Capítulo 19

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—Tú no irás a ninguna parte —dijo Ned con el rostro serio, justo de la manera que me había imaginado que lo haría.

—Necesito hablar con mi madre —repliqué con un tono calmado—. Sé que es la única forma de convencerlos que se queden bajo techo.

—Eso es exactamente lo que el demonio está esperando que hagas —expuso Ned—. Quiere que vayas allí, así puede encontrarte fácilmente. —Fruncí el ceño.

—No me importa. Necesito ir.—Sí, una vez que había decidido algo, no había manera de hacerme cambiar de opinión. Iba a ir a hablar con mi madre aunque Ned no me lo permitiese.

—No, Celeste. Es muy arriesgado ahora que sabemos que el demonio está de regreso. Además puede estar activo a cualquier hora. —Lo miré con el ceño fruncido sin decirle nada, pero Ned no cambió de opinión.

—Ven conmigo para protegerme entonces —dije, sin dar el brazo a torcer—. De paso hay que recuperar el coche de Candice, que quedó frente a la morgue. —Tenía razón, allí dentro habían quedado cosas importantes. Además, debíamos deshacernos del auto que habíamos robado para escapar. Tal vez dejarlo a las afueras del pueblo para que fuese encontrado.

—Terry puede ir a buscarlo más tarde —replicó él.

—¿Acaso no tiene que tenerme vigilada todo el tiempo? —inquirí.

—Sí, pero mientras tú te quedes en casa no pasa nada —explicó—. Aquí estás segura.

—¿Por qué Candice necesitaba tanta seguridad? —pregunté. Antes no me lo habían explicado lo suficientemente bien.

—Pues las clarividentes como ella ayudan a los cazadores a encontrar demonios. Es por eso que son un objetivo de esos malvados, que aprovechan a deshacerse de ellas cuando pueden. Además, siempre son acosadas por espíritus, buenos o no, que les piden que entreguen mensajes a sus familiares, entre otras cosas. Los vigilantes tienen esa función, la de ser sus guardaespaldas.

—¿Y quién les paga por ese trabajo? —pregunté, imaginándome que de algo esa gente tenía que vivir. ¿Cómo hacían para dedicarse a erradicar el mal las veinticuatro horas del día?

—El Vaticano —explicó Ned con tranquilidad, como si no fuese nada del otro mundo.

—¡¿El qué?! —pregunté con los ojos grandes como platos.

—Sí, lo que has oído. El Vaticano tiene una asociación secreta llamada “I Figli di Enoch”, que en español significa “Los Hijos deEnoc”. Bueno, esa asociación se encarga de solventar los gastos de los cazadores y sus ayudantes, incluyendo las clarividentes que trabajan para ellos y sus vigilantes, entre otros que nos ayudan.

—¿Entonces yo también recibiré todos los meses un cheque proveniente del Vaticano? —Ned se rió.

—Sí, pero no directo del Vaticano. Los fondos se envían del Vaticano a una sucursal en la capital, y de allí se depositan en tu cuenta bancaria. De la que deberás averiguar la contraseña, por cierto.

—¡Genial! —exclamé, riéndome un poco—. Otra cosa para averiguar.

 Todos éramos empleados del Vaticano entonces. Aunque no me extrañaba para nada que la iglesia católica estuviera financiando la guerra contra los demonios.

—Pero cambiando de tema, aún quiero ir a hablar con mi madre. ¿Por qué no vamos los tres? Supongo que ustedes dos podrán distraer a Devin por lo menos. Por favor… —supliqué, con cara de cachorrito triste. Ned sacudió la cabeza y suspiró. Acababa de ganarle esa batalla.

—Está bien. Pero es muy arriesgado, Celeste. Deberá ser rápido e iremos los tres.

—¡Excelente! —exclamé alegremente, dándole un rápido beso en la boca antes de ponerme de pie entusiasmada—. ¡Vamos a avisarle a Terry!

Terry no me terminaba de agradar pero, en las pocas horas que habíamos pasado juntos, me había acostumbrado a lidiar con su presencia. Al menos ya no me veía como una impostora, ni como una amenaza. Sin embargo, yo sabía que le costaría muchísimo tener que ver a otra persona en el cuerpo de la mujer que él amaba.

Terry también protestó, diciendo que él no sería tomado como responsable si me sucedía algo, entre otras cosas. Pero no pudo hacerme desistir, así que para las siete de la tarde los tres nos estábamos preparando para partir.  Conduciríamos hasta unos doscientos metros después de la entrada del pueblo, donde dejaríamos el coche robado. Luego caminaríamos hasta la morgue, lugar en el que había quedado el auto de Candice. De allí, iríamos a la casa de mis padres. Yo entraría sola, como había pedido mi madre, pero Ned y Terry estarían observando desde afuera.

Salimos en el carro robado con Terry conduciendo. Tuvimos la suerte de llegar al lugar donde lo dejaríamos sin encontrarnos con la policía de camino. Luego caminamos unos veinte minutos hasta llegar a la morgue. Como era de esperarse, nadie había quitado el auto de donde lo habíamos estacionado y nos lo pudimos llevar sin problemas. Para las ocho en punto estábamos estacionados delante de mi casa. Bueno, mi antigua casa, ya que nunca más viviría allí.

Los chicos se quedaron en el carro. Se acercarían a la puerta en cuestión de minutos, una vez que yo estuviese dentro, y corroborarían que todo estuviese yendo bien. Si algo malo ocurría, entrarían. Todo estaba muy bien planeado.

Golpeé la puerta suavemente, sintiéndome un poco nerviosa. Mi madre la abrió, mirándome con desconfianza, y me indicó que pasara. Estaba vestida de negro, como era de esperarse al estar de luto, tenía marcadas ojeras negras  y el maquillaje corrido de haber llorado tanto. Incluso parecía haber perdido peso.

—Buenas noches, señora —la saludé con una tenue sonrisa en mis labios.

—Adelante, querida —me indicó mi madre, cerrando la puerta tras de mí ni bien entré. No había nadie más en la casa. Al menos no en el salón, y no se veía a nadie en la cocina porque la luz estaba apagada.

—Jessica me ha contado todo lo que le has dicho —declaró mi madre, encendiendo un cigarrillo mientras hacía señas para que me sentase en el sofá. “¿Desde cuándo ha vuelto a fumar?”, me pregunté. Hacía como diez años que había dejado el vicio. Todo lo que había sufrido seguramente le había hecho volver al cigarro. Asentí mientras miraba a mi alrededor, esperaba ver crucifijos en las paredes, pero al no ver ninguno, comencé a preocuparme en sobremanera.

—En necesario que ponga crucifijos en la casa —le dije en tono calmado pero urgente. No quería sonar demasiado preocupada. Tampoco sabía lo que mi madre opinaba de todo esto, pero necesitaba convencerla de que tenía que hacerme caso.

—¡Ven aquí, mamá! —gritó mi hermano desde su habitación.

—Sígame por favor —me pidió ella al levantarse del sillón donde estaba sentada.

—Ehm… puedo esperar aquí —expresé. Subir no me parecía una buena idea. Además, este era el lugar más seguro si quería que Ned y Terry estuviesen al tanto de lo que estaba sucediendo aquí dentro.

—Venga por favor, quiero mostrarle algo —reiteró.

—Si usted insiste —accedí, poniéndome de pie, siguiéndola al piso de arriba. Mi madre caminó por el pasillo hasta entrar a la habitación de Timmy.

—Aquí la he traído. ¡Ahora por favor déjelo ir! —sollozó mi madre.

“¡Diablos!”, pensé, casi en voz alta. Alguien estaba en la habitación de mi hermano.

—¡Ce-les-te! —canturreó una voz masculina que yo bien conocía. ¡Era Devin! ¡Devin estaba en mi casa en la habitación de mi hermano!

Me asomé y lo vi sosteniendo una navaja contra su cuello. Sus ojos azules, como siempre, brillaban con fuerza. Estaba vestido, pero podía ver cosas moviéndose debajo de su piel. Eran las almas en pena de las que se había alimentado. 

Yo no sabía si mi madre podía ver eso, o si era solamente parte de mi don, pero era una visión horripilante, incluso me parecía poder oír a los espíritus gritando dentro de él, pidiendo ayuda desesperadamente.

—¿Celeste? ¿Por qué la llamas Celeste? —preguntó mi madre, atónita—. ¡Ella no es mi hija! —Devin sonrió de manera torcida, volcando toda su maldad en esa sonrisa.

—Físicamente no, pero su alma está dentro de ese cuerpo. Y me pertenece —declaró, sin soltar la navaja que apretaba contra el cuello de mi hermano.

—¿Es cierto eso? —indagó mi madre. Yo sabía que no lo creería si no fuese que estaba en presencia de un ser sobrenatural, de un demonio, lo cual era muy evidente.

—Sí —asentí levemente—. Me he encarnado en este cuerpo luego de morir. Se me ha dado una segunda oportunidad. —Mi madre parecía al borde de un ataque de nervios. No sabía cómo hacía para mantener la compostura. Tal vez porque no tenía otra opción que mantenerse fuerte.

—¿Y qué ha pasado con el cuerpo de mi hija? —quiso saber—. ¿Lo has robado de la morgue? —preguntó a Devin, en tono acusatorio.

“¿Cuánto tiempo hace que Devin está en mi casa?”, me pregunté yo.

—No lo robé —se defendió Devin—. Ella vino solita a mí. La iba a seguir llamando Celeste, pero… Celeste hay una sola y ella es diferente. Así que como no supe cómo llamarla, la bauticé Grace. ¿Qué les parece el nombre? —dijo Devin, volviendo a formar su típica sonrisa malévola al terminar de formular la pregunta.

—Ven aquí, Grace —canturreó Devin, y al instante, ella salió de la que una vez había sido mi habitación. Se había aseado y vestía uno de mis vestidos veraniegos. No se le veían heridas, pero estaba demasiado pálida, su piel un tanto grisácea, y sus ojos azules brillaban, casi tanto como los de Devin. Era la segunda vez en el día que me encontraba con mi atemorizante viejo cuerpo.

Mi madre se santiguó al verla. ¿Por qué? ¿Por qué no me habían hecho caso? ¿Por qué no habían puesto los crucifijos por todas partes, como yo había indicado? Ahora todos estaban en peligro. A no ser que… A no ser que Ned se diese cuenta y entrase corriendo la casa. Esa era mi única esperanza.

—Hola, Celeste —me saludó Grace, la zombi, con una voz bastante áspera. Aquella no era mi antigua voz.

No me había imaginado que ella pudiese hablar. Era realmente escalofriante ver a mi viejo cuerpo hablándome. Pero estaba poseído por la energía de Devin y, viniendo de él, cualquier cosa podía esperarse. Lo único que sabía era que iba a morir y, si no me mataba ahora, primero asesinaría a mi familia. Estaba en una situación de la que me sería realmente difícil salir.

—¿Me vas a matar o qué? —pregunté con determinación. Debía ser valiente. No había otra forma posible de actuar. No quería demostrar temor ante los ojos de ese jodido demonio.

—Sí. Pero primero te haré mirar cómo muere cada uno de ellos. Luego será tu turno, y sufrirás como nunca nadie ha sufrido antes —prometió Devin con enorme satisfacción.

—¡No! —exclamé con desesperación—. ¡Ellos no han hecho nada! ¡Déjalos ir!

—Es más —continuó el malvado—, ella los matará —mientras señalaba a la zombi con su dedo índice—. Los zombis aman la carne humana, viva o muerta. Tu madre le será un manjar. —Esas palabras fueron todo lo que necesité para desesperarme aún más de lo que ya estaba.

—¡NED! —exclamé a todo pulmón, esperando que él me oyese, que pudiese entrar y detener lo que estaba por suceder. Grace ya se estaba preparando para atacar a mi madre. Había abierto su boca, dejando ver un surco de dientecillos filosos y puntiagudos.

Me dispuse a lanzarme encima de ella para intentar detenerla, aunque sabía que sería inútil porque no tenía la fuerza suficiente como para combatir con una zombi, pero no pude moverme.  Otra vez Devin estaba utilizando sus poderes en mí. Eso siempre me frustraba.

Pude ver a Grace tomando a mi indefensa madre por el cuello mientras mi hermano y yo éramos forzados a verlo todo; vi como Grace arrancaba un pedazo de su cuello y la sangre salpicaba las paredes. Todo sucedió en cámara lenta, y parecía que sería una escena interminable…

Hasta que abrí los ojos. Estaba aún en la casa de Candice, recostada en el sillón mientras Ned y Terry me miraban preocupados. Nada de eso había ocurrido. Todavía estaba a tiempo para salvar a mi madre y a mi hermano. Sabía lo que  iba a ocurrir… podríamos actuar en consecuencia. ¡Qué alivio que sentí!

Eran recién las seis de la tarde. Me di vuelta para el lado de la ventana y vi la sombra alejarse. Ella había venido a advertirme sobre lo que iba a ocurrir. Lo extraño era que no la había visto venir esta vez, me había tomado por sorpresa. Todo había sido tan auténtico, como si lo estuviera viviendo en carne propia. Estas visiones eran cada vez más reales… y cada vez más terribles.

—¿Qué has visto, Celeste? —preguntó Ned con preocupación.

—Devin… está en casa de mi madre con la zombi —logré soltar con un tono de grave preocupación.

—¡¿Qué?! —farfulló Terry—. No podemos ir allí entonces —sonaba decidido.

—¡Matará a mi familia! —prorrumpí—. Vi todo lo que iba a hacer. Nosotros seguíamos nuestro plan a la perfección. Mi madre me hacía entrar y subir las escaleras, por lo que ustedes no veían lo que iba a ocurrir. Arriba estaba Devin amenazando a mi hermano con un cuchillo. Luego aparecía la zombi, a quien Devin ha bautizado Grace… y ella habla… y…  —me estaba costando trabajo continuar la frase, era demasiado— y ella atacaba a mi madre, arrancando un pedazo de su cuello. ¡Ustedes nunca llegaban a tiempo!

—¡Ni pienses que vamos a ir allí! —vociferó Terry.

—¡Debemos hacerlo o mi familia morirá! —lloré.

—¿La zombi estaba con Devin cuando llegaste? —quiso saber Ned.

—No —respondí—. Estaba en mi habitación. Creo que se estaba aseando, o algo por el estilo.

—Entonces tal vez podemos llegar a ella primero —señaló Ned—. Puedo subir por el árbol a tu habitación y sorprenderla, encenderla fuego.

—¡Quemarás toda la casa! —exclamé asustada.

—No importa mientras podamos acabar con ella y ese demonio. Luego Terry y yo sacaremos a todos de la casa a tiempo. Te prometo que nadie resultará herido.

—Es muy arriesgado que Celeste venga con nosotros. Iremos nosotros solos —objetó Terry.

—¡No! —exclamé en un exceso de valentía. No podía dejar que ellos fueran por su cuenta.

—Yo puedo distraer al demonio mientras Ned hace de la zombi una antorcha muerta viviente. ¡Y adiós demonio! —dijo Terry con firmeza.

—Es cierto, Celeste —expuso Ned—. Terry tiene razón. Debemos cuidar de ti, no puedes arriesgarte a ir. Él te quiere a ti… Y si algo sale mal, logrará su objetivo. Debes quedarte bajo techo, entre estas cuatro paredes.

—¡No los dejaré ir solos! —exclamé, deseando que tuviesen en cuenta mis deseos.

—Lo siento, Celeste, pero tu rol es estar a salvo para poder alertar a los cazadores, tal como lo has hecho ahora, y no ir justo al medio de la acción. No lo permitiré —dijo Terry con seriedad. Fruncí el ceño enojada. Realmente no quería que fuesen solos. ¿Pero realmente pensaba que podía hacer algo para ayudarlos? Lo único que haría sería estorbar.

—O te quedas aquí, o no va nadie —dijo Ned con seriedad—. No vamos a arriesgar tu vida.

    —¡Maldición! —exclamé con enojo—. Pero prométeme que volverás sano y salvo —dije, mirando a Ned con ojos suplicantes.

—Lo prometo —respondió él, acercándose a mí para darme un beso en la mejilla.

—Voy a ir preparando las armas —anunció Terry, saliendo de la casa.

Yo estaba nerviosa. Sabía que Devin ya estaba en la casa con mi madre y mi hermano; y que Grace, la zombi que tenía mi antiguo cuerpo también estaba allí, para seguir las órdenes de Devin al pie de la letra.

Ahora Ned y Terry se encaminarían directo hacia allí, a enfrentarse al peligro. Ned era un cazador, era lo suficientemente fuerte como para saber cómo lidiar con demonios de cualquier tipo, por más que tuviese poca experiencia en ello. Terry no era tan fuerte, pero sabía cómo desempeñarse y sería un buen aliado para mi novio.

Confiaba en Ned con todo mi ser, pero me atemorizaba dejarlo ir. Tal vez lo que más me molestaba era la idea de no poder ver cómo se deshacían del temible Devin de una vez por todas. Sí, realmente me molestaba no llegar a verlo. ¿Pero qué más podía hacer? Ellos no me llevarían, no había forma de que pudiera convencerlos.

—¿Hay algo que pueda hacer desde aquí? —pregunté.

—Sí —respondió Ned—. Quédate cerca del teléfono, y si llegas a ver algo antes de las ocho, me llamas al móvil así cambiamos nuestros planes. El demonio puede llegar a modificar los suyos si se entera que no vas.

—Un buen motivo para ir, entonces —dije con resolución.

—No, Celeste. Prefiero tener que lidiar con los planes cambiantes de un leviatán que perderte de nuevo. No lo haré. Una vez ha sido suficiente. —Lo abracé con todas mis fuerzas tras oír sus palabras cargadas de tristeza.

—Lo siento, cielo. Me imagino lo que debe haber sido para ti, pero intenta entenderme.

—Sé que es difícil para ti quedarte, pero aquí es donde debes estar. Las clarividentes como tú deben quedarse a salvo. Y si no fueras clarividente pensaría igual. Lo siento.

Suspiré derrotada. ¿Por qué no era yo la que tenía poderes para luchar contra el mal? ¿Por qué debía quedarme en casa? Realmente lo odiaba, y deseaba poder ser la que le pondría fin a ese malvado, pero no era así. Yo era débil y debía ser protegida. Me sentía más frágil que un jarrón de cristal, lo que me generaba una sensación de impotencia terrible.  

Pronto los chicos se marcharon, dejándome sola en la casa, pero antes me hicieron prometer que no pondría un pie afuera de la casa. Me costó hacerlo, pero prometí comportarme. Me di un baño y me cambié. Comencé a revisar la casa mientras miraba la hora y esperaba que la sombra llegase en cualquier momento. Sin embargo no lo hizo. Esa era una buena señal… ¿O no?

Se hicieron las ocho. Me acerqué a la ventana para ver si la sombra estaba cerca de la casa, mas no la vi. En su lugar, el jardín estaba repleto de espíritus. Parecían ser buenos, en su mayoría al menos. Se trataba de almas que no habían pasado al otro lado porque posiblemente habían dejado pasar su oportunidad de largo, o tenían asuntos pendientes con los que tratar.

Me asombraba saber lo que ellos eran; de cierta manera podía notarlo. Podía darme cuenta de que no eran personas vivas, la diferencia era bien clara ya que, aunque parecían ser físicos cuando los miraba, tenían una tonalidad espectral. Y ellos estaban allí por mí y de eso era muy consciente.

—¡Ayúdame! —gritó una mujer que tenía una herida en el estómago, similar a la que había sido mi herida de muerte. Se veía que había pertenecido al servicio doméstico por la ropa que llevaba puesta, la cual estaba bañada de sangre. ¿Pero cómo podía ayudarla? ¿Qué podría hacer yo por ella? No sabía absolutamente nada del oficio de ayudar a los fantasmas a pasar a una vida mejor. ¿Era eso lo que se suponía que querían?

—¡Ayuda! —grito otro de ellos y luego otro, y otro. Todos suplicaban, y se me partía el corazón al ver la manera en la que estaban sufriendo. Me sentía en el deber de ayudarlos pero, si quería hablar con ellos, debía salir de la casa, tendría que desobedecer la simple y clara orden de quedarme adentro mientras estuviera sola. Pero, ¿qué más daba? Devin estaría en casa de mi madre, no en este lugar. Podría tranquilamente salir por unos minutos a hablar con esas pobres almas en pena.

¡Y eran tantos fantasmas! Al menos unos doscientos de ellos llenaban mi patio. ¿Acaso Candice nunca trataba con ellos? ¿Por qué se le habían acumulado tantos? ¿Acaso podía pasar por alto su dolor? Yo podía sentirlo, y cada gota de dolor me afectaba como si fuera mía propia. Me di cuenta que la empatía hacia esos seres era otra faceta de mi nuevo poder.

Y no pude evitarlo. Salí afuera a hablar con ellos y vi cómo sus rostros se llenaban de esperanza.

—Los ayudaré —les anuncié—, pero de a uno, por favor. Tengan paciencia, eventualmente todos serán atendidos. Comencemos por los que han esperado aquí más tiempo.

Me senté en un sillón de jardín y esperé hasta que el primer espíritu se presentase delante de mí.

—Buenas noches —la saludé—. ¿Cómo te llamas? —Era la mujer que había visto primero, aquella que tenía la herida en el estómago.

—Felicia. Felicia Fuentes —respondió.

—¿Por qué estás aquí, Felicia? —la interrogué.

—Mi crimen no ha sido resuelto. Nunca se hallaron pruebas para incriminar al culpable.

—¿Y sabes dónde hallarlas? —le pregunté.

—Sí. El cuchillo que mi patrón usó para atacarme está tirado en un pozo cerca de aquí. Sé muy bien dónde está.

—¿Cuándo moriste? —seguí preguntando.

—Hace dos años. Y durante esos dos años he venido aquí, sabiendo que era mi única esperanza, pero nunca nos querías ayudar. En realidad… sé que no eras tú, que ha habido un cambio. Gracias por oírme ahora.

Volví a la casa y busqué un cuaderno para anotar todo. Más tarde llamaría a la policía para darles esos datos tan relevantes sobre el crimen de Felicia. Y necesitaría el cuaderno para anotar lo que me dijesen los demás espíritus, ya que todos tenían pedidos especiales.

Un hombre de unos cuarenta años, llamado Ryan Penn, necesitaba que le entregase un mensaje a su hija de veinte años. Él había muerto sin darle la ubicación ni la contraseña para abrir una caja fuerte; ahora yo debía dársela. Ese espíritu realmente debía confiar en mí para darme toda esa información. ¿Quién le aseguraba de que yo no le robaría?

Una mujer, de unos cuarenta años al momento de su muerte, llamada Paulina Ramos, quería que le enviase una carta a su madre en México para avisarle que había fallecido. Su madre nunca había sido notificada, ya que ella había sido una inmigrante ilegal, y no la habían podido identificar tras haber muerto víctima de un accidente porque no llevaba ninguna clase de documentos consigo.

Hablé con varios espíritus, y mientras tanto, el tiempo comenzó a pasar sin que me percatase de ello. No pensé en el hecho de que Ned y Terry estarían salvando a mi familia de las garras de Devin, y que podrían estar en una situación bastante riesgosa. Tampoco me di cuenta cuando una presencia malvada llegó al jardín.

.....

¡Hola! Espero que hayan disfrutado este capítulo :D El viernes que viene se viene el 20, y cada vez faltan menos para el final.

 Un abrazo a todos. Les deseo un buen fin de semana :)

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