Capítulo 9

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Estuve por horas llorando y temblando, hasta que logré convencerme de que debía ser fuerte para enfrentarme a todo eso, y a lo que aún estaba por venir. Estaba esperando un alboroto enorme cuando los guardias tuvieran que cambiar de turno y descubrieran el cuerpo desangrado en el pasillo sobre un charco de sangre y vómito, pero las horas pasaron y nada ocurrió. Escuché al otro guardia caminar por el pasillo, mas no sucedió nada extraño, nada que indicase que habían descubierto el cuerpo. Luego de un rato, decidí intentar dormir, al menos para dejar de pensar en todo lo que estaba pasando.

Cerca del mediodía, uno de los detectives entró a mi celda, despertándome de mi leve sueño. Pensé que ya habían descubierto lo que había hecho, estaba resignada a que sucedería tarde o temprano, por lo que no me sorprendí.

—Bueno días, detective —dije con voz soñolienta.

—Buenos días, señorita Gómez, solo quería hacerle un par de preguntas. No es nada de qué preocuparse. —Me senté en mi cama tratando de lucir normal, aunque sabía que grandes ojeras llenaban mi rostro, y que a esta altura estaba lejos de la normalidad.

—Dígame.

—¿Oyó algo extraño anoche?

—No —respondí, sacudiendo la cabeza.

 —¿De casualidad vio al guardia que está en el pasillo desde las diez de la noche hasta  las seis de la mañana?

—No —mentí—. Estaba durmiendo. ¿Algún problema?

No me estaba acusando de nada, así que me haría la inocente y no confesaría nada. De todas formas, sería difícil explicar por qué, si había salido, había vuelto a mi celda, aunque mis ropas ensangrentadas serían prueba suficiente si alguien las encontraba.

—No estaba en el cambio de turno, ni volvió a su casa en ningún momento. Ha desaparecido y no hay forma de encontrarlo.

—Lo siento, no puedo ayudarlo —dije. Supuse que Devin debía haberse encargado de limpiar el desastre. Me parecía contradictorio que me hiciera responsable de crímenes no cometidos, mientras que me dejaba impune de los que sí era responsable. No podía comprender por qué ocultaría el cuerpo del policía, si lo que quería era dejarme encerrada en la cárcel. Algún motivo debía tener.

Durante el turno de la noche, solamente quedaba un guardia a cargo de la estación. Nadie más estaba allí además de Jessica y yo. No había testigos de mi crimen, excepto Devin. No estaba segura si habría cintas de seguridad disponibles o no. Tal vez Devin las había trucado para no dejarse ver. Con él, todo era posible.

No escuché a Jessica, aunque supe que los polis también le harían preguntas. Ella estaba completamente en silencio por algún motivo. Un silencio que después de media hora quise romper.

—¿Jessica? —la llamé en voz alta.

—¿Sí, Celeste? —me respondió. Escuchar su voz me alivió bastante, significaba que Devin no la había dañado en lo absoluto.

—¿Cómo has dormido? —le pregunté.

—Bien, supongo. Dormí toda la noche aunque me costó dormirme en un principio. Pero… tuve pesadillas.

—¿Qué soñaste? —pregunté con curiosidad.

—No estoy muy segura, fue confuso. Soñé con un monstruo, creo… no sé bien de qué tipo. Estaba en mi cama y no podía moverme. El monstruo me iba a lastimar con sus garras pero al final no lo hizo. —Suspiré. De alguna forma, el subconsciente de Jessica sabía lo que Devin le iba a hacer.

—¿Por qué no lo hizo? —pregunté.

—Se entretuvo con otra cosa, creo. Mmm, ahora recuerdo que vio a otro monstruo matando a alguien y se entretuvo con el espectáculo. Luego se fue.

—Qué extraño —dije, un poco herida porque el subconsciente de Jessica me había relacionado con un monstruo, aunque en verdad, creo me sentía de esa manera yo misma después de lo que Devin me había obligado a hacer.

Hablamos un rato más hasta que nos trajeron el almuerzo. Nos dijeron que debíamos estar listas para irnos a las siete de la tarde, a esa hora vendría el transporte que nos llevaría a la prisión estatal. Jessica estaba horrorizada porque iríamos allí, se le había cruzado la idea de que alguna lesbiana la violaría, lo cual me causó un poco de gracia, pero ella tenía razones para estar preocupada. Además, no se merecía ir a ese lugar, por lo que me prometí que haría lo imposible por liberarla pronto, aunque la liberación de Jessica había sido un tema que había quedado sin tocar en mi conversación demasiado con el padre Felipe en mi sueño.

Luego de almorzar, no hablamos más, y me limité a leer una revista que mi madre me había traído, mirando el reloj de tanto en tanto, hasta que se hicieron las tres de la tarde. Esperé un par de minutos más, en caso de que el reloj estuviera adelantado, antes de levantarme de mi cama para buscar los papeles que el padre Felipe me había enviado. Al lado de los papeles, debajo de mi colchón, se encontraban las ropas ensangrentadas. Ya vería qué hacer con ellas; en ese momento solo me limité a mirarlas por un segundo antes de dejar caer el colchón nuevamente sobre ellas.

Primero que nada, antes de seguir leyendo los papeles que allí tenía, tomé una hoja en blanco y una lapicera que tenía en mi bolso, y comencé a escribir una carta para Ned. Si él no venía a verme, se la daría a mi madre y le rogaría que se la entregase sin mirar su contenido. Era de suma importancia que solo él la viese. Comencé la carta, tratando de expresarme de la forma más clara posible para que Ned entendiese todo bien. No sabía cuánto sabría él sobre lo que a mí realmente me había estado sucediendo, pero ahora debía enterarse de todo o estaríamos perdidos. 

Mi querido Ned,

 

Espero que alcances a leer esta carta a tiempo. Hay tantas cosas que tengo que contarte, cosas de suma importancia que sepas por el bien de todos. De esto depende nuestro futuro.

Desde el jueves por la noche de la semana pasada, un demonio llamado Devin me ha estado acosando. Él me ha obligado a hacer cosas que yo no quería, y a su vez me ha hecho cosas horribles a mí. Es quien ha matado a mis amigas Rose y Mary, simplemente porque me había amenazado con matar a una de las personas que me importaban cada vez que le desobedeciera… lo que hice dos veces. Ahora mismo estoy desobedeciéndole nuevamente al escribirte esta carta, pero espero ser lo suficientemente cuidadosa como para que esto no me cause más consecuencias indeseables.

No voy a expandirme de manera innecesaria porque no tengo todo el tiempo del mundo, pero debes saber que tú y yo no hemos tenido relaciones sexuales; ambos seguimos siendo vírgenes. El demonio me obligó a poner una pastilla en tu té y a desnudarte. Tus recuerdos son falsos. Tampoco pude contradecirte cuando me enteré que pensabas eso, no pude decirte la verdad y por eso lo siento mucho, no tenía idea de lo que significaba para ti.

Es necesario que esta noche te inicies como el cazador de demonios que estás destinado a ser para que puedas destruir a Devin. Saldré de esta prisión pronto para ayudar en lo que haga falta. El resto deberás hacerlo tú. Sé que has perdido el libro donde se encuentran las indicaciones sobre cómo iniciarte porque yo fui la que se lo di al demonio, cuando él me pidió que te lo robase. No puedo recuperarlo, pero sé que en la biblioteca privada del fallecido Padre Felipe hay un libro igual a ese, con las instrucciones dentro. No me preguntes cómo lo sé, simplemente deberás confiar en mí. Búscalo.

Tengo fe en que podrás lograrlo. Sé en mi corazón que puedes hacerlo. Y cuando todo se solucione, ten por seguro que podremos estar juntos nuevamente. Confieso que en un principio me acerqué a ti porque el demonio me había obligado a hacerlo, pero el amor que siento ahora es verdadero. Te amo, Ned. 

 

Celeste

Doblé la carta y por afuera añadí: “Por favor leer en un cuarto sin ventanas y con un crucifijo en su interior”. Si lo leía en un lugar con esas características Devin no podría saber lo que le había escrito a Ned aunque lo estuviera observando. Mejor aún si era en su propia casa, la cual estaba protegida contra los demonios. Luego, hice un sobre con otra hoja de papel e introduje la carta dentro del mismo.

El padre Felipe me había dicho que intentaría comunicarle a Ned en sueños que viniera a verme un poco antes de las cuatro, pero no podía prometerme nada ya que no le sería tan fácil meterse en el sueño de un futuro cazador de demonios. Yo tenía fe de que lo lograría, de eso dependía que Jessica siguiera viviendo. Si enviaba la carta con mi madre, eran mayores las posibilidades de que Devin la encontrase, y hasta incluso de que Ned nunca la leyese. No podía arriesgarme. Todo debía salir perfecto.

Guardé la carta en el bolsillo del pantalón que llevaba puesto y me puse a leer los demás  papeles que el Padre Felipe me había enviado. Había mucha información interesante sobre demonios y sus cazadores, aunque una gran parte del material estaba en latín, por lo que no lo podía entender. Un texto que hablaba sobre la iniciación del cazador me llamó la atención.

El sábado 15 a las 11:45 p.m., el aspirante a cazador debe ubicarse al descubierto, en el centro de un círculo de sal con los símbolos correspondientes allí marcados. En ese lugar realizará la invocación a sus antepasados, pidiendo la herencia de Enoc. Un fuerte rayo lo golpeará y lo  transformará, dándole sus poderes. El cazador podrá oler demonios, podrá verlos cuando no sean visibles, podrá enviarlos de vuelta al infierno con solo tocarlos con su mano, y podrá matarlos con un arma que aparecerá en sus pies al momento de finalizarse la iniciación. Ese arma solo podrá ser portada y usada por el mismo cazador, y por nadie más.  Y la primera vez que le dará uso será a las doce en punto, justo en ese mismo lugar y después de la iniciación. Un demonio aparecerá para desafiarlo. Generalmente el cazador ganará esa pelea, a no ser que se den otros factores a favor del demonio… Esto nunca ha sucedido hasta el momento, mas siempre hay una primera vez. Siempre existe la posibilidad de que un demonio se prepare lo suficientemente bien y logre derrotarlo.

—Tiene visita, señorita Gómez —dijo el guardia, interrumpiendo mi lectura.

Rápidamente guardé ese texto tan informativo debajo de mi colchón, antes de que entrase mi visita. Eran las 3:55 p.m. El horario de visitas comenzaba a las 4:00 p.m., pero como este era un pueblo bastante pequeño, los guardias eran más flexibles.

Yo rogaba que por favor mi visitante fuera Ned, y así fue. El Padre Felipe había cumplido su parte del plan al traer a Ned a mi celda antes que diesen las cuatro. Todo estaba funcionando a la perfección.

Mi novio entró a la celda, y el guardia cerró la puerta tras de él. Ned tenía oscuras ojeras al igual que yo, y se veía muy preocupado. Yo sabía que seguramente no había estado durmiendo nada durante los últimos días, y estaba al tanto de que aquello era mi culpa.

—Hola, Celeste —habló, quedándose de pie.

—Siéntate —le pedí. Sabía que solo nos quedaban cinco minutos antes de que Devin pudiese comenzar de nuevo a monitorear mis pensamientos y darse cuenta de que le había entregado un mensaje a Ned. Debía ser rápida.

—Disculpa que no he venido antes —dijo, lentamente sentándose en la silla—. Mi madre no ha querido que viniera a verte.

—Lo entiendo —repliqué con una leve sonrisa—. No te preocupes por ello. Me alegro que igualmente hayas venido. Necesito darte algo.

—¿Qué? —preguntó él, levantando su ceja izquierda, mostrando curiosidad.

—Una carta. Pero no puedes leerla, ni siquiera abrirla hasta que llegues a tu casa.

—¿Por qué? —preguntó, de manera inquieta.

—Porque es importante que así lo hagas. De ello dependen muchas cosas —dije mirando la hora—. Luego de las cuatro, debemos cambiar de tema. Faltan dos minutos.

—¿Qué está pasando? —preguntó Ned, aunque pronto su rostro cambió. Pareció entenderlo todo de golpe—. Está bien, Celeste. —Saqué la carta de mi bolsillo y se la entregué. Él la guardó en su pantalón, y me miró con una suave sonrisa en sus labios.

—Siento mucho que tengas que estar aquí. Me han dicho que en un par de horas te llevan a la prisión estatal.

—Así es —dije asintiendo—. A las siete si no me equivoco. Son unas cuantas horas de viaje hasta que lleguemos allí. No sé cuándo volveremos a vernos. —Él me tomó las manos.

—Eres inocente, Celeste. Seguro pronto podrán probarlo y saldrás de aquí. No te preocupes.

—Eso espero —dije apretando los labios firmemente.

Ya eran las cuatro. Hubo un silencio incómodo. No sabía qué hacer ni qué decirle. Pero luego de unos largos segundos, me animé y lo traje hacia mí, dándole un fuerte beso en la boca. Deseaba que Ned tuviera mucha fortaleza para enfrentarse a la noche que tenía por delante. La necesitaría. Pero también sabía que él podía lograrlo. Había nacido para eso.

—Señorita Gómez, su madre está aquí —dijo el guardia, de pronto abriendo la puerta de la prisión.

—Nos vemos pronto —se despidió Ned, acariciándome la mejilla, y dándome un suave beso antes de levantarse e irse, dejándome con mi madre, quien recién llegaba.

Ella lucía peor que Ned. Se notaba que no había comido ni dormido nada. Era de entenderse, y más ahora que me llevarían a una prisión estatal. Mi madre era todo un manojo de nervios.

—Te he traído más libros y revistas —dijo ella, con un tono sombrío. Yo sabía que tenía sus dudas respecto a lo que le había dicho, y que pensaba que seguramente yo tenía alguna especie de responsabilidad sobre lo ocurrido, que quizás Jessica lo había hecho y yo la estaba tratando de proteger al no acusarla, pero mi madre no podría convencerme de hacerlo. Si alguna de las dos confesaba para salvar a la otra, esa sería yo.

Mi madre, entre lágrimas, y como yo lo había esperado, nuevamente trató de convencerme que acusase a Jessica de todo lo que había sucedido. Pero eso solo logró convencerme más aún que debía sacar a Jessica de ese lugar, que ella no merecía irse a prisión. Mucho menos a la estatal.

—Está bien —dije—. Cuando salgas, diles a los detectives que quiero hablar con ellos.

Mi madre sonrió. Estaba convencida que yo traicionaría a mi amiga. Era evidente que no me conocía lo suficiente.

—¿Por qué no ha venido papá? ¿Y Timmy? —pregunté. Ella suspiró.

—Lo siento, hija. Tu padre ha dicho que hablará contigo cuando se compruebe tu inocencia… y ambos hemos decidido que es mejor que Timmy no venga a verte aquí.

Sacudí mi cabeza. Me dolía mucho saber que mi padre me creía culpable, y que preferían que mi hermano no tuviera contacto conmigo. Era como si dos grandes dagas se clavasen en lo profundo de mi corazón.

Mi madre se fue esperanzada y con la frente en alto; eso porque no le había dicho lo que realmente confesaría. Esa tarde, Jessica sería liberada. Aunque yo no tendría la misma suerte.

El detective con cara de perro, del que ya me había olvidado el nombre, vino a buscarme para llevarme a la sala de interrogatorios.

—¿Así que quieres hablar? —preguntó con toda seriedad, una vez que estábamos dentro.

—Sí —le dije—. Voy a confesar.

El detective estaba un tanto sorprendido que quisiera confesar justo en ese momento, pero fue a buscar a su compañero, y pusieron una maquina grabadora delante de mi antes que comenzase mi discurso. Tendría que esforzarme por mentir bien, pero si me creían, Jessica terminaría saliendo libre.

—Habla, por favor —me ordenó el detective.

—Quiero confesar que soy culpable. Tanto del asesinato de Rose, como del de Mary, y del padre Felipe. Mi amiga Jessica no ha tenido nada que ver en esto.

—¿Puede detallar cómo sucedió todo?

Era allí donde tendría que inventar. Nunca había sido fácil para mí mentir, pero todo lo que había vivido desde que Devin había entrado en mi vida, me había ayudado a ser más fuerte. En ese momento, supe que podía hacerlo.

—Ese sábado de mañana no fui a la iglesia, como dije, sino que estuve en la casa de Rose junto a ella y Jessica. Estaba celosa que Jessica estaba pasando más tiempo con Rose y Mary, por eso decidí empujar a Rose por el balcón en un momento de rabia cuando ellas comenzaron a hablar entre sí, dejándome de lado.

—¿Jessica vio lo sucedido?

—Sí. Pero amenacé con contar sus secretos más íntimos si ella decía una palabra sobre lo sucedido. No se preocupe, no involucran nada que vaya contra la ley. Me fui y le dije qué era lo que le debía contar a la policía, y le pedí que llamase a mi madre pidiendo para hablar conmigo.

—Pero al final Rose no había muerto —remarcó el moreno.

—Exactamente. Como ella no murió, tuve que ir al hospital a asegurarme de terminar el trabajo una vez que me dejasen entrar a verla. La asfixié con una almohada.

—¿Cómo fue que ella no la acusó ante nadie antes?

—Porque nunca me vio cuando la empujé. Ella estaba parada en el balcón, yo vine por detrás.

—¿Y respecto a Mary?

—También tenía celos de ella. Pero pensé que sospechaba de mí, por lo que después del entierro de Rose, cuando vi la oportunidad, la empujé delante de esa camioneta. Sabía que Jessica tampoco me delataría en esa ocasión.

—¿Qué podía ser tan grave como para que ella decidiera callar? —preguntó el moreno, quien dudaba que yo hubiera hecho todo sola.

—Tuvo su primera vez con su hermanastro y se acostaron juntos varias veces más. No quiere que su madre ni nadie más lo sepa porque podría ser catastrófico para la familia.

—Entiendo… —dijo el detective, pensativo. Creo que me estaba creyendo.

Lo peor era que lo de Jessica y su hermanastro era cierto. Solo yo lo sabía. Pero prefería contar ese secreto a dejar que mi amiga se pudriese en la cárcel por mi culpa.

“Lo siento, Jess”, pensé para mis adentros.

Me hicieron un par de preguntas más, especialmente sobre por qué había matado al padre Felipe. Les dije que había sido porque él había sido testigo cuando había matado a Mary, y que pensaba hablar. Además, me serviría como coartada decir que había estado en la iglesia cuando Rose había saltado del balcón.

Todo encajaba perfectamente para los detectives, quienes decidieron dejar salir a Jessica, aunque seguramente la acusarían por haberme encubierto, pero eso era un crimen menor, y ella podría irse a su casa. Ahora solo esperaba que mi amiga no fuera lo suficientemente estúpida como para contradecirme y decidir quedarse en la cárcel para protegerme.

Me dejaron en la sala de interrogatorios sola, mientras los detectives hacían los trámites para liberarla. Pronto estaba escuchando los gritos de ella.

—¡No! ¡Soy inocente, pero Celeste también lo es! ¡No crean lo que les ha dicho! ¡No le crean! ¡Ella no ha hecho nada!

Pronto los gritos cesaron, seguramente la estaban llevando a su casa. Ahora estaba más tranquila. Esperaba que Jessica estuviera a salvo una vez que todo terminase. No me importaba lo que sucediera conmigo, mientras que a mis seres queridos no les ocurriera nada.  

***

Eran ya las seis cuando me llevaron de vuelta a mi celda, y me ordenaron que me aprontase para partir rumbo a la prisión estatal. Ordené bien mi ropa en mi bolso, junto con las revistas y libros de mi madre y el material que me había facilitado el padre Felipe.

Decidí dejar las ropas ensangrentadas bajo el colchón, pero recordé que el pequeño cuchillo que Devin me había dado había quedado dentro del bolsillo del pantalón. No se lo había devuelto, y Devin nunca me lo había pedido de vuelta. Supuse que tal vez simplemente se lo había olvidado, o que quizás había estado demasiado embriagado con la sangre inocente que yo había derramado. Fuese cual fuese la razón, tenía un arma con la cual defenderme. Los policías no revisarían mi equipaje ya que revisaban cada una de las cosas que entraban a la estación antes de que fuesen entregadas a los prisioneros. ¿Por qué volver a revisar los bolsos cuando salieran de allí? ¿Para qué molestarse?

Puse el cuchillo en un bolsillo externo del bolso, y me senté en la cama, esperando tranquilamente a que me buscasen para llevarme lejos de allí, a la prisión estatal para mujeres.

Me parecía extraño que Devin no hubiera hecho ninguna aparición durante el día. Tal vez dependía mucho de mi móvil para poder enviarme mensajes despectivos, y yo no tenía el mío allí.  A pesar de ello, Devin tenía menos métodos para comunicarse conmigo, por eso estaba segura que pronto iba a saber de él.

A las siete en punto, dos guardias me llevaron afuera, donde me esperaba el coche que me transportaría a la prisión. Era uno de esos que usan los policías, con una rejilla entre la parte delantera y la posterior, y las puertas traseras solo se podían abrir desde afuera con una llave, nunca desde adentro.

Me empujaron en la parte posterior, sin esposarme. Tal vez pensaban que no intentaría huir, o que era imposible que lo hiciera. Tiraron mi bolso a mi lado, y luego cerraron la puerta. Mientras tanto, una docena de cámaras fotográficas dispararon sus flashes. Claramente iba a salir en todos los periódicos de la ciudad y los alrededores.

“Adolescente celosa mata a dos amigas”, seguramente sería el título de alguno de los artículos periodísticos, pero en este momento de mi vida ya me importaba poco lo que la gente pensase de mí.

Miré por la ventana una última vez antes de que el coche comenzase a marchar, y vi al búho parado sobre un árbol frente a la estación. Devin me estaba observando, como siempre lo hacía. Di vuelta mi cara y me limité a mirar hacia delante. Tendríamos unas tres horas de viaje, aproximadamente, ya que nuestro pueblo estaba bastante lejos de la próxima prisión. Sería un viaje bastante largo, de eso estaba segura.

Dos policías bastante jóvenes eran los que me llevaban. Yo sabía que tenían poca experiencia, y con la baja tasa de criminalidad que había en nuestro pueblo, lo más probable era que no tuvieran ninguna idea sobre cómo tratar con criminales. No iba a ser muy difícil escapar, aprovecharía la oportunidad ni bien la tuviera. Necesitaba hacerlo.

Mi plan comenzó a formarse en mi mente. Dejaría que los detectives condujesen por alrededor de una hora, y luego pediría ir al baño. Ellos no se negarían. Una vez fuera del coche, aprovecharía a escapar. Tal vez debería dañar a alguno con el cuchillo que tenía conmigo, pero me prometí a mí misma que no volvería a matar.

Los policías prendieron la radio y pusieron una estación de música, mientras charlaban entre sí. Esperé a asegurarme que ellos no me estaban observando para quitar el cuchillo del bolsillo externo de mi bolso e introducirlo en el interno de mi chaqueta de jean.

Fui mirando la ruta que se desplegaba delante de nosotros, mientras íbamos subiendo una leve pendiente. Estábamos yendo entre medio del bosque, por la ladera de una montaña.  Había un poco de niebla, y el paisaje lucía bastante tétrico. Además, nos estábamos acercando a un puente angosto. Bajé un poco la mirada, tratando de pensar un poco mejor mi plan. Necesitaba proyectarlo bien. 

De pronto, el coche frenó de golpe. Levanté mi mirada y vi una sombra a la distancia… sobre el angosto puente, obstruyendo el paso. Ambos oficiales bajaron del auto con sus armas, mientras la sombra se acercaba a nosotros lentamente, formando de a poco una figura que yo conocía bien.

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