Capítulo 11

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Me aferré con fuerza a Ned cuando la luz se extinguió, cerrando los ojos para no ver si Devin aparecía dentro de la cabaña, aunque bien sabía que antes de las doce no aparecería, y que tampoco podría entrar allí.

—Shhh... no pasa nada, Celeste —me dijo Ned tratando de calmarme—. Solo quiere asustarnos, hacer notar su presencia. —Tragué saliva. Ned tenía razón, pero la oscuridad jugaba en mi contra y me llenaba de miedo. Necesitaba un poco de luz.

—Está muy oscuro —me quejé.

—Ya encenderé unas velas —me tranquilizó—. El demonio debe haber apagado o destruido el generador de energía. Está en el cobertizo en el fondo. Déjame que vaya a verlo.

—¡No! —exclamé, tomándolo del brazo—. ¡No salgas, por favor!

—Prenderé las velas y saldré a mirar el generador. No me pasará nada, pero tú te quedas adentro. —Me aferré a él con más fuerza. No quería que saliera por nada del mundo, temía que tal vez Devin estuviera tramando una trampa—. Celeste... Has visto cómo funciona mi protección. No me sucederá nada, lo prometo.

—Está bien —dije, derrotada. Luego lo solté. Ned encendió su linterna y caminó hacia un armario, lo abrió y tomó un par de velas de allí, las cuales puso sobre la mesa y encendió, iluminando la cabaña entera.

 —Ya vuelvo, no te muevas de aquí —me dijo al dirigirse a la puerta. La abrió lentamente, y lo que pude ver fue realmente sorprendente, tanto que me quedé boquiabierta. Afuera cientos de animales salvajes rodeaban la cabaña formando un círculo, de los más grandes a los más pequeños. Osos, lobos, ardillas, águilas, cuervos y muchos animales más. Todos con la mirada fija en la cabaña. Y por supuesto, no faltaba el maldito búho diabólico, que estaba posado sobre una rama y me miraba directamente a mí.

—¡Santo cielo! —exclamé—. ¡Cierra la  maldita puerta! —Ned la cerró, aunque no lucía del todo sorprendido.

—El demonio los ha inducido a hacer eso —me informó—. La idea es, o hacer que quedemos encerrados aquí, o al menos demorarnos lo suficiente como para que no lleguemos a tiempo al lugar de la iniciación. —Se me había olvidado ese detalle. La iniciación se realizaría al aire libre. ¿Cuál sería el lugar que Ned había escogido?

—¿Queda muy lejos ese lugar? —me aventuré a preguntar. No me deleitaba la idea de tener que caminar una hora para llegar allí. Si es que Ned me dejaba ir con él, por supuesto. Pero no habría forma de que me quedara dentro de esa cabaña, ni en mil años. Por más que mi presencia de nada sirviese, no dejaría que Ned se enfrentase solo al demonio.

—No, no queda muy lejos. Es en un claro cerca de aquí. A unos cinco minutos. Esos animales serán un problema. Si se quedan quietos allí, es posible que no nos dejen salir. No me gustaría tener que hacerlo, pero seguramente deberé recurrir a la fuerza para quitarlos del camino.

—¿Cómo? —quise saber, imaginándome a Ned luchando cuerpo a cuerpo con uno de los enormes osos que se encontraban afuera.

—Tengo un rifle e infinita cantidad de balas aquí en el sótano de la cabaña. No será un problema... Pero no me gusta la idea de tener que lastimar a animales inocentes. No es culpa de ellos que un demonio los esté usando.

—¿Cómo lo hace?

—Trucos con la mente. Se mete en la cabeza de los animales y los hipnotiza, así ellos hacen lo que él quiera. Puede hacer lo mismo con humanos.

—¿Cómo cuando los accidentes de Rose y Mary?

—Exacto. De esa misma manera. Aunque ellas llevasen crucifijos, el demonio podía entrar en sus mentes. La única forma de estar protegidas hubiera sido estar en un lugar donde hubiera un crucifijo colgado, como aquí.

—¿Podría hacer eso conmigo? —pregunté. Si era posible, me parecía raro que todavía no lo hubiera hecho.

—No, no puede hacerlo con las almas que intenta corromper. Te convencerá por otros medios para hacerlo. Además, es posible que tampoco pueda hacerlo ya que eres una de las elegidas.

—¿Cómo es eso? —pregunté. Lo había leído, pero no terminaba de comprenderlo.

—Las elegidas son mujeres que han nacido para formar pareja con un cazador. Vendrían a ser como sus almas gemelas, las que pueden complementarlos. Son quienes están destinadas a ser madres de la futura generación de cazadores. Si bien en última instancia el cazador puede llegar a tener un hijo con otra mujer, esto sucede solo cuando su elegida ha muerto. Además, el cazador solo podrá quedarse con la madre de su hijo si es una elegida... sería demasiado peligroso quedarse con una mujer que no lo es.

 —¿Como en el caso de tu madre? —pregunté. Eso explicaría que ellos no estuviesen juntos.

—Sí. Mi padre amaba a mi madre, pero ella no era una de las escogidas. Por eso no pudieron quedarse juntos...

—Lo siento mucho —dije—. Debe haber sido horrible crecer lejos de tu padre.

—Lo fue —asintió.

—¿Qué hacemos ahora? Con el tema de los animales... —quise saber, volviendo nuestra atención al problema que nos competía.

—Vamos a buscar la copia del libro y la escopeta. Las dos cosas están en el sótano —dijo Ned, tomando una vela en su mano y dándomela a mí—. Lleva la vela y yo alumbraré con la linterna.

Ned corrió una alfombra que se encontraba al pie de la cama de dos plazas y tiró de una argolla descubriendo la entrada al sótano, cuya ubicación era, por lo visto, un secreto.

—Ven —me ordenó. Justo en ese momento, la cabaña comenzó a temblar. Estaba siendo embestida desde diferentes lugares. Los animales, por supuesto, estaban intentando entrar o destruirla—. ¡Apúrate, Celeste! —exclamó Ned alarmado.

Rápidamente fui hacia donde él estaba, y comencé a bajar las escaleras de piedra que guiaban al sótano. El lugar lucía bastante antiguo, más que la cabaña en sí, y todo estaba hecho de piedra. Ned me siguió y cerró la puerta, trabándola. Con suerte, los animales no podrían llegar hasta allí.

—¡Oh, Dios mío! —exclamé aliviada—. Eso estuvo cerca. —Ya me imaginaba siendo embestida por un alce. Los animales no podrían herir a Ned, pero lo demorarían bastante si me atacaban a mí, ya que él no se iría a ninguna parte si yo me encontraba herida.

Puse la vela sobre una mesa de piedra. Había estanterías que cubrían todas las paredes, hechas con la misma piedra, y llenas de raros libros.

—Esto es realmente antiguo —dije asombrada.

—Lo es —contestó él—. Este lugar perteneció originalmente a mi tatarabuelo, quien vino de Escocia. Él lo construyó. La cabaña fue construida sobre las ruinas de la casa original, que fue destruida una vez por los demonios...

—Y ahora creo que se deberá construir nuevamente —lo interrumpí, escuchando un estruendo sobre nosotros. Los animales habían logrado derrumbar las gruesas paredes de madera.

—Eso parece —dijo Ned, despreocupado ante este hecho, mientras caminaba hacia uno de los estantes y tomaba una pila de papeles—. Aquí están mis copias. No sabes la cantidad de fines de semana que he pasado aquí leyendo estos libros. Son muy educativos.

—Me imagino que manejas muy bien el latín —comenté al ver las lenguas extranjeras en las inscripciones de los lomos de los libros. —Ned asintió.

—Y el griego, y el arameo, y...

—Sí, no necesito saber más —dije entre risas. No dejaba de preguntarme cómo hacía Ned para ser saber tanto.

—Bueno, aquí está todo lo que necesito. Además, deberé llevar un bote de sal para dibujar un círculo, y pintura roja para hacer los dibujos. Me llevará un rato así que tendré que partir pronto.

—Iré contigo —dije con determinación.

—No, Celeste. Debes quedarte en este lugar seguro. Aunque pierda, el demonio no podrá llevarte si te quedas aquí. —De pronto el tono de voz de Ned era muy serio.

—Pero...

—Pero nada. Si no vuelvo para las tres de la mañana, llama a mi padre. Tengo guardado el número aquí, en mi celular. El demonio no podrá matarte, ni llevarte al infierno, y mi padre se asegurará de destruirlo antes de que siquiera intente ponerte un dedo encima.

—¿Qué es exactamente lo que el demonio planea hacer conmigo?

—Siendo el tipo de demonio que es... supongo que quiere matarte, succionando de ti toda la energía que te queda, para luego llevar tu alma al infierno. O bien, puede llevarte al infierno y matarte luego. De cualquier forma su objetivo es convertirte en uno de ellos. Pero no lo permitiré, Celeste. —Apreté mis labios. Confiaba en Ned, pero necesitaba ir con él. No quería dejarlo solo.

—Prométeme que volverás —le rogué mirándolo a los ojos.

—Prometo que daré todo de mí, Celeste —me dijo, devolviéndome la mirada con intensidad—. No moriré sin antes haber intentado con todas mis fuerzas ponerle fin a ese engendro.

Le acaricié la mejilla, observando sus facciones con detenimiento, en caso que nunca más volviera a verlo. Deseaba grabar su imagen en mi mente para siempre. No me olvidaría de él si no regresaba, aunque ese demonio me llevase consigo al infierno. Nunca olvidaría a Ned, mi amor, mi todo.

—Debo irme —anunció tras darme un suave beso en los labios.

—Los animales seguramente siguen afuera —le dije—. Espero que no te demoren demasiado.

—Yo también —estuvo de acuerdo él, mientras tomaba el rifle que estaba contra la pared y una riñonera llena de municiones. Luego, puso una pequeña lata de pintura, unas velas, cerillas y un bote de sal en una mochila negra, que se colgó a la espalda.

—Nos vemos pronto —me dijo—. Y recuerda, quédate aquí y llama a mi padre si no vuelvo. Confío en que él podrá salvarte. No ha venido a hacerlo porque esta es mi lucha, pero si no lo logro, se convertirá en la suya.

—Suerte —le deseé, y tomándolo de su camisa le di otro beso más, largo y apasionado. No quería olvidarme del sabor de sus labios en los míos, ni de la forma en que sus besos me hacían sentir.

—Adiós —se despidió, comenzando a subir las escaleras. Abrió la puerta y la volvió a cerrar rápidamente. Lo siguiente que oí fue una serie de disparos. Ned contra los animales. En menos de un minuto, no se escucharon más.

Subí hasta la entrada del sótano, y trabé la puerta desde adentro, por si acaso. Estar sola me aterrorizaba, y no quería que nadie pudiera entrar. Devin no lo haría, ya que había un gran crucifijo en la única pared que no tenía estantes llenos de libros.

Tomé asiento, sintiéndome impotente. No quería que Ned estuviera solo durante esa batalla, pero si había animales allí fuera, seguramente yo sería tan solo un estorbo.

 Entonces, mientras pensaba qué hacer y cómo podría eventualmente llegar hasta el lugar donde Ned se encontraría haciendo su ritual, comencé a revisar los estantes con libros. Tal vez había alguno que no estuviera en latín. Y fue cuando quité un libro viejísimo, aún más antiguo que todos los demás, que vi una palanca en el estante de piedra. La curiosidad me pudo y jalé de ella.

La estantería comenzó a moverse para el costado izquierdo, introduciéndose en la pared de piedra y dejando al descubierto un pasaje secreto, un túnel que llevaba vaya uno saber dónde. Aunque bien podía imaginarme el sitio donde llevaba. Después de meditarlo por un minuto, estaba segura de que ese túnel me llevaría a donde sea que Ned se estuviese iniciando.

 Fue entonces que, sin prestar atención a su advertencia, y sin preámbulos me interné en el oscuro túnel, acompañada únicamente por la vela que llevaba en mi mano para alumbrarme. No dejaría que Ned estuviera solo en esto. No lo haría.


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