12- Olivia.

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—¿Q-qué? —inquirió y depositó su mirada en Gaspar, pero él la observaba severamente.

Estaban hablando en serio. Ella abrió la boca como si quisiera devorarlos de un bocado, le tembló el labio y dirigió una mano, aún más convulsa, a cubrirlo.

—Con un destino normal hubiera sido necesario que te suicidaras —prosiguió Gaspar—, pero debido a las circunstancias será mejor que cometas alguna atrocidad antes, algo digno de una mente desquiciada y demente. Quema alguna casa del pueblo, asesina a alguien y luego date ejecución con testigos que vean que no fuiste influenciada por nosotros a hacerlo. Al terminar la ceremonia será mejor que Darius y algunas de tus hermanas hablen a la prensa de lo inestable que siempre fue Olivia y de que la papeleta no te asombra en lo absoluto. Puedes contar que de pequeña le gustaba matar animales...

Pero Olivia amaba los animales, sobre todo las plantas, la avergonzaba que todos pudieran creer otra cosa.

—Inventa que le torcía el brazo a la bebé. Cualquier cosa que la haga quedar como una perturbada. Luego Olivia, a la mañana siguiente cometerá un acto de locura que probará la veracidad de los testimonios... y se dará fin.

Se matará, maldito imbécil. Ten las bolas para decirlo, pensó Olivia.

—Pero yo, yo no quiero matarme —musitó.

—Morirás en días, Olivia —Darius se puso de pie con los ojos húmedos y se abrió de manos—. ¿Cuál es la diferencia? Si no lo haces nos dejarás a todos en la cuerda floja ¿Tanto nos odias? Ya tenemos suficiente con que te marcharás pronto...

—¡Todos me recordarán como una loca! —protestó irguiéndose y abrazándose, desamparada—. Lo único que me queda es lo que fui, no me quiten eso.

—Pero... —trató de razonar Darius—. Olivia ¿De verdad prefieres que tu alma proteja para siempre un puente? Serás un guardia eterno, triste, nadie te escuchará, ni verá... Un fantasma protector es el peor destino de todos.

—Lo sé, lo sé —lloriqueó respirando agitada, corriéndose mechones de cabello del rostro.

—Si te matas sufrirás menos... —Extendió el brazo para darle un apretón en su hombro, pero ella se apartó, retrocedió con histeria.

—¿Y Cratos? —preguntó Olivia mirando a su hermano.

Darius meneó la cabeza y observó asustado, de soslayo, a su padrastro. Ese nombre se había convertido en un tabú para ellos. Jamás había vuelto a ser nombrado a pesar de que fue el mejor amigo de su hermano y primo de ellos.

Cratos Jarkor había obtenido el destino de ser comido por una familia de salvajes, él había recibido en la fuente hora y lugar del evento, debía presentarse en mitad de un pantano, a las afueras de Reino para que lo engulleran. Cratos había aceptado su destino sin titubear, había ido a la cita y nadie jamás lo volvió a ver.

A excepción de Olivia que lo escuchaba hablando con su hermano en sus aposentos. La voz de Cratos había aparecido varias veces en la habitación de Darius, contando secretos que ella nunca podía descifrar; parloteando con su mejor amigo en susurros. Pero cada vez que pedía entrar a la recámara encontraba a Darius solo. Incluso cuando forzó la puerta, estaba solo. Él siempre se lo había negado y a Olivia nadie le había creído que escuchaba la voz de un muerto.

Las niñas se inventan esas cosas ¿O no?

—¿Quién es Cratos Jarkor? —preguntó Gaspar.

Olivia tuvo que reunir toda su fuerza de voluntad para no reír. Al perecer su esposa no le había contado toda la verdad. Los secretos no reconocen algo tan vano como el amor.

Darius carraspeó.

—Nadie —observó cruelmente a Olivia como si la detestara, pero no por mucho tiempo, para ella no había resentimientos, Darius jamás le guardaba rencor, por nada—. Olivia, trata de escuchar —suplicó—, sé que suena horrible, pero es la única manera de que no sufras... —su voz se quebró, hablar de la supuesta muerte de Olivia lo demolía.

—¡Creerán que era una persona horrible! ¡Una loca!

—Despierta, Olivia —susurró Gaspar colocando una mano sobre sus labios, ordenándole que hiciera silencio—. ¡Acabas de rechazar una vida de lujos y amor por nada, un poco loca estás!

—¡No le digas así! —Darius le dio un empujón a Gaspar.

Olivia se cubrió la cara con las manos, protegiéndose del mundo en donde estaba. Quería desaparecer, deseaba que el tiempo la matara de una vez, de vejez, en un sacrificio o cómo fuera, pero, por primera vez en su vida feliz, quiso desvanecerse sin dejar eco. Ella había hecho lo correcto, no se merecía ese sufrimiento. La fuente debió recompensarla no castigarla por su acto de honestidad.

Miró entre sus dedos. Darius, vestido en su traje azul de Ritual, una levita con botones redondos y dorados en el frente y unas hombreras bordadas con hilos de oro y ribetes, sujetaba a Gaspar, de un traje similar, y lo elevaba ligeramente del suelo.

—¡Suéltalo! —suplicó.

Darius obedeció, Gaspar cayó al suelo de pie, sin emitir sonido, como un gato. Su expresión era aún imperturbable, tenía el carácter igual de frío y calculador que su madre, casi vacío. Se alisó los pliegues que habían formado los puños de Darius y esperó a que ellos tomaran un veredicto. Él ya había dicho todo lo que tenía para decir.

Darius caminó airado hacia una ventana con cristales romboides de diferentes colores, recostó la cabeza en la superficie y cerró los ojos para calmarse.

La ceremonia terminaría pronto y él tendría que salir a hablar con la prensa o contarle a los más chismosos y curiosos que Olivia era algo que no había sido nunca. Iban a difamar su nombre, toda su familia lo haría y luego iban a pedirle gentilmente que hiciera una locura, un capricho y se matara.

Estaba asustada y lo peor de todo era que se sentía sola, no había nadie que pudiera protegerla. Su padre sabría qué decir, él era bueno con las palabras, generoso, siempre la abrazaba como si creyera que estaba rota y quisiera unir sus pedazos. Era un hombre amable y cariñoso y muerto, se dijo. Era.

—Tengo que ir... a tomar aire... —balbuceó alterada.

—¿Qué harás, Olivia? —preguntó Gaspar—. Toma una decisión.

Olivia abrió la ventana, se encaramó al alfeizar a pesar de que resultaba difícil moverse con un vestido tan pesado, se aventó fuera del edificio y aterrizó sobre una tierra polvorosa y pálida. La piel de sus manos desapareció, escollada, sangrante, pero era lo que menos le dolía porque ella estaba desaparecida en su propio cuerpo.

—Olivia —la llamó su hermano, sin alzar la voz, estaba a treinta centímetros por encima de ella, asomado en la ventana.

Se puso de pie sin agitar el polvo de su falda. No había querido salir por la puerta porque no quería que la vieran, no sabía qué explicaciones darles a las personas.

No estaba segura de querer mentir. Sabía que suicidarse y dejar que blasfemaran su memoria era una merecida disculpa a su familia por traicionarlos, se los debía, les había fallado. Ellos solo la habían amado sin condiciones, la habían protegido y criado y Olivia no encontró mejor manera de pagarles que poner a temblar el imperio de mentiras que construyeron.

¡Solo un favorcito, Olivia! ¡Matate y ya! ¿Quién no lo haría por sus seres queridos?

Tenía que permitir que sus hermanas y Darius le dijeran a todos que era una malvada loca. Esa era la opción correcta, no habría herido a una persona inocente y su familia se salvaría de las especulaciones. Enmendaría sus errores y se mataría.

Pero no quería.

Su memoria era sagrada, era lo único que dejaría al irse y no quería que la mancharan con mentiras. Después de todo, ella era honesta, la honestidad la había llevado a ese embrollo y le pedían que mintiera.

Que todo el mundo la viera como un monstruo desquiciado y maligno... no podía soportarlo, tanta soledad, tanto desprecio. A Olivia no se le ocurría un solo ser en la tierra que pudiera soportar ser tratado como una bestia cuando no lo era.

Sin saber qué hacer regresó a su casa, caminando por los jardines atestados de turistas que iban y venían del festival, llorando en silencio, despidiéndose de un mundo que pronto la odiaría.

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