✒c a p í t u l o 0 8

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  Dejó el bolígrafo a un lado, satisfecho con todo lo que había escrito para su pequeña flor.
Dobló la hoja muy cuidadosamente, asegurándose de qué los dobleces fueran perfectos y finalmente, metió la carta en un sobre color blanco grabando su firma al frente. Sonrió porqué por fin había tenido tiempo para dedicarlo a escribir. Pero, ¿por qué no había podido? Las ideas no rondaban por su mente, justo como suele ocurrirle a un escritor en medio proceso de redactar algún capítulo de su libro. No sabía qué contarle a su pequeña Setsuko, por lo qué, optó por contarle alguna anécdota de su vida en Japón cuando era joven.

  Salió del dojo al escuchar demasiado ruido. Ninguno en específico pues todos se mezclaban con voces, la televisión y risas.

–¿Sucede algo, hijos míos? –habló a la par que deslizaba la puerta del dojo.

–Nada en especial, sensei –respondió Leonardo por sus hermanos y amigo.

–Entonces, ¿cuál es la razón de tanto alboroto?

–Estamos jugando laberintos y mutantes, es todo –alzó la voz Miguel Ángel, emocionado porqué parecía que él ganaría; todo lo contrario a Casey. Este parecía querer llorar pues se trataba de su primera vez jugando el extraño juego de mesa, no comprendía del todo y los términos con los que hablaban los cuatro hermanos eran chistosos y algo confusos, por ende, iba perdiendo.

–Muy bien. Sólo les pediré de favor que no alcen mucho la voz.

–No se preocupe, sensei. Lo haremos –respondió Donatello sin despegar la vista del tablero. En base a la situación, estaba creando una gran estrategia para lograr ganarle a su hermano menor y de paso, arruinar el plan de Leonardo pues casi siempre las victorias eran de él (siendo las demás de Miguel Ángel). Por Raphael no se preocupaba tanto. El juego parecía no importarle tanto, le gustaba y todo pero prefería disfrutar el rato, sin necesidad de pensar tanto, por lo que iba en penúltimo lugar.

  Los cinco chicos continuaron su juego, sin percatarse de que su padre continuaba mirándolos con atención. Quería lograr hacer que Casey lo mirara para poder entregarle la carta, pues le daba pena interrumpirlo en plena partida. Entonces, decidió mejor esperar el momento adecuado para entregársela.

  Las horas pasaron. Iniciaban la partida una y otra vez. Las victorias se dividían entre Leonardo, Miguel Ángel y Donatello. Casey de verdad quería ganarles porqué poco a poco entendía el juego. No era difícil, sólo debía prestar atención.

  Al final nunca lo logró. Se rindió pero feliz. La próxima vez estaba seguro de que ganaría. Claro, se pueden hacer estrategias, pero todo depende de la situación en el momento que los dados se tiran en el tablero. Una vez que sale un número diferente, tus cálculos pueden ser erróneos y toda tu estrategia se viene abajo.

–Bien, chicos. Debo irme, aún debo ir a ver a alguien –Raphael levantó rápidamente la cabeza pues sabía a quién se refería– voy al dojo, en seguida regresó.

  El chico se dirigió al lugar que había mencionado y Raphael se quedó estático en su lugar, pensando. Cierto, le había prometido que volvería a la noche siguiente para verla. Así que, se levantó del sillón, dispuesto a acompañar a su amigo.

–Gracias, sensei –dijo cerrando la puerta del dojo y cuando se dio la vuelta, dio un pequeño brinco al ser sorprendido por Raphael.

–Te acompañaré a verla.

–¿Y eso? –arqueó su ceja derecha, sorprendido y hablando con un tono que lo hacía oír ligeramente pícaro.

–Le prometí ayer que iría a verla.

–Wow, Raphael promesas mágicas –hizo un arcoiris con sus manos.

–No digas tonterías y vámonos.

–Tranquilo. Sólo me despido de tus hermanos –se encaminó a la sala con Raphael detrás. Chocó puños con cada hermano del ojiverde–. Nos vemos chicos, debo irme.

  Raphael sacó casi a empujones a Casey pues quería salir a la superficie.

  Ambos subieron con el silencio reinando. Aquella escena había sido un poco chistosa, digna de recordar a cada momento para burlarse del temperamental.

–Oye, yo entraré como normalmente lo hago...ya sabes, por la puerta –señaló la entrada del edificio desde la azotea vecina en la que se encontraban.

–Bien. Esperaré a que tú entres. Sería raro si lo hago primero.

–Vamos, ya te conoce, no es como que sea sorpresa.

  Finalmente, Casey convenció a Raphael, quien entró primero pues su amigo debía subir al elevador para ascender al piso correspondiente.

  Setsuko estaba usando su computadora de escritorio, tecleando rápidamente y luciendo muy concentrada, sus lentes, wow, sus lentes eran simples pero por los pensamientos de Raphael pasó un «se ve realmente tierna». Sus lentes con armazón color negro la hacían lucir una joven intelectual, se veía como una chica muy diferente; quizá lo veía así porqué nunca había visto a una chica (además de Abril).

  La japonesa nunca se percató de la presencia del mutante, que para él fue el minuto más largo de su vida; ella estaba tan absorta en su asunto, que no escuchó ni sintió presencia alguna.

  Toc, toc.

  Tocaron la puerta, quien lo hacía era más que obvio. Uno, dos, tres segundos pasaron y ella no se movió ni un centímetro de su lugar, hasta que tocaron más fuerte.

–¡Oh, Dios mío! ¿Cuánto llevas ahí parado? –llevó una mano a su pecho pues se había exaltado por la sorpresa de ver a Raphael parado a una distancia prudente de ella.

–Bueno, no llevo más de cinco minutos –se encogió de hombros, con una ligera sonrisa en sus labios.

–Ehm, ¿podrías abrirle la puerta a Casey? –el ojiverde asintió e hizo lo pedido. Su amigo pasó por un lado y abrazó a Setsuko por detrás, aun estando sentada.

–¿Qué haces, pequeña?

–Editaba unas cuantas fotos que te he estado tomando –levantó su cabeza hacia Casey, quien observaba con detenimiento cada detalle en la foto. Su amiga parecía una profesional a pesar de no tener conocimiento de una escuela.

–¿Tomas fotos?

–Es su vida entera –respondió el pelinegro por ella–, deberías ver sus fotos, te vas a enamorar de su trabajo.

  Setsuko hizo un ademán con su mano, indicándole a la tortuga que se acercara; obedeció y se posicionó junto al chico, mirando la foto.

  Podía apreciarse a un Casey lleno de calma, dibujando sentado en el sofá. Se le vino a la mente qué cuando dejamos las preocupaciones a un lado nos sentimos más tranquilos pues intentamos olvidar los problemas y por lo menos reducir la carga que sentimos en nuestros hombros al hacer algo que disfrutamos, entrando en nuestro propio mundo. Y eso era lo que Setsuko había plasmado en la foto: la tranquilidad y paz en hacer lo que te gusta.
Para Casey, dibujar era una de las cosas que le gustaban, poniendo el hockey en primer lugar.

–Eres buena tomando fotografías.

–Tal vez –se quitó sus lentes aún sin quitar la vista del monitor–, algún día te fotografíe a ti.

  Casey sonrió ante el comentario dirigido a Raphael.

  Creía que era buena idea haber traído a Raphael, ayudaba a Setsuko a convivir con alguien más y distraerse un poco de su realidad.

–Pequeña, te traje la carta de tu sensei –sacó el sobre y se lo extendió.

–Muchas gracias, Casey. Lo leeré después –lo puso junto a su teclado. ¿Quieren cenar algo?

–No, gracias. Debo irme, mañana tengo práctica. Sólo quería verte y traer tu carta. Pero, algún día de la semana vendré un día entero –agregó eso último al ver que su amiga había cambiado su sonrisa por un gesto triste. Era cierto que a veces sentía que estaba olvidada. Raphael también había notado eso.

–Yo puedo quedarme un rato más –y ante aquello, los ojos de Setsuko se iluminaron.

–¿Puedes hacer eso, Rapha? –cuestionó dudoso su mejor amigo.

–Claro. Todavía no se acerca mi hora de permiso.

–Bien. Dejaré a esta linda chica a tu cuidado –revolvió su cabello cariñosamente–. Te amo, mejor amiga.

–Yo igual, mejor amigo –Casey salió del departamento, dejando a la tortuga y a la chica juntos con un extraño silencio.

  Ella continuó sentada, mirando a Raphael, quien tenía la mirada perdida en algún punto inexistente en el suelo.

–Oye, ¿podrías ayudarme? –rompió el hielo, captando la atención del chico.

–¿Eh? Digo, sí –se acercó a ella, tomando su mano derecha y pasándola por encima de sus hombros para que Setsuko se apoyara en él y poder llegar hasta su silla de ruedas.

–Eres muy amable –aquella sonrisa hizo que Raphael sintiera cierta calidez que le agradó– ¿quieres que ordene pizza? Es más, ni debería preguntar, ayer te fuiste y no pude comprarla –fue aviso y no permiso. Ella de verdad quería pasar tiempo con él.

  El hecho de que él existiera y que no fuera un simple personaje de historias que le contaba su sensei la ponía feliz y gracias a eso tenía una razón más para seguir viviendo. Creía que seguir luchando valía la pena, porqué hasta ahora, gracias a eso, Raphael había aparecido en su vida como un noble salvador y deseaba que aceptara protegerla.

2O.O1.2O19

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