Un visitante inesperado

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

N.d.A: He estado a punto de titularlo "Tres ángeles muy perver y el inicio de una relación incestuosa" pero me he contenido y lo dejo con el título cutre de "Traición". ¿Por qué? Pues porque hay una traición xDD ¿Cuál? Para eso hay que leer chan chaaan.

Me da mucha vergüenza subir este relato, sobretodo porque el principio parece una telenovela, qué cutre puedo llegar a ser :$ pero al final me he decidido porque sino nunca lo voy a publicar. 

Será una historia corta, de hecho iba a ser un one-shot pero me quedó larguísimo por lo que lo subiré por partes que ya tengo escritas. Trata sobre el pasado de unos personajes míos y no he podido resistirme a hacer algunas escenas xD

Pues lo dicho, aunque al principio parezca una telenovela dadle una oportunidad que el universo es muy interesante.

----------

MARZO, 1997

De la bruñida bóveda celestial surgieron un puñado de estrellas que esparcían su tenue luz plateada por toda la vasta estepa. El invierno estaba acabando y la mayoría de las estrellas habían perdido la fuerza de su fulgor blanco. Al llegar la primavera, el firmamento se renovaría y volverían a refulgir con fuerza, la nieve se derretiría y del lodo brotarían nuevas flores y nueva esperanza. Para mí solo indicaba que cada vez perdía más la noción del tiempo, llevaba dos mil años viviendo en la Tierra y nunca había sido especialmente sentimental por lo que el paso de las estaciones apenas me afectaba aunque a veces me quedaba abstraída contemplando el cielo estrellado solo para repetirme una vez más que no echaba nada de menos el Cielo. Todo cuanto quería se encontraba aquí en la Tierra. Raziel, mi líder, estaba en la Tierra y eso era básicamente el motivo por el que yo permanecía aquí también.

Últimamente me había dado por pensar más de la cuenta en Raziel y sabía que eso no estaba bien. Llevaba demasiado tiempo sirviéndole y aguantando sus caprichos, por una vez ahora podía vivir una vida normal, cuidar de mi hija y olvidarme de la guerra civil en la que los ángeles llevábamos dos mil años inmersos.

         Me separé del alféizar y miré el reloj. Ya casi era medianoche por lo que me dirigí a la habitación de Irina, mi hija, para arroparla y comprobar si ya estaba dormida o si se había quedado hasta tarde leyendo o practicando algún movimiento. Aunque solo tenía doce años, Irina era una niña muy madura y ambiciosa, siempre quería saber más y ser la mejor en todo y yo sabía que si se lo proponía podía lograrlo, al fin y al cabo era mi hija, la hija de la lugarteniente del mismísimo Raziel, líder de los ángeles caídos y principal enemigo de Abaddon el Destructor, actual regente en el Cielo.

Me asomé discretamente a través de la puerta de madera pero al ver la luz apagada y la cama vacía recordé que estaba en casa de mi cuñada y que hasta el día siguiente no regresaría. Suspiré. Irina se llevaba demasiado bien con su primo, de hecho era el único amigo que la pobre tenía por lo que la permitía estas cosas. Irina era un djinn y por lo tanto los tatuajes de su cuerpo la delataban así que no podía dejarla salir al exterior, yo la había enseñado todo lo que sabía.

         ¿Qué es un djinn? Los djinn son un tipo de nephilim. La gran traición que Raziel había cometido contra el Cielo consistía en haber concebido hijos con humanas. Cuando un ángel mezclaba su sangre con la de los humanos surgía un nephilim, seres excepcionales con grandes poderes y capacidades mágicas. Para Abaddon y sus seguidores inquisidores, los nephilim no eran más que monstruos, abominaciones que atentaban contra el orden natural y por tanto tenían que exterminarlos. Por eso en la Tierra teníamos que ocultarnos, no podíamos llamar la atención de los inquisidores. Yo llevaba viviendo en Rusia desde el ataque de los alemanes. Raziel nos había enviado a mi compañero de patrulla Golab y a mí a Rusia a ayudar a detener la espiral sangrienta. Cuando la guerra acabó, alargamos nuestra estancia,  conocimos a la familia Zaitsev y Golab se acabó enamorando de Svetlana y yo me encapriché de su hermano Roman, un artista con mala suerte. Golab me convenció para que me quedara y fundara una familia, él pensaba que la experiencia de ser madre me sentaría bien. Si eso me lo hubiese propuesto siglos atrás me habría reído en su cara. Yo, la rebelde y problemática Duma  cambiando pañales y cuidando de mocosos… pero lo cierto es que Irina era mi gran orgullo. La vida en Rusia durante esta época no resultaba fácil en absoluto pero teníamos personas a las que ayudar y debido a la prohibición de la Unión Soviética sobre la religión, era uno de los países más libres de ángeles inquisidores. Ahora que la URSS había caído y se había vuelto a aprobar la Iglesia Ortodoxa, la religión estaba recuperando su auge y pronto Rusia dejaría de ser un lugar seguro pero por el momento no tenía miedo.

        

De pronto llamaron a la puerta. No pude evitar ponerme en sobrealerta. ¿A estas horas? Vivíamos en una encantadora dacha bastante alejados de la sociedad y tan adentrada la noche, en pleno invierno con el frío que hacía y los peligros de la calle nadie salía al exterior. Invoqué mi alabarda por si se trataba de un inquisidor, lo liquidaría rápido, y eché un vistazo por la mirilla. Dos intensos ojos azules me devolvían la mirada bajo el aire gélido que removía sus atezados cabellos.

         ―¡Urian! –exclamé sorprendida abriendo la puerta al instante. Él era otro de nuestros compañeros y hacía muchos años que no le veía, aparentemente seguía siendo el mismo de siempre.

         ―Lugarteniente –proclamó agachando la cabeza en señal de una reverencia formal.

         ―Déjate de formalismos, somos camaradas –repliqué, por una vez comprendí lo que sentía Raziel cada vez que yo hacía lo mismo.

Urian alzó la cabeza mostrando una media sonrisa de las suyas. Su mirada se posó en mi alabarda y enarcó una ceja.

         ―¿Así es como pensabas recibirme, Duma? Tan intensa como siempre.

         ―Toda precaución es poca y lo sabes –hice desaparecer mi arma, contra él no la necesitaría―. Pasa adentro, te debes de estar congelando.

         Urian accedió agradecido mientras se frotaba las manos ya en el interior y las caldeaba con su vaho.

         ―Espero no ser un inconveniente, no quiero molestar a tu familia―habló en voz baja.

         ―No te preocupes, estoy sola.

         ―¿Y tu marido y tu hija? –preguntó muy sorprendido.

         ―Irina está en casa de sus tíos y mi marido no suele venir hasta muy tarde –aunque traté de decirlo como si nada, al Caído no le pasó desapercibido cierta amargura en mi tono de voz. Me lanzó una profunda mirada significativa.

         ―¿No te va bien tu matrimonio?

         Sin responder, me dirigí al armario en el que Roman guardaba las mejores botellas y escogí una de vodka de las más caras. Le serví un vaso a Urian en silencio hasta que al fin  decidí responder:

         ―Con Roman no muy bien la verdad, pero soy feliz como nunca lo he sido― me senté en una de las cuatro sillas que rodeaban una mesa de madera y le indiqué a él también que me imitara―. De todas formas es por las costumbres de la gente de aquí. Se quedan hasta muy tarde trabajando y después se van a beber. Cosas de rusos –sonreí un poco para quitarle hierro―. Cuanto más aguantas bebiendo, más te respetan.

         ―¿Y tu marido es respetado?

―No mucho, pero no me casé con él por su resistencia al alcohol.

Urian contempló el vaso que le tendí y pegó un largo trago.

―Sigo prefiriendo el whisky irlandés –bromeó. De pronto su semblante se volvió serio y buscó con sus ojos los míos―. Me alegro de que seas feliz, eso es lo que más me alegra en el mundo aunque odio a tu marido por no tratarte como te mereces.

―¿Acaso crees que tú habrías podido hacerme más feliz? –no pude evitar preguntar.

―No lo creo, lo sé –proclamó sin apartar su intensa mirada.

A pesar del tiempo que llevábamos sin vernos y de las veces que lo había rechazado, Urian seguía amándome al igual que yo no podía dejar de amar a Raziel.

―Sigues siendo tan pretencioso como siempre, Urian el Infame –esta vez fui yo la que pegó un trago directamente de la botella―. De todas formas guárdate tu odio para Abaddon y sus perros mojigatos. Se odia a la gente poderosa, no a humanos miserables como Roman.

―Y tú sigues siendo también la misma mujer loca y fuerte de siempre. Sé muy bien para quién debo guardarme mi odio.

El alcohol le había dotado de cierto brillo febril a su mirada. Mirar a los ojos a Urian no era fácil, tenían una oscuridad que trataba de disimular pero no se olvida así como así el terror de las torturas que Abaddon puede infringir. Y Urian había sido torturado por mucho tiempo hasta que finalmente lo desterraron a la Tierra. Fui yo quien lo encontré irreconocible por las heridas y destrozado aún más por dentro y yo misma le curé y le ayudé a recuperarse y más tarde le incluí en el grupo principal junto a Raziel, Golab y yo. Para cuando quise darme cuenta ya era demasiado tarde, él ya se había enamorado de mí y no había nada que hacer al respecto, así de testarudos éramos los ángeles.

―¿Tus pesadillas han mejorado? –le pregunté en un tono más íntimo.

Solo yo y bueno, las mujeres con las que había compartido lecho a lo largo de los setecientos años que llevaba en la Tierra sabíamos de su miedo a dormir y a rememorar todo el terror. Mi poder consistía en poder controlar los sueños de la gente y le había ayudado con ello cuando me era posible, pero llevábamos mucho tiempo sin vernos.

Una sonrisa amarga le confirió un aspecto siniestro por unos instantes.

―No finjas que te preocupas por mí. Al fin y al cabo Golab y tú nos dejasteis para poder vivir una vida feliz.

―Urian…

―Está bien Duma, era vuestro turno. Yo ya he tenido suficientes matrimonios y Raziel se lo buscó.

No pude evitar reír al recordar el incidente del matrimonio de Urian. Era una vieja historia pero todavía me causaba gracia. Sucedió hacía mucho, allá por el final de la Edad Media. Raziel se encaprichó con la mujer más hermosa y codiciada de un pueblo pero esa mujer resultó ser un…transexual. Cuando Raziel se enteró se le pasó la obsesión de golpe pero el honor de la chica ya había quedado dañado así que la acabó desposando con Urian. Raziel nunca había tragado del todo a Urian, según Golab por celos pero eso no tenía sentido para mí. Ni Raziel me quería ni yo quería a Urian más allá de como un buen amigo aunque en realidad los amigos eran lo más importante para nosotros los ángeles que existíamos desde los confines del tiempo.

―Nos vengaremos, Urian. Ese cabrón de Abaddon lo pagará.

Urian tardó en responder, algo de lo que había dicho parecía haberle afectado.

―Nunca te lo he contado, ¿verdad?

―¿De qué me hablas? –pregunté.

―De por qué Abaddon me torturó.

―¿Por ser un depravado? –sonreí. Todos conocíamos las historias de Urian el Infame.

Él también sonrió para sí mismo. Sus ojos volvieron a chispear.

―Todo eso de la fornicación y demás se lo inventaron Abaddon y sus arcángeles―confesó.

―¿Entonces? ¿Qué hiciste para que te torturara de esa forma? –un leve escalofrío me sacudió la espina dorsal al recordar el estado en el que le encontré.

Antes de contestar, fue a servirse otro vaso pero para su sorpresa ya casi nos habíamos terminado la botella. Resignado, volvió a fijar su atención en mí.

―Te defendí―. Sus palabras reverberaron en la cálida oscuridad en que nos veíamos envueltos. Urian, Uriel antes de caer,  siempre me había defendido de las falsas acusaciones que los arcángeles solían inventarse contra mí antes de la Traición de Raziel,  aunque apenas nos conocíamos―. Me enteré de la verdad, de por qué te habían acusado de robar la espada Yesleg y del verdadero motivo por el que Raziel te llevó a la Tierra. Al saberlo todo, representaba un peligro para Abaddon y sus planes megalómanos así que decidieron quitarme de en medio –relató bastante tranquilo para lo que estaba contando.

Como ya he dicho, siempre fui bastante problemática y nunca tuve pelos en la lengua así que los arcángeles me odiaban. El último intento de Abaddon para separarme de Raziel fue el acusarme de haber robado una espada capaz de matar ángeles, algo que yo nunca había hecho. Urian nos había advertido a tiempo de lo que ese maldito Gabriel planeaba aunque al final las cosas se pusieron graves y Raziel tuvo que rescatarme. Cuando supimos toda la verdad, Raziel decidió quedarse en la Tierra por siempre.

―Nunca te he agradecido como te mereces todo lo que hiciste por mí –le dije.

Él me contempló más detenidamente.

―Pedirte un beso sería demasiado descarado por mi parte, nunca he querido forzarte a nada.

Esta vez le contemplé yo a él. Urian no era especialmente alto ni tampoco fornido. Sabía que en la espalda tenía una cicatriz por las alas que Abaddon le había cortado. Su piel pálida y su cabello oscuro resaltaban aún más sus ojazos azules. Yo también era de piel blanca y pelo negro aunque mis iris oliváceos no destacaban tanto como los suyos. A lo largo de los años me había hecho varios tatuajes coloridos por el brazo y la espalda.

Me levanté de la silla.

―Un beso no es algo demasiado caro pero sí especial, me parece un precio justo –anuncié las palabras que nunca pensé que diría.

Sus pupilas se dilataron, le había rechazado tantas veces que no se lo esperaba.

―No creo que estas cosas funcionen así…

―¿Me estás rechazando?

De repente se formó entre ambos una gran tensión tan densa que se podría cortar con un cuchillo. Urian se levantó también y se acercó a mí, recortando la distancia que nos separaba. Los rayos de luna incidían a través de la ventana. Afuera hacía muchísimo frío, pero aquí dentro mi cuerpo ardía, seguramente por el vodka. Urian me atrajo contra su cuerpo que aún no había terminado de caldearse del todo y asaltó mis labios sin más miramientos. Nuestros alientos  abrasaban por el alcohol y Urian me besaba con ferocidad acariciándome el cabello y la espalda. Sabía que el cuerpo de Urian era especial, que su tacto consumía y derretía literalmente las cosas pero yo no sentí dolor alguno. Era consciente de lo débil que soy ante las tentaciones carnales por lo que antes de que mi cuerpo perdiera el control de la situación, detuve el beso. Me separé despacio de él saboreando los últimos resquicios de su sabor y recuperando el aliento. Nos quedamos en silencio así, sin ni siquiera mirarnos a la cara hasta que ambos nos recuperamos y las estrellas dejaron de tenernos interés.

         ―Dijiste que tu hija era djinn –habló finalmente y lo hizo con una voz más ronca de lo habitual.

         ―¿Lo hice?

         ―Bueno, se lo contaste a Raziel en una carta, aún no hemos tenido oportunidad de verla.

         Y prefería que así continuara la cosa. No me importaba que Urian conociera a los niños pero Raziel…

         ―Tenías razón, mi hija de entre todas las razas ha resultado ser un djinn.

         ―Te pega, tu sobrino esperaba sin embargo que fuera un dragón por eso de que Golab domina el fuego.

         Los djinn equivalen a genios, son seres hechos de la llama sin humo y pueden sentir los deseos de los demás y cumplirlos a cambio de la energía del que pedía el deseo. Cuanto más complicado fuera éste, mayor energía requería llegando incluso a matar al que lo pedía, por eso hay que ser cuidadoso con lo que se desea. Sergey, el hijo de Golab, por otro lado resultó ser un brujo, la raza más poderosa de todas puesto que todavía no se sabía cómo se podía matar a un brujo mientras que a los djinn había que asesinarlos con una estaca de plata bañada en sangre de ángel caído o bien, encerrarlo dentro de algún objeto si se conocía el hechizo para obligarles a cumplir los deseos sin que le costara energía a su dueño.

         ―Pero Sergey domina increíblemente bien el fuego. Golab y yo estamos sorprendidos, de hecho su padre pretendía llevárselo a un entrenamiento especial. Quiere entrenarle él mismo para que sepa defenderse de los inquisidores y poder defender a otros cuando sea mayor –le conté.

         ―Entonces he llegado a tiempo, quería ver a mis viejos amigos y conocer vuestras familias –hizo una pausa―. Sobretodo quería verte a ti primero, pero también me gustaría mañana estar los tres juntos de nuevo, como en los viejos tiempos.

         ―¿Para eso has venido hasta aquí? –pregunté sin alterarme.

         ―Las cosas sin vosotros ya no son lo mismo, Raziel últimamente ya no es tan divertido.

         Una parte dentro de mí se alarmó.

―¿Va todo bien por la otra parte del mundo?

―Mejor que por aquí, tranquila. Es solo que sin vosotros dos pasa bastante de todo.

―Me cuesta creerlo…

Urian volvió a brindarme otra mirada intensa que decía más de lo que yo lograba captar.

―La gente caprichosa como él que lo tiene todo no se da cuenta del valor de algo hasta que lo pierde, solo que él prefiere disimularlo.

Sacudí la cabeza en señal de negación. Urian le tenía algo de manía desde lo de su matrimonio con el travesti y me atrevía a pensar que también algo de celos por lo que su información no podía creérmela al cien por cien.

―¿Tú no eres caprichoso? –contrataqué.

―Yo ya sabía que te echaría de menos antes de que te fueras.

Otra indirecta. Decidí cambiar de tema.

―Es preciosa, Urian –dije referente a Irina.

―No me cabe duda, es tu hija. Pero esos tatuajes deben de ser una molestia.

―Debe de haber alguna forma de ocultarlos…―la verdad es que ya había pensado sobre eso. Los tatuajes característicos de los djinn cubrían gran parte de su cuerpo. En Rusia que hacía frío era más fácil ocultárselos pero sin duda la iban a suponer un problema a lo largo de su vida.

―Quizás yo pueda ayudar –se ofreció Urian.

―¿De verdad podrías?

―Antes Abaddon confiaba bastante en mí, conozco unos cuantos trucos y con mis habilidades especiales quizás puedo intentarlo aunque seguro que la resulta doloroso.

―Ella es una chica muy fuerte –proclamé con orgullo.

El crujido de la cerradura nos hizo pegar un respingo. Alguien estaba forcejeando con la cerradura de la entrada, me conocía muy bien ese titilar metálico de las llaves.

----

Esta historia corta está basada en unos personajes míos de un juego de rol. Si os interesa saber más sobre este universo y uniros a la historia, en este link está todo: http://pink-lemonade.foroactivo.com/f39-segundo-rol  

¡Gracias si habéis llegado hasta aquí!

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro