Capítulo 6

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No pude volver a dormirme luego de esa horrible pesadilla. Esperaba que en cualquier momento comenzase a sonar mi teléfono y que alguien me dijese que algo terrible le había sucedido a mi amiga Mary. Pero nada sucedió, y pronto sonó mi reloj despertador, indicando que era hora para prepararme para el velorio de Rose.

La capilla estaba llena de gente. Siempre cuando muere alguien joven, parece que nadie puede perderse su velorio. Muchos chicos del instituto estaban allí, y en general, la mayor parte del pueblo. Aunque todos estaban al tanto que había sido un supuesto suicidio, eso no afectaba para nada la cantidad de personas presentes.

Uno a uno fuimos pasando por el ataúd donde estaba mi amiga. Me daba un poco de miedo verla, más aún después de la pesadilla que había tenido. Pensaba que en cualquier momento, tal vez ella abriría sus ojos y me tomaría del brazo, murmurando cosas escalofriantes, o algo por el estilo. Cosas típicas de las películas de terror con las que nos habíamos obsesionado tiempo atrás mis amigas y yo.

Por suerte no fue así. Rose yacía en su ataúd, pálida como la nieve. Una lágrima corrió por mi rostro al verla allí, y no pude evitar otra vez sentirme llena de culpa y remordimiento. Aunque debía dejar de hacerlo, todo era culpa del demonio y no mía. Yo no lo había buscado a él, sino que él había sido quien me había buscado; y seguramente buscaría la forma de destruir mi vida aunque yo lo obedeciera en todo. De cualquier forma estaba perdida.

Me senté junto a mis amigas. Las tres vestidas de negro, las tres sumidas en una profunda tristeza y las tres preocupadas sobre cómo seguiría nuestra pesadilla. Aunque ni Jessica ni Mary podían llegar a imaginarse que yo conocía al patán responsable de todos nuestros males  en carne y hueso.

Ninguna podría jamás llegar a imaginarse las cosas que él me había hecho, y ni siquiera yo podía imaginarme las cosas que aún le restaba hacerme.

Salimos de la capilla y caminamos hacia el cementerio cuando fue la hora del entierro. El cementerio quedaba a solo dos cuadras de allí, así que todos los presentes caminaron hasta allí en una silenciosa procesión.

Nos detuvimos a unos metros de la parcela dónde se había removido una buena porción de la tierra para hacer lugar al féretro de nuestra querida amiga. En un momento, algo dirigió mi atención a un árbol a mi izquierda. Allí estaba posado el búho, con su mirada clavada en mí. Parecía tener una cara burlona, aunque seguro solo era mi imaginación. ¿Desde cuándo tenían caras burlonas los búhos?

Por suerte todo pasó rápido, y pudimos emprender el camino de vuelta a casa. Las tres salimos caminando últimas, ya que quisimos decirle unas palabras finales a nuestra amiga luego de que los demás se hubiesen retirado.

—Todavía no lo puedo creer —afirmó Jessica mientras caminábamos por la acera. Ella iba en el medio, Mary estaba a su derecha y yo a su izquierda.

—Yo tampoco —comenté, un poco cabizbaja.

Mary iba caminando en silencio junto a nosotras, mirando la acera mientras lo hacía, con la mirada un tanto perdida, hasta que de pronto, se separó de nosotras y comenzó a cruzar la calle.

—Mary... Mary ¿Qué ha...? —Jessica no alcanzó a terminar la frase, cuando una camioneta salida de la nada atropelló a nuestra amiga.

—¡Oh, Dios mío! —exclamé histéricamente, rápidamente tomando mi móvil para llamar al 911 mientras Jessica corría hacia donde Mary yacía, en el medio de la calle, en un charco de sangre.

El conductor de la camioneta se había detenido y estaba al lado de Mary mientras se agarraba la cabeza desesperadamente. Era obvio que, al igual que nosotras, no podía creer lo que había sucedido.

—Ju... ¡Juro que no la vi! ¡No la vi! ¡No la vi!

—¡No tiene pulso! —exclamó Jessica con impotencia. Mientras tanto, yo ya había llamado a la ambulancia, la que no tardó casi nada en llegar. Los paramédicos nos obligaron a alejarnos del lugar y,  mientras ellos revisaban a Mary, la policía nos hizo preguntas. Las dos estábamos en estado de shock, y casi no podíamos responder sobre lo que había sucedido.

—Simplemente comenzó a cruzar la calle —explicó Jessica al joven oficial que la estaba interrogando.

—No sé si vio la camioneta que venía...nosotras no la vimos venir —le dije yo, intentando retener las lágrimas que amenazaban con correr por mi rostro. Yo sabía que algo le sucedería a Mary, y sin embargo, ni siquiera había intentado detenerlo. ¿Qué clase de amiga era?

Los oficiales quedaron en interrogarnos más tarde. Probablemente pensaban que nosotras dos podíamos haber empujado a Mary a la calle. Después de todo, tenía cierta lógica cuando otra de nuestras amigas había recientemente sufrido una muerte trágica bajo circunstancias similares. Por lo que nosotras dos éramos sospechosas hasta que se demostrase lo contrario.

—Está muerta  —dijo uno de los paramédicos—. Murió con el impacto.

—¡No! ¡No! ¡No! —gritó Jessica, aferrándose firmemente de mí.

Ambas nos quedamos abrazadas, llorando en la acera hasta que nuestros padres llegaron y nos obligaron a separarnos para llevarnos a casa. Evidentemente se veían preocupados. Estas no eran cosas que sucedieran comúnmente en el pueblo, y mucho menos cosas que usualmente sus hijas tuvieran que sufrir ni presenciar. Todo se estaba volviendo una carga demasiado pesada de llevar.

Mi madre tenía la teoría que Mary no había podido soportar la pérdida de su mejor amiga y que, por eso, había decidido cruzar la calle al ver esa camioneta. Yo sostuve todo el tiempo que debía haber sido un mero accidente, que Mary nunca se hubiese suicidado. Pero a todos les costaba aceptar mi teoría, especialmente después de la muerte de Rose.

No quise almorzar. Subí a mi cuarto y me tumbé en mi cama a llorar ahora que nadie podía verme, por más que ya no sabía de dónde sacaba lágrimas para hacerlo. Había tantas cosas que quería expresar y no podía. "¿Con quién podría hablar? ¿Con quién?"

Cuando menos me lo esperaba sonó mi teléfono celular. Era el padre Felipe. Había prometido llamarme si tenía noticias. Tomé la llamada luego de cerciorarme que no estaba rompiendo ninguna de las reglas del demonio. 

—Padre Felipe... Hola —dije con un tono apenado.

—Hola, hija —contestó el buen sacerdote—. He oído lo de tus dos amigas y he llamado al cazador de demonios que conozco para que venga con urgencia. ¿Crees que puedas aguantar tres días más?

—N... no lo sé, padre —dije, sin saber qué tanto podía decir en el móvil.

—Habrá que esperar porque no será él quien vendrá. Dice que este sábado habrá aquí otro cazador de demonios para lidiar con ese demonio. No conozco la identidad de este cazador, pero sé que te encontrará. Eso es todo lo que debes saber.

Sabía que eso debería haberme aliviado. Pero no lo había hecho. ¡Tres días! Mucho podía pasar hasta el viernes siguiente. Ni siquiera quería pensarlo. El demonio podía matar a todas las demás personas que me importaban en esos tres días. Ya habían pasado casi seis desde que lo había conocido. ¡Y cuánto desastre había hecho ya!

—Espero que así sea, padre —le contesté. Él debió haber supuesto que yo no podía hablar, por lo cual se despidió rápidamente y me recordó siempre tener agua bendita y un crucifijo conmigo, si no podía refugiarme en una habitación con crucifijos.

Creo que el padre Felipe sinceramente estaba preocupado por mí. Yo solo esperaba que él pudiera haber hecho más por ayudarme; tal vez lograr exorcizarlo pero, aparentemente, un sacerdote solo puede exorcizar un demonio si este está poseyendo a una persona. No había nada que él pudiese hacer contra un demonio que tuviera forma propia. Eso era un trabajo para un cazador.

Me arrodillé junto a mi cama una vez que había finalizado la llamada, y comencé a rezar, aunque casi ni recordaba cómo hacerlo. Rogaba que Dios, si existía y donde fuera que estuviese, escuchase mis ruegos y protegiese a las personas amadas que me quedaban con vida. No podría soportar perder a uno más de ellos.

Me tiré en mi cama, y pronto me quedé dormida. Después de todo, no había dormido mucho más que unas dos horas la noche anterior, y realmente necesitaba descansar. Ni siquiera pensé que tal vez podría tener más pesadillas, aunque no podría haberle resistido al sueño por mucho más tiempo.

***

Para mi sorpresa, mi sueño fue agradable y pude descansar todo lo que necesitaba. Me desperté siendo ya las once de la noche. Me extrañaba que nadie me hubiera llamado para cenar. Mi estómago estaba rugiendo, por lo que bajé las escaleras hasta la cocina. Mi madre me había dejado la cena en el microondas, por lo que solo tuve que recalentarla.

En la heladera había  una nota.

"Mañana ve a la escuela. Habrá clases. El entierro de Mary será a la tarde. Un beso, hija".

Mis ojos se llenaron de lágrimas nuevamente. Apenas había terminado de enterrar a una amiga, y ahora debería enterrar a otra. No era justo.

Comí todo lo que pude a pesar de sentirme tan angustiada, y luego subí a mi habitación, dándome cuenta con horror que pronto serían las doce de la noche; oficialmente declarada como mi hora más odiada y temida del día. ¿Qué pasaría esta vez? ¿Qué me haría ese maldito desgraciado?

No estaba segura de poder soportar una vez más que sus frías manos recorriesen mi cuerpo, ni que su helado aliento estuviera en contacto con mi piel. Ese demonio despertaba sensaciones nunca antes experimentadas en mí, y lo odiaba como nunca había odiado a nada ni nadie en mi vida, aunque muy en mi interior, yo sabía que una parte de mí lo deseaba. ¿Habría tal vez una parte oscura en mí? No tenía otra manera de explicarlo. O bien, tal vez era simplemente que ese demonio era irresistible a los ojos, y eso me afectaba, a pesar de saber que él era la personificación de la maldad pura. No podría explicarlo bien, pero las cosas eran como eran, y poco podía hacer yo al respecto.

A las doce en punto no sentí pasos en el techo esta vez. En cambio recibí un mensaje de texto.

"Toc, toc, Celeste. ¿Lista para la noche más emocionante de tu vida? Te espero abajo. Prepárate y ven".

—¡Santo Cielo! —exclamé. Este demonio guardaba aún más sorpresas bajo su manga. ¿Qué sería eso tan emocionante que según él me esperaba? A pesar que lo que más quería era quedarme a salvo en mi habitación, no podía hacerlo. Debería hacer todo lo que ese demonio me dijese de ahora en más, y sin protestar. No tenía otra opción.

No sabía qué tanto debía prepararme, por lo que simplemente me puse un par de jeans y una blusa color rosa. Me calcé unas zapatillas negras y bajé las escaleras con aprehensión. El demonio me estaba esperando abajo, podía sentirlo al bajar de lo frío que se volvía el ambiente, y de la presión que comenzaba a sentir en mi pecho, donde llevaba mi crucifijo. Me había olvidado de quitármelo.

—Buenas noches, Celeste —me saludó Devin, quien estaba parado contra la puerta de mi casa, sus ojos azules brillantes hurgando en mi interior con su mirada.

—Ho... hola —dije, deteniéndome a un par de metros de él.

—¿No tenías algo mejor que ponerte? —preguntó, mirándome de arriba abajo. Me puse un poco roja—. No importa, no te molestes — continuó—. Ya nos vamos.

—¿Adónde vamos? —me atreví a preguntar.

—A ver a tu noviecito —me contestó él con una amplia sonrisa. Tragué saliva. ¿Por qué querría llevarme a ver a Ned después de las doce de la noche un día entre semana? Supuse que por alguna razón esto se relacionaba con todo lo que me había hecho hacer anteriormente... salir con él, besarlo... Algo tenía este demonio con Ned. ¿Si no por qué molestarse en hacer todo eso?

—Shhh... deja de pensar por favor —me pidió Devin mientras salía a la calle.

La casa de Ned no quedaba lejos, pero pensé que caminar junto a un demonio haría de ese el viaje más largo de mi vida.

—No seas tan dramática —dijo Devin en tono irónico—. Puedo ser divertido cuando quiero... no soy tan mala compañía. Pero seguro me disfrutarás mucho más cuando pases primero por el infierno. —Me obligué a silenciar mi mente y dejar de pensar. No me gustaba que me contestasen a mis pensamientos, y mucho menos que me hicieran comentarios como ese. Yo sabía en lo que me convertiría si este demonio se salía con la suya. Y hasta ahora, él tenía las de ganar.

—¿Qué haremos en la casa de Ned? —pregunté despacio.

—Nosotros nada. Tú harás —contestó Devin, caminando un par de pasos por delante de mí.

—¿Qué haré entonces? —quise saber.

—Muy buena pregunta —dijo el demonio, deteniéndose un par de casas antes de la de Ned, dándose la vuelta para enfrentarme, su aliento frío rozando mi rostro.

—Primero, quítate ese crucifijo —ordenó. Obedecí y puse dicho objeto en la cartera que llevaba bajo el brazo. No quería perderlo o Jessica me mataría. Ella estaba obsesionada con protegerme luego de lo que había sucedido con nuestras otras dos amigas, pero no podía culparla.  

Una vez que me había quitado el crucifijo, Devin llevó su rostro a mi cuello, olfateándome de una manera que me recordaba a las series de vampiros que a veces miraba, aunque sabía que le molestaba que lo comparase con un vampiro. Luego, subió hasta mi oreja y se detuvo allí. Yo esperaba que me la besase, lamiese o mordiese, pero no fue eso lo que hizo. En cambio, sopló su congelado aliento dentro de mi oreja, lo que me causó un pequeño malestar, y hasta me pareció que algo pequeñísimo había entrado en ella, aunque era imposible estar segura si así había sido, y menos podía adivinar la naturaleza del objeto intruso.

—Muy bien, ahora estás lista para ir. Ya sabrás lo que debes hacer. Toma esto —me dijo, poniendo una pequeña pastilla azul en mi mano—. Guárdala. Ya sabrás qué hacer con ella. —Asentí y comencé a caminar los pocos metros que me quedaban hasta la casa de Ned una vez que había depositado la pastillita en el bolsillo trasero de mi pantalón. Por suerte, Devin se quedó allí parado.

Aunque pronto descubrí que no sería tan afortunada. No me libraría de él tan fácilmente.

—Ve a la ventana de Ned —me dijo su voz dentro de mi oído. Casi di un salto del susto que me causó escucharlo. "¿Qué diablos me había hecho? ¡No podía estar escuchando su voz cuando él lo quisiera!".

—Más te vale que te vayas acostumbrando —me dijo—. Ahora haz todo lo que te diga.

Di un suspiro de resignación y caminé alrededor de la casa de Ned hasta ver la ventana de su habitación. Estaba abierta y la luz se encontraba encendida. Al acercarme pude ver que él se encontraba sentado en su escritorio leyendo. Había docenas de libros viejos sobre ese mueble. Nunca antes había visto libros tan antiguos, excepto tal vez en la biblioteca, y en la estantería del padre Felipe. "¿Qué hace Ned leyendo libros antiguos a estas horas?", pensé, mientras me inundaba la curiosidad.

Me acerqué a la ventana hasta casi pegarme al vidrio, y golpeé suavemente, sabiendo que Devin seguramente quería que hiciera eso. Ned se asustó al escuchar el golpe y pegó un salto en su silla, pero su rostro se iluminó al ver que era yo quien estaba en su ventana. Inmediatamente, caminó hacia ella y la abrió, con una amplia sonrisa en sus labios.

—Celeste, ¡qué sorpresa! —exclamó, radiante de alegría. Entré por la ventana y lo abracé, no porque tuviese que hacerlo sino porque lo necesitaba, y los abrazos de Ned realmente me hacían sentir mejor después de todo lo que estaba pasando, aunque no pudiera contarle nada.

—Oí sobre Mary —me dijo él, acariciándome el cabello—. Lo siento mucho.

—Todavía no lo puedo creer —dije, intentando no recordar lo que había pasado después del funeral de Rose. Él me abrazó con fuerza, y se quedó así por unos largos minutos antes de seguir hablando.

—Intenté llamarte a la tarde, pero tu madre me dijo que estabas durmiendo.

—Sí, dormí toda la tarde y ahora no podía dormir, ni dejar de pensar en todo lo que ha sucedido, entonces... —Ned no me dejó finalizar.

—Entonces viniste hasta aquí para tener con quien estar. Te entiendo.

—No solo por eso —le dije—. Es solo contigo con quien quiero estar.

Estaba haciendo lo posible para hacer más creíble el hecho de que yo golpease en su ventana a las doce y media de la noche. Pero en realidad, era cierto que yo deseaba estar con él. Ned me gustaba, y mucho más de lo que hubiera creído posible.

Pronto nuestros labios se unieron en un profundo beso. En mi estómago revoloteaban cincuenta mil mariposas enormes y de colores. ¡Dios! ¡Cómo me hacía vibrar ese chico! No era tan apuesto como el demonio, que era bueno para la vista pero malo para el espíritu. Ned tenía lo suyo, y era tan bueno como el pan. Él era el chico con quien me hubiera gustado quedarme si nada de esto estuviera sucediendo, si mi alma no estuviera destinada a pasar la eternidad en el infierno después que Devin terminase de divertirse conmigo. Ned hubiera sido mi pareja ideal.

Sin romper el beso, nos sentamos en la cama. Ambos nos dejábamos llevar por el deseo de estar juntos. No había nada forzado ni fingido en mis acciones. Realmente quería estar con él, abrazarlo y besarlo toda la noche, pero me temía que el maldito demonio arruinase todo como siempre lo hacía. Y lo peor era que no podría desobedecerlo.

No me lo perdonaría nunca si perdía a Jess, mi amiga de toda mi vida. Ya no podía perdonarme el haber perdido a Rose y Mary. Aunque si bien era más fácil culpar al demonio por sus muertes, lo que lo hacía un poco más fácil de sobrellevar, esto no llegaba a quitarme el remordimiento que me agobiaba. De todos modos no podía volver a pasar porque ya no lo permitiría. Estaba dispuesta a hacer todo lo posible para salvarla a ella, y a los que vendrían después; porque el demonio no se contentaría con quitarme a todas mis amigas, sino que iría por más. Seguro iría tras Ned y mi familia entera. Lo evitaría así tuviese que perder mi virginidad con ese demonio, aunque esperaba que eso nunca sucediera, estaba dispuesta a hacerlo si eso era lo que se necesitaba para salvar a otras personas.

—Despréndele la camisa —ordenó la voz dentro de mi oído. Lo dudé, pero no me atreví a desobedecerle, así que mientras besaba a Ned, comencé a desprender su camisa, botón por botón. Ned se dejó llevar. Metió su mano bajo mi blusa, subiéndola por mi espalda lentamente mientras me acariciaba. Nos dejamos caer en la cama, uno al lado del otro enfrentados, besándonos. Pronto ni yo tenía mi blusa, ni él su camisa. Ambas se encontraban en el suelo.

No sabía hasta dónde me haría llegar este demonio pero supuse que, si iba a perder mi virginidad, era mejor hacerlo con Ned antes que con Devin, por más apuesto que este fuera. No podría soportar que me volviera a tocar.

—Despréndele el pantalón —ordenó la voz en mi oído.

"¡Genial!", pensé. "Este demonio, además de hacerme perder mi virginidad, me guiará en todo el proceso". Pero no podía quejarme, ya que realmente estaba disfrutando los besos y caricias de Ned. Nunca me había sentido así con un chico, el estar junto a él me encendía el alma.

Mis manos bajaron hasta su pantalón. Pude notar la excitación que él tenía, y no podía culparlo; porque en una escala del uno al diez nuestros besos se acercaban mucho al quince. Yo también estaba excitada, aunque sabía que el demonio estaba observando cada uno de mis movimientos.  Quizás ya me había acostumbrado a que me observase.

Cuando estaba comenzando a desprenderle el pantalón, Ned me detuvo, rompiendo también el beso.

—Espera, Celeste —me pidió.  Tragué saliva, ahora sintiéndome avergonzada.

—Pensé que lo querías —dije, sonrojada.

—Sí, lo quiero —continuó él—. Pero es mejor que nuestra primera vez no sea aquí, ahora, ni en estas circunstancias. Quiero que sea especial.

Yo también quería que fuera especial, y por sobre todo que fuera con él pero después de haber pasado el tiempo suficiente.

—Tienes razón —dije, asintiendo—. Solo me dejé llevar. Lo siento.

—No tienes nada de lo que arrepentirte —me dijo él, dándome un beso en la frente—. Te amo, Celeste. —Me emocioné al escuchar las palabras de Ned, y no pude evitar esbozar una gran sonrisa.

—Yo también te amo —confesé.

—Pídele algo para beber —escuché a Devin decir dentro de mi oído mientras los labios de Ned y los míos se unían en otro beso, esta vez más suave, interrumpiendo mi profundo sentimiento de emoción.

—¿Podrías traerme algo para beber? —le pedí, al romper el beso.

—Claro, mi amor —dijo Ned levantándose de la cama—. Lo que quieras. Además, yo también creo que necesitaré beber algo. ¿Qué traigo?

—Té —dijo la voz en mi oído.

—Té —repetí.

—Ya vengo entonces —me dijo  y salió de su habitación, dejándome sola.

—Levántate de la cama y ve al escritorio a ver los libros —ordenó Devin. Obedecí  y fui hasta allí, comenzando a revisarlos. Eran realmente viejos, y ni siquiera estaban escritos en un idioma que podía entender. ¿Latín quizás? "¿Desde cuándo Ned sabía latín?"

—Hay un libro rojizo con un símbolo en la tapa. Es un círculo doble con un pentagrama invertido en el medio. El título es Malleus Malificarum.

No sabía que significaba aquello, pero me imaginé que debía ser un libro sobre demonios. No podía dejar de preguntarme qué haría Ned con un libro así, pero hice como el demonio me había dicho y tomé el libro, metiéndolo en mi bolso, donde apenas cabía.

—Muy bien, cuando Ned llegue pídele más azúcar —dijo el demonio.

Ned pronto llegó, y como era de imaginarse con lo que el demonio había dicho, traía las dos tazas de té sin el azucarero.

—¿Les has puesto azúcar? —pregunté, fingiendo que todo estaba bien.

—Sí —replicó él—. Una cucharadita en cada taza.

Sacudí mi cabeza, pensando que realmente estaba siendo una buena actriz.

—¿Puedes traerme más? Me gusta el té con tres cucharaditas.

—¡Qué tonto! —exclamó él—. ¡No te he preguntado cuánto querías! Déjame que busque más. —Se dio la vuelta y salió nuevamente. De inmediato, volví a oír la voz del demonio.

—Pon la pastillita azul en su taza —me ordenó. Un temor me invadió. ¿Me obligaría el demonio a envenenar a Ned? ¿Tendría que elegir entre él y mi amiga de toda la vida? Realmente estaba entre la espada y la pared.

—No es veneno, tonta —me aclaró, lo que me calmó un poco. Entonces, antes de que Ned volviera a la habitación, metí la pastilla en su taza de té, viendo cómo se disolvía rápidamente, temerosa de los efectos que podría tener en él. Mi novio pronto volvió a entrar en su cuarto trayendo un pote de azúcar.

—Ponte la cantidad que quieras —me dijo, mientras agarraba su taza luego de que yo lo hubiese dejado sobre el escritorio. Pensé que se daría cuenta de que le faltaba un libro pero, por suerte, ni se percató que algo podía estar diferente, y se sentó en la cama a beber su té. Yo no podía dejar de mirar sus abdominales, que estaban suavemente marcados.

Puse dos cucharaditas más de azúcar en mi taza y comencé a beber mientras miraba a Ned para ver si algo le sucedía. Pronto me di cuenta que él estaba cerrando los ojos de a poco. ¡Se estaba durmiendo!

—Ahora —dijo el demonio a mi oído—. Quítale toda la ropa y acomódalo en su cama. —Tragué saliva y obedecí, dejando mi taza sin terminar sobre el escritorio. Ned ya había dejado la suya en su mesa de luz, por lo que esta no me ocasionó problemas.

Sintiéndome culpable, comencé a desprenderle sus pantalones y luego se los  saqué. Ned tenía puestos unos calzoncillos negros que le quedaban muy bien, y que no disimulaban para nada la excitación, que aún no se le había ido. Tratando de no mirar su miembro viril, le bajé su ropa interior. Luego le quité las medias y lo acomodé en su cama, tapándolo para que no pasase frío.

—Ahora, déjale una nota, disculpándote por irte, y sal por la ventana —me dijo el demonio. Encontré una lapicera y papel en el escritorio e hice lo indicado.

"Perdona pero me he tenido que ir. Mi madre comenzará a sospechar si no vuelvo pronto. Besos, Cele", escribí.

Le dejé la nota en su mesa de luz y me puse mi blusa rosada antes de salir por la ventana, preguntándome qué pensaría Ned cuando se despertase y qué efectos tendría en él esa pastilla azul además de dejarlo dormido. "¿Por qué me había obligado el demonio a desnudarlo?", me pregunté, pero no llegué a ninguna respuesta, no podía comprenderlo. Ese demonio era todo un misterio.

Salí a la calle en menos de un minuto. Eran ya casi las tres de la mañana, y Devin me estaba esperando fuera. Yo sabía que pronto él no podría aparecer más en forma humana, lo cual era un alivio.

—Muy bien, Celeste —me felicitó con su voz fría y calculadora—. Ahora dame el libro.

Saqué el libro de mi bolso y se lo entregué. El demonio esbozó su sonrisa malvada que me helaba la sangre, antes de desvanecerse frente a mis ojos sin decirme nada más. Por qué Ned tenía un libro que el demonio quería era un completo misterio para mí. Pronto volví a casa y me volví a acostar un rato más, aunque solo fuera para disimular el hecho de que había estado fuera casi toda la noche. Aún no sabía, ni quería imaginarme, lo que me depararía el día siguiente.


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