✒c a p í t u l o 1 7

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  Sus pensamientos estaban hechos un revoltijo. No era para menos. Tenía tantas cosas que aclararse a sí misma que no disfrutó aquel día con su amigo. Recordaba una y otra vez la manera en que despertó seguida de las palabras de Casey que tuvieron un impacto serio en ella.

  Debía replantearse sus sentimientos. Analizar más a fondo qué era lo que sentía al estar en compañía de Raphael. De verdad que estaba hecha un lío emocional. Deseaba llorar, gritar o patalear simplemente para desahogarse. Pero, ¿desahogarse de qué? Bueno, no siempre sabemos lo que nos pasa y sólo queremos todo el día estar solos, alejados y encerrados en nuestra propia mente. Y aunque ella no sabía la razón de sentirse así solo quería hacerlo.

  Es tan complicado combatir contra algo que no conocemos con exactitud. Los sentimientos, por ejemplo. A veces se mezclan y logran confundirnos más, solamente eso. La mente humana es un verdadero misterio.

  Jones notó la incomodidad de su amiga, por lo que decidió que lo mejor era marcharse y permitirle un tiempo a solas. Se despidió no sin antes haber preparado un poco de comida para ella. Ella agradeció su amabilidad y finalmente, el lugar se quedó en completo silencio.

—Dormir no me hará daño –se encaminó a su habitación y una vez estando en el umbral de la puerta de madera se quedó pensando un poco.

  Una de las cosas que la mantenían mal era su incapacidad de caminar. Se sentía inútil, vulnerable e insegura; cosa que le haría saber al ojiverde después. Si quería que él aprendiera a confiar debía ponerle el ejemplo.

  Apoyó ambos pies en el suelo, sosteniéndose de un librero que había a la entrada de su habitación. Estaba decidida a intentar caminar así qué dio el primer paso. Funcionó bien.
Lo peor fue cuando se soltó, dando el segundo paso, cayendo directo al suelo y por segunda vez siendo incapaz de levantarse. Necesitaba paciencia y desgraciadamente no la tenía.

—Seré un estorbo para él si no me esfuerzo por caminar –bajó la mirada, observando sus delgadas y pálidas piernas. Estas habían perdido músculo pues cuando era más joven practicaba ninjutsu y una vez estando atada a aquella silla dejar el ejercicio no era una opción– ustedes dos son tontas. No sirven para nada al igual que yo –hizo puños sus manos, golpeando con toda su fuerza sus extremidades– ¡las odio!
 
  La edad en la que no estamos cómodos con casi nada es verdaderamente complicada. Pero nosotros mismos somos nuestro abismo. Como Setsuko lo era para ella misma.

  Sin embargo, siempre existe la persona que aparece justo a tiempo.

  La ventana se abrió de golpe. Ella alzó la vista, topándose con Raphael y su expresión neutra que daba un poco de miedo. Miró el reloj de pared, este marcando apenas las seis de la tarde. ¿Cuál era la razón de llegar a esa hora? No, más importante aún, ¿cómo es que supo llegar en el momento indicado?

—¿Qué haces aquí tan temprano? –frotó sus ojos para limpiar el rastro de que intentó llorar.

—Escuché todo tu monólogo. Eres una tonta, ¿lo sabes? –ella frunció el ceño ante tal comentario–. No tienes motivo para pensar así sobre ti misma ¡Sí! También vi como golpeaste tus piernitas.

  Le parecía adorable cuando hablaba de las cosas usando diminutivos. Nunca creyó que alguien con la personalidad de él lo haría. Algún día grabaría su voz.

—¿Y por qué no respondes mi pregunta? Es muy temprano, me sorprendes.

—Si quieres me voy –señaló la ventana.

—No. Me refiero a qué siempre vienes a altas horas de la noche.

—Ah. Bueno, no quiero estar en casa con mis hermanos, eso es todo –se acercó para ayudarla a levantarse y la llevó a su cama, donde ella se acostó y él se sentó a su lado–, siempre que quiera huir y estar en un lugar con alguien que me entienda, ¿puedo venir aquí?

—Claro, sabes que sí.

—Gracias. Es tan bueno saber donde vives.

  Rió por el comentario de Raphael. Era un tanto extraño pero gracioso. Y se dio cuenta de que la confianza comenzaba a nacer en él al pedirle refugio cuando lo necesitara.

—Cuando venía, el cielo se tornó gris de un instante a otro. Tal vez llueva.

¡Eso es! La lluvia era su tranquilizante. Sentir las gotas en su piel y el viento de aquí para allá le traía una tranquilidad colosal, tanto que podía liberarse de esa manera. Y estaba decidida en pedirle a Raphael que la llevara a la azotea sólo para eso.
Mientras tanto, charlarían un rato, no parecía que llovería tan temprano sino hasta más tarde.

  Raphael le contó varias anécdotas:
Le contó la vez que un tipo gordo los grabó e incluso amenazó con vender el vídeo exponiendo a sus hermanos y a él.

—Wow ¿de verdad? –no contenía su emoción ante el relato de la tortuga. Era magnífico y deseó verlo en acción. Seguramente peleaba genial.

—Es en serio. Parecía que tenía odio a los mutantes desde que lo amenacé con golpearlo. Lo más chistoso de esto es que terminó cayendo en mutageno, convirtiéndose en una horrible araña.

—¿Mutageno?

—Sí. Hasta el nombre es obvio, convierte a los humanos en mutantes –dijo con ironía y eso causó que a Setsuko le dieran ganas de golpearlo pero sólo rió.

  Se quedaron varios minutos más hablando. Cosas al azar, nada con sentido pues si a algo estaban acostumbrados ambos era a las bromas y locuras. Bastante parecidos.

[...]

  Casi daban las once. Ambos chicos se encontraban cenando pizza.

—Recuerdo la primera vez que probé la pizza –miraba con ojos de corazones su rebanada a medio comer– estábamos hartos de algas y gusanos.

—Ugh, qué asco.

  Rieron al unísono. A Raphael le pareció encantadora la risa de Setsuko, ni muy chillona ni muy aguda, no era enfadosa de oír. Podría hacerle cosquillas sólo para escucharla, porqué lo mejor de su noche era saber que lograba sacarle una sonrisa.

—Quisiera que las noches fueran más largas –miró por la ventana que estaba junto a la mesa en la que comían– podríamos pasar más tiempo juntos –le sonrió ampliamente, mostrando esa perfecta dentadura, blanca como la nieve, sonrisas honestas que no daba a menudo.

—Yo quisiera que tú no te fueras –me da miedo hacer una tontería y que no estés para evitarla– porqué así no me sentiría tan sola. Tu compañía y la de Casey son vitales para mi. Pero ninguno de los dos puede estar todo el tiempo conmigo, tienen sus vidas y...

—De nuevo con eso. Me exaspera que lo hagas, eh. No entiendo porqué piensas que serías...

—Comenzó a llover –dijo con emoción. Raphael gruñó por ser interrumpido, ella no le dio importancia, simplemente le restó importancia al hecho de haber sido ignorado– ¿me llevas a la azotea?

—Tú misma lo dijiste, comenzó a llover. Te enfermarás si salimos. 

—Vamos. No lo hago mucho y es un clima que de verdad me encanta. Adoro sentir las gotas chocar contra mi piel –si hubiese sido Casey, el cuento no se lo creería. Pero era Raphael, era la primera vez que la escuchaba hablar sobre tal tema y no quiso hacerla sentir mal, así que empujó su silla de ruedas hasta la ventana por la que entraba todas las noches. La abrió y se volteó a mirarla, confundido pero sin reprochar.

—¿Debo cargarte?

–S-sí. Casey me carga en su espalda –respondió nerviosa de que él fuera a rechazar la petición.

  Pero al contrario, él tomó sus pequeñas manos entre las suyas, ayudándola a ponerse de pie, teniéndola de pie frente a él; ella no era mucho más alta que Raphael, parecían de la misma altura. Posó las delicadas manos en sus hombros y la tomó de la cadera.

–Ahora, envuelve tus piernas en mi cintura –ella obedeció. 

–Ehm, toma mis zapatos –apuntó y con su mano izquierda la soltó y tomó el calzado antes indicado.

  Raphael salió del departamento y subió con increíbles saltos las escaleras, ella se aferró a él con miedo de caerse. Lo que no sabía es que Raphael nunca la dejaría caer, ni emocionalmente y mucho menos físicamente.

  La lluvia no era fuerte. Apenas y se sentía la brisa fresca y helada con el viento. Las estrellas comenzaban a hacer acto de presencia en el cielo nocturno de la ciudad, otra de las cosas que a la peligris le encantaban.
Bajó su cuerpo con cuidado, sentándola en una caja de madera que estaba ahí abandonada poniéndole con delicadeza sus zapatos. Pasó uno de sus brazos por detrás de sus hombros para ayudarle a andar.

—¿Sales siempre?

—Solo cuando llueve. Quisiera que lloviera por siempre. ¿Sabes? La lluvia a veces nos hace mostrarnos egoístas, nos preocupamos tanto por no mojarnos que tapamos nuestros rostros con el paraguas, impidiendo ver a los que lloran bajo la lluvia –no entendía sus palabras. ¿Había sido poeta antes? Quizá.

—¿A que te refieres? –preguntó antes de que una gran ráfaga de viento los golpeara, acompañada de la intensificación de la lluvia. Cuándo la miró de nuevo comprendió de lo que hablaba segundos atrás– ¿por qué? ¿Por qué lo haces?

—¡Estoy harta! Tengo que depender de Casey para hacer todo. Y es muy irritante, detesto todo –la giró quedando frente a frente y la abrazó. Setsuko se rompió más porque ese era el tipo de abrazo que necesitaba: sin palabras de por medio, sin escuchar un "tú puedes" debido a que ya le resultaba monótono, palabras vacías y que ya no tenían sentido alguno; estaba cansada de escuchar eso.

–Si es necesario, toda nuestras vidas te cargaré, te llevaré en mi espalda siempre –murmuró en su oído– no pienso abandonarte porque no me gustaría que hicieras lo mismo conmigo.

















N/A
(Y la verdad no sé si estoy apresurando las cosas en la historia, pero recuerden que ya han transcurrido cinco meses)

29.O1.2O19

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