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RECUERDOS AZULES

Aegon entendía muchas cosas, podía entender que las miradas lanzadas a su persona en los pasillos no eran más que miradas juzgadoras, entendía que los susurros a sus espaldas eran acusaciones. Pero a pesar de todo, nada de eso importaba, porque lo más importante era que entendía el por qué tenía dos dragones. Lo entendió después de soñar con Caníbal por quinta vez, el dragón siempre aparecía como una advertencia, como si quisiera decir algo, fue entonces que todo se aclaró. Los dioses habían enviado a Caníbal para que lo protegiera, para asegurarse que siguiera el camino correcto, una especie de guardián, pero Sunfyre estaba vinculado a su alma y por eso no podía rechazar el llamado del dragón. Entender aquello le hizo sentir mejor consigo mismo, después de todo se sentía mal por haber dejado a Aemond sin dragón.

Aunque por esa razón se encontraba en la fosa de dragones tan temprano ese día. Sunfyre estaba comiendo no muy lejos de él y seguramente Caníbal estaba haciendo lo mismo en el patio, Aegon miró al dragón dorado y suspiró girando el anillo de los Arryn en su mano derecha. Dos cuidadores aparecieron por las escaleras que llevaban al lugar de descanso de los dragones cargando una incubadora, el joven príncipe se acercó cuando la dejaron sobre una mesa en medio del domo y la destaparon para dejar ver el huevo que descansaba en su interior. Era uno de los dos huevos que Syrax había puesto, era de un color similar al fuego, naranja con destellos amarillos.

—Que lo lleven a la habitación del Príncipe Aemond—ordenó sin mirar a los hombres—, es una orden de la Princesa Rhaenyra y fue aprobada por el Rey.

Realmente había sido su idea, pero solo sus padres lo sabían.

—Claro, Príncipe—uno de los cuidadores habló cubriendo el huevo nuevamente—. ¿Desea que preparemos a los dragones?

—No, hoy no saldré a volar, gracias.

Ambos cuidadores hicieron una reverencia y él se dio la vuelta para salir al patio, a su espalda Sunfyre se movió para seguirlo. Aegon tenía siete años, pero irradiaba un aura de madurez y elegancia que incluso algunos adultos no alcanzaban a tener, cualquiera que lo viera pensaría que era un adulto atrapado en el cuerpo de un niño. Era cierto, pero nadie tenía porqué saberlo.

Afuera Caníbal estaba terminando su segunda oveja, Aegon puso los ojos en blanco y murmuró algo sobre el dragón teniendo un apetito insaciable, detrás de él Sunfyre dejó salir un gruñido. Sir Criston estaba esperando cerca de la entrada con dos caballos, listo para huir de la presencia de los dragones en cualquier momento. El día estaba relativamente bueno, unas cuantas nubes cubrían el cielo, pero no lo suficiente como para oscurecer el día, el clima estaba perfecto para volar.

—Vayan a volar—ordenó a los dragones. Caníbal gruñó con descontento y Sunfyre alzó el vuelo apenas pudo—. Desobediente.

El dragón avanzó hacía él y lo olfateó antes de empujarlo, tuvo que dar dos pasos hacía atrás para no caer, pero aún así estiró una mano para empujar al dragón.

—Se supone que debes cuidarme, no matarme—Caníbal gruñó en respuesta—. ¿No quieres ir a volar?

El suelo se sacudió bajó los pasos de Caníbal cuando el dragón se movió y Aegon tuvo que quitarse del camino para no ser aplastado, a veces se preguntaba por qué los dioses no habían enviado a Vermithor o Silverwing como niñeros. Incluso Grey Ghost sería mejor que el dragón que le tocó. Pero nunca diría eso en voz alta, realmente se había encariñado con Caníbal.

Sus ojos subieron al cielo justo a tiempo para ver a Caníbal intentar agarrar a Sunfyre con sus garras, un juego que siempre tenían cuando volaban sin su jinete. Él no se preocupaba por ellos, sabía que realmente no iban a matarse, aunque todos los demás si se preocupaban y seguido le preguntaban por qué no se deshacía de uno de sus dragones ya que estos no se llevaban bien. Con eso se referían a que debía deshacerse de Caníbal, pero él nunca dejaría a su fiel acompañante. Apartó la mirada de los dragones y siguió su camino hacía Criston, debía regresar a prepararse para su entrenamiento, aunque aún era muy temprano y se iba a quedar rondando la fortaleza hasta que llegase la hora.

—Mi Príncipe, ¿es seguro que los deje sueltos?—preguntó Criston mirando los dragones alejarse de la fosa.

—Regresaran cuando se cansen, no te preocupes por ellos—sacudió una mano para restarle importancia.

Criston no parecía muy convencido, pero no dijo más nada. Aegon se trepó en su caballo con ayuda del guardia y juntos regresaron a la fortaleza. En el camino el joven Príncipe no dejaba de pensar en lo que estaba por pasar, ahora que su hermano había nacido era cuestión de unas lunas más para que Daeron naciera, la presión era sofocante porque no solo debía ser un buen hermano mayor, también debía ser un buen sobrino y evitar que enviaran a Daeron a Oldtown. El constante recuerdo de la ausencia de Daeron en su vida pasada le abría un hueco en el pecho, su hermano había muerto luchando por alguien a quién no conocía, por alguien que no lo merecía.

Todos sus hermanos habían muerto por su culpa.

Una punzada en el pecho le hizo cerrar los ojos, una de sus manos subió y se apoyó sobre su corazón para tratar de aliviar el dolor. Era normal sentir ese dolor cuando pensaba en su vida pasada, cuando pensaba en cómo habían muerto sus hermanos. Abrió los ojos al escuchar el rugido de Caníbal en la distancia y la tensión en su cuerpo desapareció. Lo primero que vio fue las puertas de la fortaleza que se abrieron apenas se acercaron, después levantó la mirada al cielo y vio al enorme dragón negro aparecer de entre las nubes, lo segundo hizo que una sonrisa apareciera en su rostro. Apartó la mirada cuando el caballo se detuvo y bajó de un salto antes de que alguien pudiera acercarse para ayudarlo.

—Príncipe, la Princesa Helaena estaba preguntando por usted—le avisaron en la puerta—, dijo que lo esperaría en...

—Claro, gracias—le interrumpió con una dulce sonrisa, esa que siempre usaba para ganarse a la gente.

Los pasillos de la fortaleza estaban medio vacíos, cosa que era de esperarse siendo tan temprano, en ese momento Aegon se arrepentía de haberse despertado más temprano de lo normal. Pasó una mano por su cabello para arreglarlo cuando estaba a unos cuantos pasos de su destino y, por si acaso, también arregló su ropa. La puerta de la habitación utilizada para el cuidado de los Príncipes fue abierta para él y adentro se encontraba solamente Helaena, sentada en una silla frente a la mesa llena de comida. Al escuchar la puerta abriéndose la Princesa giró la cabeza para ver quién había llegado, una sonrisa apareció en su rostro al ver a Aegon.

Ver aquella sonrisa dirigida a su persona le causaba conflicto. En su vida pasada había sido cruel con ella, había manchado su nombre y al final fue culpable de su muerte. Por más que tratase de enmendar el daño provocado, nunca lo lograría porque el daño que causó era irreparable. No podía mirar a Helaena sin sentirse culpable, sin sentir que le faltaba el aire, y cuando ella le sonreía o lo llamaba egg sentía su pecho doler. Ella había sido tan inocente, no se merecía nada de lo que él le hizo pasar, se merecía alguien mejor, una vida sin la presión de la corte. Sabía que antes Rhaenyra había querido casarla con Jacaerys, quizás ahora podría hacer que su madre presionara la unión. Dejaría que ambos fueran felices.

Se lo merecían más que él.

—¿Egg?—Helaena lo llamó con la voz suave, sus ojos llenos de preocupación al ver que se había detenido a unos cuantos pasos de la puerta. —¿Estás bien?

—¿Uh? Si, si, estoy bien—sacudió la cabeza y siguió caminando.

Tomó su lugar en la mesa y le agradeció a la doncella que llenó su copa con jugo. Helaena seguía mirándolo, seguramente no le creyó que estaba bien, ni él se hubiera creído. Sin embargo, ella no dijo nada, solo se dedicó a mirarlo como si esperase que él dijera algo. Se quedaron en silencio, algo incómodo, hasta que la puerta fue abierta una vez más y Aemond se asomó. El menor de los tres ignoró por completo la incomodidad y se acercó para tomar su asiento, saludando con la voz baja.

—Tengo hambre—declaró Aegon estirando una mano para agarrar un pedazo de pan.

—Debemos hacer una oración primero—le recordó Aemond.

Ah, claro, ellos seguían la fe de los siete.

Helaena fue quién dijo la oración y Aegon fingió rezar para complacer a sus tíos, apenas terminaron procedió a comer porque si tenía hambre. Siempre desayunaba con sus padres, pero una vez cada luna tomaba su desayuno con Helaena y Aemond, aquella tradición la había comenzado su madre para que mantuvieran las buenas relaciones. Él no se quejó porque eso le daba excusas para seguir con su plan de fortalecer los lazos familiares.

—¿Qué harás hoy?—preguntó Helaena a nadie en específico.

—Entrenare, creo que hay una reunión del concejo y luego pasaré la tarde con Jace—respondió Aegon encogiéndose de hombros.

—Debo estudiar—fue la respuesta corta de Aemond.

Aegon puso los ojos en blanco, claro que iba a estudiar cómo el niño bueno que era. Sabía que lo hacía para complacer a su madre que lo obligaba a estudiar hasta que ya no diera más, claramente quería que fuera superará los logros que Aegon alcanzó a esa edad, aún si era absurdo porque él solo alcanzó esos logros gracias a sus recuerdos y su mente avanzada. Ningún niño normal pudiera haber logrado todo lo que él logró.

Se llevó una uva a la boca y miró al menor de los tres notando que estaba vestido de verde. El color le hizo arrugar la nariz con desagrado, como odiaba ese color, el verde representaba todo su sufrimiento y sus pecados. Cada vez que lo veía escuchaba el llanto de Alicent, sus gritos, sentía los golpes, veía las miradas llenas de desprecio, de odio, de disgusto. Apretó sus manos tratando de matar aquellos recuerdos, de mantenerse en el presente, pero le era imposible ignorarlos. Se levantó de la mesa cuando comenzó a sentir que la respiración se le atascaba en la garganta, Helaena y Aemond lo miraron con ojos curiosos cuando se alejó de la mesa.

—Debo irme.

Sin esperar respuesta se alejó hacía la puerta. Tenía la respiración acelerada y las manos le temblaban para cuando salió de la habitación, Criston lo miró con el entrecejo fruncido y se inclinó para preguntarle si estaba bien, pero antes de que pudiera abrir la boca Aegon ya había comenzado a correr por el pasillo. El hombre frunció el entrecejo y lo siguió con pasos rápidos, ya sabía a dónde iba así que no había problema.

Aegon empujó la puerta de la habitación de sus padres con fuerza, la sensación de estar siendo quemado con vida esparciéndose en su cuerpo con cada respiración que tomaba. En la habitación estaban sus padres, sentados en la mesa tomando el desayuno, ambos se sobresaltaron al escuchar como abrían la puerta. El joven príncipe los ignoró y corrió hacía la cama dónde se lanzó para ocultarse bajo las sábanas, buscando refugió de los recuerdos que lo atormentaban. Casi no podía respirar y todo su cuerpo estaba temblando, casi retorciéndose, con la sensación fantasma del fuego consumiendolo.

Rhaenyra fue la primera en llegar a la cama, su rostro lleno de preocupación, con cuidado tiró de la sábana que cubría a su hijo y su corazón se encogió al ver su rostro lleno de lágrimas. Laenor le dio la vuelta a la cama y se trepó por el otro lado, el Heredero de Driftmark no dudó ni un segundo en agarrar el cuerpo de su hijo y moverlo hasta que estuvo descansando en su regazo.

—Aegon—Laenor lo llamó, apretandolo con fuerza cuando comenzó a removerse—. Shh, está bien, estamos aquí.

—¿Está enfermo?—Rhaenyra preguntó con preocupación.

—Está muy caliente—Laenor se levantó cargando a Aegon—, no podemos esperar a que llamen al maester.

Rhaenyra se apresuró a seguir a su esposo cuando se precipitó hacía la puerta. La Princesa ignoró a todos los que se cruzaban en su camino, no le importaba estar perdiendo cara frente a la corte, no cuando su hijo seguía temblando y llorando sin consuelo. El camino a la sala del maester se le hizo demasiado largo, con cada paso que daba se sentía más lejos del lugar, como si estuviera estancada en el comienzo.

Aegon sentía que se estaba moviendo, pero no sabía si era producto de estar atrapado en sus recuerdos o realmente estaba siendo movido. Sea como sea, el movimiento le revolvió el estómago y el olor a carne quemada que lo estaba atacando no ayudaba, quería regresar su desayuno y lo haría si no lograba recuperar el control de su cuerpo. Sin embargo, no podía recuperar el control, cada vez que intentaba abrir los ojos solo podía ver fuego y sangre. Necesitaba ver a Caníbal, él lo ayudaría a salir de ese estado, pero no podía luchar para llegar a él, no era lo suficientemente fuerte como para vencer los fantasmas de su pasado.

Era patético.

Los dioses debieron enviar a alguien más fuerte que él. Rhaenyra hubiera hecho un mejor trabajo, Jacaerys, Lucerys, incluso Helaena, cualquiera de ellos era más fuerte que él. Él solo empeoró las cosas. No podía lograr que Alicent dejará la guerra que tenía con Rhaenyra, no podía eliminar a Otto del tablero de una vez por todas, ¿por qué los dioses confiaron aquella tarea a alguien que no era capaz? Debieron dejarlo morir, dejar que se pudriera en los siete infiernos por toda la eternidad. No merecía esa segunda oportunidad, no era digno, estaba lejos de serlo.

Fue el responsable de la muerte de su familia, solo por el simple hecho de haber nacido los condenó a todos, y ni siquiera se arrepintió, no hasta que se vio cara a cara con el extraño. Se arrepintió cuando murió, como un cobarde, envenenado por sus propios seguidores, tal como la rata que era. Y eso había sido más de lo que se merecía porque, por los dioses, se merecía una muerte peor que esa. Al menos Rhaenyra había muerto con la cabeza en alto, con gente llorando su muerte, pero estaba seguro que nadie lloró la suya, lo más seguro es que la hubieran celebrado.

Laenor irrumpió en la habitación del maester que, apenas lo vio ingresar con un Aegon casi inconsciente, se apresuró a buscar medicinas y libros para atenderlo. Con cuidado el cuerpo del Príncipe fue puesto sobre la mesa de madera en medio de la habitación dónde Laenor tuvo que sostenerlo con fuerza por los hombros para que no se moviera. Rhaenyra se apoyó en la pared junto a la puerta dejando que Harwin y Criston ingresaran para ayudar a Laenor. Cada guardia sostuvo una pierna y un brazo del Príncipe mientras el maester se movía a su alrededor tratando de revisar que no estuviera herido. Apenas se aseguro que no estaba herido, procedió a quitar las ropas que cubrían al Príncipe para poder poner trapos húmedos en su cuerpo, buscando aliviar la fiebre.

—Debemos ponerlo en agua fría—declaró el maester moviéndose para pedir que les llevasen agua cuanto antes.

—¿Qué le pasa?—Rhaenyra preguntó al hombre, alejándose de la pared para avanzar hacía su hijo.

—Es la fiebre, Princesa, debemos bajarla cuanto antes—respondió el hombre revisando sus frascos—. ¿Desde cuándo tiene fiebre?

—El Príncipe estaba bien cuando fuimos a la fosa temprano—comentó Criston mirando a la Princesa—, solo se pudo agitado cuando terminó su desayuno con la Princesa Helaena y el Príncipe Aemond.

—Veneno—murmuró el maester detrás de ellos—. Debemos poner una alerta, Princesa, puede que el Príncipe haya sido envenenado.

Aquellas palabras desataron el caos en la fortaleza. El maester sumergió a Aegon en una bañera de agua después de forzarlo a tomar un antídoto que funcionaba con casi todos los venenos conocidos en los siete reinos, y Criston tuvo que ir a avisar al Rey lo que estaba pasando. La fortaleza cerró sus puerta de inmediato y minutos después la ciudad lo hizo, alertando a las personas que intentaban seguir con su día como de costumbre. La Reina fue avisada y a pesar de que sus hijos no presentaban síntomas los llevó con el maester que les dió el visto bueno al no encontrar nada extraño.

Tuvieron que cambiar el agua de la bañera de Aegon unas cinco veces antes de que la fiebre comenzara a bajar. Rhaenyra y Laenor se mantuvieron a su lado todo el tiempo, asegurándose que siguiera respirando aún si lo hacía con dificultad. El personal de la cocina había sido llevado a la sala del trono apenas se enteraron del suceso y fueron interrogados, amenazados, por el mismo Rey que lucía iracundo con la noticia del estado de su nieto. Desde la derecha de su hijo, con lágrimas cayendo por sus mejillas, Rhaenyra ordenó que se interrogará a todos los habitantes de la fortaleza, incluyendo a la propia Alicent.

Ya habían movido a Aegon a la habitación de sus padres cuando Daemon, Laena y Rhaenys llegaron a la ciudad, el sol estaba comenzando a ocultarse y el joven Príncipe aún no despertaba. La fiebre había bajado, pero aún seguía presente. Laenor había dejado a su esposa para ir personalmente a interrogar a sus principales sospechosos, el Heredero de Driftmark estaba lleno de ira y deseo de matar a alguien, específicamente al culpable del dolor de su hijo.

—Rhaenyra—Laena ingresó en la habitación con el rostro lleno de preocupación—, por los dioses.

—Laena, gracias por venir—Rhaenyra la recibió con un abrazo—. Todavía no despierta...no sabemos...oh, Laena.

—Shh, está bien, Aegon es fuerte—los ojos de Laena fueron hacía su sobrino que aún respiraba con dificultad—. Todo estará bien, tenlo por seguro.

Mientras Laena consolaba a Rhaenyra, en la sala del trono los guardias arrastraban el cuerpo sin vida de la primera víctima del Príncipe Canalla. Daemon limpió la hoja de Dark Sister con un pañuelo y miró a los hombres que se mantenían de rodillas frente a él, hombres que estaban acabando con su paciencia. Laenor estaba de pie a su lado, con las manos manchadas de sangre por haber golpeado al hombre antes de que Daemon decidiera acabar con su vida.

—Un Príncipe fue envenenado—Rhaenys alzó la voz desde su lugar a los pies del trono—, no cualquier Príncipe, si no el primogénito de la Heredera. Su futuro Rey. —La Princesa pasó la mirada por todos los presentes.

—¡Majestad!—Sir Erryk ingresó a la sala con pasos rápidos. —Los capa doradas atraparon a dos sirvientes de la fortaleza intentando escapar.

—¡Que los traigan!—ordenó el Rey levantándose del trono—¡Que todos salgan!

En segundos la sala del trono se encontró casi vacía, los sospechosos huyeron apenas recibieron la orden, no queriendo estar presentes cuando se ejecuten a los culpables.

—Ejecución pública—Daemon se giró para ver a su hermano—, es lo menos que se merecen.

—Si me disculpan, su Majestad, Príncipe—Lyonel Strong habló llamando la atención de la familia real—. Debemos encontrar el veneno con el que intentaron asesinar al Príncipe, más que una ejecución pública, podemos exponerlos al veneno.

—Su Majestad.

Todos se giraron hacía las puertas dónde Harwin Strong ingresaba con cuatro capas doradas y dos capas blancas, arrastrando a dos sirvientes que lucían golpeados. Laenor los reconoció como los sirvientes que cuidaban el establo, uno de ellos era quién se encargaba personalmente de cuidar el caballo de Aegon. La rabia se esparció por su cuerpo y sin detenerse a pensar con razón se fue contra el hombre que no pudo defenderse. Rhaenys y Viserys intentaron llamarlo, pero Laenor no les hacía caso, estaba cegado por la ira. Con cada golpe que caía sobre el hombre recordaba a su hijo inconsciente.

Se encargaría de hacerlo pagar por eso.

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NOTA:

Disculpen la demora, pero si me siguen tal vez vieron que estoy de hiatus y por eso no he actualizado. Estaba pensando regresar del hiatus, pero estuve muy estresada en estos días y no me daba la cabeza para escribir.

¿Quién creen que está detrás del atentado contra Aegon?

¿Creen que el huevo de Aemond eclosione? Si eclosiona, ¿qué nombre le pondrían al dragón?

Espero que les haya gustado, gracias por leer, lu.

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