34- Olivia.

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Entró nuevamente a la casa cuando olió a estofado en el aire.

Dentro se encontró con la mujer, que había abandonado su posición vigilante en el patio delantero, para plantarse en la cocina. Ella revolvía una olla enorme con los ojos, de alas quietas y desplegadas, fijos en el burbujeante caldo.

En el baño se escuchaban gritos, se acercó presa de su creciente curiosidad y a través de la puerta entornada pudo notar que estaba Río sentado sobre el retrete. Llevaba una toalla atada a su cintura peluda, las pezuñas sobre el felpudo negro y las manos estrujando su traje de presidiario que estaba hecho un bollo. A su lado, parado en la bañera estaba Calvin y a la derecha Kaldor, sosteniendo un frasco marrón con una sustancia amarilla y una franela.

Kaldor se veía como si estuviera sopesando todas las excusas que tenía para irse.

Olivia notó que la piel de Río había empeorado en las últimas tres horas. Ya no estaba rubicunda como si hubiera tomado un mal bronceado, ya no solo tenía ampollas esparcidas como galaxias en un cielo nocturno. Algunas de sus erupciones habían explotado y el líquido que habían liberado, de un ligero color parduzco, parecía ser corrosivo. Su piel se veía como arañada por arañas, tenía ligeros raspones y quemaduras esparcidas entre los dedos, en todas partes llevaba arrugas planas como la seda vieja. En algunos lados solo había carne irritada.

Kaldor humedeció la franela con el tónico curativo, pero de nada serviría, una maldición no se cura.

—Quédate quieto, bebé, ahora voy a poner mis manos sobre ti —pronunció Kaldor a modo de broma.

—Sin chistes, por favor —Río cerró los ojos, apenado—. No estoy para chistes.

Calvin le dio palmaditas en la cabeza, en una de sus manos cargaba vendas medicinales, iban a cubrirlo como una momia.

—No dolerá —aseguró Clavin y miró a Kaldor con complicidad, sus ojos sugerían que lo hiciera rápido porque Río sufría como si diera a luz.

Kaldor iba a aproximarse, pero Río reculó, aun sentado sobre el retrete.

—No puedo, no, me duele.

Kaldor suspiró y puso los ojos en blanco, sus manchas estaban quietas, se movían brevemente como estática. Olivia nunca había visto nada en ellas, hace años había escuchado que en la piel de Vidente se podía ver un aspecto difuso del futuro o el pasado. La piel de Vidente siempre decía la verdad, incluso se llegaba a decir, que era como una fuente de los deseos, si le pedías o le preguntabas algo contestaba. Pero ella solo veía formas negras agitándose sin sentido.

—¿Te conté alguna vez la historia de mi amigo Fany? —Kaldor le preguntó a Río—. Era un maldito enano o duende, no sé, no recuerdo su raza, pero era pequeño como tu coraje, Río. Fany siempre me decía, cuando tenía que afrontar el dolor ¿Sabes lo que me decía?

—¿Qué? —preguntó Río tratando de endurecer su temblorosa voz, tenía miedo.

—Él me decía que el dolor es un visitante y uno tiene que ser un buen anfitrión. Entonces, una noche, cuando la luna estaba súper redonda y roja, con nubes majestuosamente blancas alrededor, el dolor vino a mí y lo que hice fue que empeAHORA...

Se abalanzó con el paño empapado en líquido medicinal y se lo frotó en el brazo mientras Calvin sostenía a Río de los hombros y los cuernos. El fauno gritaba y se revolvía.

Olivia retrocedió sintiendo un ligero dolor en las tripas, primero una muda punzada, luego una chillante apuñalada, vivaz y arrasadora. Cayó al suelo, pero el sonido de su aterrizaje no se oyó por los chillidos del fauno. Le costaba respirar. El dolor era agudo y abarcador, no podía hacer otra cosa que sentirlo. Tal vez eran nauseas causadas por el asco al ver las heridas de... comenzó a toser.

Sentía algo atorado en la garganta, como unos pequeños deditos haciéndole cosquillas debajo de las muelas. Tosió roncamente y experimentó la sensación de expulsar algo horrible, pero en su boca solo había sangre. Escupió en sus manos. Más sangre.

Tosía sangre. Eso no era bueno. Gimió sosteniéndose el estómago, era igual que el peso de un ancla enardecida, al rojo vivo.

Su maldición ya había comenzado a aniquilarla, irremediablemente. Supuso, que, si era un visitante, debía ser una buena anfitriona.

Se puso de pie y caminó lentamente hacia la salida, con cautela para no pisar las alas, no le gustaba que nadie sufriera, ella quería hacer bien en el mundo, el mejor posible, por el tiempo que le quedaba. Su familia había querido manchar la huella que ella dejaría en el mundo, querían que su legado fuera de locura, mentiras y engaño, pero había protegido su buen nombre. Ahora que recuperó el control de su huella, solo quedaba ser una persona honorable hasta donde le fuera permitido.

Respiró aire fresco en la puerta de la cabaña. Se sentó allí, limpió sus manos y su boca con las hojas secas y dejó que los minutos pasaran.

Se sentía vieja, tan vieja. Como si hubiera vivido miles de vidas y cada una de ellas hubiera durado una eternidad. Sintió que siempre había estado envejeciendo, desde que nació, todos venían al mundo a marchitarse y el único que se podía librar de tal suerte era un muerto.

Pero ella jamás hubiera deseado estar muerta porque era una de las personas más afortunadas de Reino. Tenía dinero, salud, belleza, una familia que la amaba, amigos y un pueblo que la adoraba con cariño. Siempre lo había tenido. No había lugar para una persona vacía en esa vida tan llena. Y, sin embargo, desde que tenía recuerdos se había sentido vacía.

Divisó a Kaldor con una linterna en la mano y un libro en la otra, alumbrando el suelo. Encogido, entornando la mirada, como si quisiera admirar las hormigas. Buscaba algo. Necesitaba ayuda. Como decía papá, uno siempre debe ofrecer su ayuda, amparo y consideración.

Olivia arrastró sus pies hacia él haciendo lo que mejor le salía: hacer cosas que no quería.

 Ella se acercó a Kaldor, se abrazó a sí misma y preguntó con su sonrisa social, la que le mostraba a una persona que la quería con todo el tamaño su corazón:

—¿Ya curaste a Río?

Él alzó la mirada del suelo, irritado, la estudió de arriba abajo y regresó su vista al suelo, sin interés.

—Seee.... —soltó resignado.

—¿Qué es eso? —preguntó acercándose al libro.

—Busqué espejos en la casa de la señora rara y no había —contestó una oración larga, para asombro de Olivia—, no me sorprende, yo no querría ver mi cara si la tengo llena de alas. Pero encontré esto.

Era un libro de botánica, a Olivia se le iluminó la mirada y se arrimó sobre las páginas.

Kaldor reculó unos centímetros para que no lo tocara, como si le repugnara la idea de la piel de Olivia sobre la suya. Ella lo ignoró. Estaba extasiada. Si había algo que Olivia amaba eran las flores, los musgos, las plantas y todo lo que creciera en la tierra. Las flores nacían donde todo iba a morir.

Sabía de cuidados, fragancias y agricultura. Era una detallista empedernida. Con total humildad asumía que era absolutamente una experta.

Kaldor había seleccionado meticulosamente la página que ilustraba un hongo alucinógeno, era un Pluteus Salicinus. El texto indicaba cómo identificarlo:

«Sombrero ancho y convexo de 3-7mm. Seta Gris verdosa a gris o color rosa. Escamada cerca del centro, suave en el borde del sombrero. El tallo es de color blanco a gris verdoso o azul. Las láminas sueltas cuando son maduras y pálidas»

—¿Quieres drogarte? —preguntó ella, cerrando el libro espantada y soltándolo sobre él—. Estamos buscando una manera de salvarnos, nos sigue un sicario ¿Y quieres drogarte?

El apretó el libro contra el pecho.

—Corrección, muchachita pretenciosa —Le dio un empujoncito con el dedo—, te sigue un sicario y acompaño a mi futura novia a buscar una manera de salvarse, yo lo único que busco son hongos para drogarme.

—Búscalos solo —meneó la cabeza, retrocedió abriendo las manos y lo miró decepcionada.

Siempre que trataba de hacer las paces con Kaldor terminaba repelida, cansada y desencantada.

—¿Porqué?

—Porque drogarse está mal.

—¿Tu familia se droga?

Ella resopló, otra vez quería averiguar de su familia. Eran tan entrometido como irrespetuoso, estaba segura que Kaldor era la criatura más insufrible y horrible con la que se había topado.

La segunda, al menos, la criatura más horrible con la que se había topado era cuando ella se miraba a un espejo. Tal vez los dos encontraban monstruos espantosos en los reflejos.

Se alegraba, en parte, estar encerrada en ese bosque con él porque así ese monstruo no atormentaría a su familia. Estaba segura de que Kaldor, en libertad, hubiera basado su vida en torturar a la familia real, lo peor de todo, era que con un espejo podría lograrlo. Ella llevó una mano protectora a su bolcillo, donde guardaba su teléfono celular con pantalla negra en donde Kaldor podía reflejarse, ni siquiera sabía si sus poderes pudieran funcionar con la cámara fotográfica.

Gracias a las aguas de la fuente, Kaldor no notó el gesto. Él sonreía maliciosamente mientras esperaba una respuesta. A Olivia le recordó la sonrisa de mamá, siempre esperaba más.

—Por supuesto que no se drogan, ellos son personas decentes.

—¿Y yo no?

No eres persona, pensó, y si lo fuera tampoco sería decente. Pero no lo dijo en voz alta, no tenía ánimos de ver qué podía hacer él cuando se enojaba. Ya había visto cómo había dejado el cuerpo de Mike Lana, no solo lo había asesinado, lo había destruido, como si quisiera que alguien estuviera tan roto como él. La cara de Mike había quedado como un tapiz arañado por las garras de un gato.

Ese chico tenía un desequilibrio mental bastante grave y era mejor no cabrear a los individuos como él.

Ella agarró los faldones de su vestido y volteó, dispuesta a regresar a la casa, pero su inhumana y maléfica voz lo detuvo.

—Te obligo a que me ayudes.

Olivia giró y soltó la falda.

—¿Qué?

Kaldor se encogió de hombros y con la linterna que alumbraba el suelo dio golpecitos contra su muslo:

—Sí, busca hongos, te ordeno. Digo, te lo ordeno —No se oía convencido de emplear bien la última palabra, la oración estaba mal formulada—. Eres mía hasta abril ¿O no? Así que deberías seguir mis órdenes.

Olivia pudo sentir cómo su cara se contraía en una mueca de auténtica desesperación, Kaldor se aproximó hacia ella y le propinó unas ligeras palmaditas en la espalda que en lugar de resultar consoladoras se sintieron descaradamente burlonas:

—Vamos, preciosa, sabías que esto iba a pasar tarde o temprano. Al menos no te pediré que me llames Mi señor o Amo mío, no me gustan las etiquetas —Le dejó la linterna en una mano y el libro en la otra—. Calvin me dijo que el patio de Pepa está repleto de hongos medicinales y comestibles.

Señaló la puerta.

—Voy a sentarme ahí a esperar, verte y no hacer nada, chifla si encuentras algo —Le acarició la barbilla—. Pup —dijo cuándo le dio un pequeño toquecito en la nariz, se dio la media vuelta y se encaminó a la puerta—. ¿Sabes que es lo más gracioso? Que este viaje es contra reloj para ustedes, mientras yo te lleve allí y te dé ordenes estoy cumpliendo con mi destino. No recibiré maldición.

Claro que no recibirás maldición jodido hijo de perra, es porque tú eres una maldición. Olivia se volteó hacia Kaldor y le arrojó el libro a la cabeza aullando coléricamente, sepultando con su bramido todas las palabras horribles que quería decir, pero él esquivó el proyectil con facilidad, riendo y ampliando los ojos, asombrado.

Al cabrón se lo veía verdaderamente feliz y a ella eso la enloquecía.

—Qué jodido carácter, su majestad, a ver si la próxima me puedes tirar un par de hongos alucinógenos.

—Muérete —masculló.

La sonrisa de Kaldor se desdibujó sombríamente, Olivia tragó saliva y retrocedió. La mataría. Gracias a la fuente, que suerte la suya, esperaba que fuera en ese instante, sabía que le pertenecía más tiempo en ese mundo, pero no quería ni un segundo más.

Él avanzó a grandes pasos hacia ella, la tomó de las muñecas obligándola a soltar la linterna, la volteó y la atrajo hacia sí. Colocó la espalda de ella contra el pecho de él, sepultó su gritó bajo los dedos manchados y le susurró en el oído, ya que los labios de Kaldor estaban perfectamente ubicados sobre su hombro:

—No te muevas. No hagas ningún sonido, pelirroja —dijo seriamente.

Pateó un puñado de hojas y cubrió la luz de la linterna sobre el foco. Estaban a oscuras, ahora solo los alumbraba el ligero y débil fulgor verde que emanaba la cabaña.

Olivia creyó que la mataría, no hubiera estado tan desacertada si ese pensamiento hubiera surgido la noche anterior, pero él tenía otras intenciones.

 De repente vio la silueta de un hombre a veinte metros, tal vez cincuenta, caminaba lentamente, olfateando, encorvado, iba encapuchado y con una máscara roja y blanca. A Olivia se le heló la sangre. El sicario. Mascarán.




 Un poco más de discusión de Olivia y Kaldor jajaja, están bastante trastornados los dos XD

 En fin, 

 ¡Espero que tengan un buen fin de semana! ¡Abrazo desde la distancia! (っ◕‿◕)っ ♥




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