80- Olivia.

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—El destino que recibí fueron pasos a seguir.

—Como todos.

—Sí y no. En mi caso eran niveles, no pasos. Mi destino empezaba con esta frase "Estás en un juego y para ganar tienes que pasar los siguientes niveles..."

Olivia contrajo el ceño y depositó la hortensia en el suelo. Había ido a muchos Rituales de Nacimiento y jamás había escuchado algo como eso. Sabía que las palabras en los papeles de la fuente se dibujaban y desdibujaban, así que teóricamente, podías leer un libro entero en las papeletas del tamaño de una mano.

—El segundo nivel del juego...

—¿Cuál fue el primero?

No respondió.

—El segundo nivel me daba una profecía. Decía «Tu hija destruirá todo Reino» yo debía decidir entre ella y el fin del mundo. Comenzaba por esa frase, pero en realidad recitaba: «Tú hija destruirá todo Reino. Reino será destruido porque un monstruo negro empujará a un alma inocente, y frágil, sin carácter ni valor, a iniciar el fin del mundo y destruir el sistema como se lo conoce» «A no ser que forjes el carácter de esa alma, la destrucción de Reino vendrá por su mano» Pero a mí me dio una sugerencia, no solo ordenes, podía elegir entre matarte o evitarlo dándote coraje, vigor y actitud... decidí entrenarte para destruir al monstruo. Para que seas más fuerte que él, que combatas y no dejes que te manipule.

Ella no estaba satisfecha con su explicación. Había esperado todo un año para nada. Papá siempre le había dicho que debería entrenar y tener carácter para salvar a Reino. Habría creído que la razón era más reveladora que simplemente esa tonta profecía. Era muy ambigua. El fin de Reino sería causado por un monstruo negro que empujaría a un alma inocente y frágil a Muro Verde.

A Olivia se le revolvió el estómago de pensar que si no tenía carácter acabaría en Muro Verde. Era capaz de soportar miles de horrores, pero jamás ese lugar. Ese lugar no. El destierro de Reino sería el peor de los castigos.

Pero la fuente decía que ella acabaría allí, con un monstruo, combatiendo. La diosa siempre cumplía sus promesas. Quiso echarse a barrear, pero se contuvo, cuando quería sabía controlar sus emociones, solo que pocas veces quería.

—¿Mamá sabe esto?

Olivia ya sabía la respuesta: sí.

Tanto mamá como Darius sabían que ella era torturada todas las noches, pero en lugar de apoyarla había decidido ignorar el asunto, como si nada de eso ocurriera. Su egoísmo era cobardía. Y Olivia odiaba a los cobardes.

—A tu mamá tuve que mentirle. La fuente me pidió que te diera carácter o te matara, pero eras hijos de ambos así que le pedí su opinión de forma indirecta. No tuve el valor de contarle mi verdadero destino a tu madre, así que mentí. Le conté que un viajero se presentó a mí y me dijo que tú tendrías la muerte más dolorosa de toda la historia de la raza humana, que sufrirías tanto que de compartir todas las criaturas vivas tu dolor morirían también. Le propuse sacrificarte para ahorrar dolor, pero ella me suplicó que no lo hiciera. Así decidimos juntos. Le ofrecí la alternativa de entrenarte.

—Pero mamá estuvo en tu Ritual de Nacimiento al igual que el abuelo y todo el pueblo, tuviste que haber leído el destino ¿Cómo es que nadie más que tú y yo sabe que puedo ocasionar el fin del mundo?

—Porque la fuente me pidió que no leyera en voz alta todas las indicaciones, que solo leyera que tenía que casarme con tu madre y ser leal.

Olivia le resultaba absurdo.

—No puede...

—Lo es Olivia. No te miento, lo juro por la diosa.

Se calló, si juraba por la diosa significaba que era completamente cierto, nadie usaba su nombre en vano. Ella todavía no comprendía su historia, tenía puntos débiles, era porque no sabía que la familia real realizaba rituales para liberarse de sus destinos y pasarle la maldición, por incumplir, a otra persona. No lo sabría hasta años después.

—¿Cómo nadie te descubrió?

—Tiré el papel que la fuente me dio. Es comprensible que sea el único que reciba un destino así de secreto, después de todo, formo parte de la familia real, de los privilegiados de la diosa.

Olivia sabía que tenía razón, la diosa confiaba tanto en su familia que les había permitido perpetuarse en el trono. O al menos eso creía esa noche, cuando fuera mayor sabría que no era cierto.

—Pero cumpliste con todos los niveles ¿O hay uno más?

Su pregunta era capciosa, por supuesto que ella sabía que había un nivel más que su padre no había cumplido y que la fuente estaba reclamando, colocándole la maldición. Cuando tenía diez y cuatro meses había escuchado aquella conversación entre Cratos y Darius. Cratos había visto que papá sufría dolores en el ala abandonada del castillo, la maldición solo aniquilaba cuando no cumplías con las ordenes divinas.

—No me contaste el primer nivel del juego entre tú y la diosa. Solo el segundo.

—Es todo lo que hay.

—Hay un tercer nivel ¿Verdad? Debes cumplir otra orden.

—No...

—¿Qué es lo que tienes que hacer ahora, papá?

—No importa, cumpliré hasta donde pueda... Prefiero que la maldición me liquide.

Olivia lo observó horrorizada.

—No caigas en el deshonor de no obedecer a la diosa.

—No quiero cumplir el tercer nivel —Papá alzó una mano como si tratara de cubrirse del sol, meneó la cabeza—, no quiero terminar su juego, hasta aquí llegué.

—Dime qué es la tercera cosa que tienes que hacer —Olivia se levantó de un salto y avanzó hasta él.

—No.

—¡Dímelo! ¡Ni siquiera me contaste cuál fue la primera misión que hiciste! ¡Así que dime la tercera! —demandó apretando los puños, alzando la barbilla y encarándolo.

—Eres pequeña y es tu cumpleaños...

Olivia lo empujó.

—¡Dime!

—¡Tengo que matar a toda mi familia excepto a ti para volver y terminar contigo cuando tengas dieciocho! ¿Feliz?

Olivia retrocedió horrorizada. Espantada. Admirada. Bendecida del susto. No tenía sentido, podría ser una mentira, pero no lo era. Carecía de sentido que la fuente le dijera a su padre que su hija causará el fin de Reino y que decida entre entrenar el alma frágil o matarla, pero luego le dé como siguiente nivel del juego matar a toda la familia real, incluida, la chica. Solo que Olivia fallecería a los dieciocho y Darius y mamá debían morir en ese momento.

—¿Por qué la diosa te pediría algo así de descabellado? —musitó.

—Ella tendrá sus razones y no las descubrí todavía.

—¿Todavía? —alzó las cejas.

—Tranquila, mariposa, no lo haré —la sujetó de los hombros, Olivia alzó la barbilla para míralo mejor y él la contempló suplicante—. Me niego a hacerlo sin una buena razón.

—¿Y con una buena razón?

Papá no respondió.

Ah, Olivia sabía el peso que podía tener una buena razón. Se crean guerras, guillotinan reyes, se rompen familias, por una buena razón los hombres son capaces de aniquilar y deformar aquel tesoro que llaman moral.

Estaba bien, después de todo, la diosa era más importante que los lazos familiares o que el amor, además, ella premiaba a los fieles dejándolos descansar para la eternidad en el mar dorado. Al atardecer. Podían reencontrarse allí, luego de que murieran, cuando el ocaso de los ocasos tiñera de oro el horizonte de sus vidas.

—Está bien papá, no te avergüences —Quitó las manos de él de sus hombros y se las sostuvo—, al menos buscas una buena razón para traicionar a tu familia, yo te deseo la muerte sin muchos motivos.

—No es algo que deba hablar con mi niña. Te veías tan hermosa hoy con todos tus amigos, jugando...

—No son mis amigos y yo ya no soy una niña —Le apretó las manos—. Mucho menos tuya ¿Acaso no lo dejaste en claro? Soy tu ofrenda a la diosa, me entregaste a ella.

—No quiero inmiscuirte en esto de nuevo, tu enfócate en entrenar para salvarnos a todos ¿Sí?

—Debiste haberme matado, papá, pero te faltaron agallas porque eres el hombre despreciable que siempre veo.

Papá suspiró.

—Cuando me muera vas a preguntarte por qué gastaste el tiempo odiándome, el día en que me vaya te darás cuenta de que me tenías cariño, a todos los muertos se los ama.

—Te equivocas papá, el amor es hasta la muerte, el odio no.

—Solo guarda el secreto. No se lo cuentes a la familia.

Ella lo liquidó con la mirada, pero terminó asintiendo. Había mucho en juego y eran servidores de la diosa, ella jamás interferiría en asuntos divinos. No se lo contaría a la familia. A la familia.

Esa noche no habían vuelto a dirigirse la palabra.

Cuando cumplió doce, papá estaba empezando a consumirse, lo vio una noche mientras él la hacía sostener un saco de cal por encima de su cabeza sin desistir. Se había apartado para toser y había soltado sangre entre los dientes.

Se ubicaban en la plaza octagonal que pertenecía al ala abandonada del castillo. Las estrellas iluminaban la loza, las columnas que sostenían arcadas y la hierba que crecía entre las paredes o el suelo.

Olivia estaba sudando, le temblaban los codos por el peso de la cal, pero se rehusaba a soltar el peso. Aguantaría hasta desvanecer, sobre todo ahora que ver a papá tan enfermo la había animado. Esa noche una figura encapuchada estaba de visita en los entrenamientos, no había dicho ni una palabra, pero estaba segura que se trataba de Cratos, no podía ser otro.

La figura se refugiaba bajo una capa verde muérdago. Las manos caían a los costados como si fuera una marioneta y llevaba el dobladillo manchado con lodo blanco, como si fuera pintura. Era verano, hacía calor, incluso ella estaba en traje de baño de una pieza.

La persona ladeó ligeramente la cabeza para observar a su padre secándose los labios con un pañuelo. A cada contacto con sus labios la seda se tornaba roja.

—¿Estás bien? —preguntó el visitante, sin moverse de lugar.

—Descuida, no es la primera vez, siempre viene, pero se va cuando hago lo que la diosa quiere —rumió su padre sosteniéndose de la columna.

—¿Y por qué no lo haces ahora?

Su padre gruñó.

—Olivia, puedes descansar cinco minutos.

Olivia apretó los labios y continuó sosteniendo el saco de cal. Los músculos le ardían por el trabajo que costaba mantener el equilibrio perfecto, sosteniendo sobre su cabeza algo tan pesado. Pero no iba a descansar, eso era para gente sin carácter y ella debía entrenarse para derrotar a un monstruo negro.

No dejaría que ningún monstruo negro empujara a un alma frágil e inocente a Muro Verde. Ella sería más oscura que esa bestia. Así y solo así detendría el fin del mundo y salvaría a Reino.

Además, el dolor la ayudaba a concentrarse y quería cavilar en lo que acababa de advertir. La sangre.

Papá había vuelto a toser rasgando el silencio de la noche. Sus resoplidos estertóreos eran ásperos y se oían igual que los sonidos de un perro moribundo. Papá tambaleó hasta la salida, sujetándose la barriga e inclinándose como una vela derretida.

Olivia arrojó el saco de cal al suelo y se sacudió las palmas de las manos mientras veía la figura encapuchada que no se había movido de lugar.

—¿Sabes Cratos? Me extraña que papá no te haya dicho que hace dos años está luchando con la maldición, parecen llevarse tan bien cuando se trata de entrenarme que hubiera creído que eran amigos.

Estiró sus brazos sujetándose el codo izquierdo con la mano derecha, le dio tiempo a que diera una respuesta, con su voz lo descubriría. Su voz nerviosa, porque Olivia era buena recordando cómo los sentimientos negativos desestabilizaban a los demás. Pero no dijo nada.

—Me parece demasiado tiempo casi dos años para estar muriéndose, pero los grandes eventos se hacen esperar ¿No crees? Por ejemplo, el día que mi hermano te mire como tú lo miras está rezagándose, pero creo que llegará, yo no me casaré con Darius. La idea no me tienta, así que puedo dejártelo para ti.

La figura no se movió, sin embargo, pudo oír que respiraba cada vez más agitado.

—A no ser que papá decida matar a Darius, sería una pena que asesinaran al único amor de tu vida. Pero bueno, ese es su destino. Morir joven. En realidad, papá es privilegiado y tiene varios destinos, pero uno de ellos es traicionar a su propia familia. Aniquilarlos y luego aniquilarme a mí a los dieciocho, pero si quiere entrenarme hasta esa edad preferiría que me mate esta noche. A veces me cansa mucho.

Silencio.

—Tranquilo, papá no matará a Darius. Estoy casi segura que él puede soportar el dolor de la maldición hasta el final, él será leal... a su familia, por supuesto.

Ella se aclaró la garganta.

—Solo me pregunto ¿Cuánto tiempo puede ser leal alguien? Es decir, una cosa es soportar la muerte y ya, pero sufrir horas por tu familia, días, semanas... que las semanas se conviertan en meses y los meses en años... en algún momento cualquiera se cansaría de sufrir y el pensamiento, ocasionalmente, acudiría a su cabeza. Es que, sabe qué es lo que acabaría con esa agonía, que lo está volviendo loco ¿Qué vale más? ¿El dolor pesa más que el amor? —soltó una risilla—. ¿Qué pesa más? Te pregunto porque soy una niña y poco sé del dolor y del amor ¿Qué pesa más?

La persona no respondió, Cratos jamás se dejaría delatar por su propia voz.

—Vete acostumbrando Cratos, el destino es un ingrato. Quita lo que da, da lo que no se pide y pide lo que no merece.

Meses después papá murió... murió. Esa palabra, Olivia, esa palabra ¿Podía creer en esa palabra?

Ella lo había delatado con Cratos.

Olivia era la única que sabía el tercer nivel del juego que jugaba papá. Él le había confesado que la fuente le pedía matar a su familia, pero se negaría a hacerlo y fallecería. Olivia lo había delatado con Cratos y existía la posibilidad que él le haya confesado a Darius. Después de todo, Cratos, de alguna manera que ella desconocía, había averiguado que algo malo le ocurriría a la familia real, solo que no estaba seguro de qué sería. Olivia le había confirmado sus sospechas, le había dicho el verdadero evento pendiente: una masacre.

Cratos, antes de saber que el destino del rey era asesinar a su familia, le había advertido a Darius que se protegiera. Era casi imposible que, sabiendo la historia entera, no acudiera de nuevo a prevenirlo.

A su vez el noble príncipe le contaría a la Reina la inminente muerte que los asechaba. Y como la champaña que se vierte en una torre de copas la noticia de una traición iría derramándose piso por piso hasta ahogarlos a todos.

¿Qué se les hace a los traidores? ¿Se los mata? Pero ahí estaba el asunto, papá estaba muriendo por la maldición, no había tratado de asesinarlos, ni siquiera lo había pensado... ah, pero la tentación era tan grande. Solo dos muertes, su esposa y su hijo, doloroso, cierto, pero la recompensa era la aprobación de una diosa que ya retribuiría a todos en el más allá por su devoción.

¿Cómo se condena a la tentación? Se la destierra en secreto.

Unos años más tarde, cuando ella tuviera dieciocho, antes de su Ritual de Nacimiento, cuando mamá le contara que toda su familia, incluido hermanos, tíos y abuelos habían inventado su propio destino y le habían transferido la maldición a otra persona, ella ataría más de un cabo.

Su padre se había desecho de la maldición a los dieciocho junto con mamá, ambos se la habían pasado a otra persona, a un mendigo que murió bajo la mirada de nadie. Pero la maldición había regresado para él, casi veinte años después.

Generación tras generación engañando a la diosa, pero él no pudo. Eso sí que era un dilema, un problema de locos.

Eso significaba que su madre, su hermano y todos sus parientes no se habían desecho de la maldición, solo la habían postergado hasta que la diosa creyera propicia usarla. Eso significaba que Olivia había decidido no pasarle la enfermedad a un mendigo, no por benevolencia, sino porque sabía que era inútil.

¿Por qué había regresado la enfermedad solo al rey? ¿Se podía burlar a la diosa o la diosa se dejaba derrotar con una sonrisa, esperando su momento de atacar? ¿La diosa fingía con la familia real como Olivia simulaba no conocer las verdaderas intenciones de Cacto y Mochina?

Tal vez, la diosa y ella eran más parecidas de lo que creía.

Tal vez la diosa dorada, moviendo piezas, estaba creando a una hija negra. 

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