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—Vale, jovencita, antes de que se preparen para la salida... ¿Te importaría contarme por qué has aparecido por el vestíbulo del hotel con pelos de electroduende y cara de haberte fumado tres porros antes de desayunar?

Bibiana me mira con una sonrisa inocente y los ojos llenos de travesura, revelando sin necesidad de palabras que todo eso tiene un motivo y está deseando contármela. En cuanto la he visto aparecer por los ascensores del hotel, sonriendo como si acabase de tocarle la lotería, me he imaginado lo que hizo ayer por la noche. Mi mejor amiga es incapaz de guardar sus propios secretos y casi se le escapa de camino al circuito en cuanto le he preguntado un par de veces solo para reírme de las ganas que tenía de contármelo todo. No he querido presionarla más porque sé que no habría aguantado más de diez minutos en contármelo con pelos y señales delante del chófer, así que he decidido esperar a estar sentadas a solas en nuestra salita para ver la carrera.

—¡Bueno, vale, te lo dire...! —suspira Bibiana como si llevase insistiéndole tres horas sin descanso. Inmediatamente después, adopta esa misma sonrisa traviesa y se echa un mechón de pelo hacia atrás—. Digamos que, desde ayer, no eres la única que ha montado en un Ferrari.

No tengo que fingir la sorpresa o emoción a pesar de haberlo deducido ya, y mi chillido se une al de Bibiana mientras nos abrazamos. Estaba deseando que Carlos y ella por fin resolvieran esa tensión sexual que cualquiera podría palpar entre ellos.

—¡Lo sabía, te juro que lo sabía! ¡Cuando has aparecido esta mañana con esa cara es lo primero que he pensado! ¡Ya estás contándomelo todo, vamos!

—Pues mira, ayer Carlos me sorprendió llamando a mi puerta por la noche todo bien vestido con un ramo precioso de rosas que casi me caigo de culo al verle —empieza a contar, agarrándome del brazo como si fuese a escaparme—. Resulta que había preparado una cena en el balcón de su propia habitación, lo cual a mí me venía divino porque así, cuando llegase la hora del postre, me lo podía comer directamente...

Bibiana y yo rompemos a reír y me cubro la boca con una mano, sabiendo que, si Carlos estuviera aquí presente, pasaría mucha más vergüenza que mi amiga al relatarme lo que ocurrió anoche con tantos detalles.

—¡¿Y qué pasó después?! O sea, además de montar el Ferrari, ¿hablasteis... algo?

—A ver, justo después de cenar, tenía la boca demasiado ocupada comiéndome todo su postre —explica con una sonrisita pícara—. Tía, Carlos es mucho mejor amante de lo que jamás habría podido imaginar, ¡te lo juro! Perdí la cuenta de todas las veces que me corrí y casi no hemos dormido porque además de hacerlo en todas las posturas imaginables, esta mañana me ha despertado comiéndomelo todo antes de irse. De verdad, si alguna vez pruebo a cualquier otro hombre, me va a parecer un inútil en comparación.

—¡Míralos, ¿pero quién lo iba a decir?! Con lo modosito que es Carlos, jamás me habría imaginado que de puertas para adentro sería tan marrano como tú —bromeo, riendo con ella—. ¿Así que habéis empezado algo? Porque te conozco y sé que no estás dispuesta a dejar escapar a un hombre como él después de ayer.

—La verdad es que no hablamos nada en concreto porque tampoco venía muy a cuento preguntar directamente "oye, ¿entonces somos novios o no?", pero sí que me preguntó si iría al Gran Premio de Gran Bretaña porque quería salir conmigo de nuevo en el futuro. Imagino que eso es un buen primer paso, ¿no?

—¿De verdad me estás preguntando después de horas de sexo duro con Carlos Sainz? ¿Es que eso no te dice nada? —pregunto entre risas al ver a mi pobre amiga genuinamente preocupada.

La expresión de Bibiana se relaja notablemente y vuelve a sonreír al comprender lo que le estoy diciendo.

—Por cierto, hablando de tener cara de recién follada... ¿Cómo es que tú no has aparecido igual que yo? Porque, teniendo en cuenta el numerito que le montaste a Charles ayer, estaba segura de que se vengaría por la noche. ¿Qué pasó?

—Absolutamente nada —murmuro, igual de confusa que ella ante el comportamiento de Charles anoche después de lo ocurrido. Bibiana abre los ojos aún más y yo asiente con vehemencia—. Sí, sí, así me quedé yo también. Después de salir del garaje, Charles hizo como si no pasara nada. Cenamos, vimos un rato la tele y nos fuimos a dormir, sin más. Ni siquiera comentó nada acerca del tema, pero tampoco parecía enfadado. No tengo ni idea de cómo interpretarlo o si tan siquiera debería interpretarlo de alguna manera, porque igual no tiene ninguna importancia y soy yo la que se está comiendo la cabeza, ¿sabes? ¿Tú qué opinas?

Mi mejor amiga arruga el gesto a medida que hablo y cuando termino, empieza a negar con la cabeza, encogiendo los hombros. Pensaba que Bibiana podría ayudarme a interpretar la reacción de Charles, pero parece tan confusa como yo.

—Pues no tampoco tengo ni idea, tía. Por lo que sabía hasta ahora, se ve que Charles tiene un punto de celos que le hace meterse en ese juego de poder contigo, así que pensaba que te devolvería la jugadita de Max en el dormitorio. ¿Tal vez le haya molestado tanto verte así con él que no quiere seguir dando cuerda al tema y zanjarlo aquí?

—Bueno, sí, eso tiene sentido —murmuro, un poco preocupada al pensar en que ayer pude ir demasiado lejos pensando que ambos estábamos jugando—. Sea lo que sea, tengo que hablar con él después de la carrera y pedirle perdón por haberme pasado haciendo lo de Max. Lo último que quería era hacerle daño y creo que fui una estúpida al no pensarlo.

—Tú no te preocupes demasiado, tía, que todo tiene solución. Simplemente tenéis que hablarlo y así sabréis los límites de cada uno —me asegura, antes de escuchar a los comentaristas anunciando el inicio de la vuelta de calentamiento—. Venga, que ahora toca animar a tope.

Los monoplazas apenas tardan unos minutos en colocarse a la salida, preparados para acelerar en cuanto las luces de salida así lo indiquen. Mi parte fan me hace fijarme inconscientemente en el Aston Martin verde de Alonso, que sale quinto, antes de regresar al Ferrari tras el primer Red Bull. Como siempre, mi corazón va subido en el monoplaza rojo, mientras que mi cabeza sigue comportándose como la alonsista que siempre he sido.

—¡Y... da comienzo el Gran Premio de Austria! —anuncia el comentarista a través de los altavoces y veo a todos los coches saliendo como una bala—. ¡Vaya, parece que Leclerc está yendo directamente al cuello de Verstappen con su lado más agresivo! ¡El holandés se defiende bien y mantiene su posición, pero Charles Leclerc está al acecho para lanzarse a cualquier hueco que vea!

La agresividad que describe no es ni de lejos acorde con el verdadero nivel que hay sobre el asfalto. Charles está manejando su Ferrari como nunca le he visto, dispuesto a pelear como sea y con quién sea, y Max parece centrado en evitarlo. A pesar de que hay veinte pilotos peleando entre ellos, parece que solo existen ellos dos, negro contra rojo, la fuerza imparable contra el objeto inamovible.

Y tal vez sea conjeturar demasiado, pero es como si volviéramos a estar los tres en el garaje de Red Bull, con las manos de Verstappen acariciando mi culo mientras Charles y yo nos retamos con la mirada.

—Max, Max —se escucha la radio de Red Bull—, tienes a Charles a menos de un segundo. ¿Estás pendiente?

—Sí, sí, tranquilos. Esto es cosa de dos.

La críptica respuesta de Max deja a los mecánicos, comentaristas y al público completamente confusos, pero Bibiana y yo nos miramos como si estuviéramos en clase y el profesor nos acabara de pillar en medio de una travesura. Cuando abro la boca para mencionar algo sobre el tema, escucho que los mecánicos de Ferrari van a hablar por radio y guardo silencio de nuevo.

—Charles, ten cuidado, vas a rozarle.

—No, tranquilos. Lo tenemos controlado —responde Charles, zanjando la conversación.

—¿Pero qué pretenden estos dos? —balbuceo preocupada, aunque ninguno de los dos parecía especialmente enfadado con el otro, sobre todo teniendo en cuenta la complicidad que se deducía en sus comentarios—. No parecen enfadados, es más bien como si estuvieran... ¿jugando?

—Sí, jugando en coches a más de trescientos kilómetros por hora en los que un solo roce puede llevarlos a fusionarse con el muro más cercano.

—¡No digas eso ni en broma, que ya estoy lo suficientemente histérica! —chillo, juntando las manos como si rezara a cualquier Dios existente que pudiera escucharme.

Las setenta y una vueltas se me pasan dolorosamente lentas mientras observo cómo Charles adelanta a Max y viceversa continuamente, llevando su propia carrera paralela. De vez en cuando, Hamilton pasa de su tercera posición a la segunda, pero está claro que Leclerc y Verstappen están librando su batalla personal. El público ruge con furor al presenciarlo, animando a uno y a otro, pero yo lo vivo multiplicado por mil, tanto que, cuando Max Verstappen cruza la línea de meta con Charles Leclerc a la cola, mi cuerpo está tan tenso que duele.

Bibiana y yo nos miramos, dejando ir parte de esa tensión, antes de correr al exterior sin necesidad de mediar palabra. Necesito ver a Charles, saber qué se le pasa por la cabeza y por qué ha reaccionado de la última forma que me esperaría. Necesito verle ya, pero pronto veo que es aún más imposible que de costumbre. Hay tanta prensa, aficionados y miembros de los equipos celebrando el apretado resultado que apenas consigo ver el rostro sudado de Charles cuando se quita el casco y empieza a recibir vítores. Le veo buscar algo o a alguien con la mirada, tal vez a mí, pero no es capaz de lograrlo antes de que le arrastren al podio.

A codazos, consigo abrirme camino hasta la zona Ferrari, donde me reconocen y por fin puedo mantenerme de pie sin ser empujada o apretujada. En primer lugar, veo a Hamilton tomando la posición del tercero, seguido de Charles, que sonríe al público de esa forma absolutamente encantadora. Sin embargo, cuando su mirada se encuentra con la mía, su expresión se torna oscura durante el breve segundo en el que nos miramos, antes de seguir saludando como si nada.

El himno de Países Bajos empieza a resonar y Max aparece para tomar el lugar del vencedor. La entrega de trofeos sucede ante mi de forma borrosa mientras trato de que Charles me mire de nuevo para comprobar que no me he imaginado esa promesa oscura tras sus ojos. Entonces, los tres cogen su respectiva botella de champán y antes de abrirla, Charles y Max brindan con las suyas, girando la cabeza a la vez para mirarme fijamente.

Y mientras alzan las botellas en mi dirección, me observan con esa misma promesa oscura oculta tras los ojos.

—¿Qué crees que significaron esas miradas?

Bibiana me observa con curiosidad y confusión, incluso más que desde ayer, lo cual ya es decir. Sin embargo, yo solo puedo encogerme de hombros mientras entramos juntas al hotel, entendiendo la situación tan poco como ella. Si la actitud de Charles hasta esta mañana me había descolocado, lo ocurrido con Max en el podio me ha terminado de dejar fuera de juego.

—No tengo ni idea y se ve que ahora tampoco voy a poder descubrirlo porque Charles llegará más tarde. Tiene que hacer una rueda de prensa con Verstappen y Hamilton, pero en cuanto termine, seguro que descubriré de qué va todo esto.

—Cuéntamelo todo en cuanto sepas algo, ¿vale? Estoy literalmente al borde de morirme de curiosidad —me dice mirándome fijamente a los ojos con toda la seriedad del mundo hasta que asiento con firmeza—. Hablamos luego, tía.

Bibiana me da un beso en la mejilla y camina hacia su habitación, en dirección opuesta a la mía. Cuando llego a la puerta de la suite que comparto con Charles, abro y camino al interior, acercando la mano al interruptor para encender la luz, pero una mano me agarra de la muñeca antes de que pueda hacerlo. Un pequeño grito escapa de mis labios y estoy a punto de chillar pidiendo ayuda hasta que siento un cuerpo frente al mío y unos labios acercándose a mi oído.

—¿De verdad pensabas que todo quedaría así después del jueguecito que hiciste ayer, ma chérie? ¿Que iba a permitir que otro tío tocase un culo que me pertenece y no hacer nada?

La voz de Charles suena más grave por la lujuria que encierra y enciende al instante todo mi cuerpo, haciendo que me cueste respirar con normalidad. Sus manos empiezan a acariciar mi cintura y aunque estamos a oscuras, siento cómo se acerca a mí hasta que nuestros labios quedan a apenas unos milímetros.

—Yo... —suspiro, tratando de encontrar las palabras entre el ardiente lío en el que se han convertido mis pensamientos—. N-nada de lo de ayer iba en serio, solo quería jugar con Max...

—Ah, ma chérie, empezaste el juego, pero no lo terminaste. Si querías jugar con Max...

La voz de Charles se extingue contra mis labios y si no fuese porque sus manos ahora están en mis mejillas, estoy segura de que me fallarían las piernas. De repente, siento otro par de manos acariciando mis caderas desde mi espalda, haciéndome soltar un grito ahogado.

—Entonces juguemos —susurra otra voz en mi oreja e identifico el particular acento de Max.

Antes de que pueda procesar lo que está pasando, siento los labios de Charles posando besos húmedos por mi mandíbula, enterrando una de sus manos entre mi pelo. No tarda en volver a mi oído y deja un beso bajo este antes de susurrar:

—¿O es que realmente no querías jugar ayer?

La forma en la que formula la pregunta y el hecho de que Max aún no me ha tocado más allá de la cintura me da a entender que es una forma de preguntarme silenciosamente si estoy dispuesta y quiero hacer esto. El solo hecho de pensarlo me enciende todavía más y mi ropa interior se humedece.

—Yo sabía perfectamente lo que estaba haciendo —susurro entrecortadamente, lo cual es una respuesta afirmativa implícita a su pregunta.

Al escucharme, los dos chicos dejan escapar unas risas llenas de lujuria y los labios de Charles encuentran los míos en la oscuridad, dándome un beso apasionado. Sus manos empiezan a acariciar mi cuerpo, levantándome la camiseta hasta deshacerse de ella mientras siento cómo Max recorre la curva de mi cuello con su boca. Perdida en el húmedo beso con Charles, siento que ambos empiezan a guiarme hasta que quedo sentada en la cama. Sus figuras se pueden adivinar ante mí a pesar de la oscuridad; Charles a mi izquierda y Max a mi derecha, y mi respiración se entrecorta al tenerles tan cerca.

—Ayer dijiste que te da igual quién gane o pierda —murmura Charles, y siento su mano en mi mejilla, rozando mis labios bruscamente con su pulgar—. Así que supongo que no disfrutaste nada cuando te acercaste a Max y que me habré imaginado cómo nos mirabas en el podio... ¿Me equivoco?

—A mí no me atraen más los ganadores y menos los que se pelean por mí. Me parece muy inmaduro y absurdo.

Mi temblorosa respuesta es recibida por sus risas y la figura a mi derecha se acerca a mí, deshaciéndose de la camiseta con un movimiento rápido. Apenas hay luz en la habitación y solo puedo adivinar sus movimientos por mucho que me esfuerce, pero entonces Max me coloca la prenda alrededor de la cabeza, cubriendo mis ojos por completo.

En la oscuridad absoluta, unos labios que nunca había probado se encuentran con los míos y un cuerpo se coloca sobre mí hasta que quedo tumbada sobre la cama, haciendo todo lo posible por deleitarme con esta nueva boca. Justo cuando empezaba a sentir más calor, los labios de Max se separan de los míos, haciéndome soltar un gemido de protesta.

—¿Qué pasa, preciosa? Pensaba que no te gustaban los ganadores.

—Y-y no me gustan... —suspiro, rehusándome a darles la razón.

—¿No? Vamos a ver...

De repente, su boca empieza a marca mi cuello, descendiendo por mis pechos y entreteniéndose en estos. Con un sencillo movimiento, me desabrocha el sujetador y atrapa uno de mis pezones con su boca, haciéndome gemir de pura necesidad. Cuando su boca continúa el camino por mi estómago, otros labios encuentran mis pechos y se aseguran de mantenerlos ocupados, liberando más gemidos de mi interior.

Casi no soy consciente de cómo Max me baja los pantalones cortos, pero cuando empieza a chupar mi sexo sobre mi tanga, la necesidad impregna los suaves ruidos que salen de mí. Alguien enciende una luz, aunque la tela sigue bloqueando mi visión.

—Mira, Charles. Para no gustarle los ganadores, está completamente empapada solo por unos besos.

—¿Ya? Pero si solo acabamos de empezar... ¿Tanto te gusta tener a los dos vencedores de hoy solo para ti, ma chérie? —No sé cómo soy capaz de negar con la cabeza, aunque la forma en la que abro las piernas revelan mis verdaderos deseos, haciéndoles reír de nuevo—. Tranquila, esta noche somos todo tuyos. Demuéstraselo, Max.

Por toda respuesta, el aludido se deshace de mi tanga y pronto siento su lengua acariciando mi parte más sensible, la que termina por hacer que me deshaga en gemidos. La boca de Charles regresa a mi pezón mientras sus manos se ocupan de que cada milímetro de mis pechos esté bien atendido. Max abre mis piernas los máximo posible y las mantiene así con las manos, haciendo maravillas con su lengua. La combinación de ambas sensaciones me hace perder la cabeza e imagino lo sexys que deben de verse juntos, dándome placer solamente a mí.

—P-por favor, necesito... L-la venda fuera...

—¿Quieres vernos? —ronronea Charles antes de marcar la piel de mi pecho con su boca—. No sé, no creo que te guste, visto lo visto. ¿Tú qué opinas, Max?

—Si le gustase, yo no tendría problema en que lo viera, pero claro...

La sonrisa malévola que puedo intuir en sus voces me deja claro que quieren ganar este juego, quieren que admita lo mucho que me atraen cuando ganan, cuando pelean entre ellos por mí y, sobre todo, cuando están a punto de follarme juntos.

—N-necesito veros, por favor. Necesito teneros para mí sola, haré lo que sea...

Los labios de Charles encuentran los míos y me pierdo en otro beso húmedo repleto de pasión y lujuria. Cuando se separa, me quita la camiseta de los ojos y veo sus ojos aguamarina oscurecidos por el deseo y su cuerpo perfecto solo cubierto por unos bóxer. Más abajo, Max sigue dándome placer con su boca con el mismo grado de desnudez y el pelo despeinado.

—¿Te gusta lo que ves, ma chérie? —susurra Charles en mi oído, dejando un beso bajo este mientras yo asiento entre gemidos—. Somos todo tuyos, pero tú... Tú recuerda que eres solo mía.

Consigo mantener los ojos abiertos el tiempo necesario para asentir al mirarle, cerrándolos inmediatamente después cuando Max se ocupa de mi clítoris con la boca, llevándome al extremo. Charles me besa una última vez antes de descender por mi cuerpo para unirse a él, colocando una de mis piernas en sus hombros para tener el máximo hueco posible. Entonces, sus bocas empiezan a atenderme juntas y suelto un gemido de puro placer, arqueando la espalda al sentir que veo las estrellas. Mis manos encuentran sus cabezas y se enredan en sus cabelleras, guiándoles hasta que llego a un abrumador y delicioso orgasmo. Sus lenguas no dejan escapar ni una sola gota de mis fluidos y cuando se incorporan, me miran como dos depredadores a su presa.

Ma chérie, creo que, como ganador, Max tiene derecho a algún premio, ¿no crees? —pregunta Charles y aunque sus ojos siguen igual de oscurecidos por el deseo, veo en ellos la seguridad de que ninguno de ellos hará nada que yo no quiera.

La sugerencia me hace incorporarme a mí también y rodeo el cuello del holandés con los brazos, pegando mi cuerpo al suyo. Mis labios, curvados en una sonrisa, rozan los suyos de forma tentadora mientras siento sus manos recorrer todo mi cuerpo.

—Sí, ¿por qué no? —susurro, sintiendo cómo su miembro se endurece contra la parte baja de mi estómago—. Pero, por muy campeón que sea, yo solo obedezco a un hombre.

Me giro para mirar a Charles y me besa el cuello, agarrándome el culo para apretar mi cuerpo contra el suyo. El aludido sonríe, travieso, y cruzamos una mirada de complicidad con la que no hacen falta palabras para entendernos.

—Quiero sentir tu boca —murmura Max, relamiéndose al pensarlo, y yo asiento sin pensarlo dos veces.

—Muy bien, ma chérie. A cuatro, ya. —Obedezco de inmediato y quedo frente a Max con Charles a mi espalda. Este último acaricia mi culo antes de darme una palmada, haciéndome gemir por el deseo—. Abre la boca, princesa. Enséñale lo que sabes hacer.

Asegurándome de mantener las piernas lo suficientemente abiertas, hago lo que dice y veo cómo Max libera su miembro, que no es pequeño precisamente. Abro la boca y le miro con inocencia, haciéndole soltar un quejido de lujuria mientras se prepara. Mis labios rodean la punta y me aseguro de lamer cada milímetro de esta. No tardo en mover la cabeza, atendiendo con la mano a lo que no puedo con la boca y causando que Max me agarre del pelo y deje escapar gemidos de puro placer.

De repente, unos dedos se abren camino en mi interior y suelto un quejido al sentir el placer inesperado. Charles prepara mi entrada hasta que estoy prácticamente chorreando y no tardo en sentir su miembro sustituyendo sus dedos, logrando que más gemidos escapen de mi boca mientras sigo atendiendo a Max. El monegasco agarra mis caderas con ambas manos y acelera el ritmo, entremezclando sus propios gruñidos con nuestros quejidos y gemidos de placer y lujuria.

—Te ves jodidamente sexy, preciosa —gruñe Max, agarrándome con firme suavidad la mejilla para que le mire, lo cual le hace gemir y adentrarse más en mi garganta con cada embestida—. Mierda, si sigues mirándome con esos ojos de niña inocente, me voy a correr en tu boca ya.

—¿Esto es lo que querías ayer? ¿Tener a los dos campeones follándote hasta que no recuerdes ni tu nombre? —pregunta Charles, acompañando sus palabras con otra palmada en mi trasero mientras entra y sale de mí sin piedad.

Las palabras de ambos chicos me encienden más y siento mi segundo orgasmo creciendo en la parte baja de mi estómago. Recorro el miembro de Max con la lengua antes de centrar mis atenciones en la punta, arrancando gemidos de su interior. Sé que está cerca y procuro mantener mis ojos en los suyos, aunque tenga ganas de cerrar los míos y perderme en el placer que me está haciendo sentir Charles.

—Estoy a punto de correrme, nena. ¿Dónde lo quieres? —logra decir Max entre suaves quejidos.

Incapaz de articular alguna palabra con sentido, le miro con la boca abierta y continúo con la mano, cada vez más deprisa, hasta que de su pecho emergen varios gemidos y siento el espeso líquido caer en mi lengua y parte de mi rostro. Max abre los ojos al terminar y me agarra la cara con una mano, abriendo mi boca con el pulgar. Yo me relamo y trago, dejando escapar un gemido sin dejar de mirarle.

En ese instante, una de las manos de Charles encuentra mi clítoris y empieza a acariciarlo rápidamente, llevándome al éxtasis en apenas un suspiro. No tardo en alcanzar mi segundo orgasmo, seguida por Charles, que agarra mis caderas con fuerza mientras se corre en mi interior. Max me observa con lujuria y cuando me dejo caer boca arriba sobre la cama, deliciosamente exhausta, ambos chicos observan cómo el semen de Charles escapa de mi entrada. Suelto un quejido al sentirlo y el monegasco lee en mi expresión lo que quiero.

—Has estado increíble, ma chérie —alaba, pasando un dedo por mi entrada delicadamente para recoger su semen y dejarme probarlo—, pero aún no hemos terminado contigo. No, todavía no...

Antes de que pueda responder, Charles desciende hasta mi entrepierna y su lengua encuentra mi sexo, extremadamente sensible después de lo ocurrido, y suelto un gemido de placer y queja. Mi mano se enreda en el pelo cobrizo de Charles e intento apartar su cabeza, pero ni se inmuta.

Ma chérie —ríe él, alzando los ojos aguamarina para mirarme con lujuria—, ¿es que no sabes lo fuerte que es el cuello de un piloto de Fórmula 1?

Y cuando su lengua vuelve a acariciar mi sobreestimulado sexo, me enciendo al pensar en que ninguno de los dos va a dejarme dormir en toda la noche.

¡Hola, holita!

Antes de nada, os dejo aquí un poco de agua bendita para que os purifiquéis el alma después de este capítulo 💧✝️ 🤭

¿Qué os ha parecido el contraataque de los chicos? 😇

Os leo! ❤️

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