13. «La Boda Perfecta»

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Despierto con la agradable sensación que me proporcionan unas suaves presiones consecutivas sobre mi cabello. Sonrío al deshacerme de mi retardo mañanero y reconocer la textura de los labios de Fer, quien esta vez deja un rastro de besos que parte desde la base de mi cuello en sentido ascendente hasta hacer escala en la zona detrás de mi oreja. Río a causa del delicioso cosquilleo que se esparce a través de mi cuerpo entero y me giro hacia mi prometido.

—Adoro despertar así —Mi buen humor no puede pasar desapercibido—.

—Y lo mejor es que, de hoy en adelante, no podrá ser de otra manera.

Es entonces que intercambiamos los papeles: ahora soy yo quien toma la iniciativa, demostrándole mi afecto en forma de besos que cubren la totalidad de su rostro en tanto él ocupa mi lugar riendo abiertamente.

Deposito una última caricia sobre su boca antes de desperezarme con unos cuantos estiramientos rutinarios para conseguir despedirme de nuestra cómoda cama y dar comienzo al día de manera óptima.

—Debo ir a rezar —le aviso en medio de un bostezo mientras enfundo los pies en mis pantuflas naranjas—.

—¿Puedo acompañarte?

Alzo una ceja, parcialmente confundida por esta novedosa actitud suya.

A pesar de haber sido criado en un hogar católico, al igual que yo, Fernando no es de las personas más devotas del planeta. Mi novio tiene su propio modo de actuar dentro del marco religioso y respeta mi fe, así que ambos llegamos a un consenso al respecto en el momento en el que se hizo evidente que no compartíamos el mismo fervor.

Además, nos queremos demasiado para permitir que una diferencia de opiniones se interponga entre nosotros.

Todavía sorprendida por su pedido, le contesto—. Por supuesto. Eres más que bienvenido.

Ambos caminamos tranquilamente por el corredor donde se localiza mi humilde altar y sitio especial de oración. Él se detiene una vez estamos allí, mas, yo paso de largo hasta alcanzar un estante ubicado unos metros más adelante.

Abro las compuertas de roble y rebusco con cuidado, aunque parece que mi objetivo se empecina en no ser encontrado.

—¿Qué necesitas?

—Una vela.

—Hay una aquí.

Él agarra el ordinario cilindro de cera blanco al lado de la foto de mis padres y lo sacude para darme a entender que mi búsqueda es en vano.

—Me refiero a una especial.

Fer espera pacientemente hasta que consigo hallarla entre tanto desorden y se la muestro con orgullo.

—Qué bonita.

—Lo sé —Esta tiene forma de prisma y resulta muy llamativa por sus colores rosa y azul claros—. Es parte del legado de mi familia. Mi mamá no se apellidaba “Iglesias” por nada. Descendemos de un linaje profundamente cristiano; incluso creo que una tía abuela suya fue monja.

—Vaya… —es todo lo que dice—.

—El punto es que es una vela muy especial.

—Eso ya lo dijiste, amor.

Fernando se acerca y presiona nuestros labios en un corto beso mientras se mofa disimuladamente de mi repetición, como si me hubiera diagnosticado memoria a corto plazo. «Tontuelo…»

—¿Te expliqué por qué?

—No, sin embargo, sospecho que estás por hacerlo.

—En realidad, se trata de pequeñas historias que mamá solía contarme cuando era chiquita. No estoy cien por ciento segura de su veracidad; cuando crecí dejaron de importarme y nunca me preocupé por preguntarle.

Un dejo de tristeza nubla mi semblante, Fer lo capta al dedillo y acuna mi rostro con renovado interés.

—¿Y sobre qué iban?

—No tienen importancia.

—Por supuesto que la tienen —reclama con sentida exigencia. —La mujer que amo las escuchaba y yo quiero contar con el mismo privilegio. Es más, lo exijo como tu futuro esposo.

Su broma me empuja a retomar mi buen ánimo y procedo a narrarle los míticos hechos como si se trataran de un secreto de Estado:

—Había decenas de relatos y, a pesar de que solamente recuerdo unos pocos sí estoy segura de algo: su común denominador es que todos eran prueba de que esta vela es propietaria de milagrosas cualidades.

Prendo una cerilla y la enciendo, creando una gran llama, cuya intensidad fluctúa según la corriente del viento pero que, incluso bajo la influencia de esta variable, nunca se apaga.

—En mi familia siempre se creyó que guardaba una conexión importante con la Virgen de Guadalupe, algunos se atrevían a aseverar que era una bendición de la misma —Camino con ella en mi mano y la coloco en su sitio correspondiente: frente al altar—. Según cuenta la historia de su origen, uno de mis tatarabuelos la halló en un bosque en el que llevaba deambulando durante varios días, realmente perdido. Después de batallar con fieras voraces y cuantiosos días de hambre, la encontró en lo más profundo de la zona boscosa y, a punto de darse por vencido y renunciar a su vida, clamó a la virgencita con todas sus fuerzas, pidiéndole una señal que mantuviera viva su esperanza. Minutos más tarde, cayó desfallecido y al despertar, ¡estaba en casa! Un grupo de cazadores dieron con él y lo trajeron de vuelta al pueblo.

—Es… fascinante.

—Dímelo a mí —Sonrío al verlo admirando el fuego—. También es el epicentro de otras leyendas: como una en la que mi bisabuela la utilizó para rezar cuando una de sus hijas cayó en cama, víctima de una enfermedad aparentemente terminal. Lo más curioso es que fue precisamente la muchacha quien se creía en su lecho de muerte, la que terminó convirtiéndose en el miembro más longevo de la familia. Se rumora que a la hora de su muerte contaba con aproximadamente ciento ocho años.

—¿En serio?

Él me mira desconfiado y yo sonrío con aire suspicaz.

—Busqué en registros antiquísimos y pude corroborar el dato. Esa es verdaderamente la edad que tenía al morir —Él me mira desconfiado y yo sonrío con aire misterioso—. Oh, también recuerdo otra: una hermana de mi abuelo quedó atascada en una grave depresión después de la irreparable ruptura de su primer matrimonio, que apenas duró un par de meses. Ella rezó día y noche, enclaustrada en su habitación en estricto ayuno y le pidió a la virgen que llenara su camino de amor. Adivina quién acabó casándose otra nueve veces antes de morir.

—Guao, menuda locura —señala mientras intenta controlar su risa—. No puedo concederles credibilidad a esas fantasiosas historias, pero sí admiro la indudable creatividad de tu ascendencia y admito que esta vela tiene un diseño muy particular —Mi prometido la analiza a detalle mientras la hace dar vueltas en su mano—. Un segundo, ¿no te recuerda a la de la película?

—¿Cuál película? —inquiero sin entender su referencia—.

—La que mi hermana nos obligó a ver con ella en el cine. La de la familia Madrigal, ¿ya te acuerdas?

—¿“Encanto”? —Él afirma con su cabeza ante mi acierto—. ¿Estás de chiste, Fer? Te cuento un mito profundamente arraigado en mi familia, ¿y aludes a su parecido con un filme animado de Disney? Eres de lo que no hay.

Finjo molestia cruzando los brazos sobre mi pecho.

—Estoy al tanto, y es una de las incontables razones por las que vamos a casarnos, ¿no es cierto?

Su sonrisa juguetona no tarda en contagiárseme, doy media vuelta para que no pueda verme y evitar perder la seriedad del asunto.

—Eso no te lo puedo negar —acabo confesando al fallar miserablemente en mi intento de permanecer impenetrable—.

Él me abraza desde atrás y los dos volvemos al altar. Estoy a punto de tomar la palabra cuando él se me adelanta.

—¿Puedo hacerlo yo?

—Claro que puedes.

Sonrío mientras Fer ora en voz alta por el día de hoy.

—Oh, ha quedado hermosa.

Alondra me extiende la corona de lirios blancos que acaba de trenzar para mí y la coloco sobre mi cabeza con cuidado para no despeinarme. Sonrío satisfecha hacia mi reflejo; esta vez sí me siento yo.

Llevo el cabello suelto con su apariencia natural (tal como siempre lo imaginé) y las flores le conceden un toque delicado y elegante. Sin contar que el aroma que desprenden es sumamente relajante.

La dulce Romina modela cual princesa su propia tiara elaborada con claveles que van a juego con las florecillas repartidas por su vestido; todas en la habitación aplaudimos admiradas ante semejante muestra de inigualable sofisticación.

—¿Te gusta tu nuevo peinado?

A diferencia de la ocasión pasada, su coposo pelo dorado se encuentra recogido en una única trenza un tanto desordenada. Justamente como dijo al verse, luce el mismo estilo de Elsa, su princesa favorita.

—Me encanta. No quise decir nada la última vez, porque había quedado muy bonito, pero me dio mucho dolor de cabeza.

Y con razón, su cabello estaba tan intrincadamente apretado en aquel minúsculo moño que apenas sé cómo podía pensar bajo tan siniestra tortura.

—Cariño, ¿por qué no me lo dijiste?

Un tierno puchero decora el rostro infantil ante la interrogante de su progenitora.

—Tú lo habías adorado, mami. Además, me pediste que me comportara como una niña grande y las niñas grandes soportan los peinados más extraños.

Mis amigas y yo reímos a coro por las ocurrencias de las más pequeña.

—Pues, las niñas grandes también acompañan a sus madres a esperar la limosina. ¿Nos vamos?

Ella asiente risueña y se lanza a corretear en dirección a la entrada principal.

—Aunque las niñas grandes no se trasladan por los pasillos a la velocidad de atletas olímpicas, ¿eh? —advierte Ingrid, divertida por el visible entusiasmo de Romi—. Les haré saber en cuanto llegue el auto, ¿de acuerdo?

Asiento y le aseguro que estaremos al pendiente antes de marcharse tras su hija.

—Alondra, todavía no te has maquillado —apremia Bianca con urgencia, una vez quedamos solo las tres en la habitación—.

—Y tú aún no te has vestido —le reclamo a lo que ella rueda los ojos—. Nanda, ya te dije que no pasa nada porque lleve la misma ropa. ¡No armes drama! El de la brujería era el tuyo, no le eches la culpa a mi vestido favorito.

—Yo no hablo de eso. Las damas de honor deben ir combinadas, es la tradición, y tu atuendo no tiene nada que ver con el de Alondra.

—Eso es porque yo no soy una dama de honor —explica como si tuviera cinco años e intentara corregirme el orden de las consonantes del abecedario—.

—¿Estás segura? —Me levanto de la silla para buscar un perchero dentro de mi armario—. Porque no creo que esta hermosura opine lo mismo.

Atónita es un eufemismo para la expresión estupefacta que adorna el rostro de Bianca.

—Es… ¿para mí?

—Endeudaste tu tarjeta de crédito por mí, me parece que te lo debía.

Ella aparta la vista de la linda prenda para mirarme a los ojos.

—¿En verdad quieres que sea una de tus damas de honor?

—Por supuesto —Dejo el precioso traje sobre la cama y me acerco a ella para alcanzar sus manos—. Es más, siempre lo he querido y lamento mucho no habértelo propuesto antes. Me sentía bajo las órdenes de Ingrid y…

—Lo entiendo, no me debes ninguna disculpa.

—Claro que sí. Tú, junto a Alondra, has sido un soporte vital para mí desde el momento en que nos conocimos. Has estado ahí, apoyándome, incluso en mis períodos más oscuros, así que lo menos que puedo hacer para demostrarte cuánto significas en mi vida es invitándote a formar parte de mi día especial. Así que, contesta ya: ¿te gustaría ser mi dama de honor?

Ella pasa sus dedos cuidadosamente sobre la sedosa tela y me mira con los ojos cristalizados, repletos de lágrimas no desbordadas.

—Es precioso —murmura embelesada antes de darme un corto abrazo—. Tal vez no lo digo muy a menudo, mas, te quiero mucho Nanda.

—Y yo a ti Bianquita.

—Ahg, odio que me digan Bianquita —susurra con leve enfado en tanto pestañea una y otra vez para alejar el llanto—.

Alondra y yo compartimos una mirada cómplice antes de decir al unísono—: Lo sabemos.

Respiro profundamente y enfrento el largo pasillo que se extiende ante mí, totalmente cubierto con la hermosa alfombra color lila que abraza la cola de mi vestido.

He seguido a mi corazón y declinado cortésmente la oferta del señor Ramón cuando insistió en escoltarme nuevamente en mi caminata al altar. Y debo decirlo: la decisión me ha sentado de fábula.

No miento al confesar que, en esta ocasión, me siento mucho más capaz de afrontarlo sola.

Sostengo con fuerza mi ramo de gardenias y paso lista a los rostros familiares que hoy me acompañan. Le sonrío a mis conocidos más cercanos y comienzo a avanzar en dirección a mi prometido, quien no puede ocultar su ansiedad mientras espera a un lado del sacerdote.

Una paz indescriptible me embarga mientras recorro la pasarela con lentitud y acaricio mi collar nostálgicamente al recaer en el vacío a mi lado.

Un extraño (aunque no por ello desagradable) escalofrío me embarga de pies a cabeza cuando percibo una cálida presión sobre mis hombros. Súbitamente, los colores de los disímiles vitrales esparcidos por el templo lucen más vibrantes que nunca y todo a mi alrededor parece destellar envuelto en un fino manto de rareza celestial.

Un solitario rayo de sol me ilumina y soy apenas consciente de que he llegado a mi destino. Es entonces que logro comprenderlo, y sonrío. Incluso si parece imposible, sé que mis padres han estado conmigo en ese trayecto.

«Yo que pensaba que este día no podría mejorar...»

—Fernando de la Torre Vázquez, ¿quieres recibir a Fernanda Cabral Iglesias como esposa, y prometes serle fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad y, así, amarla y respetarla todos los días de tu vida?

Detecto la gruesa capa de tensión que ensombrece el ambiente general de la capilla una vez es lanzada la esperada pregunta. Fer sonríe con burla y tengo ganas de patearlo porque sé que está haciendo esta dichosa pausa dramática apropósito.

—Te conviene responder correctamente esta vez, Fernandito. —La amenaza de Bianca corta un poco mis nervios—.

—Sí, por supuesto que quiero.

Yo finjo golpearlo en un brazo con mi puño y río junto a él.

—Y tú, Fernanda Cabral Iglesias, ¿deseas recibir a Fernando de la Torre Vázquez, como esposo, prometiendo serle fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad y, así, amarlo todos los días de tu vida?

—En realidad, esta sería la oportunidad ideal para vengarme, —Entrecierro los ojos al mismo tiempo en que pretendo estar meditando al respecto, no obstante, acabo negando con diversión—, pero resulta que yo también quiero.

Él me guiña un ojo con dejo juguetón y el padre se muestra divertido ante el inusual intercambio de votos.

—Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.

—El Señor bendiga estos anillos que van a entregarse el uno al otro en señal de su amor y fidelidad —recita el cura luego de tomar la diminuta caja forrada de terciopelo—.

—Fernanda Cabral, recibe esta alianza, en señal de mi amor y fidelidad a ti. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Sonrío enternecida ante las dulces palabras que encierran este juramento eterno que estamos compartiendo y las repito a la par que deslizo la sortija en su dedo anular:

—Fernando de la Torre, recibe esta alianza, en señal de mi amor y fidelidad a ti. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

—Y así, los declaro marido y…

La autoridad católica se ve interrumpida por el llamado de Romina.

—Padrecito…

—¿Sí, pequeña?

—Antes de terminar, ¿podría preguntar si alguien se opone? Es que así lo hacen en Hollywood.

La mayoría de los presentes ríe o sonríe ante la singular petición de la niña.

—¿Eso te haría feliz?

—Mucho.

—¿Tienen algún inconveniente? Esto no es parte de la misa, sin embargo, puedo hacer una excepción por esta dulzura —Se inclina para darle un corto toque en la nariz a la caprichosa chiquilla que gobierna nuestros corazones, antes de añadir mirándonos—: Si no les molesta, claro está.

—Porfis…

Ella utiliza esos ojos de cachorrito abandonado que ponen de rodillas a cualquier ser con alma y su hermano mayor accede a regañadientes en nombre de ambos.

—Vale.

—Bien, si alguien se opone a esta unión. Que hable ahora o calle para siempre. Era así, ¿no?

—Lo dijo de maravilla.

—Me alegro —masculla el cura graciosamente satisfecho ante el visto bueno de la menor—. Si ese el caso y están todos de acuerdo en que este matrimonio debe llevarse a cabo, entonces…

—Tengo algo que decir.
—La interrupción de Rigoberto causa revuelo y tanto Fer como yo palmeamos nuestras caras pues sabemos lo que viene a continuación. El primogénito De la Torre lo fulmina con la mirada cuando sigue hablando—. Bro, no me mires así. Sabes que tengo que hacerlo. Lo siento Nanda, pero, esta es una broma. Por favor, continúen.

Su madre, que se encuentra precisamente a su izquierda, lo hala del brazo y obliga a sentarse de nuevo.

—Lo siento, padre.

La más impulsiva de mis amigas lanza mi ramo a la cara de mi cuñado y casi todos (excepto Alondra, ella está completamente acostumbrada a sus desatinos) la miramos sorprendidos por el repentino exabrupto.

—Lo lamento, tenía que hacerlo.

El sacerdote, quien parece no terminar de creer semejante escena, carraspea con la intención de recuperar la atención del público y reanudar el casamiento.

—De acuerdo, prosigamos con la ceremonia.

—Y así podemos decir adiós.

Concluye la eucaristía y respondemos a coro:

—Demos gracias al señor.

—Eso quiere decir que, ¿puede mi hermano besar a su novia?

—Por supuesto que puede.

Fer y yo reímos por la adorable actitud de Romina antes de compartir un tierno beso para la audiencia que aplaude enloquecida. Siento mis mejillas colorearse de un leve tono rosa y la vergüenza provoca que me esconda en el pecho de mi ahora esposo.

En un peculiar acontecimiento, Ingrid se aproxima a nosotros con rapidez y me rodea con sus brazos repletos de cariño maternal.

—¡Bienvenida a la familia, Nandita!

Bianca boquea como pez fuera del agua, les echa una mirada a las imágenes sagradas distribuidas por la iglesia y hace la señal de la cruz con novedoso respeto:

—A partir de ahora, empezaré a creer en los milagros.

Rigo, que acaba de llegar a nuestro lado, ríe con soltura a la par de Alondra, atrevimiento que paga al recibir un doloroso pellizco de su madre.

Mi marido solo rueda los ojos a raíz del inaudito cuadro que se desarrolla frente a los dos antes de dirigirlos hacia mí y acariciar mi mejilla con dulzura:

—Te amo, Nanda.

—Te amo, Fer.


Nota de la autora: Chicos, sé que tardé muchísimo, mas, lo prometido es deuda así que: ¡aquí está!

Como ya había anunciado, este es el capítulo final y espero que realmente haya conseguido derretir sus corazones.

Nanda y Fer merecían su boda perfecta y este es el resultado.

Pero sigan atentos, ¿eh? Que aún falta el epílogo antes de poner punto final a esta increíble historia ;)

Lots of love,

Little Butterfly

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