Acto II: Capítulo 27

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Carcosa, 2 de enero de 1889

Marcus estaba sentado en la silla opuesta a la cama de Claude, haciéndole compañía a horas, extenuado e irritado.

El joven ministro había sido despojado de sus previas ropas y por el momento, solo llevaba puesto una de las batas blancas del hospital. Su vestimenta en sí no servía de mucho para protegerlo del frío, así que Pettra tomó la iniciativa de cubrir su cuerpo semidesnudo con una frazada de lana, que una enfermera le había traído durante la madrugada, resignándose a morir congelado en su incomodo asiento.

No mentiría, el chico se veía muy mal. Tenía la cabeza envuelta en gasas y su pierna derecha se hallaba enderezada y perforada en varios puntos por un extraño armazón de metal, que supuestamente ayudaría a estabilizar sus fracturas y salvarlo de una amputación. Desde lejos se podían ver los gruesos tornillos que atravesaban su piel y se ligaban al hueso, rodeados de bolitas de algodón enrojecido, repugnantes de mirar. Aquel innovador procedimiento más le parecía una tortura que un tratamiento válido, pero por ahora, no tenía otra opción a no ser confiar en la experiencia de los doctores. La recuperación de Claude dependía de ellos.

Bajó la vista, llevándola hacia las imágenes que sujetaba en la mano. Al llegar al hospital, se dio cuenta de que el muchacho seguía usando el mismo frac que había vestido en la fiesta de año nuevo, por la mañana. Y antes que el traje fuera lanzado a la basura, por su pésimo estado, Marcus le demandó al equipo médico que lo dejaran retirar las pertenencias de su dueño de adentro. 

Para su sorpresa más grande, el misterioso sobre entregado por Aurelio seguía escondido en su bolsillo. Algunas de las fotografías que halló en el envoltorio habían sido arruinadas por la sangre del ministro, pero parte de ellas habían permanecido intactas, Dios sabría cómo. Y lo que vio ahí explicó bastante bien porqué Claude había salido de su hogar en plena madrugada, sin avisarle a nadie, dejando atrás apenas una botella de vino vacía, resquicios de vómito y una cama deshecha.

Antonio Camellieri había fotografiado a Elise y Jean juntos, en varias oportunidades. La primera, en una playa norteña, besándose cerca de unas rocas. La resolución y claridad de la imagen lo sorprendió menos que la traición que delataba. Por el ángulo en que había sido capturada y por el tamaño de las olas que los rodeaban, el estómago de la muchacha no era visible. Su busto, sin embargo, era fácilmente identificable. La segunda imagen – tomada en el baile de invierno-, era más formal y discreta que la anterior, pero al ser contextualizada, resultaba aún más inquietante. Ambos habían sido vistos juntos, en un evento público, y nadie había sospechado de nada. El nivel de descaro era absurdo. La tercera, capturada la noche del estreno del Lago de los Cisnes, los mostraba tomados de la mano, en un rincón apartado del elenco principal. Aquella última parecía haber sido un registro accidental, pero había sido incluida al sobre de todas formas.

Sumada a las tres copias a la albumina que habían sobrevivido al accidente, estaba una carta redactada por Aurelio, de historia similar a la que había escrito a su hija meses antes, sobre el plan de Jean y Lilian. En sus párrafos, ambos eran los villanos del cuento. Ambos habían engañado al ministro y la empresaria desde el inicio. Ellos eran los culpables principales detrás de las desdichas del casal, no el oficial.

—Maldito bastardo... —Marcus sacudió la cabeza, airado.

—Pensé que yo te agradaba —Claude balbuceó segundos después, abriendo los ojos con una expresión agónica.

Al oír su voz, el policía se levantó de la silla lo más rápido que pudo, dejó los papeles en una mesa cercana y caminó a su lado con un exhalo apaciguado.

—Hey...

—¿Qué me pasó? —el joven preguntó, percibiendo que hasta respirar le resultaba difícil.

—Tuviste un accidente con tu carruaje... ¿Te acuerdas de algo?

El rostro del muchacho adoptó una apariencia indescriptible.

—¿Por qué me duele tanto la p-pierna? —ignoró la pregunta del oficial e intentó mover el  miembro lesionado, arrepintiéndose de golpe al sentir un rayo de dolor electrocutar sus huesos y rebotar por sus muslos, forzándolo a gritar hasta que su garganta ardiera y su torso se alzara del colchón. —Bordel de merde!*

—Claude, cálmate... —Marcus usó sus manos para retenerlo sobre la cama—. Cálmate y quédate quieto, o te sentirás peor.

Je m'en fous!*—su mano sana agarró una de las muñecas de su acompañante—.  ¡E-Esto duele!... ¡D-demasiado!...

Una enfermera entró a la habitación mientras hablaba. Se veía irritada; tal vez se había asustado por la bulla. Por suerte, su amargura no duró mucho. Presenciar el sufrimiento del paciente y la desesperación de su colega, la llevó a compadecerse por su sufrimiento, y no reprochar al par.

—Monsieur Chassier... míreme —la dama ordenó, con voz firme. El joven la obedeció, sin reclamar—. Iré a buscar al doctor Johansson, le pediré que le administre morfina. Él es el único autorizado para hacerlo. Por mientras, manténgase quieto. Hágale caso al monsieur Pettra. Todo estará bien. Lo estamos cuidando.

—Sí... m-madame...

Marcus la observó marcharse con pasos rápidos, antes de volver a mirar al ministro. Esperó a que se tranquilizara y dejara de temblar para continuar con su conversación:

—Sé que estás viviendo una pesadilla, pero... tengo preguntas que hacerte y no pueden esperar. —estiró la espalda, entrando en su rol de investigador—. ¿Qué haremos con respecto a Elise y Jean?

—¿Qué? —el lesionado no ocultó su confusión—. ¿De qué hablas?

—Las fotos... —su clarificación al parecer no clarificó nada. Marcus entonces se dio cuenta de que su teoría era errónea; Claude no había salido de su casa por las imágenes. Ni siquiera sabía que existían—. Creo que es mejor si solo te las muestro.

Sin siquiera darle contexto, recogió los ejemplares que había dejado sobre la mesa y los soltó sobre su regazo, permitiendo que su mano libre las recogiera a voluntad propia. Él entonces acercó una de ellos a su rostro, de a poco comprendiendo la evidencia que se le era presentada. Su sorpresa se morfó a disgusto, su disgusto se mofó de su tristeza, y sus ganas de morir de pronto se profundizaron.

—¿Q-Qué es e-esto?...

—Estas fotografías estaban adentro del sobre que Aurelio te entregó en la fiesta —Marcus suspiró—. Aún lo tenías en el bolsillo de tu frac cuando llegaste al hospital y yo decidí revisarlo... Lo siento chico. Pero estas imágenes son reales. No hay como falsificar esto.

Claude no reaccionó a sus palabras en lo absoluto. No movió la cabeza, no hizo ningún gesto, ni abrió la boca. Por un momento, pensó que el policía mentía y que aquello era una broma elaborada. A final, las fotografías a papel eran cosas débiles, que se arruinaban con facilidad; con la cantidad de sangre que había perdido, seguramente hubieran sido manchadas y borradas de la faz de la tierra. Por ende, el material que sujetaba debía ser parte de algún chiste de mal gusto.Pero esta suposición no pasó de una ilusión momentánea. En el fondo sabía que las imágenes eran reales, apenas le partía el corazón admitirlo.

—Jean está a camino —el oficial volvió a hablar, queriendo romper la inquietante atmósfera entre ambos—. Le pedí al doctor Misvale que le escribiera una carta, relatando la gravedad de tu accidente...

—No... no lo quiero ver. No ahora.

—Tendrás que hacerlo —Marcus comentó, viendo a la enfermera regresar junto al doctor Johansson. Agarró las copias de la mano de Claude y las escondió detrás de su cuerpo, no queriendo que nadie más les echara un vistazo—. Volveré más tarde para que sigamos conversando... ¿De acuerdo?

El joven no le dijo nada. Al momento en que el opio se mezcló con su sangre, todas sus preocupaciones fueron tiradas por la ventana. Cerró los ojos otra vez, mientras el policía se iba, y dejó que su cuerpo se adormeciera, apagando la llama de su consciencia por un puñado de horas, rindiéndose a un descanso necesario.


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—¿Cómo está mi hermano? —los pasos eufóricos de Jean-Luc rompieron el silencio del gran vestíbulo, donde el jefe del departamento de policía había estado aguardando su llegada.

—Le dieron morfina para que se tranquilizara un poco y sintiera menos dolor. Está durmiendo ahora... pero no está nada bien.

—Marcus, sé específico, ¿cómo está mi hijo? —la madre del accidentado, quien también había sido notificada de su tragedia, lo presionó a responder.

—Anne... no sé qué más puedo decirte sin desesperarte. Pero no te mentiré, la situación es bastante complicada. Su pierna fue destrozada con el impacto del carruaje contra el muro, su cabeza se abrió, perdió mucha sangre... que esté vivo ahora es un milagro —volteó su vista entonces hacia el médico familiar, quien había viajado junto al dúo—. Doctor Anselmo... me alegra que esté aquí. El Doctor Johansson debe estar esperándolo para explicarle la situación, la habitación de ministro es la 401.

—Subiré de inmediato, con su permiso. —el hombre se excusó, escurriéndose hacia las escaleras.

Marcus por mientras escudriñó sus alrededores, disgustado.

—Vayamos afuera, por favor. Hay demasiadas personas aquí. Tengo que conversar a solas con ustedes.

El par, aunque preocupado por el estado de Claude, no se negó a seguirlo. Todos salieron entonces patio central del hospital, donde Pettra les señaló a los recién llegados que se sentaran en una banca, para que él les relatara todo lo que sabía, de pie.

Mientras acomodaban, el oficial observó a Jean con una expresión molesta, bordeando furiosa. Si lo dicho por Aurelio era verdadero, aquel lobo en piel de cordero había arruinado el matrimonio de su hermano, arrebatado a su esposa y hundido al pobre diablo en una solitud impiadosa, dejándolo atrás a autoflagelarse por errores que ni siquiera había cometido. Sus ojos verdes llenos de lágrimas podrían disuadir al corazón de su madre y ablandar el de Elise, pero para el suyo, no eran un testimonio válido, inquebrantable e incuestionable de su carácter. A final, la belleza de la juventud no siempre implica inocencia. Podría estar manipulándolos a todos con su actitud lúgubre y en realidad no sentir ni un poco de arrepentimiento o culpa por el sufrimiento del ministro. Podría haber sido el autor anónimo de aquel macabro enredo. Si bien no tenía pruebas suficientes para acusarlo, Marcus tampoco las tenía para defenderlo. Debía ser precavido.

—Voy a ser breve en mi explicación, porque ni yo tengo todos los detalles de lo ocurrido durante la noche... pero la situación es la siguiente; el carruaje de Claude se estrelló contra la pared de una propiedad abandonada, cerca de mi casa. El choque fue terrible, pero el vecindario actuó rápido y logramos recuperar su cuerpo antes de que se desangrara...

—¿Y el cochero? — Jean indagó—, ¿Cómo perdió el control del vehículo?

—No lo sabemos... — el policía cruzó los brazos—. Pierre, el único cochero contratado oficialmente por Claude, había terminado su turno algunas horas antes del accidente, así que... él no fue. Solo tu hermano sabría decirnos quién había estado conduciendo el carruaje, pero está tan agotado y dolorido que no le quiero hacer demasiadas preguntas. Necesita reposar. 

Mientras él hablaba, Anne cerró los ojos y llevó una mano al rostro. Por más que lo intentase, aún no podía creer lo que había ocurrido. ¿Por qué saldría su hijo a las calles a horas tan olvidadas? ¿Bajo una lluvia tan intensa? ¿Acaso no percibió el riesgo que corría? ¿Acaso el cochero no percibió el riesgo que corrían? ¿Dónde estaba, siquiera?

—Pero, ¿estará bien? 

—Fue aplastado por un carruaje; "bien" no sería la palabra más apropiada para describir su situación —Marcus le respondió al violinista, de mal humor—. También descubrió lo tuyo con Elise, así que no esperes que esté alegre cuando te vea.

—¿Hizo qué? —el joven murmuró, petrificado. 

El jefe del departamento de policía no reaccionó a su pánico. Apenas lo siguió mirando con desprecio y desdén, dejando claro que ya lo sabía todo. Sin una palabra, el músico se levantó y volvió a entrar al edificio, cruzando escaleras y pasillos con siniestro desespero.

—¿De qué hablas, Marcus? —Anne dijo así que él se marchó, sintiéndose cada vez más y más enfermiza.

El oficial, aun manteniendo su expresión neutral, se sentó a su lado.

—Lo que oíste.  —le mostró una de las fotografías a la señora—. Jean y Elise han estado engañando a Claude, y a todos nosotros, por meses.

—No...

El hombre suspiró.

—Sí.


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Cuando el ministro de justicia volvió a sí, lo hizo al escuchar una pesada respiración a apenas algunos pasos de distancia, interrumpiendo la quietud del aire a su alrededor. Todavía con sueño, abrió los ojos y movió la cabeza hacia la izquierda, viendo una borrosa silueta recogida en una silla de madera. Luego de unos segundos intentando enfocarla, logró discernir quién era; su hermano. Jean tenía los codos apoyados en sus piernas, y rostro hundido en sus manos. Su espalda arqueada, de tiempo en tiempo temblaba - fuera por su llanto o por su ansiedad, Claude no supo decirlo-. 

Con la garganta hecha lija y la boca seca, el lesionado partió sus labios, queriendo ponerles fin a sus irritantes lamentos que no lo dejaban descansar:

—¿Qué haces aquí? —al hablar, él pudo sentir una desagradable aura de enfermedad rodeándolo y supuso que una fiebre lo empezaba a dominar.

—Casi te mueres, ¿por qué crees que estoy aquí? — el violinista alzó la vista, enrojecida por lágrimas.

—No lo sé... ¿Venganza?

—¿Y por qué querría vengarme?...

—No te hagas el idiota. Ese truco ya no funciona conmigo —el político lo interrumpió, mirando al techo—. Fuiste a mi casa... me gritaste... me h-hiciste sentir como una mierda... Y al final, eres igual de repugnante que yo... De hecho, no... eres peor. Porque m-me mentiste a la cara, maldito hipócrita...

—Claude...

El músico entonces se le acercó, intentando tranquilizarlo. En retrospectiva, reconoció que aquel había sido un error gravísimo. Porque con un salto felino, el ministro estiró sus garras hacia él y lo jaló de la corbata, trayéndolo abajo con un gruñido de dolor.

—¡TE LLEVASTE A MI ESPOSA! —enseguida gritó, mientras su hermano mayor intentaba soltarse—. ¡Confié en ti! ¡Pensé que me ayudarías a recuperarla! ¡Pensé que querías lo mejor para nosotros! ¡Pero solo querías lo mejor para ti! ¡DESDE UN INICIO SOLO QUISISTE LO QUE ERA MEJOR PARA TI! 

—Claude, suéltame —el muchacho exigió, tragándose su pena y decepción con amargura.

El herido fingió no escuchar sus palabras, que siguieron ardiendo con las llamas de su odio:

—¡Me pregunto si siquiera Elise quiere estar contigo!... ¡Si es que no la estás forzándola, solo para hacerme sufrir!

—¿Cómo te atreves?

—¡¿Cómo me atrevo?! —lo sacudió—. ¡¿Cómo te atreves?! ¡Contratar a los servicios de una ramera para separarme de Elise! ¡¿Aliarte con Aurelio?! ¡¿CONVENCERLA A ABANDONARME?!

Jean perdió lo que sobraba de su paciencia al oír aquellas horrorosas acusaciones. Golpeó a su hombro derecho con fuerza, haciéndolo aullar de dolor y caer como un muerto sobre el duro colchón de la cama.

—¡JAMÁS ME ALIÉ A AURELIO! ¡JAMÁS! —rugió, trastornado—. ¡Contraté la ayuda de Lilian ANTES de tu boda, porque la quería detener! ¡Porque no quería que Elise se casara con un patán mujeriego como tú! ¡Pero NUNCA concreté mi plan, porque Aurelio me secuestró y me hizo mierda! ¡Me torturó! ¡Me invitó a ser su cómplice y yo le dije que no! ¡ME NEGUÉ! ¡ME NEGUÉ A ARRUINARTE! ¡ME NEGUÉ A VERTE MUERTO! ¡Y él me apaleó por ello! —respiró hondo y cerró sus manos en puños, alejándose de la cama—. ¡Y no convencí a Elise a dejarte! ¡Ella te dejó por cuenta propia! ¡Porque no soportó ser engañada, humillada, y herida por ti! ¡Se fue por TU culpa! ¡No por mí!

—¡YO LA AMABA!

—¡VIVES DICIENDO ESO! —se rio, iracundo—. ¡¿ENTONCES POR QUÉ CARAJOS LA ENGAÑASTE?!

Fuera de sí, el accidentado volvió a gritar como un simio y se lanzó fuera de su cama, intentando agarrar su hermano otra vez, olvidándose por completo del terrible estado en que se hallaba. Apenas se movió y su cuerpo enclenque se paralizó. Un dolor indescriptible estremeció su ser, lanzándolo de vuelta hacia las almohadas con un sollozo de pura agonía.

CONNARD!*

—Claude... —Jean, poniendo su rabia a un lado por estar preocupado, se deshizo también de su temor y se le acercó nuevamente—.  Estás... ¿estás bien?

—S-si no f-fuera por mi pierna... —él balbuceó, retorciéndose contra los cojines mientras rechinaba los dientes—. Te mataría.

La antigua dulzura y carisma del muchacho parecían haberse desvanecido por completo, siendo suplantados por una cólera desmedida. El violinista ya no reconocía aquella voz, que había perdido toda su bondad y comprensión. Aquellos ladridos se señalaron un hecho que ya no podía negar; aquel hombre ya no era su hermano.

—Me voy —se limpió las mejillas, destrozado—. No quiero estar aquí. No puedo... no puedo estar aquí.

Justamente en ese momento, una enfermera entró sobresaltada a la habitación. Había oído la discusión y decidió intervenir antes de que las cosas empeoraran. El músico, sin embargo, no tenía planes de proseguir con la pelea, y se marchó de ahí con los hombros caídos y el mentón pesado, sintiéndose ultrajado y dolido por las creencias y suposiciones de Claude. Rabia por su relación con Elise, hasta la podía entender, pero ¿Ira por una presunta alianza con Aurelio? No, aquello le era absurdo. El peor insulto que se le podría haber ocurrido al ministro.

Ahora comprendía porqué la empresaria no quería mencionarle nada al respecto del nacimiento de su hijo. Si él había sido tan idiota al punto de confiar en la palabra de su peor enemigo y no en la suya – quien literalmente había recibido un tiro en su lugar-, si había sido tan rencoroso al punto de amenazarlo de muerte y decirlo con toda su seriedad, ¿qué haría al enterarse de que André seguía vivo? ¿Cómo reaccionaría al descubrir la verdad? ¿La molería a golpes? ¿Apalearía su moral, su espíritu, con palabras igual de hirientes? ¿Intentaría remover a su bebé de sus brazos, solo para devolverle su sufrimiento? ¿Para pagarle con la misma moneda?

Por primera vez en toda su vida, el político lo hizo temblar de miedo. No por su presencia, no por su personalidad, sino por todo el daño que su corazón herido podría ocasionar, considerando su fragilidad emocional, la impulsividad que sus vicios le otorgaban, y el poder indiscutible que recubría sus manos. Se había vuelto una amenaza, un presagio de mala suerte y de desdicha, para todos.

—¿Ya te vas? —cuestionó Marcus con sarcasmo, deteniéndolo mientras cruzaba el corredor—. Todavía es temprano. ¿No vas a esperar que tu hermano se muera para ir a celebrar?

—¿Crees que esto me divierte? —Jean frunció el ceño, airado—. ¿Que estoy feliz de verlo así?

—Lo engañaste... le robaste su esposa. Tú dímelo.

—No puedo robar nada que él decidió por sí solo perder —se soltó del agarre del policía.

—¿Entonces esta es tu venganza? —el oficial sonrió con odiosidad—. ¿Recuperar la mujer que, según tú, él perdió?... No olvidemos que ella te dejó primero. Y por algo habrá sido.

La prepotencia de Marcus Pettra despertó en él una bestia dormida. Ya habiendo agotado toda su paciencia y equilibrio a aquellas tardías horas de la mañana, el artista lo hizo callar con un merecido golpe a la cara. Y si bien el sujeto no recibió toda la fuerza del impacto, porque logró apartarse un poco de la trayectoria de su puño, su labio sí se partió por dentro y comenzó a sangrar.

—¡¿QUIERES SER ARRESTADO?!

—Me importa un carajo si me arrestas o no, Marcus... solo déjame en paz.

—Monsieur Pettra para ti, desgraciado —el hombre contestó de mala gana, llevando su mano al mango de su revólver.

Jean, percibiendo su gesto, tan solo se rio.

—Lo único que falta es que quieras matarme —se acercó al policía—. Hazlo entonces... Si es que tienes el puto coraje, hazlo. ¡Lleva esa arma y mi cabeza y mátame!... ¡MÁTAME! — el oficial, no obstante, no hizo nada. No tenía el coraje, ni la impulsividad necesaria para ello—. Eso pensé... tenga un buen día, monsieur.

Y con estas últimas palabras, el joven se marchó.

Pettra, con el pecho lleno de venenoso rencor, sacudió su cabeza, soltó su arma y caminó con pasos rápidos a la habitación del ministro, queriendo saber cómo el muchacho se encontraba después de lo que él presumía había sido una charla muy dolorosa y dura con su hermano mayor.

Al llegar, encontró a Claude llorando con los párpados cerrados y los dientes prensados unos contra los otros. Su agonía no era apenas física y el jefe del departamento de policía lo sabía. Su corazón también estaba hecho trizas.

—Volví —anunció su presencia y tomó asiento en una silla al lado del lecho del político—. Y Jean ya se fue.

—N-No lo hice, Marcus... —el muchacho sollozó, confundiendo a su colega.

—¿No hiciste qué?

—L-La noche de mi d-despedida de soltero... —Claude abrió sus ojos, anegados y enrojecidos, y lo miró derecho al alma—. Y-Yo no engañé a Elise.

—¿Y por qué hablas sobre eso ahora?...

—¡P-Porque es cierto! —gritó, avasallado—. ¡S-Soy inocente! ¡Todo f-fue un montaje de A-Aurelio! ¡M-Me acordé de ello el día e-en el que sufrí m-mi accidente!... ¡Él me d-drogó! ¡Y d-dejó con que esa mujer!... ¡Esa rubia asquerosa! ¡D-Dejó que ella m-me!... ¡me!...

—Claude...

—Entonces si y-yo soy inocente, ¡¿por q-qué Dios m-me castiga así?!... ¡¿POR QUÉ?!...

—Claude, cálmate —Marcus lo interrumpió, con voz soberana—. Y dime la verdad, chico... ¿En serio crees que Aurelio hizo eso?

—¡No lo creo! ¡Lo s-sé! ¡Me acordé de t-todo!...

El policía, procesando la información con más lentitud de lo normal, se inclinó adelante en su silla y frunció el ceño.

—Estás diciendo la verdad.

—¡C-Claro que lo estoy!...

—Lo veo... pero... —sacudió la cabeza—. Sabes que no podrás ser sincero con Elise sobre esto, ¿cierto? —indagó con una mezcla de asco y descontento, que a Claude no le agradó en lo más mínimo.

—¿Q-Qué?

—Ella no te creerá si le dices que fuiste... —el policía soltó una risa seca, sin humor—. Usado por otra mujer... Y si lo hace será peor, porque sabrá que no fuiste hombre lo suficiente como para defenderte de ella.

—¡Fui drogado, Marcus!

—Algo podrías haber hecho para salir de esa situación, Claude. Sé sincero contigo mismo.

El ministro, arrepintiéndose de siquiera haber abierto la boca, se tragó su respuesta con un puñado de decepción y de vergüenza. Apartó la mirada de Pettra, como si el sujeto le hubiera dado un palmazo violento a la cara, y murmuró:

—Hice t-todo lo que pude...

—Y no fue suficiente.

—No me digas eso...

—Chico. Escúchame —el oficial se movió al eje de su asiento, acortando la distancia entre ambos—. Si quieres salvar lo que resta de tu dignidad y de tu hombría, te quedarás callado sobre todo esto. Porque si estas noticias son compartidas al público, ahí sí que tu carrera y tu reputación estarán arruinadas de manera irreparable... Además, ¿qué tipo de mujer valorizaría a un hombre que no puede preservar su propia virilidad, y que no sabe protegerse a sí mismo?... La respuesta ya la conoces; ninguna.

El político quería gritar. Quería rugirle como un león para probarle que no se mantendría quieto respecto a lo que había vivido y sufrido en los últimos meses. Pero al pensar en las palabras de aquel individuo, a quien él consideraba tanto un amigo como un mentor, y al tener en cuenta todo el respeto que le tenía, decidió hacer lo contrario y mantenerse en silencio.

Porque lamentablemente, para él Marcus sí tenía razón. Si Elise se enteraba de que Claude había sido abusado, lo vería como un marido dañado. Como un inútil sin fibra. Y perdería también todo el deseo de seguir siendo su esposa —si es que un poco del mismo aún le restaba—.

Así que decidió, desde ese día hasta el fin de su vida, jamás tocar en el tema de nuevo.

Fingiría que nada le había ocurrido y ocultaría el dolor que cargaba consigo de todos, incluyendo de la mujer a la que más amaba en el mundo.

Si su propio hermano no le había creído cuando le dijo la verdad sobre sus experiencias, y su amigo más leal había insistido que lo mejor a ser hecho era ignorar lo sucedido, pese a la agonía que todos los eventos le causaban, esto haría.

Enterraría su trauma en el valle del olvido. Soportaría la vergüenza, rabia y repulsión que sentía en su interior con más alcohol. Reafirmaría su virilidad teniendo mil y una amantes más. Y en vez de concentrarse en el tormento de su alma, le daría toda su atención a su herido físico. A su horrenda pierna lisiada, a su cuerpo lacerado, y a músculos moreteados.

Porque eso era lo importante, ¿cierto? Ser un "macho" irrompible, intocable, e insensible. Ser el mismo hombre que su padre había sido, por décadas. Vacío por dentro, hostil por fuera. Flemático, rudo y zafio.

El total opuesto del muchacho que solía ser.


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*Bordel de merde!: "¡Su puta madre!" en francés. (No encontré una traducción exacta, esto es lo más cerca que se puede llegar a explicar el término)

*Je m'en fous!: "¡No me importa un carajo!" (Otra vez, no existe una traducción exacta)

*Connard!: "Bastardo" o "Hijo de Perra" en francés. (Para qué me repito tanto lol)


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Nota de la autora: 

Ahora ya sabemos que Claude es inocente de la primera deslealtad que "cometió" hacia Elise.

Y aunque no lo pude decir antes por temas de spoilers, ahora sí puedo dejarlo claro; Claude en este caso sí fue una víctima. Y mereció ser tratado con mucha consideración y respeto por todo el trauma que experimentó —algo que lamentablemente no sucedió porque su sociedad y su círculo social son una mierda—. 

Claude merecía haber sido escuchado. Y aunque sea un personaje en una novela de ficción, su caso no es exclusivo a las páginas de un libro.

Los hombres también pueden ser víctimas de acoso y abuso sexual. Y en este capítulo yo intenté reflejar lo difícil que es para uno que alguien crea en sus palabras, y escuche sus verdades. 

Comentarios ridículos como "él lo disfrutó" o "no paró la situación porque no quiso" son repugnantes, y no deberían ser dichos en lo absoluto.

Así que no sean como Marcus.  Si un amigo les menciona que algo así de grave les pasó, crean en el. Escúchenlo. Ofrezcan su apoyo. 

Y lo mismo con las mujeres. 

Con las personas no binarias.

Con quien sea.

Apoyen a las víctimas, sin importar su género.

Eso es todo lo que quería decir... Sigamos con el próximo capítulo y veamos qué pasará a seguir.

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