UNO

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— los preparativos

El mundo que conocía comenzó a desmoronarse alrededor de Chloe, mientras ella dormía profundamente gracias a los somníferos que la mujer había colocado en su bebida caliente.

Habían pasado solo un par de horas desde que habían apagado las luces de la habitación y una profunda oscuridad estaba presente en el lugar. Teresa se retorcía en su cama con incomodidad, sea lo que sea que estuviera soñando, no era nada bueno.

Mientras tanto, en el salón que se encontraba enlazado a las habitaciones habían aparecido cuatro hombres con trajes y batas que caminaban con lentitud mientras examinaban el lugar, se aseguraban de que todos estuvieran dormidos y en sus habitaciones. Parecía que nada estaba fuera de lugar. Solo entonces dos de los hombres cruzaron el largo pasillo hasta llegar a la puerta de la habitación donde se encontraban ambas chicas, sacaron una llave con la cual pudieron entrar sin ningún problema.

Ante el movimiento y la nueva fuente de luz en la habitación, Teresa no tardó en despertar de su pesadilla. Se removió bajo las mantas y con el ceño fruncido y su corazón latiendo con fuerza contra su pecho se levantó, observando con confusión y algo de temor a la pareja de hombres desconocidos que se encontraban de pie frente a ella. Más, no hizo nada en contra de ellos.

—¿Ya es hora? —Uno de los hombres asintió y Teresa giró para observar a Chloe en su cama—. Tengan cuidado con ella, su herida aún sangra.

—Nosotros nos ocuparemos de ella —Dijo quién estaba al mando y luego señaló la salida—. Están esperándola, no los haga aguardar más.

Ella asintió y dejó la habitación con calma, no parecía alarmada por la situación. Los hombres la siguieron por detrás y mientras atravesaban el pasillo dos mujeres pasaron por su lado, empujando una camilla vacía.

Teresa intentó no sentirse culpable, después de todo era parte de su trabajo. Era lo que debía hacer.

Las mujeres entretanto se pusieron a hacer su trabajo, no fue necesario dar órdenes ni hacer señales, cada una tenía claro lo que debían hacer. En silencio entraron en la habitación dónde se encontraba Chloe y posicionaron la camilla justo a un lado de la litera, luego se acercaron a su cuerpo inconsciente, levantando a la chica para luego dejarla sobre la camilla.

—No hay señales de que esté despertando —Anunció una de la mujer mientras la otra volvía a acomodar las mantas de la cama en su lugar—. Pero su herida está sangrando.

—La doctora Collins decidirá qué hacer con eso, ahora vamos —Dijo, terminando de colocar los nuevos almohadones—. No debemos retrasarnos.

Las mujeres tenían como tarea trasladar a la chica hacia el gimnasio donde se encontraba el grupo B, una tarea bastante simple gracias a la transportación plana que les habían proporcionado sus superiores. Una de ellas empujó la camilla por la sala donde, horas antes, el grupo A se había reunido para comer pizza y disfrutar de su nueva "libertad". Más allá, la pared donde debía estar la puerta de entrada se había transformado en una superficie plana de un color gris sucio y tenebroso, que emitía una luz trémula.

La mujer que iba en la delantera se detuvo unos segundos justo por delante de la superficie. La Trans-Plana parecía totalmente inestable, sombras y remolinos de diferentes tonos oscuros danzaban de un extremo a otro de la superficie, que latía y se volvía borrosa como si fuera a desaparecer en cualquier momento. Luego de asegurarse que su compañera estaba detrás de ella dio un paso hacia adelante y la pared gris se lo tragó.

La mujer restante no esperó mucho tiempo para imitar la acción y cruzar aquella barrera. Una sensación nítida de frío atravesó su piel de adelante hacia atrás, como si la pared gris fuera un plano vertical de agua helada. Había cerrado los ojos en el último segundo y cuando los abrió pudo observar el interior de un gran gimnasio.

—Buenas noches, doctora Collins. —Saludaron ambas a la mujer que las esperaba a unos metros de la ubicación de la Trans-Plana.

La doctora Collins era una mujer de mediana edad y baja estatura, una piel pálida relucía bajo las frías luces del pasillo, logrando que contrastará contra su castaño cabello.

—Buenas noches —Las saludó de vuelta, acercándose a la camilla para observar a Chloe, aunque evitando observar su rostro—. ¿Cómo está ella?

—La herida de su torso está sangrando, no ha dejado de hacerlo desde que se durmió.

La doctora levantó la camiseta de la chica para examinar el estado de la herida, era más que claro que las palabras de la enfermera eran ciertas, la sangre había traspasado su ropa.

—Estará bien con los medicamentos que le dimos —Dictaminó la doctora, más por órdenes de sus superiores que por su propio juicio—. Llévala con las demás chicas, ellos quieren ver su reacción.

La otra mujer asintió y se puso en marcha de una vez, siendo observada por la doctora Collins, quien había mantenido el ceño fruncido. Si pudiera dejarse llevar por su instinto, curaría las heridas de la chica antes que cualquier otra cosa, pero no podía desobedecer órdenes. Con un leve movimiento de cabeza se libró de sus preocupaciones y se encaminó hacia la enfermería, donde estaban esperándola.

La habitación estaba esterilizada por completo y Teresa estaba esperándola en una camilla con el respaldo elevado, de modo que parecía una silla, sus signos vitales parecían estar normales.

—¿Todo está en orden?

—Eso parece, no hay nada fuera de lugar. —Le explicó una de las enfermeras que se encontraba en el lugar entregándole la tableta con toda la información de la chica.

La doctora asintió y le dedicó una mirada a la chica—. ¿Cómo te sientes?

Teresa se encogió de hombros, no muy interesada—. Estoy bien, lo mejor que puedo estar luego de salir del Laberinto.

—Eso es lo mejor, debes mantener la calma durante estos días —Le sugería la mujer, mientras observaba sus datos—. ¿Estás segura de que puedes hacer esto, no? ¿nada te impedirá seguir con las órdenes?

—Estoy segura de mis decisiones —Le contestó Teresa—. ¿Y usted?

La pregunta tomó por desprevenida a la doctora. En aquel lugar todos fingían ignorar su relación con el grupo A, nunca nadie lo comentaba y ella también evitaba pensar en ello. Sus ojos recorrieron el rostro de la chica que tenía enfrente, intentando descubrir cuáles eran sus intenciones con esa pregunta.

—No tienes que preocuparte por mi Teresa, sólo por tu trabajo.

—Entonces comencemos. —Dijo ella.

La doctora Collins observó a las enfermeras para recibir su aprobación, y en cuanto las obtuvo le dio a Teresa la señal para comenzar con la Fase dos.

"Tom —Teresa habló en la mente de Thomas—, algo anda mal".

Inundado por el terror, Thomas abrió los ojos, se incorporó de golpe en la cama, deslizándose hasta apoyar los pies, y dio un salto. Miró a su alrededor. Era el caos.

Los otros Habitantes daban vueltas por la habitación lanzando gritos frenéticos. Unos sonidos espantosos llenaban el aire, como si fueran los aullidos desesperados de animales que estaban siendo torturados. Por el rabillo del ojo distinguió algo que lo hizo girar y observar la pared. A un metro de su cama y parcialmente cubierta por cortinas coloridas, había una ventana por la que entraba una luz brillante y cegadora. El vidrio estaba roto y los fragmentos dentados se apoyaban en barrotes de acero entrecruzados.

Del otro lado, había un hombre aferrado a las rejas con las manos ensangrentadas. Tenía los ojos muy abiertos e inyectados de sangre. Su rostro delgado y quemado por el sol estaba cubierto de llagas y cicatrices. No tenía pelo, solo unas manchas verdosas que parecían moho. Una cortada salvaje le atravesaba la mejilla derecha. A través de la herida, que estaba en carne viva y supuraba, Thomas pudo ver algunos dientes. De la barbilla del hombre escurrían chorros de saliva rosada que se mecían con sus movimientos.

—¡Soy un Crank! —Aulló el horroroso monstruo—. ¡Soy un maldito Crank!

Y luego comenzó a repetir lo mismo una y otra vez, mientras la saliva salía volando con cada alarido.

—¡Mátenme! ¡Mátenme! ¡Mátenme!

Desde atrás, una mano le golpeó el hombro. Lanzó un grito y, al darse la vuelta, se encontró con Minho, que miraba atentamente al lunático que lanzaba bramido a través de la ventana.

—Están por todos lados —Exclamó el asiático—. Y no hay rastros de los larchos que nos rescataron. —Agregó.

—¿Alguno de ellos ya logró entrar? —Preguntó Thomas—. ¿Todas las ventanas tienen los mismos barrotes?

Minho asintió mientras escrutaba las hileras de ventanas de las paredes de la gran sala rectangular.

—Sí. Estaba muy oscuro anoche como para notarlo, especialmente con esas estúpidas cortinas con holanes. Pero en realidad las agradezco.

Thomas miró a los Habitantes que se encontraban a su alrededor: algunos corrían de una ventana a otra para echar un vistazo hacia el exterior; otros estaban apiñados en pequeños grupos. Todos tenían una mezcla de incredulidad y terror en el rostro.

—¿Qué está ocurriendo, Newt?

—¿Acaso crees que tengo alguna maldita idea? Aparentemente, un grupo de chiflados quiere desayunarnos. Tenemos que encontrar otra habitación y hacer una Asamblea. Este ruido me está matando.

Thomas asintió distraídamente, el plan le parecía perfecto. Newt y Minho se alejaron, gritando y agitando los brazos para reunir a los Habitantes. Solo un par de minutos después todos estaban reunidos alrededor de la puerta verde que llevaba a la zona común. Minho jaloneaba la perilla redonda de bronce sin éxito.

Estaba cerrado con llave.

La única puerta que quedaba comunicaba con una habitación con regaderas y clósets, que no tenía otra salida. Era solo eso y las ventanas con barrotes de metal. Thomas se acercó al grupo, esta vez era Newt quien trataba de abrir la puerta, con el mismo resultado negativo.

—Está cerrada. —Masculló, cuando finalmente renunció y dejó caer los brazos a los costados.

—No me digas, genio —Dijo Minho. Tenía los brazos cruzados y tensos, con las venas que parecían a punto de explotar—. Con razón te pusieron el nombre por Isaac Newton: posees una habilidad sorprendente para razonar.

—Rompamos esta maldita cerradura de una vez por todas. —Exclamó Newt y miró a su alrededor, como esperando que alguien le proporcionara un mazo.

—¡Shuck! ¡Ojalá esos mierteros... esos Cranks se callaran la boca! —Gritó Minho, lanzándole una mirada fulminante al más cercano, una mujer que era más espantosa que el primer hombre que había visto Thomas—. No me dejan pensar.

—¿Cranks? —Repitió Sartén.

Minho señaló a la mujer que sangraba y gritaba.

—Así es como se llaman a sí mismos. ¿Acaso no los escuchaste?

—Me tiene sin cuidado si los llamas suricatas o como se te ocurra —Exclamó Newt de golpe—. ¡Consíganme algo para abrir esta estúpida puerta!

—Toma. —Dijo un chico bajito, pasándole un delgado extinguidor de fuego que había descolgado de la pared.

Newt tomó el cilindro rojo listo para martillar la perilla de bronce. Deseoso de averiguar qué había del otro lado de la puerta, Thomas se ubicó lo más cerca que pudo. De todos modos, tenía un mal presentimiento. Estaba seguro de que no les gustaría lo que iban a encontrar.

Newt levantó el extinguidor y luego lo descargó cabeza abajo sobre la manija redonda. El ruido del golpe fue acompañado por un fuerte crujido, y después de golpearlo tres veces más, cayó al suelo, haciendo sonar las piezas metálicas rotas. La puerta se movió lentamente hacia afuera, lo suficiente como para que pudieran ver la oscuridad que se escondía detrás.

Newt se quedó callado observando el hueco negro, largo y estrecho, como si esperara que unas criaturas infernales atravesaran volando la puerta. Con expresión distraída, le devolvió el extinguidor al chico que lo había encontrado.

—Vamos.

—Espera —Intervino Sartén—. ¿Estamos seguros de que queremos entrar ahí? Quizá la puerta permanecía cerrada por algún motivo.

Minho se adelantó y se detuvo al lado de Newt. Miró a Sartén y luego hizo contacto visual con Thomas.

—¿Qué otra cosa podemos hacer? ¿Quedarnos sentados esperando que esos lunáticos logren entrar? Por favor.

—Por el momento, esos monstruos no van a atravesar los barrotes de las ventanas —Acotó Sartén—. Tomémonos un segundo para pensar.

—El tiempo de reflexionar se acabó —Dijo Minho. Le dio una patada a la puerta, que se abrió por completo, dejando ver todavía más oscuridad del otro lado—. Además, deberías haber hablado antes de que destrozáramos la cerradura, pichón. Ahora es demasiado tarde.

—Odio cuando tienes razón. —Se quejó Sartén entre dientes.

—¡Shuck! —Dijo Minho—. Yo voy primero.

En un instante cruzó la puerta y su cuerpo desapareció en las penumbras casi instantáneamente. Newt le echó a Thomas una mirada vacilante y luego siguió a Minho. Por alguna razón, Thomas pensó que él era el siguiente y fue detrás de su amigo. Abandonó el dormitorio y, con las manos estiradas hacia adelante, penetró en la negrura del área común.

El resplandor de luz que venía de atrás no ayudaba mucho; hubiera sido lo mismo caminar con los ojos cerrados. Y además el olor era muy desagradable. Minho lanzó un aullido y después se dirigió a los que venían atrás.

—¡Alto! Tengan cuidado. Hay algo... raro colgando del techo.

Thomas escuchó un leve chirrido y una cosa que crujía. Como si Minho hubiera tropezado con una lámpara colgante que estuviera muy baja, haciéndola balancearse de un lado a otro. Un gruñido de Newt, que provenía de la derecha, fue seguido por el rechinar de un objeto metálico que era arrastrado por el suelo.

—Una mesa —Anunció Newt—. Cuidado con las mesas.

Detrás de Thomas, se escuchó la voz de Sartén.

—¿Alguien recuerda dónde estaban los interruptores de luz?

—Hacia ahí me dirijo —Respondió Newt—. Juro que vi varios por aquí en algún lugar.

Thomas continuó caminando a ciegas hacia adelante, sin saber hacia dónde ir.

—¡Puaaaajjjj! —Exclamó Minho con repulsión, como si acabara de pisar un montón de plopus.

Otro crujido se escuchó por toda la habitación. Antes de que Thomas llegara a preguntar qué había pasado, él mismo chocó contra algo. Duro. De forma extraña. Como si fuera tela.

—¡Los encontré! —Gritó Newt.

Se escucharon algunos clics y, de repente, la sala se iluminó con tubos fluorescentes que los cegaron momentáneamente. Frotándose los ojos, Thomas se alejó del bulto con el que había tropezado y se topó con otra forma rígida. Le dio un empujón para alejarla de sí.

—¡Alto! —Advirtió Minho.

Thomas entornó los ojos. Ya podía ver con claridad. Se obligó a mirar la escena de horror que lo rodeaba. A lo largo de la amplia habitación, había por lo menos doce personas suspendidas del techo, que habían sido colgadas del cuello. Las cuerdas se enroscaban y retorcían a través de la piel hinchada y violeta. Los cuerpos tiesos se mecían ligeramente de un lado a otro, con las lenguas rosadas colgando de los labios blancos. Todos tenían los ojos abiertos, vidriosos y sin vida. Al parecer, llevaban horas así. Eran quienes los habían rescatado apenas el día anterior.

Thomas trató de no mirar a ninguno de los cadáveres. Se dirigió trastabillando hacia Newt, que permanecía junto a los interruptores observando aterrorizado los cuerpos colgantes.

Minho, sin embargo, no se unió a ellos. Una expresión de terror había inundado su rostro y con desesperación se acercaba a cada uno de los cuerpos, revisando sus rostros que a simple vista no podían ser reconocidos.

—No hagas eso —Se quejó Newt—. Es desagradable.

—¡Chloe! —Rugió entonces con desesperación, mostrándoles cuál era su gran preocupación.

—No creerás que ella se... —Pero Thomas no terminó la oración.

—¡Tenemos que averiguar dónde la pusieron!

—Tiene razón —Le dijo Newt al resto del grupo—. ¡Muévanse y busquen!

Con un gran esfuerzo para no mirar a los cadáveres, Thomas y Minho recorrieron la sala buscando una puerta que pudiera conducirlos a otra habitación. Thomas recordó la charla que tuvo con Teresa la noche anterior, le había dicho que su habitación estaba al otro lado de la sala común.

Busco desesperadamente con la mirada hasta que la encontró, justo frente a él se encontraba una puerta amarilla con una perilla de bronce.

Thomas ya se había puesto en movimiento, y Minho al notar la puerta también se dirigió hacia allí. Esquivando mesas y cuerpos, corrió hacia la puerta, necesitando entrar a ese lugar para calmar la creciente preocupación por su amiga. Se estaba aferrando a la idea de que estaba allí dentro, sana y salva, al igual que ellos.

Cuando notaron que la puerta estaba cerrada, se aliviaron: esa era una buena señal.

—¡Que alguien traiga el extinguidor! —Gritó Minho por encima del hombro.

—Winston, ve a buscarlo. —Le ordenó Newt desde atrás.

Mientras esperaban, Thomas y Minho descubrieron un pequeño exhibidor transparente, de unos doce centímetros cuadrados, que colgaba a la derecha de la pared. Dentro de la angosta ranura había una hoja de papel con varias palabras impresas:

Teresa Agnes. Grupo A, Recluta A1.

La Traidora

Chloe Lyon. Grupo A, Recluta A10.

La Salvadora

El ceño de Thomas se arrugó al leer aquello, y detrás de él, Minho también estaba confundido.

Newt se acercó a ellos con el extinguidor en sus brazos.

—Me parece extraño que el apellido de Teresa sea Agnes. —Comentó Thomas de manera repentina, que había estado pensando en aquello desde que leyó el papel.

Minho chasqueó la lengua.

—¿A quién le importa eso? ¿Qué es ese maldito asunto de que ella es la Traidora? —Dijo el chico—. Al menos el de Chloe es bueno, La Salvadora.

—¿Y qué significa «Grupo A, Recluta A10»? —Preguntó Newt—. De cualquier manera, ahora es tu turno de romper está condenada manija.

Thomas agarró el extinguidor y estrelló el cilindro en la perilla de bronce. Sus brazos se sacudieron y el sonido de los metales se extendió por el aire. Sintió que cedía un poco. Después de dos golpes más, la manija cayó y la puerta se abrió unos centímetros.

Tiró el extinguidor a un lado, sujetó la puerta y la abrió por completo. Minho se le adelantó y fue el primero en entrar en la habitación iluminada. Era una versión más pequeña del dormitorio de los varones, todas las camas estaban bien hechas excepto de dos, que tenían las mantas echadas hacia un lado y las sábanas arrugadas. Pero no había rastros de ninguna de las chicas.

—¡Teresa! —La llamó Thomas.

—¡Chloe! —Grito Minho, sintiendo el pánico apoderarse de sus sentidos.

A través de la puerta cerrada, llegó el sonido del agua cuando alguien bajó la palanca del excusado: estaban en el baño. Pero de inmediato todos se hicieron la misma pregunta, ¿por qué las chicas estaban utilizando el baño al mismo tiempo?

Thomas se dirigía rápidamente hacia el baño, entonces Newt lo tomó del brazo.

—Estás acostumbrado a vivir con una banda de chicos —Comentó Newt—. No creo que sea muy educado entrar de golpe al baño de damas. Espera a que ellas salgan.

—Pero ¿qué hacen ambas juntas? —Preguntó Minho—. No es que se lleven muy bien después de todo.

—¿Tal vez ocurrió algún imprevisto? —Aventuró Newt, que tampoco estaba seguro—. Las heridas de Chloe aún sangraban, tal vez Teresa la está ayudando a limpiarse.

—Ojalá se apresuraran. —Murmuró Thomas.

—Iré a buscar a todos. —Dijo Newt y regresó a la sala común.

Thomas y Minho se quedaron con la mirada fija en la puerta del baño. Newt, Sartén y algunos Habitantes se apresuraron a entrar en la habitación y tomaron asiento en las camas.

Se escuchó un ruido seco. La perilla giró y la puerta del baño se abrió pero las personas que entraron en el dormitorio no eran ni Chloe ni Teresa. Eran dos chicos que nunca antes habían visto.

Llevaban el mismo tipo de ropa que les habían dado a ellos la noche anterior: pijamas limpias con una camisa abotonada y pantalones de franela color celeste. El chico que había aparecido primero tenía piel aceitunada, un cuerpo delgado y pelo castaño y sorprendentemente corto, en cambio, el segundo chico que estaba por detrás tenía el cabello castaño por encima de los hombros, piel morena y una complexión parecida a la de Minho.

Lo único que impidió que Minho no se aferrara al cuello de uno de los larchos y lo sacudiera hasta que soltara alguna respuesta fue el agarre de Newt en su brazo. Ambos chicos parecían tan sorprendidos como ellos.

—¿Quiénes son? —Les preguntó Thomas, sin preocuparse por lo duras que sonaban sus palabras.

—¿Quiénes somos? —Respondió el chico más pequeño, con un toque de sarcasmo—. ¿Quién eres tú?

Newt se adelantó, quedando todavía más cerca que Thomas del muchacho.

—No te pongas pesado; somos muchos y ustedes son solo dos. Digan quienes son.

El segundo chico posó una de sus manos en el hombro de Newt e intentó mostrar la expresión más amigable posible.

—Discúlpalo, no se siente muy bien —Explicó el chico—. Él se llama Aris, y yo soy Leo.

—Y tú puedes quitar tu mano de mi hombro. —Dijo Newt, extrañado.

—¿Cómo llegaron a este lugar? —Cuestionó Minho con terquedad—. ¿Dónde están las chicas que durmieron aquí anoche?

—¿Chicas? Ya quisiera estar durmiendo con una chica —Bromeó Leo con una leve sonrisa ladina—. Se equivocan, estamos solos desde anoche, cuando nos trajeron acá.

Thomas volteó y apuntó hacia la puerta que daba a la sala común.

—Hay un cartel allá afuera que dice que este es su dormitorio. Teresa y Chloe. No se menciona ningún garlopo llamado Aris o Leo.

—Güey, no sé de qué estás hablando —Comenzó a decir Aris, levantando sus manos en forma de demostrar no saber lo que ocurría—. Anoche nos pusieron en este lugar, dormimos en esas camas —señaló las que tenía la manta y las sábanas arrugadas—, y me desperté hace unos cinco minutos porque sentí náuseas. En nuestras vidas habíamos escuchado el nombre de Teresa o Chloe. Lo siento.

Sin ser notado por sus interrogadores, la expresión de Leo pareció flaquear.

Thomas echó una mirada de inteligencia a Newt, sin saber qué más preguntar. Su amigo se encogió ligeramente de hombros y se volvió hacia los nuevos.

—¿Quiénes los pusieron aquí anoche?

Aris levantó los brazos y luego los dejó caer a ambos lados del cuerpo de golpe.

—Ni siquiera lo sé, hombre. Un grupo de personas con pistolas, que nos rescataron y nos dijeron que ahora todo iba a estar bien.

—¿De qué los rescataron? —Preguntó Thomas.

Todo se estaba volviendo muy raro. Cada vez más. Aris desvió la mirada hacia abajo y dejó caer los hombros, parecía que el recuerdo de algo terrible lo hubiera asaltado. Leo fue el que respondió:

—Del Laberinto. Nos salvaron del Laberinto.












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