Acto II: Capítulo 23

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Puerto de Levon, 15 de diciembre de 1888.

—Te tengo pésimas noticias, Aurelio —Antonio entró a su escritorio en la comisaría de Widok sin anunciarse, cerrando la puerta a sus espaldas con urgencia, indispuesto a dejar que alguien escuchara su conversación—. Como me lo has pedido, he estado observando a tu hija y a Chassier de cerca, día y noche... y lo que descubrí no te va a gustar.

Se acercó a la mesa y le entregó un sobre marrón claro, donde había guardado las copias a la albumina que había desarrollado durante la semana.  Las imágenes habían sido hechas sobre una lámina de vidrio de veinticinco por diez centímetros – bastante más larga a las que usaba en su propio estudio-. Había escogido aquella resolución pues permitía un nivel impresionante de detalles, minimizando el desenfoque y las expresiones faciales borrosas. Su padre, durante la guerra de independencia, la había empleado para registrar los muertos en los campos de batalla.

—Mi caro... estas no son malas noticias, son excelentes noticias —Aurelio sonrió, sin quitar la vista de los papeles, que denunciaban la creciente cercanía de Elise y Jean—. Realicé una pequeña investigación mientras no estabas y descubrí que mi hija y el ministro no se separaron, como toda Carcosa lo supone.

—¿No? ¿entonces qué?...

—Firmaron un acuerdo de suspensión temporal de matrimonio.

—¿Y eso significa?

—Significa que, aunque están físicamente separados, legalmente siguen unidos...

—¿Legalmente? ... —Antonio se sentó al frente del escritorio de su jefe—. Entonces, si Claude se muere... ¿Elise recibiría su fortuna de todas formas?

—Exacto. Sin mencionar a la Santa Herencia, que la familia Chassier sería obligada a pagarme —sonrió, reclinándose en su silla.

La "Santa Herencia" - o "Auxilio de Defunción"-, era una suma de dinero estipulada por el Estado, que la familia del conyugue fallecido debería pagarle a la del viudo, a fin de asegurar su estabilidad financiera. Tal como ocurría con la derogada Ley de Economía Familiar, la existencia de la Santa Herencia era frecuentemente cuestionada, pero la Ley en sí jamás enmendada o anulada. Como era parte de uno de los actos jurídicos más antiguos del país, era defendida con garras y dientes por los políticos más tradicionalistas, pese a sus inúmeras fallas y agujeros legales.

—Entonces tu venganza, en teoría... ¿La podrías ejecutar ahora?

—Sí... pero yo le prometí a Elise que esperaría hasta que tenga a su hijo, y eso haré. Por ahora, la dejaré en paz.

Antonio se rio, incrédulo.

—¿Vas a esperar?

—Claro... ya te lo dije, no rompo mis promesas —cruzó las manos sobre su escritorio—. Además, en este momento debo concentrarme en otra parte del plan: aumentar la rivalidad entre Jean-Luc y su hermano. A final, si lo vamos a usar de chivo expiatorio, debemos hacer al ministro creer que él se merece todo su desprecio y rabia. Tienen que odiarse al punto de matarse, si es que me entiendes... —el periodista asintió—. Es ahí que estas imágenes entran... y es por eso que son perfectas.

—¿Qué tienes en mente?

Aurelio sonrió con malicia.

—Creo que es tiempo que Claude sepa dónde ha estado su mujer durante todo este tiempo... qué exactamente ha estado haciendo... —le devolvió el sobre con las fotografías a Antonio—. Y con quién.


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Carcosa, 31 de diciembre de 1888.

—¡Es año nuevo caballeros! ¡Es un nuevo comienzo para nuestra nación, para nuestro gobierno!... ¡Les propongo un brindis para las nuevas oportunidades que se nos aproximan, por aquellas que supimos aprovechar con astucia, e incluso por aquellas que perdimos y que nos enseñaron lecciones valiosas!... ¡Salud! —Paul Levi finalizó su discurso y alzó su copa al aire, enseguida tomando un largo sorbo de champaña, mientras sus colegas lanzaban sus sombreros al aire, entre aplausos y silbidos.

Durante todo el año, la fiesta de Réveillon* de Las Oficinas era un evento aguardado y añorado por los funcionarios del gobierno, principalmente por su opulento bufé y barra libre. Los jardines del edificio – que casi siempre permanecían vacíos y olvidados por los estresados trabajadores-, de pronto se convertían en escenario para la orquesta del teatro municipal, en extensas pistas de baile, y en comedor al aire libre para ambos los empleados y las palomas.

Si bien el foco de la celebración era felicitar el buen desempeño de los trabajadores públicos-civiles, diversos oficiales de las fuerzas armadas también tenían el privilegio de atenderla. De todos ellos, los de la Guardia Gris eran los que más destacaban. Con sus cenicientos uniformes, armamento de última generación, actitud hostil y semblante taciturno, imponían una rigidez y formalidad al evento que sus compatriotas del ejército, marina, policía, y guardia forestal ni siquiera soñaban con instaurar. Mientras el público general se divertía, reía y se comportaba como un grupo de seres humanos normales, aquellos buitres escrutaban sus alrededores con miradas críticas, rondando solitarios entre la multitud, sin decir o instigar una sola palabra. 

Su apatía, tomando en cuenta su rígido entrenamiento, era más que entendible. Su crueldad, según su reglamento, más que necesaria. En caso de alguna catástrofe nacional, tenían explicitas órdenes de velar por la seguridad del gabinete ministerial y nadie más. Por esto mismo, solo obedecían a dichos mandatarios, haciendo todo lo que fuera necesario para resguardar su bienestar. Claude los respetaba tanto como los temía. Aunque en teoría debería sentirse seguro a su lado, la realidad no podría ser más opuesta. Intentó huir de su compañía durante toda la fiesta, pero sus esfuerzos le resultaron inútiles. Siempre existía al menos un cadete vigiándolo, donde sea que fuera. Al final, decidió sentarse en una mesa cercana al brigadier general François Mallet – también conocido como el comandante supremo de la guardia-, sabiendo que estando cerca del ave mayor, sus crías no desconfiarían de su comportamiento.

—¿Divirtiéndote? —Marcus se sentó a su lado, luego de haber estado dando vueltas por doquier, invadiendo conversaciones ajenas con sublime sutileza.

—La charla motivacional de Paul me aburrió más que todas las conferencias legislativas a las que tuve que asistir este año —él se metió un buñuelo a la boca—. ¿Cuándo podremos irnos?

—Me dijeron que la fiesta debería terminar en unos quince minutos más, cuando el concierto de la orquestra acabe.

—Gracias al buen Dios, ya no aguanto estar aquí.

—No necesita estar tan apurado ministro —una voz muy familiar los interrumpió, destrozando la frágil tranquilidad de ambos.

—¿Aurelio? —Marcus dejó su vaso de gin sobre la mesa y llevó su mano hacia el revólver que colgaba de su cinturón.

—No necesitará de eso por ahora, querido amigo —el policía levantó su abrigo, recordándole que también estaba armado—. Evitemos los escándalos.

—No soy tu amigo.

—Deberías reconsiderar esa afirmación... Te he salvado la vida demasiadas veces como para que me digas algo así de cruel.

—Me salvaste una vez en Fox Hill, cerca de Brookmount, en el invierno del 62'. Me caí en un lago congelado mientras nuestro batallón retrocedía de un ataque enemigo por un puente, tú te lanzaste al agua y me arrastraste a tierra. No creas que me olvidé de eso, jamás lo haré. Pero nada nunca justificará las atrocidades que has cometido desde entonces.

—Hablas como si fueras un ejemplo de buen comportamiento y caballerismo... Pero dime, ¿Acaso sabe el ministro sobre todo lo que le hiciste a tu esposa? —Pettra se intentó levantar de su silla para pegarle, pero Claude lo sujetó en su lugar—. Considero mantenerme callado sobre ese asunto, lo mismo que salvar tu vida... y al menos que quieras que él lo sepa todo, mi sugerencia es que te quedes quieto ahora mismo y me dejes hablar sin interrupciones.

—¿Qué quieres? —el político  decidió preguntar, queriendo acabar de una vez con la disputa.

Aurelio, aceptando su pacifismo, estiró su mano y le entregó un sobre. Estaba sellado con el emblema de su familia y estampado con el logo del Times.

—Al contrario de lo que piensa el monsieur Pettra, no vengo con la intención de ofender o herir a nadie. Apenas traigo información valiosa sobre dos personas a las que usted estima... o mejor, a las que quiere —no necesitó nombrar a los individuos para que el ministro supiera de quienes el oficial hablaba—. Esto le interesará mucho, se lo aseguro. Pero si fuera usted, abriría ese sobre en la privacidad de mi casa. A no ser que quiera que su nombre esté involucrado en otro escándalo más.

—¿A qué te refieres, maldito desgraciado?...

—Tenga un buen día ministro; monsieur Pettra —Aurelio ignoró la actitud agresiva de Marcus y se apartó, burlándose de ambos con una reverencia—. ¡Y feliz año nuevo!

El jefe del departamento de policía, absolutamente furioso, se alzó y volvió a agarrar su revólver, pero la voz de Claude lo detuvo antes de que pudiera disparar:

—No lo hagas —imploró, guardando el sobre dentro de su frac—. No aquí.

—¡Podemos matarlo ahora y terminar con todo esto de una vez! —el veterano reclamó en voz baja.

—Si quieres ser preso por homicidio en primer grado —Claude lo jaló de vuelta a su silla.

—¿Al menos vas a abrir esa maldita cosa?

—Lo oíste, aquí no puedo —terminó de beber su champaña—. Y deja de hablar tan alto, que el comandante Mallet nos está mirando y no quiero que venga aquí a interrogarme.

Marcus sacudió la cabeza y cruzó los brazos, irritado. A su lado, el ministro se llenó otra copa, calmando sus nervios con el espumante más fino que pudo encontrar en su mesa.

—¡¿Qué?! —el policía, cansado de ser observado por el ceñudo comandante, lo confrontó, logrando que los dejara en paz luego de minutos de ponderación silenciosa—. Viejo imbécil.


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Puerto de Levon, 31 de diciembre de 1888.

—¡Feliz año nuevo! —Jean exclamó al entrar por la puerta de la cocina. Elise, asustada, dio un salto hacia atrás y soltó su cuchara de palo con la que revolvía una olla de salsa pomodoro—. ¡Tranquila, madame Chassier!... Vengo en paz.

—¡Casi me matas! —llevó una mano a su pecho, mientras él le devolvía la cuchara caída—. Llegaste más temprano de lo usual... ¿Te dejaron salir antes de la práctica?

—No, hoy no hubo... ¡Pero! —alzó un dedo al aire—, aunque hoy y mañana estaré por aquí, debo contarte que este fin de semana estaré un poco desaparecido, y puede que no venga a verte.

—¿Por qué?

—Nuestra orquestra fue invitada a hacer una presentación abierta al público frente de la Casa de Gobierno el Día de Reyes —se hundió de hombros—. El alcalde me escribió en persona y me pidió que debutara alguna de mis propias composiciones.

—¡Jean, eso es excelente! —sonrió, entusiasmada—. ¡Tendré que ir a verte!

—Elise... me repito, es un evento público. Y tú estás embarazadísima —él se rio, aunque algo decepcionado—. No creo que sería buena idea que fueras.

—Ugh... tienes razón —suspiró, igual de molesta—. Perdón... me emocioné mucho.

—No te disculpes —le robó un beso—. Si quieres, te puedo tocar lo que ya tengo escrito, hoy por la noche. Así sacias tu curiosidad sin tener que exponerte. Además, serías la primera persona en escuchar el primer movimiento de la Suite Elisheba, a la que nombré para homenajearte...

—Espera, ¿qué?

—En mi defensa, hasta pensé en poner tu verdadero nombre, pero sentí que eso sería demasiado descarado y desistí... eso fue, hasta que comencé a leer un libro sobre el origen y significado de los nombres y descubrí que las raíces del tuyo son hebreas y que "Elise" proviene de "Elisheba", que a la vez significa "Dios es plenitud"...  Y por eso llamé a la Suite así. Espero que no te moleste.

La muchacha, que había parado de revolver la salsa y para mirarlo, asombrada, negó con la cabeza.

—Me dejaste con demasiadas preguntas... —se rio, boquiabierta—. Primero que todo, estoy halagada que una composición tenga mi nombre, te podría besar ahora mismo...

—No me opondría a eso.

—Segundo, ¿por qué estabas leyendo un libro sobre nombres?

—Porque dijiste que estabas un poco perdida pensando en nombres para tu bebé y me pediste que hiciera una lista con los que más me gustaban...

—Al oído, Jean. No necesitabas hacer toda una investigación al respecto.

—Claro que sí, o terminarías nombrando a tu hijo "Calvin" O "Alastor" ...

—¿Y qué tienen esos nombres de malo?

—"Calvin" literalmente significa "calvo", y "Alastor", "perseguidor".

—Entonces qué bueno que no escogí ninguno de esos —Elise sonrió, tapando la olla.

—Espera... —él cruzó sus brazos—. ¿Ya escogiste el nombre?

—No... pero seleccioné algunos y ahora las opciones son menores. ¿Qué te parece Allan, Bruno, Jacques?

El violinista crujió los dientes, pensando en una respuesta que no hiriera los sentimientos de Elise.

—No son malos, pero... ¿Allan? ¿Del francés antiguo, "Hermoso"? Harás que el niño crezca con complejo de Narciso, al igual que su padre.

Ella carcajeó.

—Entonces dime, monsieur sabelotodo... ¿Cómo lo nombrarías tú?

—¿Yo? —su semblante no ocultó su duda—. ¿Qué tal André?... No es un nombre muy común aquí en las Islas, así que la gente se fijaría más en eso que en su apellido. Además, si no me equivoco, significa "el guerrero" en griego. Después de todo lo que tú y él han pasado juntos, creo que encajaría bien.

—Sí... y suena muy bien —Elise admitió, tomándole gusto a la sugerencia—. ¿Y de niña? ¿Tienes alguna propuesta?

—¿Clara?

Ella negó con la cabeza.

—Una de mis tías se llama Clara y nos llevamos pésimo.

—¿Qué tal Delphine? ¿O Diana?

—¿Delphine? Mi tatarabuela se llamaba así, está pasado de moda —él hizo una mueca. La empresaria se sintió mal por responder de manera tan dura y añadió:—Diana en la otra mano, me agradó mucho. Me recuerda a esa noche que pasamos leyendo libros de mitología griega y romana...

—¿Cuándo me quedé atrapado aquí por esa tormenta eléctrica? —Jean sonrió, recordando la velada—. Estabas paranoica, creyendo que si salía afuera sería golpeado por un rayo.

—¡El cielo estaba negro! —ella se defendió—. Además, esa no era mi única preocupación... ¡Eras tan delgado que el viento te podría haber llevado!

—¡Hey! — el músico carcajeó, fingiendo ofensa—. ¡No soy tan flacuchento!

—Ahora —la mujer lo apuntó con su cuchara—. Porque te hice engordar unos diez kilos desde entonces.

—A mí y al gato —señaló al felino que había rescatado de su apartamento en Carcosa y traído a la costa para hacerle compañía a Elise—. Aunque no me quejo... tu comida es deliciosa —la empresaria hizo una reverencia burlona, pero por el enrojecimiento de sus mejillas era obvio ver que se sintió halagada—. Nos alejamos del tema... nombres —él gesticuló, como si aquello lo ayudara a concentrarse—. ¿Cuáles otros tienes en mente?

—¿Por si es niña? —de reojo, lo vio asentir—. He pensado en varios... Juliette, Marine, Amélie... —removió la olla del fuego—. Pero también Anne... o Lilian.

Jean se le acercó, sonriendo, y besó el costado de su cabeza.

—Tienes buen gusto —dijo al abrazarla por detrás.

—Hablando de Lilian... —Elise acomodó su cabeza para verlo—. ¿Es verdad que viene hoy de nuevo a la ciudad?

—Sí... los del teatro la invitaron para ser parte del espectáculo del día de Reyes. No me sorprende, tú te debes acordar de lo comentado que fue su desempeño en "El Lago de los Cisnes".

—La prensa y el público la amó...

—Exacto... y todas sus funciones fueron un éxito de ventas —Jean se apartó por un instante, dejando que la mujer buscara algunos condimentos en la alacena—. Y el dinero es lo que mueve al mundo, así que la trajeron de vuelta. ¡Lo que me recuerda! —la vio traer unos ajos y comenzar a retirarle las cáscaras—. Tu amigo el tramoyista...

—¿Gustavo?

—Ese mismo —la ayudó con su labor—. Según Lilian, vendrá aquí con ella.

—¿Espera, él se viene de viaje?

—Sí...

—Jean, Gustavo no sabe que estoy embarazada.

—Lo sé —el músico asintió, pasándole un cuchillo para que comenzara a picar los dientes—. Pero tendrás que decírselo, en algún punto. Así como a Claude.

—Sí... supongo que sí —ella respiró hondo—. Tengo que hacerlo... Debo hacerlo —comenzó a cortar los ajos en un intento de distraerse de su inquietante nerviosismo.

—Él y Lilian al parecer están juntos.

—Espera, ¿qué? —Elise volteó su cabeza hacia Jean—. ¿Y qué pasó con Sokolov?

—No lo sé... —él se hundió de hombros—. Le hablaré cuando llegue aquí en Levon e intentaré descubrirlo, pero no hago promesas —se limpió las manos y buscó su reloj.

—¿Ya te tienes que ir?

—Sí. Tengo que ir a buscarla...

—A la estación, lo sé —la dueña del Colonial se rio—. Invítala a pasar el año nuevo con nosotros... así aprovecho y le cuento todo a Gustavo de una vez.

—¿Segura? —él alzó una ceja.

—Es mejor hacerlo luego. Los invitaría a almorzar, pero después de comer tengo que ir a conversar con la matrona.

—¿Estarás bien yendo sola?

—Sí, tranquilo. Su casa queda al final de la calle, no es tan lejos. Además, no me aterra el prospecto de ser madre... es algo que siempre quise ser —Elise apoyó una mano en su espalda, dolorida—. Lo que más me da miedo es tener que contarle la verdad a Claude... y a cada día que pasa, estoy más y más cerca de ser forzada a hacerlo.

Jean entendía su temor. Después de ver en persona el actual estado de su hermano, hasta él contemplaba si el ministro sería responsable o maduro lo suficiente para hacerse cargo de un bebé. Apenas lograba cuidarse a sí mismo, ¿cómo lograría mantener vivo a un ser tan pequeño y delicado?

—Todo va salir bien —la volvió a abrazar, ignorando sus propias inseguridades para consolarla—. No puedo decirte que él reaccionará de buena manera, porque te estaría mintiendo... Pero independiente de lo que pase o no pase, tienes que saber que no estarás sola. Estoy aquí para lo que necesites. Y para lo que quieras.

—Lo sé... —ella sonrió, dándole un largo apretón antes de soltarlo—. Esa es una de las pocas cosas que me dejan tranquila al pensar en el futuro; saber que mi hijo o hija tendrá un tío maravilloso como tú.

—No me digas cosas así... —los ojos del muchacho verdes de repente se pusieron acuosos.

—Pero si es verdad —Elise volvió a cortar los ajos—. Solo te pido un gran favor...

—¿Hm?

—Sé que lo vas a querer mimar, eso es inevitable, pero no lo conviertas en un consentido.

El violinista se rio.

—Claro, como si tú no harás lo mismo —él le dio un beso de despedida, antes de caminar hacia la puerta.

—Yo soy su madre, es mi deber complacerlo.

—Y yo soy el tío, mi deber es malcriarlo.

Elise carcajeó y sacudió la cabeza.

—Hasta pronto, Jean.

—Te veo por la noche.


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"Réveillon": Palabra francesa que designa una noche larga, especialmente Navidad o Año Nuevo.

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