Drei

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Un zumbido eléctrico continuo e incesante le ametrallaba la cabeza no dejándola descansar. Primero creyó que era ese ruido lo que le creaba malestar, lo que no la dejaba dormir; pero se equivocaba.

Sus párpados intentaban abrirse, sin embargo restaban pegados. Intentó mover la mano pero su cuerpo no quería cooperar a las órdenes de su cerebro. A medida que recuperaba la sensibilidad en sus extremidades entumecidas, un dolor atroz se apoderó de ella; sentía el estómago revuelto, le reinaban las ganas de vomitar y creía que la cabeza le estallaría.

Intentó incorporarse aunque sin éxito. El cuerpo a penas le respondía, era como si lo único que pudiera sentir fuera dolor. Probó de levantar un brazo y notó como algo se lo impedía. Confundida abrió al fin los ojos para quedar cegada por momentos. Una vez sus pupilas se acostumbraron a esa claridad inesperada, distinguió un fluorescente mugriento y roto por distintos puntos, dejando al descubierto los tubos de esa luz agresivamente fastidiosa. Durante un par de segundos se quedó quieta mirando como una estúpida el plástico agrietado y salpicado de algo oscuro que no alcanzaba a descifrar, pero que le dio mucho asco.

Poco a poco su mente iba despertando y un sentido de alarma crecía en su interior; eso no era su casa.

Estaba recostada sobre algo duro e incómodo. Volvió a intentar levantarse infructuosamente pues algo no la dejaba moverse. Se miró el cuerpo por primera vez: iba vestida con una bata verde de hospital y una serie de cinturones de cuero la tenían atada.

Su pulsación aumentó, no podía respirar.

Para ubicarse giró la cabeza todo lo que la cuerda del cuello le permitía. No llegaba a ver el techo, el fluorescente colgado a pocos metros de ella se lo impedía. Zarandeó su cuerpo y un sonido metálico le permitió saber que estaba encima de una especie de camilla oxidada. Todo a su alrededor tenía la misma imagen inmunda.

Su entorno estaba lleno de máquinas conectadas a ella con múltiples cables. Vio un monitor cardíaco y otros instrumentos que no supo identificar, todos ellos con aspecto sórdido y nauseabundo. Definitivamente eso tampoco era la enfermería de su instituto.

Nada de aquello parecía higiénico y aún menos legal.

El pánico se apoderó de ella. No entendía nada. No sabía dónde estaba. Le dolía todo el cuerpo y quería levantarse. Quería huir de allí.

—¿¡HO...LA?! —su voz sonó ronca. Tenía la boca pastosa con un sabor amargo y al pronunciar esas escasas sílabas le quemó la laringe.

La histeria hizo presencia provocando que se moviera como una demente para tratar de deshacerse de sus ataduras. Lloraba desconsoladamente. Con su desesperada brusquedad causó un chirriante sonido que se perdió detrás de las cortinas sucias que rodeaban esa especie de habitación de hospital donde se hallaba.

En seguida se cansó de moverse. Cada tirón que daba le causaba una punzada en algún lugar de su anatomía. Lloraba y chillaba palabras sin sentido. Intentó hacer memoria sobre qué era lo último que recordaba antes de haber despertado en aquella desastrosa situación, pero le era imposible encontrar pensamientos coherentes.

Entonces, de golpe, escuchó un fuerte estruendo: una puerta de hierro pesada había sido corrida.

—¡AYUDA! —chilló— ¡AYUDA! ¡AQUÍ!

Unos pasos resonaron. Si hubiera estado calmada eso le hubiera denotado que el espacio dónde se encontraba era más grande de lo que creía, pero a penas lloraba y gritaba. El eco de las botas que se aproximaban parecía venir de todas partes, como si en lugar de un solo individuo fueran decenas de ellos.

Descorrieron una de las cortinas y una sombra penetró. Las lágrimas de ella apaciguaron antes de que él entrara en su campo de visión. Pero el recién llegado no hizo caso a sus súplicas ni tenía intención de desatarla. Se acercó a los aparatos y empezó a hacer algo que ella no podía ver.

El individuo era alto, corpulento. Iba vestido con una especie de capelina negra y llevaba una mascarilla extraña, como las de la peste negra de antaño que le daba un aspecto grotesco de pájaro gigante que todavía la asustó más.

—Por favor... —lloraba— Suéltame... por favor...

El individuo se acercó a la camilla. Cuando ella esperaba lo peor, este la liberó del par de cuerdas que le ataban las piernas.

Fue como si su extremidad estuviera esperando la ocasión perfecta para reclamarle la atención; hasta entonces no se había percatado que su pierna izquierda estaba totalmente vendada. Cuando aquel ser la tocó, un suplicio mayor que el sufrido hasta entonces le despertó justo en el inicio del muslo.

Gritó más que antes (si es que eso era posible). El ser le cogió la pierna y se la obligó a doblar como quien ayuda a un convaleciente a recuperarse de una lesión. Aquello le causó un tormento atroz.

Empezó a convulsionar. Quería irse. Quería que eso terminara. Quería a su madre. No entendía qué es lo que estaba pasando ni que le estaba haciendo ni por qué.

Cuando creía que moría, el individuo fue en busca de algo entre su instrumental. Cuando lo encontró regresó a su lado y con sumo cuidado le inyectó una jeringuilla en la parte interior del muslo. El líquido verde oscuro se introdujo en su carne causando más daño.

El individuo encendió una de las máquinas, que empezó a bombear algo. Mientras ella sufría un ataque de ansiedad, ese ser le colocó una mascarilla. Poco a poco dejó de resistirse, las lágrimas se fueron secando, su ritmo cardíaco se calmaba, se le desenfocaba la vista...

No te duermas. Ahora no.

Ese seguía haciendo algo en su pierna, sin embargo ella no sentía nada; aunque le dolía muchísimo y se la notaba al rojo vivo, no percibía lo que el individuo le hacía en esa parte de su cuerpo.

A duras penas pudo fijar la nebulosa vista hacia esos guantes negros de látex que lentamente iban quitando el sucio vendaje, desde el pie hacia arriba.

Se quedó mirando embobada aquella especie de ritual. Había algo en todo aquello que la mantenía en trance.

Primero creyó que sus sentidos la engañaban, pero poco a poco, su pierna iba quedando al descubierto y la luz clara y brillante disipaba toda sospecha:

Resaltando a su piel blanca y pálida, encima del metal frío y lleno de sangre seca, había una pierna negra como el azabache allí donde tendría que haber estado la suya.

Y antes de que el horror le desfigurara las facciones y volviera a perder el conocimiento, vio esos puntos gruesos y torpes que le unían la extremidad a su cuerpo.

Es una pesadilla... Es solo una pesadilla...

Pero no lo era.

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