38- Kaldor.

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 En la siguiente vez que se toparon con el camino obstaculizado por árboles, le tocó a Kaldor demolerlos.

 Cer fue la que insistió por una hora a que intentara matar algo con sus manchas, que lo envenenara, así como lo había hecho con ella.

 Se veía ansiosa de presenciarlo, en lugar de estar asustada o traumatizada estaba exaltada.

Kaldor notó secuelas del incidente en Cer, estaba pálida, tenía ojeras hundidas bajo los ojos, temblaba del agotamiento a intervalos y se agitaba con rapidez cuando reía, pero más allá de eso estaba bien. Si hubiera sido humana ya se habría desvanecido del agotamiento. Pero aun así ella quería ver lo que Kaldor, el monstruo, era capaz de lograr con sus manchas venenosas y él no podía dejar a su nena con el gusto.

Cuando se toparon con un camino repleto de zarzas, árboles y setos él fue el encargado de abrir el paso. Aceptó la responsabilidad.

Les pidió a todos que retrocedieran, para mayor seguridad. Calvin dio un brinco entusiasta para atrás, recobrando ánimos, Río puso los ojos en blanco y arrastró los pies, Cer se cruzó de brazos, chasqueó la lengua y avanzó un paso y Olivia reculó ceremoniosamente como si patinara sobre hielo con la elegancia de un profesional.

—Así, matando árboles y envenenándolos nos seguirá más deprisa Mascarán —aportó Río que lo habían puesto al tanto de que la noche anterior había estado en el jardín de la mujer de alas—. ¿Alguien quiere soltar de una vez por todas porqué nos persigue ese loco?

—La familia real quiere matar a Olivia por un secreto, pero no sé cuál —respondió Kaldor—. Y no creo que vaya a decirnos.

Ella juntó sus manos, Kaldor notó que comenzaba a apretarse los nudillos, concentrándose en el dolor.

—Es que yo tampoco lo sé —mintió con la voz temblorosa—. No es que no quiera decirles.

—Vaya, muchacha, puedes ser la reina de las mentiras, pero no de los engaños. Ni siquiera tu madre te creería.

—Yo sí le creo —intervino Calvin.

—Calvin, amigo, deja de tratar de follártela, a ella ya le gustas.

Ambos se ruborizaron y musitaron torpemente que no era gracioso, ni verdad y que cerrara la boca. Kaldor puso los ojos en blanco, al menos era divertido burlarse de ellos. Si en prisión intentabas mofarte de alguien recibías por respuesta una merecida golpiza, o como se decía allí: «Una buena factura» Ellos jamás le habían dado su factura ¿Eso significaba que eran amigos? ¿Debería quererlos un poco más? ¿Ya lo hacía?

Si ni siquiera confiaba plenamente en los humanos o tal vez sí ¿Cómo demostraba confianza alguien que nunca la había inspirado?

Centró su mano sobre la corteza rugosa del árbol, listo para asesinarlo.

No le costó ni siquiera una pizca de concentración, ni visualizar el deseo en su mente. Era como si las infames manchas no fueran parte de él, sino él. Fueron dirigidas hasta su mano asombrosamente veloz.

Un escalofrío lo recorrió al sentirlas reptar por sus piernas, desbordándose de su hombro, acumulándose en su asqueroso abdomen para rebosar por el brazo, encausarse en la palma y esparcirse por la madera arrugada. Bajo su palma, en la corteza, surgió una cochina mancha negra, fue como el reventar de una bomba de sangre podrida.

Inmediatamente el árbol crujió, un aluvión de hojas se desplomó sobre ellos y los cubrió hasta la cintura, la corteza se agitó ligeramente como si quisiera desprenderse de llamas invisibles y acto seguido se deformó e inclinó como un viejo jorobado o un bollo de papel.

Al terminar el tercer segundo no quedaba nada ni del árbol ni de los cuatro que estaban amontonados a su alrededor, mucho menos de las zarzas o los setos. Todo había sido quemado y encogido hasta quedar una masa seca, muerta y negra que formaba un boquete en mitad del bosque.

La luz del atardecer entró a raudales y los iluminó.

Todo había sido tan rápido que sus amigos estaban paralizados, rígidos bajo el peso de ese manto de hojas secas y tiznadas. Kaldor parpadeó, su mano ahora estaba colocada en la nada, la alejó lentamente y trató de demostrar que él ya sabía que iba a suceder eso. No quería exhibirse tan impresionado como lo estaba.

—La siguiente vez podría darle un apretón de manos a Mascarán —anunció girándose hacia ellos.

Agradeció nunca intentar eso en la cárcel o lo hubieran encerrado en una caja para jamás dejarlo salir.

Olivia estaba cubierta hasta los hombros de hojas secas, el árbol había soltado todo su follaje, faltaban días para abril y el otoño, pero liberó en un segundo lo que se le caería en toda una estación. Era como una nieve, pero más sucia. Ella apagó la linterna horrorizada.

Calvin sonreía como un niño feliz y entusiasmado, agitó sus brazos y comenzó a dibujar olas y surcos en la marea de hojarasca. Había abandonado su aspecto de burro triste, ahora se veía esperanzado, como si hubiese creído estar muerto a esa hora del día y no estarlo fuera una verdadera sorpresa.

—¡Eso estuvo genial, Kaldor! ¡Bravo!

Cer, que no estaba bastante asombrada, comenzó a desprenderse del follaje muerto como si hubiese visto cosas más maravillosas. Río asentía admirando su rareza, alzando la barbilla como si quisiera estar a la altura de la circunstancia.

Olivia ayudó a Río a liberarse del abrigo de hojas porque no tenía nada mejor que hacer. Él se encogió ante la sorpresa y le musitó las gracias cada tres segundos como si le diera vergüenza que alguien de la realeza lo ayudara, más amor propio, Río, por favor.

—No lo puedo creer —soltó Calvin dando un ligero salto—, eso mola de verdad.

Vaya, su cerebro era del tamaño de una nuez.

—No creo que mo... ¿Cómo dijiste? —preguntó Olivia.

—Creo que se refirió a que soy lo máximo —aportó Kaldor señalándose—. Y no se equivoca. Vamos, parda de chiquillos llorones, pónganse en marcha si ya dejaron de babear por mí.

Les dio la espalda y se abrió paso entre la tierra negra y quemada, prometiéndose de que jamás volvería a hacer algo así si Cerezo estaba cerca. Apretó su puño contra su repúgnate pecho. Podía hacer una excepción si se trataba de Olivia o Calvin. Pero no Cer. Esa chica no se podía morir sin antes haber echado un polvo con él, incluso quería tener una cita convencional.

Sentía que con ella sería capaz de hacer lo que fuera, divertido o aburrido, moral o inmoral, esa chica lo tenía prendido y perdido.

Tal vez era un poco venenosa.

—¿Te gustó? —le preguntó cuándo ella se acercó a él.

Ambos estaban agotados, el día ya casi acababa, habían estado toda la jornada con solo un descanso de diez minutos, si no fuera por ella que abrió nuevos caminos cada un cuarto de hora, habrían avanzado menos de la mitad de lo que habían recorrido.

—Ñe —respondió alzando un hombro con desinterés.

—¿Ñe? ¿Qué significa eso?

—Que me da igual.

—¿Te doy igual?

—Lo que haces sí.

—¿Lo que hago, pero yo no?

—No, no —Frunció el ceño— tú también —aseguró, la respuesta parecía divertirle.

Vaya que las dríadas eran complicadas. Ayer, cuando estaban solos, había estado más cariñosa, tal vez era porque estaba envenenada.

—¿Te está gustando nuestra primera cita?

Ella soltó un resoplido.

—Esto no es una cita, Kal, para que lo fuera tendríamos que estar los dos solos o en un lugar público. Tener una cena de por medio, ver una película, los cultos van al teatro y los más cultos y aburridos van al museo.

—Quiero invitarte a salir no matarte de aburrimiento.

Ella rio.

—¿Alguna vez saliste con alguien? —inquirió con curiosidad.

—Sí —respondió picara.

—¿Te gustó?

—No sé, qué importa, Kaldor, no trates de competir, me liaba con más de dos tipos todas las noches, las llevas de perder.

Kaldor abrió los ojos.

—¿Todas? ¿Sin excepción? ¿Los trecientos sesenta y cinco días del año?

Eso sumaba una cantidad exorbitantes de hombres. Ella soltó una risa armoniosa como si le resultara divertida su pregunta. Dudó de si era una exageración o una verdad, no sabía cuánto duraban o resistían las criaturas maginas, generalmente solían ser trabajadores que usaban la fuerza bruta como campesinos, albañiles, personal de limpieza... o eso había oído.

—Eso crees ahora —añadió Kaldor—. Pero ya verás, vas a tener la mejor cita de tu vida conmigo.

—¿Cómo harás eso? Estamos en Muro Verde, cabeza de mierda. No hay nada aquí. Ni cenas, cines, teatros, museos, centros comerciales o parques ¡Nada!

Arrugó la nariz y suspiró mientras se inclinaba para esquivar una rama.

—Ya lo verás, perra pretenciosa.

—Haz lo que quieras.

Kaldor dudó.

—¿Soy un acosador?

—No me molesta tu compañía si es lo que te preguntas —respondió escalando una roca— y si así fuera ¿Pararías?

—Te sorprenderías de mí, queri... —sentía que a ella no podía llamarla así, querida, porque no era de forma burlona como cuando se lo decía a Olivia, si se lo decía a ella quería decirlo de verdad.

—Eres tan extraño.

Él alzó las cejas de forma inquisitiva ¿Eso era un cumplido? Se mordió la lengua para no responder algo inmaduro como: «Mira quién habla, adefesio» o «Tu madre me dijo lo mismo anoche» A veces, uno podía decidir no ser un cabrón.

Cer le dio la mano y él, después de recobrarse de la sorpresa, enlazó sus dedos con los de ella. Se esforzó por alejar las manchas de esa parte de su cuerpo para que no se escurriera una por accidente, mierda, coger con ella sería realmente difícil.

—Mira, esto es gratis.

Detuvo la marcha, se puso de puntillas de pie para quedar cara a cara, le agarró la quijada angulosa, lo llevó hasta su boca y lo besó. El labio superior de ella se colocó entre los suyos y fue sumergiéndose dulcemente, pero de manera experta. Él no estaba preparado, pero improvisó como solía hacer en la adolescencia. Le rodeó la cintura baja y la atrajo hacia sí. Los codos de Cer encima de sus hombros. El pecho de ella estaba sobre los pulmones de él. Sentía que era como un nuevo órgano y que cada vez que él respiraba ella se ajustaba. Cuando sus lenguas se encontraron Cer se la mordisqueó con ligereza, un simple rose más entre tantos.

Repentinamente detuvo lo que Kaldor estaba dispuesto a continuar por horas, qué va, para siempre.

Ella lo miró divertida, le sonrió y lo soltó.

—Vaya, Cer, tú podrías ser el cambiaformas, porque cambiaste a la bestia de ahí —se burló Río—. Jamás lo había visto tan callado.

—Solo estaba jugando —respondió ella muy ufana.

Reanudaron la marcha como si nada hubiese ocurrido. Kaldor arrastró tontamente los pies y avanzó con Calvin y Río flanqueándolo.

«Mira, esto es gratis» Gratis.

Gratis. Él sabía que nada era gratis. Todo tenía un costo, incluso ese beso juguetón. Y el costo era que, así como la fuente le dio un papel para marcar tu destino, ese beso se lo selló.

«Solo estaba jugando» Jugando.

Tenía más sentido que ese beso se lo hubiera dado porque estaba perdiendo la cordura a causa de la maldición a que lo hubiera hecho intencionalmente. No le importaba mucho las intenciones que lo causaron, se conformaba con el resultado. Y el resultado era que una chica buenísima, al menos para él, lo besó.

«Te arrancaré los labios y te coceré el hocico de perra que siempre debiste tener» «Maldita cucaracha traicionera ojalá te mueras mañana como...» Cerezo recibiría muchas amenazas extrañas teniendo en cuenta que le quedaban pocos días de vida.

 Pero todavía no los había atacado nada. Solo una lluviecita, calor y nieve misteriosa. Nada más. Algo andaba mal.

 No se puede cambiar el pasado, ni el destino, a simples cuentas no se puede cambiar nada, todos eran basura que arrastraba la corriente de un río cruel y tétrico. Y si Cer tenía que morir Kaldor se aseguraría que fuera sin sufrimiento, cuando llegara la hora, cuando llegara la hora él la ayudaría a ahogarse. O tal vez el destinoera más macabro de lo que se imaginaba y aquella chica hermosa lo asfixiaría aél.







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