V

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

DIOS ENGAÑOSO

La curiosidad pudo vencer a Tatyana. A primera hora, pidió que la vistieran con el vestido de día amarillo que usaba en ocasiones para ir al pueblo y no dudó en caminar hasta la finca en donde Eugene Onegin residía tras la trágica pérdida de su tío.

Caminó por un rato hasta dar con la casona. Sonrió, pero su sonrisa se desvaneció en el momento en que pisó el lugar.

Fue recibida por una ama de llaves que no dudó en dejarla pasar y decirle que avisaría a su amo sobre su visita.

—Gracias —respondió mientras le entregaba el abrigo y sombrero a la amable mujer.

La casa era sin duda elegante, refinada, con cuadros por doquier y estatuillas griegas de oro en las esquinas. Imaginó cómo sería vivir ahí, pero rechazó la idea, la vida de alta sociedad no era lo que ella aspiraba. La vida en el campo era su anhelo, su comodidad y no la cambiaría por nada en el mundo.

Perdiéndose entre largos pasillos, llegó hasta la biblioteca, su lugar favorito en todo el mundo. Admiró los grandes estantes llenos de libros de diversa índole.

Tomaba uno, leía unos párrafos y los devolvía. Quizá le pediría un préstamo al ahora dueño de la finca, él parecía accesible, no le daría una negativa ante un favor literario.

Entre su búsqueda improvisada, encontró un libro de Aleksander Pushkin, algunos poemas que resultaron de su agrado, a excepción de uno, titulado Demonio.

«Ni en libertad ni amor creía;

miraba irónico la vida,

y en la naturaleza toda

nada quería él bendecir».*

Un escalofrío recorrió su espina dorsal. Leer esos versos y sumirse en las estrofas le recordaban al demonio del bosque, era como si estuviera destinada a encontrarse con esa aparición tenebrosa que no la dejaba en paz.

Y Onegin... ¿sería ese su nombre?

¿El demonio Onegin? No tenía conocimiento de algo así y tampoco podía decir que su nuevo vecino era una especie de demonio, pues era afirmar algo que no estaba segura de sí creer o no. No, sólo estaba imaginando cosas. No había nada de extraño en el burgués.

Cerró los ojos y aferró el libro a su pecho.

El demonio hizo acto de presencia en su imaginación y como si el encuentro fuera real, le dijo:

—¡Bebo la debilidad de la primera víctima como una copa de vino!

Abrió los ojos exaltada, dejando caer el libro cuyo golpe hizo eco.

El demonio le habló o solo fue el producto de su atareada imaginación. Intentó no pensar más en ello. Seguramente el cansancio o los nervios se apoderaban de ella, sí, era eso.

Prefería mentirse antes que aferrarse a cualquier idea extravagante que la alterara más de lo que ya estaba.

—¿Se encuentra bien?

Su voz. Era él, Eugene Onegin.

Ella asintió al sentirse descubierta por el propietario. Dio media vuelta, encontrándose a un burgués bien vestido con la capa y el sombrero cilindro bajo el brazo. Llevaba guantes negros y junto a él, su criado Guillot sostenía una caja en la que seguramente llevaba un revólver.

La joven tragó saliva. ¿Qué ocurriría?

El reloj marcó las nueve. Eugene Onegin se disculpó con la joven y se retiró a sabiendas que la dama no hablaría.

Sin embargo, no pudo evitar darle una última mirada, en donde sus ojos y los de ella se conectaron. Tatyana palideció y él se retiró, dejándola aún más confundida que antes.

Tatyana se quedó sin habla. Cerró los ojos y se concentró en lo que acababa de ver, ese extraño brillo que notó en Eugene. Un brillo demoniaco.

*Estrofa traducida del ruso del poema Demonio de Aleksander Pushkin.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro