Capítulo 1

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30/04/2017

¡Ya bórralo todo!

Erin clavó las uñas en los asientos de cuero mientras el noveno trago bajaba por su garganta, ni siquiera recordaba que estaba tomando y tampoco le importaba, su mayor molestia radicaba en que no cumplía su objetivo: emborracharla. Tal vez estaba demasiado irritada como para que el alcohol hiciera su mágico efecto. Se llevó una mano a la cabeza y con la otra sostuvo el vaso en su regazo, hacia una hora que su trasero continuaba en el mismo sitio.

Su amiga, Vivianne, se carcajeaba a su lado con un par de modelos que habían estado en la sesión de fotos con ambas hacía unas horas. Como un perrito ansioso por atención y cariño, se había dejado arrastrar por ella a esta bazofia para intentar alegrar su vida.

¿Pero cómo arreglaría el pasado... y más aún el presente?

Ella había sido una bruja. No renegaba a decirlo, ya no. Merecía lo que sentía en este momento. A sus treinta y siete años, una lista interminable de atrocidades precedía su reputación. Una lista verdaderamente larga.

Hoy era uno de esos días donde todo le parecía una olímpica mierda, desde la maldita música que seguía ensordeciéndola a las condenadas luces epilépticas que le causaban dolor de cabeza; incluso su propia persona le resultaba repulsiva. Observó a la aglomeración de personas acaloradas bailando en la pista, una sincronía de cuerpos que se frotaban unos contra otros y formaban una prisión claustrofóbica si acababas en medio de ellos. Una bola de luces pendía del techo en una hipnótica danza circular y a ella le pareció lo más aburrido del mundo.

Todo era neón rojo, máquinas de humo asfixiante y pantallas luminosas, algo así como el infierno con música tecno. Un idiota en la barra de bebidas miraba "amistosamente" sus senos, aquí la razón por la que las mujeres no pagaban la entrada... otra cosa que añadir a la asquerosa idea de existir ese día.

Diablos, no debí elegir el rojo, pensó analizando el vestido que traía puesto. Era corto hasta las rodillas, de un rojo cóctel con una mezcla entre escote corazón y un diminuto corte con forma de V en medio. Nada extravagante sinceramente, además de la pobre sensualidad que exhibía, pero he ahí al imbécil productor de testosterona babeándose.

—Oficialmente soy vieja —se dijo a sí misma—. Esto es estúpido.

Fue en ese preciso instante en que vio a "ese hombre" sentado en un sofá a unos metros, solo mirándola; se le heló la sangre y la presión le cayó en picada. Con una terquedad animal, se tragó el miedo y el odio.

Las O' Neal no lloraban, eso decía su madre.

Con tranquilidad se volvió hacía Vivianne y le tocó el hombro al menos diez veces para cuando finalmente se dio la vuelta, la expresión de impaciencia se marcó con notoriedad en las cejas fruncidas de su amiga y en sus labios apretados en una media sonrisa falsa. Decir que era hermosa sería darle menos crédito del que debería; Vivianne tenía un porte elegante, pelinegra y de figura delgada, poseedora de una tez pálida y un rostro de facciones delicadas que resaltaban sus enormes ojos avellana. Su perfecta nariz era tan artificial como el resto de la personalidad que le mostraba a la sociedad, pero en el mundo laboral había que tener buenos contactos y a su pesar, la pelinegra tenía más experiencia que ella porque esa superficialidad la hacía jugar bien sus cartas. Antes de hablarle le pidió a los muchachos que fueran por unos tragos para las dos y cuando se marcharon le dio toda su atención.

—¿Qué? —cuestionó una iracunda Vivianne.

Erin achicó los ojos con su bendito carácter a un parpadeo de mostrarse en todo su esplendor. No era noche para joderla más de lo que ya lo había hecho solita.

—Me quiero ir —dijo con decisión.

—Ay, Erin. Estamos divirtiéndonos, deja la actitud de divorciada para más tarde.

—No te lo estoy preguntando, te lo estoy informando —exclamó ansiosa poniéndose de pie con su trago y colgándose el bolso al hombro.

Sin embargo, su "amiga" la cogió de la muñeca.

—¿Es en serio? Uno de los chicos vino por ti, no me puedes dejar sola. Trabajan para una agencia importante y podrían recomendarnos ¿Acaso no ves la oportunidad? Diablos, ya fue suficiente con que soportarán tu depresivo rostro la mitad de la noche.

Sí, ni siquiera se había esforzado en verse bien luego de la sesión así que su tristeza no se escondía detrás del exceso de maquillaje.

—Hoy no tengo ánimos para lidiar con unos extraños que solo quieren acostarse conmigo y mucho menos para fingir coquetear con ellos por un trabajo de mierda —bramó alto para que la oyera por sobre la música. Negó con la cabeza, empezaba a ponerse nerviosa—. "Él" está aquí, Vivianne.

A su compañera no pareció importarle que su acosador estuviera presente en el club.

—Realmente no entiendo que pasa contigo últimamente. Actúas como una perra paranoica.

Erin parpadeó una, dos y tres veces. Sonrió con cariño y aventó lo que quedaba de su bebida en la cara de su amiga... un segundo ¿Por qué rayos era amiga de alguien así? No valía la pena.

—¡Maldita hija de puta!

—Para que no lo olvides —murmuró con cansancio y se giró para irse—. Bye, bye, Vivi. Púdrete.

Listo, había perdido a otra de sus "amigas" y literalmente era la última, ya no le quedaban más contactos sin bloquear en el móvil. Increíble punto al que llegó su vida. Avanzó de prisa hacia la salida, de reojo atinó a ver como aquel hombre también abandonaba su lugar en el sofá para seguirla y se desplazó directamente en busca del jefe de seguridad, el tipo muy a su desgracia fue un total irrespetuoso y bueno, ella le insultó un poco por lo que la escoltaron al exterior como unos gorilas furiosos.

Fuera hacía un frío no muy común de primavera, los coches circulaban por la avenida a toda velocidad y la fila para entrar al club se agrupaba como una constante ola de quejas. El cielo pronosticaba tormenta, si cerrabas los ojos podías respirarla y sentirla en los huesos. Tuvo un escalofrío, se quitó los tacones y corrió por la acera en lo que se inmergía en las calles perpendiculares a la avenida. Alejadas de la gente y las luces de neón, pero por lo menos había farolas y, de vez en cuando, pasaba algún coche. Más temprano le había parecido estacionar más cerca del club, pero ya iban varios minutos sin encontrar su auto.

El miedo se pegaba a su espalda con un sudor tenebroso, la superficie bajo sus pies temblaba y le daba vueltas la cabeza; estaba algo borracha. Al cabo de un eterno minuto clamó aliviada al avistar su Toyota Camry rojo, sacó las llaves de su bolso y desbloqueó las puertas a distancia, saltó sobre la punta de sus pies hasta que se metió en el interior del vehículo. Estando dentro con ingenuidad se relajó, recostada contra el asiento inhaló y exhaló hondo, las gotas de agua salada se asomaban por las comisuras de sus ojos listas para arruinar el escaso maquillaje que traía y su pecho convulsionaba al borde de un ataque de ansiedad.

Bajó la ventanilla porque tenía la idea de que el aire era denso allí encerrada.

Pero fue la peor decisión que pudo tomar, la figura de un hombre de enmarañado pelo rubio metió los brazos por la ventana y estiró la mano, tocándole el cabello, y ella lo miró detenidamente absolutamente petrificada. Ese era Derek, apuesto por donde miraras. Un verdadero producto americano con ojos verdes, mandíbula cuadrada y pómulos marcados. También era una sarnosa rata miserable que había sido su amigo años atrás, por lo menos antes del accidente.

Maldijo internamente. Sin apartar su rostro buscó disimuladamente en su bolso el spray de pimienta, rezó por que pasara algún transeúnte y milagrosamente un par de hombres y una muchacha salieron discutiendo de un edificio de apartamentos justo a dos metros de distancia. Apenas entreabrió los labios, Derek colocó su pulgar sobre ellos para silenciarla.

—No hagas eso —susurró él.

—Quítame las manos de encima, maldito idiota —escupió enfurecida.

—Me sienta mal que me hables así, Erin. Te extrañé mucho, me hizo daño estar lejos de ti.

Algo en su cerebro explotó con esas palabras, la conexión entre el control y la prudencia se cortó.

—¡Y una mierda! ¡¿Me extrañaste?! ¡No me jodas! —grito histérica—¡Merecías pudrirte en la cárcel por lo que le hiciste a mi prima!

Su acusación lo molestó.

—¡No es mi culpa que ella se comportara como una zorra conmigo!

—¡Eres un hijo de puta! —Cogió el bolso y lo golpeó con él para que la soltara, pero el hombre insistía en intentar tocarla—¡La invitaste a salir solo para hablar de mí, la golpeaste cuando quiso huir de ti y la dejaste inconsciente en un callejón detrás de un maldito contenedor de basura! ¡Le provocaste una lesión cerebral! ¡Tuvo suerte de que no la mataras y tienes la cara de llamarla zorra! ¡Eres un maldito infeliz!

Derek le arrancó el bolso y lo tiró lejos, ella no esperó para encender el motor.

—¡Tú quisiste que saliéramos! ¡Sabías como era y aun así dejaste que viniera conmigo!

—¡Nunca quise que le pasara nada!

—¡Es tu culpa también! —exclamó Derek

—¡Ya lo sé! —chilló y le asestó un codazo en la nariz, cuando logró que él se apartara pisó el acelerador y el Toyota salió disparado hacía adelante.

Todo pasó tan rápido que a duras penas lo comprendió, no supo que maniobra hicieron sus entorpecidas manos, pero rozó al vehículo de enfrente y le arrancó uno de los espejos; frenó en seco conmocionada por lo que había hecho. Otro estallido en su cabeza y ya no pudo soportarlo, se rompió a llorar golpeando el volante con los puños para descargarse, apretó los dientes mientras ponía marcha atrás y estacionaba nuevamente en donde estaba antes.

Inmediatamente después un hombre gigante gritó contra su ventanilla, era uno de los dos individuos que había salido del edificio de apartamentos y le recordaba a Dwayne Douglas Johnson, irremediablemente se asustó al tener a la copia oficinista de La Roca escupiendo insultos en su cara. Ni rastros de Derek. Solo ella y el enorme saco de músculos bronceados, nariz anormalmente grande y cabeza rapada, su presencia la hacía sentir pequeña. No podía dejar de temblar y sollozar mientras se derrumbaba internamente. Juntó los párpados para tener un corto tiempo fuera, los gritos no paraban y el aliento caliente de la otra persona chocaba con su mejilla.

Se alienó de la situación para recuperar su estabilidad mental, por mucho que tratara sus extremidades aún hormigueaban y el dolor abdominal aumentaba; la acosaba la sensación de que iba a morir.

Todo iba mal. Tan, pero tan mal con su vida.

No, su vida iba bien. El problema es que ella ya no hallaba felicidad en nada de lo que tenía.

Unos golpecitos en su hombro la despertaron de su ensimismamiento, giró la cabeza para ver que "La Roca" ya no estaba y en su lugar había otro hombre más joven. Bien, no tan joven, algunas canas destacaban su amarronado cabello atado en un moño en su cabeza, no obstante incluso con eso no cargaba ni una arruga. Enmudeció un segundo confundida por la curiosidad en los iris negros de aquel extraño y trastornada por la sonrisa sincera en aquellos labios oscuros, seguro era familiar del desconocido anterior; ambos compartían esa perturbadora nariz redondeada y la piel color caramelo.

—¿Esta bien, señorita?

Erin vaciló y apretó el volante hasta que los dedos se le pusieron blancos.

—Sí —respondió tajante.

—Que alivio. Bueno, lamento la actitud de mi hermano —dijo él tranquilamente señalando hacia atrás, "La Roca" continuaba blasfemando mientras una muchacha con estilo hippie lo empujaba hacia una camioneta para marcharse—. Se frustró porque ese era mi auto nuevo y fue él quien acababa de terminar de pagarlo.

—Oh, mierda... —balbuceó deseando que se la tragara la tierra—. Tengo seguro, lo juro.

—No se preocupe, vi que estaba pasando algo raro antes de que acelerara. Ese no era su novio o algún familiar ¿Verdad?

—No —contestó severamente desorientada por el rumbo de la conversación.

—Perfecto, jamás debería tener gente así cerca. Le juro que estaba por interferir cuando él arrojó su bolso... ¡Ah, por cierto, aquí está! Con mi hermana recogimos todo lo que pudimos ver, pero no sé si falta algo —explicó tendiéndole el objeto, Erin lo tomó ofuscada—. Con respecto a lo del seguro, olvídelo. No me importa ni el rayón ni el espejo y si me permite opinar, le recomiendo que tome un taxi porque no se ve en condiciones para manejar. ¿Quiere un poco de agua? Puedo subir a mi apartamento y traerle una botella.

Bien, esto ya era demasiado.

—Espere. Espere. Espere ¿Qué diablos está pasando? —indagó Erin desorientada.

—¿Perdón?

—¡Arruiné su auto nuevo y me dice que no importa cómo si hablara de un juguete!

—Pensé que le alegraría no tener que lidiar con las consecuencias de esto.

—¡Ese no es el punto! ¡Choqué tu coche!

—Escuche, no soy un sátiro. Ahora mismo está ebria, sudando, agitada, veo que tiene dificultades respiratorias y temblores en todo el cuerpo. Discutir cuando está sufriendo un ataque de pánico no es algo que quiera hacer. Déjeme llamarle un taxi y mientras espera podemos hablar para que se tranquilice.

Erin frunció el ceño y el desconocido alzó los hombros relajado. Insegura, ella estudió sus manos y sus piernas, él tenía razón: entumecida como estaba volvería a chocar. Sus emociones vibraban sobre su piel por el alcohol que le corría por las venas, inhibía su capacidad de reflexionar lo que ocurría al cien por ciento, pero no evitaba que el dolor hiciera camino en su pecho. Abatida, apagó el motor a la par que encaraba al hombre con desconfianza. ¿Cómo podía estar considerando hablar con él? ¿Se sentía tan sola? ¿Estaba tan desesperada por interactuar con alguien que se sintiera real?

¿Qué diría su madre de esto? No, si se enteraba la tercera guerra mundial se desataría por las siguientes semanas.

—¡Bien, llame un taxi! —aceptó por impulso.

—De inmediato.

—Antes dígame su nombre —exigió reacia a abandonar su auto.

Él sonrió con compasión y le tendió la mano para que la estrechara, ella lo hizo con firmeza para demostrar carácter.

—Soy Jules D'amico.

—Erin Mckenna.


Para Jules la vida llevaba siendo una cadenciosa rutina los últimos años. El día a día se dividía en: trabajar medio tiempo, convivir con alguno de sus hermanos y envejecer viendo cualquier reality en la televisión. Sentado en la escalera de su edificio de apartamentos, observó a la mujer llorando a su lado y le contagió su melancolía.

Media hora atrás discutía con su hermano mayor y un latido después... Dios, si ella supiera del castigo del que lo había salvado al chocar su auto no lo creería. Su hermana, Fiorella, le había dicho al principio de la noche:

"Tuve un sueño anoche, en él conocías al amor de tu vida. Además, la amiga adivina de Pia le ha dicho que alguien cercano encontraría el amor y su nombre empezaría con E. También leí tu horóscopo, dice que el fuego de Aries se encargará de avivar las fantasías ocultas de Cáncer."

Él la había mirado y dicho:

"Muy lindo ¿Quieres un sándwich de pepino?"

Las casualidades eran alucinantes. Ella había dicho que se llamaba Erin, por motivos inexplicables le resultaba familiar y podía jurar que no la conocía. Una belleza como ella jamás le prestaría atención a un pobre diablo como él y menos con las pintas de vagabundo que traía encima con la ropa vieja que usaba como pijama. Sería un idiota si no se tomara un breve instante para apreciarla, era una alta pelirroja llena de curvas peligrosas que resaltaban en un ajustado vestido rojo, su nariz era severamente diminuta y puntiaguda, sus pómulos apenas se divisaban y un par de gruesos pétalos color cereza decoraban sus labios, lastimosamente se notaban resecos. El verde dominaba sus ojos enmarcados con largas pestañas abundantes. Como el hada de un cuento de magia y fantasía. El enrojecimiento en sus mejillas se debía al llanto, contrastaba demasiado porque era muy pálida como para disimularlo.

Música y una orquesta de bocinas tronaba en la distancia. Nunca le había gustado ese club, atraía a gente muy desagradable al vecindario y muchas veces aparecían jóvenes alcoholizados desmayados en las calles. Sacudió la cabeza y escuchó un trueno, las nubes negras presagiaban tormenta.

El viento y el movimiento de las nubes, el aroma de la humedad in crescendo; todo aquello en conjunto creaba el torrencial perfecto. Se rascó la nuca, comúnmente le gustaba el silencio, salvo que hoy se sentía sobrecargado y le desagradaba.

—Hay un ligero acento en tu voz ¿Eres de fuera? —cuestionó con los antebrazos en la rodillas en lo que dejaba el móvil entre los dos.

—Irlanda —soltó la pelirroja sin mirarlo.

Asintió interesado, otra coincidencia. Vaya fama tenían las hadas irlandesas en sus leyendas.

—¿Cuánto llevas aquí?

—Desde pequeña.

—Oh, es bastante tiempo. Mi tatarabuelo era un extranjero italiano, dicen que llevas la tierra en la sangre, pero si me oyeras intentar hablar en su lengua necesitarías tres terapeutas y un cura para superarlo.

—Ja, ja, ja. Que divertido —ironizó con los brazos cruzados sobre su regazo.

Se mordió la lengua, ni él sabía que estaba haciendo o cuando menos "intentando" hacer con esta palabrería forzada. Tal vez, inconscientemente quería desmentir a sus hermanas y a sus adivinaciones. Aunque seguía intimidándolo, ellas nunca se equivocaban por muy disparatadas que fueran sus conjeturas ¿Por qué lo harían ahora?

Temía que aquellas descabelladas predicciones se convirtieran en realidad. Él creía en estas cosas espirituales y divinas, había conocido ese mundo desde que nació. No obstante, quería salir corriendo de este "posible futuro". No era estúpido, sabía que la gente no se enamoraba a primera vista, pero el temor crepitaba en su interior como si cada segundo sentado allí junto al hada fuera un paso más cerca de la caída al abismo. Le había puesto una orden de restricción al amor y era ilegal desearlo, únicamente serviría para trazar las páginas de una nueva tragedia. Sí, en definitiva ya tenía mucho con una.

—Podríamos hacer el intento de conversar, quiero decir, el taxi tardará en llegar y sería una buena forma de pasar el rato, señorita Mckenna —aconsejo atento a su reacción.

—Estoy extremadamente mareada y tengo náuseas, quiero estar en silencio hasta que llegue el taxi.

—¿Bebiste mucho?

—Sí.

Notó que ella movía las piernas y las juntaba con fuerza, seguro necesitaba ir al baño. Lo consideró y dijo:

—No me malinterpretes con lo que voy a decir. No tengo otras intenciones ¿Quieres subir a mi apartamento y usar el baño? Podrás refrescarte y beber agua helada para rehidratarte.

—No.

—Tendrás la resaca de tu vida mañana.

—Sí.

—¿Vas a responder a todo con monosílabos?

La mujer lo encaró, sus ojos centelleaban como una tormenta de verde y caos.

—¿Vamos a convertir esta situación en una charla amena? Porque no estoy de humor para pretender ser agradable —advirtió Erin seca.

Bueno, la señorita irlandesa tenía mal carácter. Una parte de él agradeció el empujón hacía el lado contrario al "agradable encuentro romántico de película". Si quería olvidarse del amor, ella se lo ponía fácil.

—¿Entonces no eres agradable en realidad? —cuestionó con picardía y fue obvio que la enfurruñó.

—¿Quieres saber la verdad? —espetó iracunda—. Soy una mala mujer a la mitad de su mala vida. Soy la condenada bruja. La antagonista del héroe. Una maldita perra.

Intensa, esta mujer daba nombre a la intensidad. Hacía mucho que no experimentaba la sensación de inquietud. Bueno, quitándole crédito a Erin, su hermano también lo había puesto así cuando le trajo el auto.

—¿Y tienes historia? Los villanos acostumbran a tener una, no se nace con maldad innata —sugirió buscando platicar y dejar de pensar.

—No, no tengo. Nací siendo cruel, es mi herencia familiar que sirve para arruinarlos a todos —habló ida, como si el alcohol la hubiera adormecido—. Soy una O' Neal aunque tenga el apellido de mi padre y nadie puede cambiar eso.

—Tú familia no tiene que definir quién eres.

Erin rió, su risa se pintaba de dolor.

—Si supieras... si conocieras a mi familia, no podrías decir eso. No estoy dramatizando, somos malas y las pocas que no lo son, acaban como mi tía o mi prima: pisoteadas y lastimadas.

—¿Tú quieres ser así?

—No importa si lo quiero, lo soy y ya es muy tarde para cambiar de rumbo. Lo menos que puedo hacer es quedarme como estoy un tiempo, tal vez así no hiera a nadie más.

Jules puso una mano en su hombro, su piel se sentía fría al tacto y dudó en ir por un suéter o una chaqueta para ella a su apartamento.

—Todos cambiamos, créeme que lo sé. Es difícil y abrumador, pero no hagas eso. Quedarte a esperar o detener tu vida no soluciona nada. —Pensó en sí mismo y se sintió un gran mentiroso—. Puedes hacer lo que tú quieras, cambia si no eres feliz o continúa siendo quién eres, solo haz algo porque al fin y al cabo es tu vida. Tienes una única oportunidad de vivirla.

El hada observó como la tocaba, un destello y sus ojos se reactivaron como si hubiera vuelto a sus cabales.

—¿Estás tratando de seducirme? ¿Piensas que con una charla melosa cuando estoy vulnerable me llevarás a la cama instantáneamente?

—¿Qué? ¡Claro que no!

La acusación lo ofendió automáticamente, está mujer estaba a la defensiva y sí, era como una rosa, una repleta de espinas que se ocultaban debajo del espejismo de pétalos perfectos.

—¿Y por qué haces esto? —bramó angustiada—¡Choqué tu auto, no quieres el número de seguro y me sonríes como si fueras un idiota! ¡Hasta pareces feliz de que el coche esté estropeado!

—¿Y qué si me alegra?

Ella abrió la boca incrédula.

—¿Quién en su sano juicio se alegraría de eso?

—Alguien que detesta manejar, Señorita Mckenna.

—¡Sigue sin tener sentido! ¡¿Qué rayos quieres?! ¡¿Por qué simplemente no regresas a tu apartamento?! ¡Soy totalmente capaz de esperar un taxi sola!

—Oye, tranquila. Sé que no es de mi incumbencia, pero quisiera evitarte otra mala experiencia esta noche... el hombre con el que discutías podría volver.

—¡No necesito un caballero de armadura brillante, cariño! ¡Y tienes razón, no es de tu incumbencia lo que me pase así que vete de una vez o me voy yo!

Jules levantó las manos en señal de paz y se enfocó en apartar la tensión que crecía detrás de su nuca por el ambiente cortante.

—Escucha, solo trato de ser amable.

—¡¿Y por qué?!

—Eh, no lo sé... es lo que hace la gente decente —opinó con sarcasmo—. ¿Sabes lo que es interactuar en sociedad?

—¡Claro, es perfectamente normal! ¡Choquemos vehículos, maltratemos a quienes nos aman y rompamos familias! ¡De todos modos no hay consecuencias y todo es color de rosa!

¿De qué estaba hablando? Esto tenía un trasfondo personal con el que no tenía nada que ver. El asunto con su auto tenía su motivo, uno íntimo que no le revelaría a una desconocida con altos niveles de alcohol en sangre y una limitada paciencia.

—Okey, creo que estás muy ebria, Hadita —susurró para sí mismo, pero al parecer ella lo oyó y no le gustó NADITA.

—¡¿Cómo me llamaste?! —interrogó con el rostro tan rojo como su cabello—¡Vete! ¡Lárgate ya, imbécil!

—¡Hey, tranquilízate! —escupió enfadado—. Ahora entiendo lo que decías de las O' Neal.

—¡Púdrete!

—Bien, si es lo que quieres —dijo a la par que se levantaba, no obstante la miró un segundo antes de subir las escaleras de la entrada del edificio—. Por cierto, para que lo sepas no todo el planeta es una mierda interesada. Piénsalo la próxima vez que te comportes como una lunática.

—¡Jodete! ¡Tú y todo el mundo!

Él negó con la cabeza mientras entraba al recibidor. Las palabras de su hermana le vinieron a la mente y agradeció al cielo por no tener que volver a ver a esa mujer explosiva.

—¡Ja! El amor de mi vida... al demonio —balbuceó resentido, pero se detuvo a menos de un metro de la puerta cuando palpó sus bolsillos y no halló su teléfono—. Oh, mierda.

Lo había dejado en las escaleras. Mejor no podía ser su suerte, tendría que regresar y lidiar con la ebria desconocida con personalidad diabólica; suspiró exhausto en lo que retrocedía hacia la puerta. La abrió despacio con miedo de llamar la atención del T-Rex pelirrojo que estaba allí, pero lo hizo muy bien porque la dama ni siquiera se percató de su presencia y él pudo oír lo que murmuraba.

—Dios, soy una idiota... maldición... ¿Por qué "Hadita"? De todas las jodidas palabras ¿Por qué esa?

Erin tenía las manos hechas un puño sobre sus ojos y sorbía por la nariz con insistencia, viéndola así a Jules lo azotó la culpa. No sabía qué punto sensible había tocado, pero en definitiva sumó el gramo faltante para derrumbar a la mujer. Obviamente, ella pasaba por algo muy gordo. Su actitud era injustificable, aunque él tampoco debería de haberse dejado llevar por la histeria.

Iba a hablarle, pero el taxi estacionó delante del edificio y se marchó. Luego de que la extraña se fuera, él tomó su teléfono y aguardó una hora en las escaleras.

Esperaba la confirmación de su moribundo cerebro, ansiaba la llegada del escepticismo al que se obligó a acostumbrarse y... no ocurrió.

En cambio, lo alcanzó la completa soledad y la decepción.

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