CATORCE

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— la última salvación

La tormenta eléctrica estalló alrededor de Chloe con truenos ensordecedores y nubes de tierra que se abatían en todas direcciones. Se oían gritos. El chillido de una chica se interrumpió violentamente y, a continuación, sobrevino un insoportable olor a quemado. Las descargas eléctricas se calmaron tan pronto como habían empezado. Pero la luz seguía centelleando a través de las nubes cuando comenzó a llover a cántaros y la criatura con la que estaba combatiendo había encontrado el camino de vuelta hacia ella.

No había tiempo para descansar.

Chloe continuó con la batalla. Cada pequeña victoria minaba la fuerza de la criatura, que gradualmente comenzó a disminuir su energía, aunque no cejaba en su intento de cortar su cuerpo en rodajas. Un foco tras otro, cada uno más fácil que el anterior.

Finalmente, sólo pudo ver un cristal más en la parte superior de su cabeza y levantó sus dagas sobre sus hombros. Con un grito furioso, lo golpeó contra el orbe parpadeante y lo hizo añicos bajo la fuerza de su golpe. Hubo un gemido espantoso cuando el monstruo se desplomó hacia adelante, cayendo pesadamente a sus pies.

Al mismo tiempo, la primera andanada de relámpagos había acabado y Chloe echó una mirada a lo que la rodeaba y ver qué podía hacer para ayudar.

Minho estaba en el suelo, pero comenzaba a ponerse de pie lentamente. Newt jadeaba con fuerza. Sartén se dobló sobre su estómago y vomitó. Algunos estaban tirados sobre la tierra; otros todavía peleaban contra los monstruos. Los truenos retumbaban a su lado y los relámpagos desplegaban resplandores a través de la lluvia.

Respirando con cansancio, la chica se giró justo a tiempo para ver cómo Leo tropezaba con el cuerpo de un Habitante caído detrás de él. El monstruo con el que estaba luchando avanzó, listo para atacar.

—¡Leo! —su garganta se desgarró, y actuando por instinto su daga fue lanzada en esa dirección.

Rompió una bombilla, lo que provocó que el monstruo tropezara y le dio al chico la oportunidad de alejarse rodando. Lo vio levantarse de forma rápida, lanzando golpes rápidos a los orbes restantes de la criatura. Justo cuando el último cristal naranja se hizo añicos, cayó al suelo con un gemido hueco.

Chloe gritó involuntariamente cuando otro zarcillo de relámpago cayó directamente sobre una chica que acababa de derrotar a un monstruo. El estruendo a través de la tierra la hizo caer una vez más y sus rodillas golpearon el suelo bruscamente. Sintió que alguien la levantaba y la ponía de pie. Se giró y encontró el rostro preocupado de Newt mirándola.

—¡Tenemos que ir a las cápsulas! —él señaló a la más cercana, que permanecía abierta como si fuera una cascara de huevo perfectamente cortada, con las mitades seguramente ya llenas de agua

Ella asintió al entender el plan. Con ayuda de Newt se pusó en pie, y juntos corrieron hacia la cápsula. Entre todo el caos podía ver vestigios de la batalla, habitantes y chicas corriendo a distintas cápsulas. Minho había llegado a una, y esperaba a sus dos amigos, impaciente. No quería entrar sin asegurarse antes de que ellos llegarían sin problemas.

Sabían que debían darse prisa. En cualquier momento, podía caerles un rayo encima.

Estaban a sólo unos metros de la cápsula, cuando varios rayos bajaban serpenteando del cielo y estallaban en forma virulenta donde ellos se hallaban. La lluvia y la tierra volaban por todas partes; a Chloe le zumbaban los oídos, pero pudo escuchar el grito de auxilio.

Se detuvo en seco, ignorando las súplicas y jaleos de Newt. Vio al chico a solo unos metros de distancia, uno de los brazos del monstruo que había sido volada por un rayo aún estaba funcionando. Tenía dos focos aún brillando y había logrado darle un profundo corte a las piernas de Leo.

El chico intentaba defenderse, pero no podía soportar su propio peso y había caído al suelo; no tenía ningún arma a su alcance. A Chloe se le detuvo el corazón y, por primera vez en toda la batalla, el miedo bajó por su espalda baja. Escalofríos recorrieron todo su cuerpo; no podía dejarlo morir.

Con esfuerzo logró deshacerse del agarre de Newt, y sin mirarlo, Chloe corrió en dirección contraria a Minho.

—¡Chloe!

—¿Qué crees que haces? —el grito de Minho se escuchó por sobre el bullicio—. ¡Vas a morir!

A pesar de eso, no se detuvo. Se agachó y se movió con un estallido de destreza, apuntando a uno de los orbes naranja expuesto que pudo encontrar. El estallido la cegó por unos segundos y antes de que pudiera rematar con el último orbe, el brazo de la criatura saltó de forma sobrenatural y le asestó un corte en el brazo.

Antes de que pudiera volver al suelo, y aguantando el ardor en su nueva cortada, agarró la pieza restante de la criatura mientras aunnse encontraba en el aire y la golpeó contra la arena, acabando con la última luz del monstruo.

—¡Tenemos que darnos prisa! —le gritó Chloe a Leo sin perder tiempo, pasando su brazo sobre sus hombros.

El cuerpo de Leo era pesado, pero la chica de las arregló de alguna forma para arrastrarlo por el desierto. Supuso que se debía a la adrenalina que corría por su cuerpo y al deseo de permanecer viva.

No vio a Minho ni a Newt mientras se acercaba,  supuso que se habían refugiado dentro de cápsula. Cuando llegaron a ella, vieron el interior de la mitad izquierda del receptáculo y a sus amigos dentro de la pequeña alberca de agua sucia. Un olor nauseabundo emanaba de ella.

Los dos se deslizaron por el borde y chapotearon dentro del gran receptáculo. Estaban un poco apretados, pero no muy incómodos. Leo se dejó caer a un lado de Newt, que se encontraba en uno de los extremo más lejanos y mantenía la tapa apenas abierta mientras la lluvia martillaba sobre la superficie exterior. Una vez que estuvieron instalados, Minho y Newt agacharon la cabeza para cerrar la cápsula totalmente.

Más allá de la vibración hueca que producía la lluvia, las explosiones lejanas de los relámpagos y los jadeos, adentro estaba bastante silencioso.

—Gracias.  —se escuchó un jaleo a su lado, Leo había hablado luego de recuperar el aliento.

—No podía dejarte morir —respondió Chloe—. Tú me salvaste, te lo debía.

En el interior del receptáculo, la oscuridad era absoluta, pero sabía que a su derecha estaba Minho y Leo a su izquierda. De alguna forma, sabía que el asiático estaba mirándola, y sentía que no estaba feliz con ella. Pero en ese momento estaba demasiado cansada como para preocuparse, no iba disculparse por decidir salvar una vida. Todos habían estado a punto de morir y era posible que aún no hubiera terminado la odisea.

El agua goteaba en el charco; persistía el olor repugnante; el zumbido en los oídos de Chloe disminuyó. Afuera, la tormenta arreciaba, filamentos de luz se estrellaban contra el suelo y la lluvia no cesaba.

Entonces, un sonido se originó afuera. Al principio era débil, apenas distinguible a través de los rugidos de la tormenta. Un zumbido. Grave y profundo. Luego aumentó el volumen, haciendo vibrar la cápsula.

—¿Qué es eso? —preguntó Newt.

—Ni idea —respondió Leo—. Pero no debe ser nada bueno.

El sonido se volvió más fuerte y más profundo y opacó los truenos y la lluvia. Las paredes de la cápsula comenzaron a vibrar. Escucharon unas ráfagas en el exterior y notó que el viento soplaba de una manera diferente. Más fuerte.

—Hay que ver qué está produciendo ese ruido —dijo entonces Chloe—. ¡Hay que abrir la cápsula!

Ninguno de los chicos intentó contradecirla. Apoyaron las palmas de las manos en el techo y a la cuenta de tres, todos empujaron hacia arriba y la tapa se levantó, se dio vuelta y se desplomó en la tierra, dejando la cápsula totalmente abierta. Presa del viento feroz, la lluvia volaba en forma horizontal y los golpeó.

Chloe se apoyó en el borde de la cápsula y observó aquello que estaba suspendido en el aire a solo veinte metros del suelo y descendía con rapidez. Era inmenso y redondo y tenía luces que titilaban y propulsores que despedían llamaradas azules. Era el verdadero refugio.

—¡Tenemos que llegar! —exclamó, saltando fuera de la cápsula—. ¡El tiempo está por acabar!

La lluvia caía con fuerza, los truenos sonaban en todas direcciones y los relámpagos iluminaban el aire con destellos amenazadores. Todos habían logrado salir del cajón cuando el avión tocó tierra con un tren de aterrizaje tipo garra y comenzó a abrirse una enorme escotilla situada en su panza metálica.

Chloe miró hacia la nave —que estaría a unos quince metros de distancia— y vio que el hueco de la escotilla ya estaba totalmente abierto, como unas enormes fauces con una luz cálida en el interior. En las sombras, unas figuras borrosas empuñaban armas y esperaban. Era evidente que no tenían intenciones de salir a ayudar a nadie a llegar al refugio.

No fue necesario dar instrucciones. Los cuatro ya se habían puesto en movimiento y Minho junto a Newt, por petición de Chloe, ayudaban a Leo a correr. La chica sostenía sus dagas por delante, sujetándolas con firmeza en caso de que alguna de esas criaturas todavía estuviera viva y buscara pelea.

La lluvia había ablandado el terreno y complicaba la adherencia, todos marchaban velozmente en pos de la seguridad de la nave. La oscuridad de la tormenta, la cortina de agua y los brillantes destellos de luz hacían difícil distinguir quién era quién. Pero no había tiempo para reflexiones.

Arrastrándose pesadamente desde el extremo derecho del avión, doce criaturas luminosas hicieron su aparición. Su intención era bloquear el acceso a la escotilla. Las cuchillas estaban empapadas por la lluvia y algunas tenían manchas color rojo. Al menos la mitad de los siniestros focos resplandecientes habían explotado, por eso sus movimientos eran cada vez más entrecortados. Sin embargo, su aspecto seguía siendo igual de peligroso. Aun así, la gente que estaba en el Berg no hacía más que observar.

—¡No lo dejen solo! —aulló Chloe—. ¡Puedo ocuparme de ellos!

Thomas, Brenda, Jorge y varios Habitantes más se sumaron a la embestida, así como Harriet, Sonya y otras chicas del Grupo B. Todos parecieron comprender cuál era el plan, por mínimo que fuera: derrocar a esos pocos monstruos y largarse de allí.

Los relámpagos restallaban a su alrededor, alguien gritó; la tormenta caía con más fuerza. El viento barrió el desierto y cubrió a Chloe de rocas y gotas de lluvia que dolían por igual. Las criaturas enarbolaban las armas y emitían sus rugidos inquietantes mientras se preparaban para el combate. Blandiendo las dagas por encima de su cabeza, Chloe avanzó a toda velocidad.

Cuando se hallaba a un metro de la criatura del centro, saltó en el aire y pateó hacia adelante con las dos piernas juntas. Logró estampar el pie en uno de los focos anaranjados que sobresalían del pecho del monstruo y con uno de sus brazos dió en otro objetivo. Las lamparitas explotaron con un chisporroteo y la criatura emitió un gemido repugnante, al tiempo que caía de golpe en el piso.

Aterrizó de rodillas en el lodo y se incorporó de inmediato, a pesar del lodo y la lluvia, se movía con gracia. Tan rápido como sus brazos y piernas heridas se lo permitían. Sus movimientos eran tan rápidos y letales como los rayos que caían a su alrededor, destrozaba los globos incandescentes, esquivaba y se alejaba de los ataques de las hojas afiladas de la criatura. Contraatacaba, lanzaba cuchillazos y asestó los despiadados golpes finales. La última lamparita estalló y se apagó. Estaba muerto.

Se puso de pie y miró a su alrededor para ver si alguien necesitaba ayuda. Brenda había liquidado a su criatura; Harriet y Sonya también. Ninguna criatura se movía ni brillaba ninguna luz anaranjada. Todo había terminado y sus amigos ya se habían hecho paso por los cuerpos y se dirigían al Berg.

Respirando con dificultad, Chloe levantó la vista hacia la entrada del Berg, que se encontraba a unos seis metros. En ese momento, los propulsores se encendieron y la nave empezó a elevarse del suelo.

—¡Se está yendo! —aulló Thomas con todas sus fuerzas, apuntando frenéticamente a su único medio de escape—. ¡Deprisa!

Un último esfuerzo. Chloe se dirigió hacia el avión a toda prisa, oyó el rugido de los truenos a sus espaldas y vio un rayo de luz que surcaba el cielo. Todos sus compañeros corrían a su alrededor. A un metro del suelo, el Berg daba vueltas mientras ascendía lentamente, listo para acelerar y salir huyendo de allí en cualquier momento. Minho, Leo y Newt fueron los primeros en alcanzarlo y sumergirse en la plataforma de la escotilla abierta. Pero seguía elevándose. Más gente llegó y trepó en su interior, Chloe podía diferenciar sus rostros. Sus amigos estaban a salvo.

Fue el turno de Chloe y la puerta ya se encontraba a la altura de sus hombros, Minho estaba en el borde con los brazos extendidos, gritaba pero ella no alcanzaba a escuchar. Por la expresión de rostro, parecía estar en pánico. Ella era una de las pocas que aún no subía.

Chloe pegó un salto y la mano de Minho la sujetó del antebrazo con fuerza, jaló de ella mientras que se sujetaba del borde con su brazo libre, hizo palanca y gracias al empujón de Minho logró entrar al Berg. Su cuerpo se desplomó sobre el del chico, ninguno se movió, demasiado ocupados intentando recuperar el aliento.

Invadida por una inmensa serenidad, se alejó del borde junto al asiático. Habían llegado, al menos la mayoría de ellos. Lograron superar Cranks y rayos y monstruos espantosos. Lo habían logrado. Su mirada se encontró con la de Minho y la atrajo hacia él, abrazándola con fuerza, olvidándose durante un segundo de todo lo que había ocurrido. Dejó cortos besos por todo su rostro.

—Por un momento creí que...

—Estoy aquí. —Chloe interrumpió sus palabras, sin querer escuchar lo que pudo haber pasado.

—Corres demasiado lento —le dijo entonces, cuando se separaron—. Deberías practicar más.

Sintió que una risa comenzaba a brotar de su pecho cuando alguien grito cerca de ellos.

—¿Quiénes son estos dos? —un hombre de pelo corto y rojo apuntaba una pistola negra hacia Brenda y Jorge, que estaban sentados temblando, uno junto al otro, mojados y magullados—. ¡Que alguien me conteste! —volvió a gritar.

Sin pensarlo un segundo, Thomas empezó a hablar.

—Ellos nos ayudaron a atravesar la ciudad. Si no fuera por ellos, no estaríamos aquí.

El hombre giró bruscamente la cabeza hacia Thomas.

—¿Tú... los recogiste en el camino?

Thomas asintió, percibiendo que las cosas no estaban nada bien.

—Hicimos un trato con ellos. Les prometimos que también recibirían la cura. Además, somos menos de los que éramos cuando empezamos.

—Eso no importa —dijo el hombre—. ¡No les dijimos que podían traer ciudadanos!

El Berg seguía elevándose hacia el cielo, pero la puerta no se había cerrado. El viento soplaba por el amplio hueco. Con un poco de turbulencia, cualquiera de ellos podía rodar hacia la muerte. De todos modos, Thomas se puso de pie.

—Bueno: ¡ustedes nos dijeron que viniéramos hasta acá y nosotros hicimos lo que teníamos que hacer!

Su anfitrión armado hizo una pausa, como si estuviera reflexionando sobre su razonamiento.

—A veces me olvido de la poca idea que tienen ustedes de lo que está sucediendo. Perfecto: pueden quedarse con uno de los dos. El otro se va.

Thomas trató de disimular el sobresalto.

—¿Qué significa... que el otro se va?

El hombre oprimió algo en la pistola y luego acercó el extremo a la cabeza de Brenda.

—¡No tenemos tiempo para esto! Tienes cinco segundos para elegir cuál de los dos se queda. Si no lo haces, los dos morirán. Uno.

—¡Espere! —exclamó Thomas, mirando a Brenda y después a Jorge.

Los dos guardaban silencio, con la vista clavada en el piso, sus rostros estaban pálidos de miedo.

—Dos... tres... ¡Cuatro! —La cara del hombre enrojeció—. ¡Elige ahora mismo o mueren ambos!

Thomas abrió los ojos y dio un paso hacia adelante. Después señaló a Brenda y dijo:

—Mátala. 

El hombre se puso el arma en la cintura, se estiró hacia abajo y, con las dos manos, tomó a Brenda de la camisa y la obligó a ponerse de pie. Sin decir una palabra, caminó hacia el hueco, llevándola con él.

Brenda miró a Thomas con los ojos llenos de terror y el dolor reflejado en el rostro mientras el extraño la arrastraba por el suelo metálico del Berg hacia la escotilla y hacia una muerte segura. Cuando estaba a mitad de camino, Thomas entró en acción.

Saltó hacia adelante y derribó al hombre, asestándole un golpe en las rodillas. La pistola fue a dar al piso, cerca de él. Brenda cayó cerca del borde, pero Teresa se encontraba ahí para atraparla y alejarla del peligroso filo de la puerta. Thomas apoyó el brazo izquierdo sobre la garganta de su contrincante y trató de agarrar el arma con la otra mano. Una vez que logró palparla con los dedos, la sujetó y la atrajo hacia él. Luego se alejó ágilmente y apuntó la pistola con las dos manos sobre el extraño, que estaba tumbado de espaldas.

—Nadie más va a morir —dijo Thomas, respirando con dificultad y sorprendido ante su actitud—. Si no logramos pasar sus estúpidas pruebas, entonces fracasamos. Se acabaron los experimentos.

El rostro del hombre se suavizó hasta insinuar una ligera sonrisa. Se incorporó y se deslizó hacia atrás hasta que chocó contra la pared. Mientras tanto, las bisagras de la gran puerta comenzaron a chirriar como si fueran un grupo de cerdos gruñendo. Nadie habló hasta que entró la última ráfaga de viento y la escotilla se cerró con un fuerte sonido metálico.

—Me llamo David —dijo el hombre con voz fuerte en medio del zumbido de los motores y los propulsores de la nave—. Y no te preocupes: tienes razón. Ya se acabó todo.

Thomas sacudió la cabeza en forma burlona.

—Sí, claro. Ya escuchamos eso antes. Pero esta vez va en serio. Nunca más vamos a permitir que nos traten como ratas. Hasta aquí llegamos.

David se tomó un momento para observar la enorme bodega de la nave, tal vez para ver si los demás estaban de acuerdo con Thomas. Después de unos segundos, David volvió a posar la vista en Thomas y se levantó lentamente, con la mano en alto, en señal de conciliación. Una vez que estuvo de pie, metió las dos manos en los bolsillos.

—Lo que ustedes no entienden es que todo ha ido y continuará yendo de acuerdo con lo planeado. Pero tienen razón: las Pruebas se han completado. Los llevaremos a un sitio seguro de verdad. Se acabaron los experimentos, las trampas y las mentiras. No más simulacros.

Hizo una pausa y Chloe bufó por lo bajo; no creía ni una sola de sus palabras.

—Solo puedo prometerles una cosa. Cuando se enteren del motivo por el cual los hicimos pasar por todo esto y por qué es tan importante que tantos hayan sobrevivido, van a entender. Les prometo que van a entender.

Minho a su lado lanzó un resoplido.

—Esa es la estupidez más grande que he escuchado en toda mi vida.

—¿Y qué pasa con la cura? Nos la prometieron. Para nosotros y los dos que nos ayudaron a llegar hasta aquí. ¿Cómo podemos creer lo que nos dicen?

—Por ahora, piensen lo que quieran —dijo David—. De aquí en adelante, las cosas van a cambiar y van a tener la cura como se les dijo. Tan pronto como regresemos al cuartel general. Por cierto, pueden quedarse con el arma. También les daremos más, si quieren. Ya no tienen que pelear contra nada, ni hay pruebas o exámenes que tengan que ignorar o rechazar. Cuando nuestro Berg aterrice, comprobarán que están sanos y salvos, y después podrán hacer lo que deseen. Lo único que les pediremos que hagan una vez más, es escuchar. Solo eso. Estoy seguro de que por lo menos, les intriga qué hay detrás de todo esto.

—Basta de juegos. —le respondió Thomas con voz tranquila.

—Al primer síntoma de que está ocurriendo algo raro —agregó Minho—, empieza la lucha. Si eso implica que tenemos que morir, así será.

Esta vez, David esbozó una gran sonrisa.

—¿Saben algo? Eso es exactamente lo que predijimos que ustedes harían a estas alturas de los acontecimientos —exclamó mientras señalaba con el brazo extendido una pequeña puerta en la parte trasera de la bodega—. ¿Me acompañan?

En ese momento, fue Newt quien habló:

—¿Y cuál es el próximo tema en la maldita agenda?

—Solo pensé que querrían comer algo o darse un baño. O dormir —exclamó y comenzó a caminar entre los Habitantes y las chicas—. Será un viaje muy largo.

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