29- Kaldor.

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Tuvo que cerrar los ojos, no quería ser cegado por la luz, sería una lástima perder la vista sin haber visto a una chica real en ropa interior, como diría Robin, paños menores.

Experimentó una lluvia de calor cayendo sobre él como si fuera arrojado bajo un bravo y tórrido sol de verano. La temperatura le cosquilleó en la piel unos segundos y se desvaneció al igual que una exhalación se escapa de los labios.

Frente a él tenía una pequeña casa sosteniéndose sobre la moqueta de hojas secas, naranjas y pardas. Sus pies se enterraban en aquella mullida alfombra. Los pinos alzaban sus ramas horizontales y Cer gritaba a todo pulmón.

—¡La fiesta de boda fue grandiosa! —ella miraba en el cielo como si quisiera contar las estrellas.

Pero no había estrellas, ni boda.

Con la nuca tocando su espalda y los brazos caídos hacia los lados giraba torpemente arrastrando los pies y barriendo hojas. Creyó que estaba haciendo la tonta, no sabía cómo se divertían las dríadas, pero entonces notó la preocupación en los ojos de Olivia, nada nuevo, ella estaba todo el tiempo con máscaras sobre su cara. Mascarán.

Tal vez le daba igual cómo estaba Cer, solamente seguía la etiqueta, hacía lo que se debía hacer, como responder correctamente en un examen del que poco te importa la calificación. Pero también estaba Río allí, trataba de agarrarla mientras giraba, pero Cer no lo veía, estaba demasiado entretenida escudriñando el cielo o la boda, reía y respiraba entrecortadamente con los ojos perdidos en un punto inalcanzable.

—¡Hubo un gran banquete y entre los invitados ilustres estaban casi todas las divinidades! ¡Pero era perezosa y estaba retrasada! ¡Un paso detrás del otro! ¡Soldado! ¡La casa se cae sobre el lago y sobre ella!

Soltó una risilla y continuó girando.

Había visto gente así, pero bajo los efectos de unos cuantos narcóticos.

—¡Haz algo! —ordenó Olivia, abusando de su autoridad, como si todavía tuviera.

—¿Qué le pasa?

—¡No sé! ¡Se puso así! —explicó Río, retrocediendo para que Cer, que continuaba girando, no chocara con él.

Kaldor se aproximó hacia ella y la tomó de los brazos con fuerza. Las piernas de ellos se enroscaron, pero no perdió estabilidad.

—Cer, querida, sé que pierdes la cabeza sin mí, pero por favor, estás haciendo el ridículo, no dejas nada para Río.

Ella continuó observando el firmamento, estiró un brazo, sus dedos anhelantes se extendieron cuanto pudieron, quería tocar las cortezas o el banquete o lo que fuera que mirara en el cielo.

Abrió la boca ligeramente, asombrada.

Kaldor le rodeó la barbilla con la mano, le bajó la mirada y la obligó a observarlo, a que se aferrara al mundo real. Él se estremeció al encontrar dos ventanas vacías, de una casa vacía, en un lugar vacío. Era como mirar los ojos de un pez.

Cer liberó aire como si quisiera decir algo, pero las palabras se le evaporaran en los labios, sus ojos se humedecieron de desesperación, había regresado, pero eso no significaba algo bueno Soltó un ruido inarticulado, como un animal sin aire, incapaz de hablar.

Trató de liberarse de su agarre y empujarse lejos de su cuerpo con las palmas abiertas, sin quitarle los ojos de encima, moviendo los labios para liberar palabras que se convertían en balbuceos. Movió las piernas. Kaldor perdió estabilidad y ambos se sentaron sobre el suelo, ella quería caminar, pero solo lograba arar la tierra, crear surcos sobre el suelo húmedo del bosque.

—N-n-n-o. No. No. No. No. No.

—Cer.

Dos lágrimas corrieron por sus mejillas. Primero se desbordó de su ojo derecho y la segunda la siguió con velocidad impaciente.

—Cer —la llamó con más firmeza.

—Palpitante —musitó ella.

Kaldor no era un puto psiquiatra, un maldito hipnotizador o un jodido mago. No sabía cómo calmarla, así que colocó sus manos sobre sus mejillas para enjugarle las lágrimas y la durmió como todas las otras veces que había utilizado su piel.

Se concentró para que las manchas se condensaran en sus dedos. Resultaba muy difícil controlar las manchas, era casi imposible, como respirar bajo el agua, o moler una pared con las uñas. De todos modos, no necesitaba moverlas a todas, ellas corrían con desenfreno sobre su nervioso cuerpo, jamás había logrado poder desplazarlas a donde quisiera, por más que intentaba estaban fuera de sí, actuaban por inercia como los latidos de su corazón. Sin embargo, bastaba con mover una pequeña mancha, una manchita, podía ser de cualquier tamaño, incluso del de la cabeza de un alfiler.

Sus manchas le dolían a él, pero mataban al resto. Esperó pacientemente a que una se vertiera hasta Cer. La oscuridad minúscula del cuerpo de Kaldor hizo contacto con su rostro. Vertió la mancha en sus labios y se evaporó al igual humo. Ella cerró repentinamente los ojos y cayó desfallecida al suelo, como una muñeca de trapo.

No la había matado, pero cuando despertara no se sentiría del todo bien, trató de que el malestar fuera ligero. Tal vez sentiría una resaca, pero con los tarros que había bebido hace unas horas, se había ganado una de todos modos.

A Kaldor le gustaba sujetarla por los brazos y sentirle el contacto de la piel, le daba cosquillas, pero de todos modos la dejó reposar en el follaje muerto del suelo. Se incorporó y buscó una explicación.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Calvin.

El portal de luz había desaparecido, continuaban en el mismo bosque, en el mismo lugar, a excepción de que ahora había una casa entre los pinos. Lo único que había cambiado era esa estructura y Cer, tendida en el suelo.

—Estaba por preguntarte eso —rumió.

—Yo no fui —se excusó alzando los brazos.

A Kaldor no le importaba, alguien tenía que pagar por lo ocurrido y Calvin había ganado todos los boletos. Caminó iracundamente hasta él. Listo. Era el momento. Mataría. No se le presentaría mejor oportunidad. Olivia se interpuso en su camino, alzó la barbilla para mirarlo a los ojos, enarcó las cejas y lo empujó con los dedos.

—No fue Calvin. Eh. Detente. Ahora —exigió autoritaria, dejando atrás esa vocecita de damita inocente que solía usar.

—¿Me estás diciendo que hacer? ¿No se suponía que era al revés?

La agarró de la muñeca y la empujó a un lado, ella cayó al suelo de forma dramática y fina, pero esa condena psicópata era demasiado presta al combate, de seguro había recibido entrenamiento por qué no, era de la familia real, se suponía que los estirados debían ser buenos en todo aspecto, desde literatura, a arte públicas, medicina, irritabilidad y locura.

Olivia lo agarró del talón y lo hizo trastabillar. Calvin estaba tenso, retrocedió un par de pasos repitiendo una y otra vez que no había sido él, colocando su mano derecha sobre la vaina oculta de su pantalón, que no solo abría puertas, abría el cuello de Kaldors enojados también, cuando fuera necesario.

—¡No fue Calvin! —insistió ella desde el suelo, sujetándole la pierna.

—¿Quién si no? —preguntó conteniéndose para no darle una patada.

—La fuente, Kaldor, esa es su maldición —explicó Olivia.

Calvin chocó con la corteza de un árbol, acorralándose, pero Kaldor estaba demasiado lejos de él, estaba parado en las escabrosas tierras de su dolor.

Kaldor depositó los ojos en el cuerpo inerte de Cer ¿Por qué sentía que su pecho se le había achicado tres talles? ¿Era lástima lo que sentía? Lástima por Cerezo. Pero la maldición te mata ¿Cómo moriría Cer? ¿Viendo a gente imaginaria comiendo? Se suponía que las maldiciones eran enfermedades mortíferas, Río ya cargaba su piel roja repleta de un camino de ampollas gordas. Olivia estaba más pálida y ojerosa, pero podría deberse al cansancio. Él se sentía como nuevo y Cer...

Por qué ella. Por qué esa mente que todavía no pudo descubrir ya se estaba rompiendo.

—Pero a nadie nunca le pasó. Se supone que se le debería caer la piel —repitió Kaldor los rumores que escuchaba en la cárcel—. ¡Quedarse ciega, que se le hinchen las extremidades y exploten como globos o que se le volviera ácido el cabello! El hermano de Robin, pudo vivir en Reino tres meses hasta que sus llagas lo delataron y fue desterrado a Muro Verde. Siempre. Siempre son enfermedades...

—Esquizofrenia —susurró Calvin, agarrándose el codo.

Todos voltearon hacia él.

—¿Qué? —increpó Río—. ¿Qué es eso?

—Esquizofrenia —repitió Calvin y ase aclaró la garganta—. Es una enfermedad, pero de la mente. Creo que tiene eso... se le parece... La tratan los psiquiatras.

Que supiera Kaldor no existían enfermedades mentales, lo único que hacían los psiquiatras era ponerte feliz, ayudarte a superar el estrés o la depresión, nada más. Además, era tonto, las mentes no enferman ¿Cómo curas una mente? ¿Con pastillas? ¿Con halagos?

—¿Dónde la viste antes? —preguntó el fauno acercándose al cuerpo de Cer.

—Patricia Meneses. Una vecina de mi cuadra, juntaba cartones para intercambiar por vino barato. Las personas con esta enfermedad pueden lastimarse o lastimar a otros. Patricia siempre creía que veía ovnis... digo ¿Ángeles del cielo? Allá le dicen ovnis a las cosas que vienen del cielo.

—¿Tu vecina no fue a la fuente? —preguntó Olivia con la mitad de la cara cubierta bajo sus manos.

A esa perra frígida le molestaba que alguien supiera más que ella, bienvenida al mundo real, idiota.

—No existe la fuente en Muro Verde ¿Recuerdas? Se olvida de los que nacen aquí —explicó Calvin—. Ni yo fui a la fuente. Mi vecina tampoco.

Kaldor maldijo a ese desgraciado charco dorado que estaba arruinando su vida, le había arrebatado la libertad, su infancia e identidad, pero no se conformaba con eso. La tejedora de destinos, porque era eso, se suponía que la diosa fuente movía las fechas en el tablero, ella había hecho que conociera a Cer, todo para qué, para que luego la perdiera.

Mira qué guapa y ruda es, podría ser tu alma gemela, pero no lo es porque la mataré. Experimenta este pedacito de felicidad, saboréalo y recuérdalo porque nunca más te lo daré para probar. Aborrecía a esa fuente mezquina que lo empujaba al borde del tablero, a quitarse del juego.

Kaldor supo en ese instante que, si Cer moría frente a sus ojos de una dolorosa manera, sería la gota que desbordaría el mar, no soportaría nada más, no quería ser una ficha en los juegos de esa fuentesucha. Se quitaría la vida como se agita el polvo de un abrigo viejo y pesado.

Para él su vida no valía nada y pensar en su suicidio no le quitaba el sueño en las noches, es más, se lo daba. A veces sentía que su vida estaba destinada a ser breve como un grito de terror o una risa forzada, era algo que antes de nacer ya tenía fecha de muerte.

Se inclinó frente a Cerezo.

—Voy a elevarte del suelo —le explicó, pero ella estaba lejos, dormida en la tierra de sordos y ciegos—. Te tocaré un poco, después te fijas cómo me pagas. Acepto efectivo.

En sus brazos encajaba perfecta, bueno, no tanto, era pesada, pero debería porque estaba regordeta. A Kaldor le gustaba de esa talla, una más o una menos, daba igual en realidad, a él le gustaba de todos modos. Pero gorda estaba bien.

Su piel estaba fresca, era como una almohada fría en una noche calurosa. La elevó cerca de su oído, llevó los labios de Cer para sentir su aliento, también estaba gélido. Le extrañó. No sabía nada de dríadas, ni siquiera si eso era normal y no tenía espejos para averiguarlo.

De todos modos, no podía hacer todo por ella, Cer debía luchar para despertarse. Era una chica capaz.

Tuvo envidia de todos los viejos adinerados que habían comprado su tiempo, que la habían empujado a una cama y habían creído que la conquistaban. Como si Cer fuera algo que se pudiera tener. Kaldor sabía que ella, la verdadera, estaba dispersa, como una fragancia en el aire, no es algo que se puede agarrar con los dedos.

Le gustaba mirarla. Sabía que era absurdo y un poco deschavetado, al igual que esos mentecatos alzados como animales de la cárcel que ponían sus ojos en revistas pornográficas, pero le gustaba mirarla. Lo necesitaba como respirar.

Las trabajadoras sociales lo obligaban a asistir a reuniones de presos, círculos de confianza que se daban al anochecer en la cafetería y esas cosas. Lo más detestables fueron manejo de la ira, club de sociabilización y grupo de adictos anónimos a lo que no tenía nada de anónimo porque estaban encerrados y todos se conocían.

Para hablar se debía iniciar con una presentación, él jamás había ido tan lejos. Pero en ese momento pareció propicio.

«Me llamo Kaldor y soy un adicto»






Hola gente,  la semana pasada desaparecí por duelo, pero estoy de vuelta ✌😎, como siempre, buen viernes y feliz fin de semana. 

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