✦•····· 01. Caravanas pernoctantes.

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❛CARAVANAS PERNOCTANTES❜

FEODORA
Otoño. ↲
Pequeño Palacio,
Os Alta, Ravka Occidental.

                           En la oscura madrugada, el día en que el equinoccio de otoño se abre paso y augura la entrada de frías ventiscas que acompañarán a los agricultores al reunir las cosechas, al igual que comienza el cambio de color del follaje esmeralda de los árboles al color cálido del fuego, Feodora sale de un santuario para enfrentarse a lo que podría describirse como una agobiante prueba del terror que la naturaleza expresa, sin recurrir a cuentos tenebrosos o acciones cruentas. De no estar los farolillos de gas a ambos lados del ancho camino de grava, que los sirvientes siempre encienden una hora y media previa al amanecer, la absoluta negrura reinaría en las afueras del Pequeño Palacio.

Rodeado de un espeso bosque boreal y con un solo camino visible que dirige a la edificación principal de Os Alta y hogar de la familia Real, el Gran Palacio, la fachada del antiquísimo refugio a sus espaldas está protegido de ojos indeseables. A veces lo encuentra contraproducente en noches como ésta, ya que la finalidad de intimidar enemigos puede resultar en la intimidación de los grisha adoptados en salvaguarda más recientes; sin embargo, ellos están dormidos en sus recámaras, seguros, cómodos y calientitos, con cada esquina de su habitación iluminada por la chimenea o con lámparas, cuya tulipa forma figuras benignas en las paredes... Con nada que los preocupe hasta que llegue la hora del desayuno y las lecciones se avecinen, esas que buscan hacer emerger el poder por el que fueron rescatados de sus situaciones personales.

Si Feodora tiene suerte, los grisha recién descubiertos habrán sembrado profundo la semilla de sus lecciones y alimentado con fervor la confianza que trabajó con ellos, para que así no lloren su ausencia... Sino es así, reza para que en ese momento ella y la escolta estén lejos de los corazones rotos y atemorizados de los nuevos integrantes, lejos de Os Alta y con suerte en el pueblo vecino, donde tanto Feodora como los niños no tendrán de otra más que atenerse a sus responsabilidades, sin posibilidad de ir corriendo en la búsqueda del otro para obtener consuelo.

Niega para sí, con ojos de águila observando el alrededor como si no hubieran hecho del Pequeño Palacio una fortificación y en cualquier instante una figura fuera a emerger de los bosques, con la amenaza marcada en el rictus. Se queda expectante, la espalda recta y la cabeza mirando atenta en dirección a donde el camino de grava se bifurca en dirección a los establos. Está esperando los carruajes que los llevarán al campamento militar en Kribirsk, al borde de la Sombra, mientras que un selecto grupo de sus grisha están tras la puerta, esperando con somnolencia pero siendo lo bastante orgullosos para camuflarlo haciendo uso de sus nervios, convirtiendo la expresión de modorra en una de temeraria actitud. Nadie sale hasta que ella está segura de que los transportes están en condiciones, sin polizones y con los suficientes guardias provenientes de su propio séquito y del General, los oprichniki.

Cuando los primeros colirrojos comienzan a cantar, Feodora escucha los sonidos de las ruedas de los carruajes, puntuales en su aparición. Una hilera de cinco carros pronto estaciona al frente suyo. Los dos primeros y los dos últimos siendo lavanda grisáceos, diseñados para una cantidad grande de pasajeros, sin blasón distintivo que indique la orden de los grishas que lleva dentro.

El tercer carruaje, por lo contrario, no intenta ser discreto. Es más esbelto, el diseño destinado para facilitar la rapidez, ataviado en negro y cargado de exquisitos detalles en platino, con un distintivo blasón de seda a los costados representando la unión de las dos autoridades máximas del Segundo Ejército, General y Coronel: un sol en eclipse, derramando lágrimas de sangre hiladas en seda blanca y orladas por un brillante color granate.

El chequeo no es extenso y tampoco arduo. Hace incontables inviernos que prescindió de la exposición personal en su objetivo por garantizar la seguridad de sus pupilos. Los oprichniki, en sus uniformes gris oscuro, aguardan fuera de su puesto como cocheros y guardias para estar a la vista de Feodora y no entorpecer la rutina, aunque jamás se escape de su escrutinio nimiedad alguna. Para alguien que no haya visto a la Coronel previo a una salida, podría decir que simplemente barrió con la mirada los transportes, se sacudió las manos y limpió su consciencia de futuros altercados desencadenados por cualquier negligencia aprovechada por los enemigos. Pero eso se debe a que no la conocen; nadie exactamente lo hace.

A nuestro primer par de ojos, sin embargo, no le molesta que unos cuántos sepan que tiene trucos, como distinguir a la perfección el latido de los corazones de sus grisha. Las inmensas puertas detrás de ella se abren cuando da la señal de que está despejado, sin espías del rey metidos en los baúles o con tontos atrevidos parte del personal de la familia real cuya misión, en vez de servir como medio seguro para ganar dinero, radica en asesinar cuántos grisha sean posibles por un sueldo mucho mayor, si es que salen con vida. Nada de eso sucede en su guardia, pero no evita que los intentos persistan.

Los grisha salen en hileras, divididos por las órdenes a las que pertenecen evidenciadas en el color de sus keftas, abrigos de lana reforzada capaz de soportar impactos de bala; siguen al General Kirigan, que se detiene a su lado mientras ellos terminan de bajar para abordar los carruajes. Están angustiados, incluso si no serán ellos los que crucen la Sombra en la misión de reabastecer Ravka Occidental, pues los que abordarán el nuevo prototipo de esquife partieron días atrás al campamento militar.

—Cada carruaje tendrá a dos de ustedes en guardia y los cambios serán después de dos horas... —dice, intuyendo que los grisha con más antigüedad han de mandar para que los nuevos tomen los turnos. Sus ojos chocan con los de Wallace, un talentoso y viejo vendaval, cuya expresión contiene los indicios de un discurso para deslindarse de la responsabilidad—. Mientras tanto, descansen, lo van a necesitar. No quiero a nadie distraído —No sonríe propiamente, pero en su expresión hay algo que los grisha han aprendido a interpretar como una: las comisuras de sus labios se elevan como si fuera a añadir alguna instrucción más, sin embargo, solo la sucede silencio y unas arrugas alrededor de sus ojos, en un gesto más amable a cualquiera demostrado en público.

Los grisha realizan una reverencia antes de abordar los carruajes. Ve a la nueva, Tasya Mezle, trastabillar en la subida junto a su orden y ser ayudada por otra de las nuevas, cuya estatura prominente hace evidente el mal desplante de la más joven de la familia Mezle.

No puede evitar darle una vuelta al pensamiento de que su guardia ha sido actualizada con grisha que, en su mayoría, no tuvieron en su entrenamiento misiones cercanas a las fronteras de Ravka, donde se libran constantes batallas cruentas todos los días. Aunque confía en cada uno de los grisha, tanto en habilidad como en calidad de persona, no confía en que conozcan exactamente la magnitud de poder de sus enemigos, pues por experiencia sabe que la comodidad lleva a subestimar la realidad de que tienen por la espalda a cazadores de grisha fjerdanos o drüskelle, caza recompensas de Shu Han, esclavistas de Kerch, traidores ravkanos... Todos listos para someterlos. Feodora no los culpa, porque no poseen unos grilletes representantes de su vida, acorde en metros al número de sus años en la Tierra, que sirvan solo para recordarles a diario las consecuencias de un simple milagro de la naturaleza.

Cuando el general Kirigan pregunta si está todo listo para partir, en voz que apenas alcanza el volumen de un susurro del viento, ella no profiere respuesta alguna, sin embargo, su mano se extiende hacia él para caminar juntos, solo deteniéndose un instante en el tramo cuando Kirigan decide que Fedyor e Ivan, dos de sus grisha Corporalki predilectos, estarán mejor yendo en el carro con los de su misma Orden de los Vivos y los Muertos. Para Feodora es implícito que desea privacidad.

La puerta se cierra tras ellos en un golpe sordo y el hermetismo de la cabina empuja al General a sentarse al lado de nuestro primer par de ojos, al mismo tiempo que los carruajes comienzan su marcha, lenta al inicio para salir del recinto en Os Alta y, tras un rato, tan rápido como es posible para los caballos sin comprometer la integridad de los trabajadores madrugadores de la ciudad.

La oscuridad rodea al General desde el momento de su nacimiento, pero jamás se ha acostumbrado a ella, no cuando él no la está controlando. Feodora siente la mano de Kirigan sobre la suya, en un gesto tenso, por lo que se aparta por un segundo para invocar una llama de fuego, anaranjada, en el espacio vacío de una lámpara de gas; la llama se va tornando blancuzca conforme un hilo de lo que parece polvo surca el área iluminada por la llama y se integra a ella. El agarre vuelve a ella, más relajado y escucha un suspiro, lánguido pero reconfortado; el truco de las llamas de colores es el truco favorito de todos los que ha conocido, y Kirigan no fue inmune a él.

—Duerme —dice la Coronel.

Es una orden, pero no es necesario que voltee para saber que Kirigan ha negado, aferrándose a permanecer despierto con ella. Ella yergue la espalda, recargando la cabeza sobre la pared acolchada del carruaje, mientras cierra los ojos sin dejar el estado de vigía.

—No piensas bien cuando no descansas —Kirigan ríe ligeramente, depositando un par de besos en su hombro, negando varias veces simulando desechar la idea. Kirigan siempre encuentra divertida la facilidad con que le dice la verdad, la seriedad con la que habla y su rostro imperturbable, que no refleja su cierta preocupación por la impulsividad de un General que, tenso, desborda predicciones de malos desplantes—. Duerme.

—Duerme conmigo.

—Yo sí funciono.

—Eso es imposible —bromea Kirigan, en un tono de voz que no parece reflejar el gozo que siente en el interior—, llevamos los mismos días sin dormir.

—¿Culpa de quién?

—Mía, por supuesto —Por primera vez, Feodora lo voltea a ver. Sus ojos chispean a la luz del fuego y la ve sonreír, un gesto tan espectacular como fugaz, principal razón por la que la llaman descorazonada, solo una de entre tantas cosas que comparten; sonríe con ella, alargando una mano para acariciar su mentón—. Dormiré si duermes conmigo. Te lo ordenaré si es necesario, señora Yo Sí Funciono.

—Te gusta mucho eso de cambiar los nombres, pero estamos solos, ¿Por qué mejor no me lo pides amablemente, Aleksander?

Él sonríe—. Feodora, Feodora, duerme conmigo, ya que insistes tanto en que tome un descanso... Descansa conmigo, porque teniendote a mi lado sé que no he de temer enfrentar los detalles en Kribirsk.

—Dije amable, no falso.

—Todo lo que dije es verdadero y amable. ¿Entonces?

Asiente—. Calla y duerme, te acompañaré.

Si él simula creerle, lo hace bien, se las arregla para ello. El corazón de Aleksander, compañero por una cantidad de años que ha prescindido de contar hace mucho, late rápido, como en una carrera de la cual jamás se aparta para descansar ni de la cual se rinde; solo dormido éste se acompasa, si bien sus sueños de repente lo hacen detenerse y sobresaltar. Una vez está segura de que duerme, ella puede descansar.

No necesita dormir para ello, pernoctar no es lo suyo. Con tener la seguridad de que los suyos descansan, seguros, permite a sus sentidos agudos relajarse, lo suficiente para recargar energías. Inhala y exhala, con los ojos cerrados, tranquila, solo escuchando los corazones de sus grisha, la mayoría en paz al obedecer y decidirse por descansar.

Cuando sus oídos captan un latido fuerte y rápido como el de Aleksander, pero no por sufrir una constante carrera por el derecho a la vida, sino por una ansiedad creciente, sabe que Tasya Mezle ha tomado el papel de vigilante. La chica no es como su madre Yevgeniya, de volátil temperamento y de sentimientos burbujeantes cuando no está trabajando, donde es más que eficiente y centrada, o como su abuela Anastasya, confiada y calma; pero confía en ella. Es eficaz, capaz y con un fuerte sentido del bien; piensa que si tal vez hubiera tardado menos en ir por ella hasta Petrazoi habría evitado que su madre, a veces demasiado dura para tratar a una simple niña, hubiera podido trabajar mejor con ella la confianza.

Porque confianza es lo que necesita ahora, una certeza. No quiere espacio para el error, no después de tanto tiempo trabajando por mecanismos para salvaguardar a sus grisha, como los numerosos prototipos de esquife usados para cruzar la sombra; no puede permitírselo sin sentir que ha fallado.

Y con ello en mente, siente el calor e intensidad del sol que se cuela entre las ventanas negras del carruaje, anunciando el amanecer.

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