio Rigoberto es intolerante a la lactosa, la tía Fátima debe mantenerse alejada del cacahuate e incluso su papá tiene una enfermedad poco conocida llamada intolerancia a la trehalosa por la que no puede ni probar un champiñón. ¡Ni siquiera sabía que se podía ser intolerante a los champiñones! Por Dios, son setas inofensivas.

Y lo peor es que la lista se extiende y extiende como si fuera un maldito papiro del antiguo Egipto con un decreto real. Ya saben, de esos pergaminos que aparecen en las películas y se desenrollan hasta el final de la alfombra a manera de chiste. Pues, ¿adivinen qué? En la vida real no tiene nada de chistoso.

Es tanta la tensión acumulada en mi organismo que repentinamente siento ganas de llorar.

Mi novio es capaz de deducir que estoy cerca de hiperventilar por tanto estrés y entralaza nuestras manos mientras comienza una serie de delicadas caricias en mis muñecas.

Decido detener todo por un momento y apoyarme en él porque esto está a nada de sobrepasarme.

—Tranquila, aquí estoy. No estás sola.

Lo miro a los ojos para perderme en ellos y buscar la calma que siempre me transmiten y como es costumbre, no tardo en encontrarla. Asiento firmemente con mi cabeza y afianzo nuestro enlace. Él me sonríe con confianza y comenzamos.

Dos horas después y apenas hemos elegido un par de aperitivos básicos. Y es que, la comida es tan rara que estamos completamente fuera de nuestra zona de confort.

—Estoy a nada de pedirle que me prepare unos tacos.

Río por el comentario de Bianca, aunque, en el fondo, comienzo a plantearme lo mismo.

Estaba lista para ver una mesa repleta de hormigas, chapulines fritos y gusanos de maguey. No los consumo, pero es lo que esperaba teniendo en cuenta que son algunos de los platillos más exóticos de la gastronomía mexicana.

El problema es que ni siquiera entiendo del todo qué rayos es lo que tengo frente a mí.

—Estos sin duda deben ser caracoles.

Miro a mi amiga por su “insuperable” contribución. Es claro que son caracoles, incluso conservan sus conchas. Lo cierto es que no lucen muy apetecibles para mí.

—En efecto, son escargots, señorita —el empleado a cargo de los moluscos interviene—.

—¿Y esto? ¿Pollo verdad?

Veo al hombre abrir los ojos con sorpresa antes de corregirla—. En realidad se trata de confit de canard.

—Es español, por favor.

Su mirada aburrida le saca colores al señor. Debe estar indignado por nuestra imperdonable ignorancia.

—Es pato, no pollo. El proceso de preparación consiste en salar un trozo de carne y escalfarla en su propia...

—Vale —ella lo detiene en medio de su explicación y salta a señalar otro recipiente. Yo sonrío disimuladamente, entretenida con el cuadro a mi alrededor. Por otro lado, él luce ofendido a tal punto de explotar—. ¿Qué clase de sopa es esa?

—Es garbure, sopa de col mezclada con otras hortalizas, típica de la cocina del suroeste de Francia.

—Ratatouille, ¿verdad? —Él asiente y suelta un suspiro. Yo río internamente—. Toma esa. ¡Luce igualito que en la película! Aunque si lo preparó una rata prefiero ni tocarlo.

Bianca me dedica un pequeño guiño cómplice y opto por unirme a la diversión. Sé que es cruel participar en un complot para molestar a este pobre señor pero mi día está siendo tan miserable que nada puede ir peor.

—¿Pizza?

Él me mira incrédulo y lo veo tragar un insulto—. En realidad es una fina masa de pan sencilla, elaborada con harina y agua sobre la que hemos colocado otros alimentos como cebolla cruda, panceta y nata líquida. Su nombre es tarte flambée.

—¿Y esto qué es? ¿Pastel?

—Les presento un paté aux pommes de terre.

Bianca y yo solo entrecerramos los ojos y alzamos nuestras cejas diciendo: “Sí, sí, muy bonito. Ahora dilo en español.”

Él cierra los ojos para no rodarlos y traduce:

—Es una tarta rellena de papas.

—Ah —mi amiga y yo hacemos un coro con expresiones de asombro como si tuviéramos siete años y hubiésemos descubierto el agua tibia. Él se limita a mirar hacia otra parte—.

—¿Podría saber por qué todos los platillos son franceses?

Fernando repasa el menú en su mano y se dirige al mismo hombre que nos ha estado corrigiendo.

—Esa es nuestra especialidad, señor. La señora De la Torre insistió en que solo preparáramos los platillos más exclusivos.

—¿Si sabe que la gastronomía mexicana también es Patrimonio Inmaterial de la Humanidad? —Rigoberto lo señala y observa con una mueca todos los platillos extranjeros—. Me refiero a que al menos, podrían haber cocinado algo de este lado del océano Atlántico.

—Como ya dije, fue un pedido de la señora.

Siento que voy a tener un ataque cuando Fer posa su mano en mi hombro para darme un apretón y me susurra al oído—. Ya me encargo.

Él se aleja para llamar por teléfono, supongo que a la responsable de todo esto, su estupenda madre, y su hermano vuelve a hablar:

—Te ves mal —Me señala con pena. Apuesto lo que sea a que mi apariencia debe transmitir la aflicción que siento justo ahora—. Ni cuando tengo que presentar un examen en la facultad luzco tan estresado como tú.

—Dímelo a mí—. Bianca hace un gesto con sus manos, de acuerdo con mi cuñado—. Esto luce como una completa pesadilla. La ENEO* fue un chupete de fresa en comparación.

Respiro hondamente. No cabe duda de que esta es una artimaña de la arpía de mi suegra para sabotear los preparativos en venganza por la actitud asumida por su hijo. Debe pensar que fue mi idea y que estoy envenenando a Fernando en su contra.

Con una nueva determinación, decido que al menos algo más de esto debe servir. «Si no lo pruebo, jamás lo sabré. Quizás no sepan tan mal. Aunque esos nefastos nombres europeos no los favorezcan.»

Me acerco a una vitrina y la servicial camarera me responde incluso antes de preguntarle—. Es brandada de bacalao, señorita. ¿Quiere probarla?

—Sí, me gustaría. Se ve muy bien, así que le daré una oportunidad.

Ella me tiende un cuchillo y unto una porción generosa sobre una rebanada de pan.

—Guao, está delicioso.

—¿Encontraste algo comestible?

Mi amiga y Rigoberto se acercan y sorprenden al verme comiendo.

—Pruébenla, está de diez.

Ambos lo hacen, poco convencidos en un inicio, sin embargo, imitan mi reacción cuando son capaces de degustarla.

Fernando vuelve con una expresión frustrada mientras masajea sus sienes con intensidad. Sospecho que la conversación con su madre no ha ido bien.

Sin mediar palabra, preparo una tostada para él.

—Come, no te arrepentirás.

Él no replica y da un mordisco. Hace un sonido complacido y le sonrío con ternura.

—No te preocupes, todo va a estar bien.

Él asiente, se sirve otra con entusiasmo y la engulle antes de cuestionar—. ¿Qué es? No lo reconozco.

—Es brandada de bacalao, señor —contesta la competente muchacha. Luce orgullosa de que su platillo haya tenido éxito.

Él deja su tercera tostada a medio comer para cuestionar—. ¿Bacalao dijiste?

—Sí. Se trata de una emulsión antiguamente machacada al mortero, (que ahora hacemos con una batidora) en la que se monta, como para hacer una mahonesa, bacalao levemente hervido y aceite de oliva. Durante la cocción, se añade laurel y cebolla además del agua y el pescado. La brandada final se condimenta con pimienta, ajo y perejil picados y siempre necesita una rectificación de sal. Se suele comer con pan tostado o patatas cocidas. A veces se añaden olivas enteras al plato final, en caso de que prefieran esa forma de presentación.

—¿B-bacalao?

Él vuelve a repetir la misma pregunta a pesar de que la empleada ya se lo confirmó durante su explicación.

Me giro hacia él con expresión confundida—. Sí, amor. Ella lo dijo, es uno de los ingredientes —Sus ojos se abren al punto en que creo que se saldrán de sus órbitas y veo el pánico aparecer en ellos—. ¿Hay algún problema? ¿No te gusta?

—Tienes que estar bromeando, hermano. Es lo más decente en esta sala.

Rigo exterioriza su discrepancia como si el comportamiento de su hermano mayor lo hubiese ofendido a nivel personal y Bianca está muy ocupada comiendo; no obstante, hace patente su desacuerdo con el supuesto desagrado de Fer a través de un pronunciado ceño fruncido.

La chica frente a nosotros sonríe radiante por el cumplido de mi cuñado a la par en que el resto de sus compañeros se muestran molestos debido a la misma razón, aunque Rigoberto ni se entera. Solo tiene ojos para la brandada de bacalao.

Yo continuo preocupada, de buenas a primeras mi novio se ha quedado en blanco.

—¿Estás bien, corazón?

—Soy alérgico al bacalao.

Apenas escucho el murmullo, pero lo entiendo y me aterro instantáneamente.

—¿Qué? ¡¿Pero no estaba en la lista?! —Sin duda lo hubiese notado. Se trata de mi prometido, por supuesto que lo hubiese hecho.

—Mamá no lo sabe —Tomo la decisión de dejar mi estupefacción y preguntas tontas a un lado e intentar ayudarlo de algún modo.

—¿Qué sientes?

Él comienza a estornudar repetidamente y también a rascar sus brazos de forma compulsiva. Imagino que la comezón debe ser muy fuerte, porque parece dispuesto a arrancarse la piel con tal de sentir algún tipo de alivio.

—Les recomiendo que vayan llamando a una ambulancia, esto se pondrá feo —Su voz se torna más ronca de lo normal y su epidermis toma un tono extremadamente pálido.

La idea de no poder ayudarlo me causa tal conflicto emocional que empiezo a llorar amargamente mientras Bianca intenta contenerme y escucho a Rigo de fondo, pidiendo asistencia médica.

Mi novio comienza a marearse, desorientado, y un chico del cáterin corre a traerle una silla para que se siente. Todos nos mantenemos en la horrible expectativa hasta que,  gracias a Dios, la ambulancia llega poco minutos después y me voy con él para acompañarlo en el trayecto.

...

El intervalo hasta el hospital es borroso y angustiante. Solo percibo la labor de los paramédicos, a Fernando tendido en la camilla con una extraña coloración azul en su piel y la agonía ralentizando mis sentidos.

Cuando descendemos del vehículo, un doctor me detiene y me asegura que estará bien. Me deslizo hasta el piso delante de una pared y comienzo a llorar, desconsolada.

Transcurre otro lapso de tiempo que no sé distinguir y solo acaba cuando percibo a Bianca a mi lado, abrazándome y repitiendo una y otra vez las mismas palabras del médico.

El tiempo vuelve a moverse de manera extraña hasta que la señora Ingrid irrumpe como una fiera en la sala de espera y es Rigo su único obstáculo para llegar a mí.

—Es tu culpa maldita zorra. ¡Juro que como mi hijo no supere esto, acabaré contigo!

Todo se escucha lejano, a pesar de que se encuentra justo en mis narices.

Ni siquiera puedo enfocarla o hacerle caso a sus amenazas, porque estoy demasiado consumida por la agonía de la espera.

Permanezco perdida en un limbo temporal hasta que finalmente un hombre vestido con una bata blanca se acerca y nos anuncia que Fer estuvo a punto de sufrir un choque anafiláctico, pero que su estado es estable.

Mis hombros se ven finalmente libres del peso de la ansiedad y el miedo y solo entonces es que puedo reaccionar.

—¿Ves? Todo estará bien.

Le dedico una minúscula sonrisa a Bianca, quien permanece a mi lado y escucho un trozo de otra conversación.

—Ma’, Nanda no tenía idea, ni siquiera estaba en la lista que me entregaste. Fue todo un accidente.

Veo a la señora Ingrid y confirmo que me está mirando profundamente. Sin embargo, no tengo tiempo ni ganas de identificar lo que contienen sus ojos, por lo que asumo que es su desprecio habitual y sigo con mi vida.

De cualquier modo, no tiene la más mínima importancia, todo en lo que puedo pensar es que Fer está a salvo y va a recuperarse sin problemas.

Apoyo mi cabeza en la pared, cierro los ojos y rezo en silencio.

Han pasado varias horas y a pesar de la insistencia de mis amigas, (Alondra ha llegado apenas hace un rato luego de que Bianca le haya marcado contándole lo sucedido) he decidido que no ingeriré ninguna clase de alimento hasta ver a Fer y constatar su estado de salud.

Es una suerte, que justo en ese instante saliera un doctor:

—¿Familiares de Fernando de la Torre? —Con una velocidad envidiable, rodeamos al médico como si se tratara de una emboscada. El profesional, que ya debe estar acostumbrado a este tipo de comportamiento maleducado por parte de seres queridos desesperados, aclara su garganta antes de informarnos:—. El paciente está listo para recibir visitas. Sin embargo, ha pedido explícitamente que la primera en pasar sea su prometida. Fernanda, ¿no es así? ¿Está ella aquí?

Suspiro aliviada, al menos está lo suficientemente consciente como para haber solicitado verme. Levanto mi mano y doy un paso al frente en dirección al doctor—. Soy yo.

—Perfecto. Venga conmigo, el resto tendrá que esperar.

Me conduce por algunos pasillos atestados de personal del hospital corriendo por todas partes (asumo que es el tráfico habitual en una sala de emergencias) hasta la habitación 504 a la cual me invita a pasar.

Siento cómo me sudan las manos cuando me armo de valor para pasar.
 
—¿Quién diría que organizar una boda sería un deporte de alto riesgo?

Río como una demente al mismo tiempo en que gruesas lágrimas de alegría surcan mi rostro antes de abalanzarme hacia él y abrazarlo con fuerza para llorar en su pecho.

*ENEO: Es una referencia a la Escuela Nacional de Enfermería y Obstetricia, perteneciente a la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Nota de la autora: Ay, Fer, el susto que nos diste muchacho...

Pero no se preocupen que Nanda no va a enviudar antes de casarse.

Fue solo una falsa alarma ;)

¡Hasta luego!

Little Butterfly

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