40- Olivia.

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 Tenía trece años, estaba acostada en la cama y papá caminaba lentamente en su dirección después de cerrar la puerta. Había que cerrar muy bien la puerta. Cargaba una linterna y se veía apesadumbrado, él no iba a leerle un cuento, eso hacían sus criadoras. Estaba ahí para otra cosa. Siempre venía para otra cosa.

 —Olivia, yo...

Ella agitó las sábanas, de un brinco se arrojó al suelo y gateó hasta el fondo de la cama, se escondió bajo el colchón y comenzó a arañar con histeria y alegría una tabla floja del suelo. Era su escondite, el suyo y el de papá. Aquella tabla de madera escondía un juguete. Allí había algo, en las entrañas del suelo, que les pertenecía a ambos, su sucio secreto, así lo llamaban.

—Olivia —dijo su padre. A penas un susurro ronco—. Sal.

Ella continuaba buscando con las uñas el borde de la tabla de madera, había limado los cantos de tantas veces que la raspó. Cada vez se le hacía más difícil arrancarla. Veía sus zapatos de cuero sobre el suelo. Papá hincó una rodilla, se aferró a las mantas y metió la cabeza en la oscuridad donde se escondía...

—Olivia.

Olivia se despertó por una patada ligera en el estómago. Respiró hondas bocanadas de aire, el mundo se había vuelto azul, la noche casi llegaba y estaban rodeados de sombras peltres. Se hallaba en mitad de un claro de cincuenta metros, las hierbas creían hasta la altura de los tobillos y al estar acostada la cubrían ligeramente.

Otra noche más lejos de casa. Oscura, fría y desesperante. Cada día muerto era unas cuerdas que la jalaban lejos de su anterior vida.

Por las noches ella solía dormir en su espaciosa, suave y mullida cama, para despertarse con la cálida luz acariciando sus párpados y el algodón de las sábanas besando su piel. Los sirvientes acostumbraban respetarla, ser amables y la obedecían, cuando Olivia despertaba solían alcanzarle una taza de té o prepararle un baño. Desde que su papá murió era agasajada y mimada.

Pero ahora la despertaban las patadas de Kaldor. Él la miraba desde arriba, con las manos en las caderas y la expresión burlona de siempre.

—¡Dije descansemos diez minutos no toma una siesta!

—Estaba soñando.

—¿Conmigo?

—No.

—¡Entonces arriba, holgazana! Ya podrás descansar cuando la maldición te liquide.

—No seas duro, Kaldor —lo regañó Calvin que se limpiaba las manos en un paño húmedo.

—Solo juego con ella, sabe que la maldición no la liquidará, seré yo.

Como si el mundo tuviera un macabro sentido del humor, Olivia se encogió del dolor sobre las pútridas hojas cuando sus tripas se estrujaron como un trapo al que se lo escurre. Sintió que alguien quemaba sus vísceras y chilló ahogadamente. Lágrimas le saltaron de los ojos, recorrieron sus mejillas y se perdieron en su sonrisa. Inmediatamente condujo una mano a su estómago plano como si tratara de contener todo el mal.

Él arqueó una ceja, intrigado, pero Olivia lo notó ligeramente preocupado, incluso se inclinó hacia ella. Cer y Río se acercaron corriendo Olivia, como si pudieran ayudar de alguna manera. Pero no podían, jamás se puede cambiar el destino de alguien.

—¡Apenas te toqué! —explicó exasperado ante la mirada juzgadora del resto.

—Me duele.

—¿Mi empujoncito?

—La maldición, tarad... Kaldor —jadeó.

Cer golpeó con una botella de agua a Kaldor y se la arrojó a los brazos para que él la cogiera, la orden era clara, él suspiró y se la dio a Olivia. El monstruo mandamás al parecer obedecía a una simple dríada.

—Hidrátese, su majestad. No queremos que sus labios reales se resequen...

—No lo harán.

—...huméctelos para Calvin.

Cer se aclaró la garganta.

—Perdón —masculló Kaldor—. No volveré a despertarte con mis pies.

Olivia cogió la botella sonriendo en respuesta. El agua estaba fresca. La enfermedad se iba convirtiendo en un dolor sordo, en un horrible recuerdo que se le pegaba como cera caliente. La maldición la visitaba, pero llegaría el día en donde se quedaría para siempre y no podría liberarse de ese dolor, así como no podía despojarse de la vergüenza que implicaba ser ella.

Tragó agua emitiendo ruidos que no eran nada educados o propios de alguien de, como la había llamado Kaldor, la realeza.

—Creo que deberíamos tomar un descanso mucho más largo, pasar la noche —Solicitó Calvin que escudriñaba en mapa, ajeno en su mundo de cartografía.

—¿Para qué? No estamos cansados ¿Acaso la gente libre no va de un lugar a otro?

Solo Kaldor estaba en pie, Cer se hallaba sentada sobre una roca, bebiendo agua, porque estaba agotada y había hecho mucho trabajo útil en todo el viaje, destruyendo maleza y abriendo camino. Calvin estudiaba el mapa, de cuclillas junto a Río y mordisqueaba una galleta que compartían. Ambos se veían fulminados. Mientras tanto el desdichado fauno untaba ungüentos en su piel, con la cara ligeramente contraída por el dolor.

—Yo necesito un descanso, caminar hace que se toquen mis piernas y la piel me arde. La fuente me la está quemando.

—¡No seas absurdo, fauno! Tú no tienes piernas —negó Kaldor.

—Nadie te está preguntando, tarado, vamos a tomarnos un descanso de todos modos —tajeó Cer cerrando la botella de agua—. ¡Y si decides seguir sin nosotros te romperé la cara a puñetazos!

—Sabes que no puedo resistirme cuando te portas linda conmigo —se burló Kaldor dirigiéndose hacia una de las mochilas que le había empacado Pepa.

Kaldor señaló el bolso.

—Olivia. Carpa. Móntala. Ahora.

Olivia bufó y apretó tanto los dientes que chirriaron. No podía creer que fuera tan cabrón, jamás nadie la había tratado así de... mal. Él no se movió de lugar, estaba esperando que ella obedeciera. Calvin fingía mirar el mapa, pero en realidad estaba prestando ojos a los dos, dobló el papel dispuesto a intervenir y ser una vez más el mediador.

Lo que ella menos quería era que Calvin se rebajara a tratar con Kaldor, sentía que él lo arruinaría o le contagiara ese germen que lo volvía tan brabucón, tonto e insensible. Se levantó lo más rápido que pudo, agitó las hojas secas que se había adherido como abrojos en su vestido y sonrió radiante.

—Prepárate Kaldor, porque fui a acampar más de una vez con mis mejores amigas, deslumbrábamos en la Juventud Dorada.

Se inclinó sobre la mochila y comenzó a soltar las correas para desplegar la carpa. Calvin se ubicó silenciosamente a su lado y comenzó a despejar el área para acampar, iba a ayudarla para terminar antes. Él no era civilizado, él iba más allá, era mejor que la civilización, superaba a todo Reino junto con sus buenas acciones. Estaba segura que Calvin era de las mejores personas que había conocido jamás.

—¿La juventud Dorada? —preguntó Kaldor sonriendo con burla, pero genuina curiosidad—. ¿Qué diablos es eso?

—Ah, es un grupo de jóvenes que acampan, aprenden las artes de la supervivencia, ayudan a los más desamparados y veneran a la Diosa Dorada, la Fuente Madre.

Recordaba con orgullo sus días de acampada, las canciones religiosas y los lemas. Kaldor se humedeció los labios y se masajeó la barbilla, pensativo, tratando de comprender un mundo de camaradería, infancia y naturaleza en el que nunca había vivido. En parte le tenía lástima, mientras ella se divertía con sus amigas él estaba mirando una pared despintada, sobre una cama horrible, en una jaula y así estaría al día siguiente y al siguiente. Por años. Se recordó ser humilde y paciente con Kaldor. Él no conocía lo que era el mundo real, ni el amor o los amigos.

Olivia aferró la carpa y comenzó a extenderla, Calvin sujetó la lona del otro extremo, retrocedió un par de pasos y la agitó como si fuera una sábana.

—Vaya, Oli, cuando no creí que podías ser más aburrida, te superas —dijo Kaldor con un tono celoso que solo ella pudo identificar.

Olivia había sido la chica más afortunada de todo Reino, intuía cuando alguien le tenía envidia. Sabía que cuando Kaldor se burlaba de su vida o decía que era aburrida, sosa y decepcionante en realidad lo que quería decir era: ojalá tu suerte haya sido la mía. No era su culpa haber sido perfecta, pero tampoco era la de Kaldor el no haberlo sido.

Ella era afortunada, afortunada, afortunada, afortunada. Su niñez fue excelente, de lo más normal y privilegiada. Repleta de amigos, familia y aventuras. Afortunada. Afortunada. Afortunada. Lo repitió como un mantra, hasta creérselo. Otra vez.

—No es aburrido —contradijo Calvin.

—Lo dice un aburrido —respondió Kaldor.

—¿Y tú que eres Kaldor? —preguntó Olivia—. ¿Un juerguista? ¿Un ángel?

—Ah, un aburrido más —admitió, alzando el hombro con desinterés.

Al menos lo asumía.

—Yo también era boy scout —terció Calvin, desviando el rumbo que estaba tomando la conversación—, así le decíamos en mi pueblo a la Juventud Dorada —agregó estirando las varillas contraídas que serían los cimientos de la carpa—. Nuestro guía se llamaba Torrence, tenía dieciocho y estaba lleno de acné, le gustaba ir en su camioneta a tomar cerveza en un supermercado que estaba cerca del campamento.

Kaldor asintió.

—Interesante —musitó y se fue a molestar a Río.

El fauno y él hablaron con complicidad, en voz baja. Olivia frunció el ceño, preguntándose qué acuchilleaban entre ellos como dos malditas viejas fisgonas que no tienen nada mejor que hacer. Le recordaban a esos pestilentes e inútiles ancianos a los que tenía que cuidar por ese grupo de inadaptados de la Juventud Dorada que lo único que sabía hacer eran practicar nudos y dar caridad. Había desperdiciado tantas horas en ese jodido club, ayudando a los perdedores más inservibles de Reino, repitiendo odiosas canciones, siguiendo órdenes de adultos pálidos y estúpidos y rodeada de chiquillas de mierda, tontas y superficiales.

—Oye —la llamó Calvin, arrancándola de sus pensamientos—. ¿Ustedes... los de Reino se ponían tótems?

Olivia soltó una risilla amistosa.

—¿Qué es un tótem?

Prácticamente ya habían terminado de montar la carpa. Cer estaba ordenando la comida que tenían y se fijaba qué cocinar esa noche. Una chispa juguetona centelleó en los ojos del muchacho, dio un pequeño salto y abrió la boca en una gran risa incrédula.

—¿Cómo que no conocen...? Okey! —se acercó a ella, codo con codo, acarició la lona tendida y fingió que se apoyaba en ella como si fuera un muro.

Estaba haciendo el tonto, si de verdad se recostaba contra la carpa la demolería. Olivia rio y se cubrió la sonrisa, se sentía muy pequeña, minúscula, cuando alguien le veía su sonrisa real.

—Un tótem —comenzó Calvin— es un objeto de la naturaleza que sirve como emblema para una tribu o para alguien que le otorga un valor protector. Pero en los boys scout un tótem es mucho más que eso, es un animal que elijes para que te represente, que sea tú.

—¿Es agarrar algo que no eres y verte en eso?

Papá.

—¡Exacto! —abrió las manos como si le mostrara todos los tótems que existían—. Mi tótem era una comadreja.

—¿Son los que mienten y fingen estar muertos? —preguntó Olivia recordando las comadrejas voladoras de doble cola que vio en el zoológico, con Darius, cuando era una niña.

—¡Ese mismo! Es un animal que parece inocente, pero en realidad esconde un secreto —Agitó los dedos para agregar misterio—, sin embargo, también tiene algo bueno y es que se trata de un animal precavido, de madriguera, así que también es protector con los suyos. Sí, señorita, me lo pusieron porque estaba aterrado en mi primer campamento así que escondí a mi gato Toby en la mochila y lo solté en la carpa, logré convencer a mis compañeros para que no dijeran nada y el guía descubrió a Toby después de tres días. Mis padres tuvieron que viajar cinco horas para venir a recogerlo porque no podía quedarse en el campamento.

Olivia sonrió. Le hubiese gustado conocer a Calvin en esa edad, en ese campamento, sentía que ella pudo haberse escondido por más tiempo en esa carpa, no como el gato, hubiera aguantado días en una caja solo para compartir tiempo con él.

—Ojalá hubiera tenido un tótem.

—Podrías elegir uno ahora. Es tu decisión, debes pensar bien quién eres.

¿Quién era? ¿Quién era? No sabía. O no quería saber. O sí sabía, pero lo había olvidado. O peor aún, fingía que lo había olvidado.

Ella estaba segura que los recuerdos son agua, para algunos son imposibles de retener y se le escurren de las manos, para otros hay tantos que terminan ahogándolos.

—Soy una mariposa —decidió indecisa.

—¿Por?

Olivia abrió la boca para responder, pero fue interrumpida por una voz estridente:

—¡No vas a mezclar habichuelas con porotos! ¿Quieres reventarte el estómago? ¿Y me dices que eras voluntario en la cocina? —chilló Cer agarrando una lata de conservas y agitándola enfebrecida como si quisiera golpear a alguien.

—Yo no era voluntario —respondió Kaldor arrugando la cara ante esa palabra y rodeando sus rodillas con las manos—. Los putos eran voluntarios.

—¡Eh, yo era voluntario! —protestó Río, ese fauno siempre alzaba la voz en lugar de hablar.

—Y seguro te cogías a medio pabellón.

—¡A mucha honra!

Cer y Kaldor estaban de cuclillas frente a las raciones de comida, con latas en las manos, discutiendo qué verter en una pequeña cacerola que se ubicaba sobre un montón de ramas secas, las cuales, estaba tratando de encender Río con dos piedras. El fauno alzó la mirada hacia ellos, soltó una risa muda y volteó hacia los otros dos presos.

—Sus gritos acaban de arruinar el momento de Calvin y Olivia. Espero que estén felices.

—Lo siento, bonito —se disculpó Kaldor.

—No teníamos ningún momento, chicos —aclaró Olivia acumulando el cabello rojizo detrás del oído.

—¿Así que eres una zarigüeya? —preguntó Río, Olivia no sabía si era a modo de burla, pero admiró su capacidad de estar en dos conversaciones a la vez—. Yo creo que sería una cabra, porque es obvio, soy mitad cabra.

—Yo sería algo del bosque —decretó Cer con nobleza.

—¿Una zorra? —intentó Río—. Así serías mi pariente.

—Cállate, cabra —Kaldor le arrojó una lata, pero su proyectil falló por un metro.

Río no quería callar, o no sabía, frotó las rocas, sopló la chispa que se quedó atrapada entre la paja y las ramas y la hizo crecer hasta una llama.

—Tú Kaldor serías un zorrino —dijo luego de comprobar que el fuego engullía toda la yesca.

—Porque apesto ¿Verdad?

—Sí.

—Qué creativo, me dejas deslumbrado, la verdad.

Calvin río, Olivia también, todos estaban divirtiéndose un poco, olvidando que habían llegado a ese mundo para morir y a ese bosque para sufrir.

—¿Alguna otra cosa que hayas hecho en ese campamento de niños? —preguntó Cer.

Olivia se ruborizó al notar que, en realidad, todos habían escuchado su conversación con Calvin.

Él no lo pensó ni un segundo y levantó el dedo índice y el medio al instante, formando con ellos una «V». A Olivia le recordaba la formación que solían hacer los pájaros y las hadas migratorias cuando volaban a confines con otra estación. Siempre había querido ser uno de esos pájaros para huir del frío, de la noche o de todos.

—¿Qué significa eso? —preguntó Kaldor.

—Es la V de victoria, la hacíamos cada vez que teníamos un pequeño logro, por ejemplo —Señaló la carpa—, montar una tienda en perfecto estado amerita hacer la señal de la victoria. Cada pequeño logro merece una celebración —Hizo nuevamente el gesto.

Cer y Río miraron anonadados sus propios dedos y trataron de replicar la señal de victoria con la máxima concentración posible.

—¿Y celebraban con los dedos? —preguntó Olivia.

Kaldor, Río y Cer trataron de masticarse una carcajada como si conocieran más formas de celebrar con los dedos. Olivia no era inocente, conocía esas formas, pero no las encontraba graciosas, estaba empezando a creer que el encierro les había atrofiado el cerebro. Tal vez el único entretenimiento en prisión era hacer el amor con compañeros hasta que solo se convertía en sexo con extraños.

Cer se incorporó estirándose en todo su largo con dos latas de comida en cada mano.

—Bueno, logré que ese engendro de ahí no arruine mi estofado así que... —alzó ambos dedos.

—Yo encendí el fuego —agregó Río y formó con sus manos la señal de la victoria.

Era el turno de Kaldor y Olivia, ambos se lanzaron una mirada interrogativa, ella no sentía que había hecho nada importante y Kaldor jamás en la vida haría algo importante. Ese maldito solo había venido al mundo a fracasar. Ella se cruzó de brazos, él suspiró.

—Vamos por leña —sugirió Kaldor, aniquilando el momento amistoso que había creado Calvin—. Río tú busca ramas buenas, eres medio cabra se te debe dar bien las cosas de la naturaleza...

—La verdad que no...

—Calvin, acompáñanos, colega —agregó rodeándolo con el hombro y llevándolo hacia el bosque, sin preguntar.

Río, Kaldor y Clavin se marcharon del claro.

Olivia sintió que electricidad le recorría todo el cuerpo, de la punta de los pies hasta la coronilla de la cabeza. Le sudaban las manos. Las frotó contra su vestido. Jamás se había sentido tan nerviosa se estar con una chica.

Cer la intimidaba. 









 Perdón por el capítulo tan largo, no sabía dónde cortarlo.

¡Gracias por comentar y leer siempre! Este fin de semana voy a estar contestando los mensajes, pero ya los leí jajajjaa a varios les gusta la historia aunque no la entiendan en sí.

 Siento que le puse tantas incógnitas que leerla una vez por semana hace que se olviden las pistas que voy tirando, mucho más cuando el libro vaya terminando. En fin, si no entienden algo, me preguntan y explico o trato de plasmarlo de forma más clara para los siguientes lectores. Después de todo es el primer libro que hago con misterio-mágico.

¡Gracias otra vez, feliz viernes y buen fin de semana! ¡Abrazos!

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