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  A esas alturas del juego debería saber que los traidores no se escondían en las sombras, se sentaban delante de las narices de uno.

Primero papá, después mamá, Darius, Jasper... sus amigas que la habían olvidado como se deja atrás las estaciones que ya pasaron, la habían traicionado. Y ahora ese humano, ese noble espíritu que siempre había sido tan gentil y amable con ella, le había mentido.

Los traidores son peores que los enemigos, para empezar, porque los traidores son amigos. Los traidores eran infames, recibían el sagrado obsequio de la confianza y lo deformaban como si fuera una carta de amor que hicieran añicos.

Su corazón no se rompió, ya ni siquiera estaba segura de tener un corazón, sentía que ahora cargaba con un pedazo de carne pisado y podrido, aplastado como el tabaco que mastica un anciano y escupe.

Olivia había aprendido muchas cosas de papá, él era un buen maestro, y una de ellas fue que aprendió a detectar mentiras. Las leía en los rasgos de los traidores y de los ingenuos que la menospreciaban. Con asco impregnado en su expresión supo que él le estaba ocultando una parte de la historia.

Era sospechosamente desconcertante que Cratos se hubiera limitado a retener a Calvin en Muro Verde sin darle explicaciones. Resultaba sumamente sospechoso que él... que supiera del cambiaformas...

¿Cómo sabía que existía un cambiaformas viviendo ahí si nadie podía regresar de Fuente Negra? Además, cuando él llegó a ese mundo dijo que no vio a nadie en el trono.

Olivia le había entregado más que su corazón a Calvin, le había regalado su confianza y toda su devoción. Lo cierto es que si se lo hubiera pedido habría muerto por él. No. Aún más, Olivia podría entregar su vida, pero no valía mucho porque ni ella misma le tenía aprecio, es más, por él hubiera entregado otras vidas. Todas las de reino, habría esclavizado a los dioses por él. Sin embargo, ese chico no había jugado con su confianza, ni siquiera había notado que la tenía, la desechó en el momento que Olivia se la obsequió.

Podría hacerlo pagar, pero para vengarse se precisa el odio y ella no lo odiaba, solo estaba decepcionada.

Por primera vez en su vida, Olivia sintió una sensación arrolladora, filosa y cálida como besos en el cuello que le quitaban el aliento. Olivia sintió perdón en su impiadoso corazón. Perdonaba a Calvin. No se lo merecía, pero lo perdonaba. Y si él se lo permitía estaba dispuesta a regalarle su confianza una segunda vez.

Ella se convenció de que lo perdonaba por amor, pero qué va, lo perdonó porque lo consideraba inferior, como una hormiga o una mota de polvo. No se puede odiar algo tan insignificante.

Amor, perdón, confianza, amigos, Olivia ya no entendía el significado de esas palabras, ni siquiera sabía si tenían un significado.

Miró su cuerpo, él estaba descansado, durmiendo otra vez, junto al cuadro de la amante de Jora, en la sala de baile. Yacía en una cama improvisada. Ese salón, además de las latas de pintura, pinceles y brochas, tenía un brasero con llamas, sacos de dormir y trapos que simulaban camillas. Se habían convertido en un campamento.

Kaldor y Cer se habían ido a hablar en una habitación, a ponerse al día o a conocerse, porque todos eran unos forasteros desconocidos en esas tierras irreconocibles.

Así era ella, si odiaba era una ama sin misericordia, pero si amaba podía comportarse como una perra rastrera sin dignidad. Era una esclava de alguien tan patético y fútil. No, de dos personas, porque la fuente había elegido a Kaldor, pero ella elegía Calvin.

Perdonaría cualquier atrocidad a Calvin. Se abrazó las rodillas y recostó el mentón los muslos, así era ella y se amaba con sus defectos y sus virtudes. Y sus secretos.

Olivia se preguntó cómo sería el mundo sin una fuente que te arrastrara por la dura tierra, ser libres y ser el dueño de tus errores. Eso sería un sueño encantador.

Se arrastró hasta Calvin, miró su piel blanca lechosa, como los ojos de las ratas ciegas.

—Yabal ¿Estás despierto?

Calvin alzó lentamente los párpados.

—Sí —La observó de arriba a abajo—. ¿Estás enojada conmigo?

—No.

Qué importa.

—Eres demasiado buena para tener odio en tu corazón.

Olivia sonrió, puso la mano en el pecho desnudo de él e hizo que sus dedos índice y medio formara un par de piernas que caminaran sobre la piel hasta el cuello, donde dieron un saltito y desaparecieron.

—Hay algo que no me contaste, pequeño mentiroso —murmuró amigablemente.

—¿Qué? —Calvin frunció el ceño, asustado.

Olivia reconocía el miedo y cuando era niña se alimentaba de esa sensación, sobre todo adoraba causársela a sus hermanitas. A veces las pellizcaba cuando nadie veía, solo para verlas estallar en lágrimas, porque ellas eran amadas por sus padres y Olivia no. Y el amor siempre debe pagarse con dolor. Para lograr equilibrio y armonía.

—No dijiste toda la verdad... —insistió.

—Eso no es cier... —interrumpió, pero no pudo terminar la oración.

—Sí, es cierto, pero no te preocupes, lo averiguaré —susurró—. Por ahora quiero que me cuentes por qué Cratos prefiere seguir los pasos de la fuente. Digo, toda su vida viviendo en un bosque siniestro y aburrido como este, yendo y viniendo, moviendo fichas para perpetuar los caprichosas de la diosa que lo tiene esclavizado, dándole ideas a mi padre... me pregunto ¿Quién prefiere vivir así? ¿Por qué no aceptar con dignidad la maldición y muere de una buena vez?

Calvin parpadeó.

—No sé... nunca me lo dijo —Calvin trató de levantarse, pero ella lo empujó nuevamente al suelo.

—Tengo la impresión de que no te dijo muchas cosas —sonrió.

—No, no lo hizo.

—Ya veo —ladeó la cabeza.

—Olivia —la llamó, dubitativo.

—¿Sí?

—¿Podemos ir a buscar al cambiaformas? —preguntó él, su voz sonaba pesimista y alicaída.

—¿Qué? —Olivia parpadeó, lo escrutó, le subió la manta de lana cuadrillé hasta la barbilla y sonrió débil para oírse convincente—. Estás débil... podemos esperar un día...

—No, ahora —exigió—, Cratos dijo que volvería por mí. Ya estoy cansado de él, siempre tiene planes complejos y nunca explica lo que se trama. No quiero que me retenga ni un segundo más —se incorporó.

Oliva se paró rápido, lo sujetó de los brazos para que no cayera y lo miró con firmeza a los ojos. Ella siempre había sido caucásica, blanca, pero al poner sus dedos sobre la piel albina de Calvin notó que era rosada, como un lirio o un tulipán moribundo.

—Tienes que descansar —imploró.

—Mañana es abril, Olivia, no creo que la fuente te dé un solo día más. Mírate.

Olivia se tocó las mejillas, sabía que estaban pálidas y que sus ojeras se veían como las de un muerto o un mapache y que caminaba un poco encogida, como una vieja sosteniéndose con bastón, debido al dolor de su estómago que no se había ido en ningún momento. Podía lidiar con el dolor, su padre la había entrenado para soportarlo, pero a pesar de que su mente era un imperio, estaba hecha de carne y huesos. De piel que la fuente corrompía.

Incluso ya había comenzado a vomitar sangre, en cualquier segundo su estómago se desgarraría, el ácido se desbordaría, corroería y engulliría al resto de los órganos en cuestión de minutos. Apretó la mandíbula, tenía los labios resecos.

—Quiero irme —bisbiseó él.

—¿Ir a dónde?

—A buscar al cambiaformas —respondió esquivo.

—Irás a la fuente y de ahí saltarás de regreso a casa por el portal ¿No es así? —Ella lo sujetó con más fuerza y le sostuvo la mirada— Vas a irte.

—Sí —contestó esquivando sus ojos, miró el suelo.

—¿Cuántos mundos crees que hay? —con tantas preguntas se sentía como Kaldor.

Sí iba a abandonarla para expandir el horizonte de su prisión, esperaba que la dejara por una buena razón.

—No sé, yo solo escapé de uno al que quiero regresar y estoy tratando desde entonces de escapar de este mundo al que jamás pienso volver —decretó—. Solo visité dos, pero son infinitos.

En su mente Olivia imploró: «Pídeme que vaya contigo, anda, pídemelo, te diré que sí. Iré a Francia o a donde sea, por favor, pídemelo, eres la única persona verdaderamente buena que conozco, si estoy contigo creo que yo también lo soy. Purifícame, te lo suplico, hazme alguien decente de llegar a abril, alguien que merezca ver mayo. Pídeme que te acompañe, por favor, te lo ruego. No me dejes conmigo misma»

Sabía que no era normal engendrar tanta lealtad a alguien que no se lo merecía, pero ella sabía que era un fenómeno. Un engendro de la oscuridad. Nunca había sido normal, por más que fingiera, por más que olvidara, esa carga extraña continuaba apretándole los pulmones.

Calvin jamás le pediría que la acompañara, porque era listo y sabía que debería mantenerla alejada de su vida.

—¿En cuántos mundos crees que hay alguien esperándote? —preguntó Olivia.

—Olivia... por qué preguntas esas cosas ¿Qué te pasó luego de Villa Colmi...?

—¿En cuántos mundos crees que hay alguien esperándote? —insistió.

—En uno —respondió él.

—Ya ves, qué afortunado eres, porque yo acabo de descubrir que hay miles de lugares en donde no tengo a nadie —sonrió apenada—, podría decirse que lo único que tengo es mi destino, el que va a matarme, por cierto.

—¿Olivia?

—Maté a mi mamá, Calvin, y no fue un accidente —susurró.

Calvin la observó horrorizado, se vio reflejada en sus blancas pupilas contraídas.

—¿Por qué?

Él creía que Olivia había pensado en el «por qué» cuando mató a su madre, pero lo único que había asomado en su mente fue un jocoso «por qué no».

Olivia lo soltó, él se pudo mantener de pie por su cuenta. En su brazo no había cicatrices, Jora había hecho un buen trabajo, parecía que ese miembro siempre había estado ahí, en aquel chico blanco como el alabastro.

—Nos vamos en tres horas —explicó, mirándolo por encima de su hombro—. Cámbiate y quédate listo.

Sentía que Calvin debería saber que ella no era una buena persona, por eso le dijo que había matado a su mamá y que volvería a hacerlo si fuera dueña del pasado y volviera a los días extraviados. Era justo que se lo dijera, aunque eso significara perderlo. Pero él era curioso.

¿Por qué? Había preguntado.

Ella no tenía tiempo o tal vez ya no tenía alma para dar explicaciones, por cada perdida había dado como tregua una parte de ella y ahora no podría hacer una tregua con Calvin porque ya no quedaban fragmentos que tomar.

Encontró un rincón vacío de la mansión, se hizo una bola en la oscuridad y cerró los ojos ¿Hace cuántas noches no dormía? Casi tres. Estaba exhausta, pero hasta el momento no había querido dormir porque en los sueños la esperaba él.

Él y su secreto.

Él. Él. Él.

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