Capítulo 17

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31/10/2017

Daban las 11:00 P. M. Mala hora para hablar.

Erin parpadeó escéptica cuando una despampanante mujer alta y de ojos oscuros la confrontó en la puerta del apartamento de Jules, habría pensado que era una modelo si se la hubiera cruzado en las proximidades de la agencia; su rizado pelo negro azabache irradiaba un fulgor natural. Esa mañana Tino le había enviado un mensaje para que fuera allí, pero no imaginó que se tratara de una trampa calculada o al menos así olía. Esta persona imponente que la miraba austera era Pia D'amico, había visto fotografías de ella.

Respiró hondo y entró en el personaje de "joven simpática y amable".

—Hola, soy Erin Mckenna. Es un gusto conocerte, Pia —saludó exultante de ánimo—¿Podría hablar un segundo con Jules o con Tino?

—Sí, hola —dijo seria—. Ninguno de los chicos está aquí, aprovechamos la oportunidad porque mi hermana quiere hablar contigo ¿Estas dispuesta a hablar con ella?

Asintió aunque no sabía a qué se estaba metiendo, pasó por delante de la muchacha y ella se apartó de su camino para permitirle entrar a la sala.

—Eres tan impulsiva como sugería tu reputación, me gusta —comentó Pia—. Si las cosas no funcionan con mi hermano ¿Quieres mi número?

La invitación la impresionó, se dio la vuelta sonriente y cómplice. La otra mujer le guiñó.

—Lo siento, me gusta el otro equipo. Aunque podemos ir a bailar cuando quieras, cariño —aclaró con encanto.

—Tú te lo pierdes, pero hecho.

Otra joven de colorida vestimenta salió de la cocina con unos sahumerios y un móvil en plena llamada, asumió que ella era la cálida Fiorella, aparentemente colgó en cuanto la vio.

—¡Oh, señorita Mckenna! ¡Está más bonita que la última vez que la vi! —exclamó la chica corriendo a abrazarla.

El humo del sahumerio le dio en la cara asiéndola estornudar, palmeó la espalda de la desconocida que medía unos centímetros menos que ella y la tensión se apropió de su cuerpo por la prolongación del gesto afectivo.

—Fio —llamó Pia—. Recuerda el espacio personal.

—¡Ay, lo olvidé! —se disculpó la susodicha y siguió abrazándola—. Se puede ver su alma a través de sus ojos, esta tan triste, señorita Mckenna. Lo siento, mucho.

Parpadeó y se replanteó lo que le había dicho, Fio la soltó con expresión de angustia.

—¿Eh?

—Voy a darle un par de sahumerios de coco, miel y naranja; también le daré un par de velas. Es para limpiar el hogar de malas energías.

—Claro —respondió cegada por el aura brillante de Fiorella.

Rió tontamente por la gracia que le daba pensar que unas velas podrían contra la atmósfera opresiva que su madre emitía.

—¡Excelente! ¿No suena bien, Pia?

—Sí, pero déjala. La vamos a asustar si empezamos con nuestras cosas.

Alzó un dedo para hacer una pregunta y la enérgica muchacha se le adelantó.

—Nuestra hermana Nicolleta quería hablar con usted, señorita Mckenna. Ella vive lejos y vendrá en una hora ¿Esperaría con nosotras un rato?

Literalmente lo que pasaba era demencial, las reuniones familiares la hacían comerse las uñas y actuar tímidamente, le costaba adaptarse a ese ritmo que existía entre los parientes debido a que su familia no había sido un ejemplo del que aprender. Evitarlo se convirtió en su método de defensa, pero al parecer las piezas estaban sobre la mesa y ya no tenía trucos.

—¿Okey?

—¡Qué bien! ¡Le voy a preparar un té de menta!

Fio desapareció en la cocina y Pia le mostró el pulgar para calmarla.

—No te alarmes, si no te gusta me dices y se lo doy de beber a las plantas.

Una inquietud la molestó concretamente, hablaría con Nicolleta y según Jules, solo ella conocía el secreto de Cyliane, la infidelidad fraternal y el aborto. Planteárselo a las otras dos mujeres sonaba desleal hacia el hombre que la tenía desvelándose por él, puesto que su voz no contaba de nada en ello.

—¿De qué hablaremos específicamente? —preguntó con cautela.

—No de algo sorprendente, solo del imbécil que tengo de hermano. 

Jules se arrellanó en el asiento junto a Tino. Había querido hacer un salto suicida y querido salir con sus antiguos amigos el día de la muerte de su ex pareja y como todos eran hombres emocionalmente lógicos, lo llevaron a un club nocturno para adultos. Había mujeres bailando, luces de colores epilépticas y mucho alcohol. Algo claramente sano para él. Sus amigos eran un bulto de ruido alegre, bromas sexuales y risas de cuervos.

Miró su vaso. Años atrás pensaba que nada podría detenerlo y entonces llegó su talón de Aquiles: una mujer.

Arruinó a su familia convirtiéndolos en sus niñeras. Viviría con la incógnita de cuál de sus hermanos había sido amante de su pareja. El misterio y dolor de ese niño que por lo menos en su corazón sentía como suyo. Como el trauma intervino en su trabajo devorándolo vivo.

Cierto, también había conocido a la primera y única mujer irlandesa que lo había embobado como el diablo. Gracias a esto había vuelto a ser más sociable.

Por lo menos esto último era bueno.

Al principio, la novedad de su cambio de vida le hizo ignorar la realidad. Pero últimamente era más consciente de ella, aunque sabía que, a pesar de todo lo que experimentó con Erin, él no había cambiado tanto: se sentía como siempre, tan muerto como cuando se pudría en su vida pasada.

Pensó en el hada y se imaginó su cabello rojizo, largo hasta las caderas. Su tez pálida. Sus ojos verdes y claros. Su boca pequeña de color cereza.

Una mujer lo saludó coqueta y desvió la mirada. No había ninguna mujer en ese club, ni sobre la faz del planeta, que le llegara a su pelirroja ni a la suela de los zapatos.

¡Mierda! Era el idiota del año, un pobre diablo que se despreciaba.

Claro, ella había sido completamente adorable. Durante el corto tiempo en que estuvo con él, albergó la esperanza de que algo pudiera suceder. Pero de repente el pasado le abofeteó y no se resistió a que lo pisoteara. Él no tenía mucho que ofrecerle a una mujer como ella.

Sus amigos se desahogaron en una nueva explosión de alegría, Tino parecía aburrido.

Esta descarga de gritos y risas le daba jaqueca. Jules terminó su whisky, llamó a la camarera con una seña y miró el fondo de su vaso.

—¡Mierda!

Después de cuatro whiskies dobles no se sentía mareado en absoluto, necesitaba ahogar a su mente y lo que conseguía era estar más lúcido ¿Acaso no andaba de juerga esa noche?

—Oye, mi instinto me dice que necesitas una amiga.

Jules no se molestó en echar un vistazo a la mujer.

—No, gracias.

—¿Por qué no me miras primero?

—Dijo que no —refutó Tino molesto.

—¿Acaso eres su novio?

—Es mi hermano, pero no necesitas saber más. Adiós.

—Oh, no seas malo con tu hermanito. ¿Acaso él no tiene lengua?

—Muy linda charla, pero... —Jules la miró y cerró la boca de golpe.

Era una mujer increíble. Medía un metro ochenta, y su pelo, muy corto, tenía un asombroso color azabache. Ojos cafés y oscuros. Su top de lentejuelas dejaba ver el torso de una atleta. La sensación que daba era la de ser una chica mala con escaso pudor e innumerables ganas de divertirse.

La mujer sonrió ligeramente, como si supiera en qué estaba pensando. Maldición, era todo lo que no era Erin ni había sido Cyliane. Y alguien que podía brindarle el tipo de sexo anónimo que Jules necesitaba para olvidarse absolutamente del deseo, el placer y el amor. Alguien que lo ayudaría justamente a terminar de joderse el corazón.

Hubo un entendimiento mutuo, ella sabía que quería y él sabía que iba a hacer.

—Considéralo como un favor a un amigo —dijo la alegórica extraña.

—Jules, no hagas esta mierda —exclamó Tino cogiéndole el brazo.

—¿Qué amigo? —interrogó ignorando a su hermano.

La chica apuntó con su cabeza, él miró por encima de su hombro y vio que uno de sus acompañantes le sonreía alentándolo, fue como ver la sonrisa del diablo.

—Es un gran amigo mío —murmuró la dama.

—¿Sí, verdad? ¿Cómo te llamas?

—No importa. —Ella le tendió la mano y le guiñó—. Vamos, ven conmigo. Olvídate por un momento de lo difícil que es ahogarte en alcohol. Te prometo que toda esa mierda te esperará hasta que regreses.

Jules no entendía de dónde le venía la desmesurada sensación de traición. De hecho, si lo sabía y se estaba haciendo el tonto. No la quería a ella, pero quería acabar con los sentimientos que impedían que fuera el hombre que era antes de Erin.

—¡Jules, no! —Tino le zarandeó el hombro—¡Todos aquí son mierdas que respiran, no son tus amigos y tú te estas engañando a ti mismo!

Los hombres del grupo abuchearon al chico.

—No estoy haciendo nada —mintió.

—¡Claro que sí, avanzaste y te sientes mal por eso! ¡Olvídate de todos, de nosotros y de la mamá de Cyliane! ¡Al demonio todos, Jules! ¡Vas a tirar tus logros a la basura! ¡Vas a perder a Erin con esto!

La desconocida soltó una risa aguda y sonora.

—Creo que tu hermano es lo suficientemente adulto como para joder con quien quiera y cuando quiera —opinó haciéndose la graciosa.

D'amico miró a su hermano y se sintió orgulloso, cuando quería podía ser una hombre maduro e inteligente. Ojalá pudiera imitarlo. Observó fijamente a la chica y luego dirigió la vista a los servicios.

¡Cielos! Un revolcón rápido con una desconocida, una colisión vacía entre dos cuerpos fríos sin nombre. Lo hizo una o dos veces de adolescente y hacia cuatro o tres años que no tocaba a una mujer, corría en su sangre una enfermiza desesperación. No le gustaba.

—¡Hey, Jules! ¿Acaso vas a mantener la castidad hasta que el hígado se te estropeé de tanto beber y lloriquear? —gritó uno de sus acompañantes.

No le importaron las risas y los silbidos. Jules se puso en pie zafándose del agarre de Tino, tomó aire y se decidió:

—Vamos.

Sí, lo hizo. Acabó de arruinarse en un servicio de un club con una extraña. Bebió como un náufrago que paradójicamente no quería encontrarse y... perdió la conciencia. Despertó quien sabía cuánto tiempo después cuando Tino le abofeteó la mejilla un par de veces, contempló espantado que se hallaba en un coche y se apresuró a salir en un latido de temor profundo, abrió la puerta a empujones violentos y saltó al exterior como si el auto estuviera en llamas. Se tambaleó en la acera mareado por el alcohol, sacudió la cabeza y vomitó junto a la escalera del edificio de apartamentos donde vivía.

El cerebro se le partía por la mitad, Tino lo golpeó con una botella de agua mineral en la nuca y se quejó adolorido. Aceptó la mirada de desaprobación de su hermano y tomó casi todo el líquido, el resto se lo tiró en la cara para despabilarse levemente.

—¿Qué hora es? —preguntó confundido.

—Las 3:00 de la mañana —respondió el chico con resentimiento.

Jules no se enfadó por la despectiva actitud de su hermano.

—¿Me trajiste en taxi?

—Sí, no te quejes. Estabas noqueado y no podía solo, los amigos que te invitaron son una basura.

—Lo sé.

—Ya subamos, quiero ir al baño.

Lo ayudó a subir las escaleras de la entrada y las que los llevaban a los pisos superiores, cuando llegaron al suyo Tino comenzó a quejarse en voz alta, Jules se enfadó porque de golpe todo los síntomas de la ebriedad se disminuyeron; excepto el dolor de cabeza y las náuseas. Sin duda ya no era un niño a la hora de beber. Metió la llave en la cerradura, empujó la puerta y vio a Pia sentada en su sofá con una bebida energética. La ignoró. El día que sus hermanos respetaran su privacidad se dejaría el bigote.

Dejó las llaves en la mesa del rincón, Tino se le adelantó y se paró delante de la mujer.

—¡Háblale tú porque yo soy invisible para él! ¡Se acostó con una desconocida en el servicio de un club de porquería! —bufó el muchacho— ¡Esta intoxicado y... y... me siento como un fracasado, no pude hacer nada por él!

Diablos, Tino estaba llorando. Jules avanzó hacia él.

—Florentino —llamó.

—¡¿Ahora me escuchas?! ¡Mierda! —exclamó histérico el menor— ¡¿Por qué no lo hiciste cuándo te dije que joderías todo lo que lograste?!

—¡Tino, ya! —gritó Pia.

El mellizo de Fiorella no se detuvo.

—¡¿Por qué no me escuchaste cuando te dije que mandarás a todos al diablo?!

—Tino —Pia lo sujetó de brazo, pero él se zafó y confrontó a Jules.

—¡¿Por qué no te importó lastimarte?! ¡¿Por qué no te importó Erin?! ¡¿Qué rayos te pasa?!

Jules iba a abrazarlo, pero Fiorella se le adelantó y rodeó con sus delgados brazos el torso del veinteañero. Él no podía mirar a nadie a la cara, le avergonzaba lo que había hecho y como repercutió en los demás, se sentía sucio. Levantó la cabeza, se paralizó y sus pulmones se volvieron de concreto; Erin aguardaba en la puerta de la cocina. La furia ardía letal en sus iris filosas, sus labios ligeramente entreabiertos como si se le hubiera desencajado la mandíbula. Se sintió un ladrón siendo atrapado en el acto.

¿Qué hacía ella ahí?

La irlandesa dio un paso al frente y fue como si la onda de su imponente persona callara a la ciudad de Nueva York porque el ruido se rompió, el silencio se extendió generando tensión.

Callados, la admiraron coger su bolso del sofá y encaminarse a la entrada, antes de salir habló alto y claro:

—Gracias por invitarme, chicas. Discúlpenme con Nicolleta. Adiós.

La puerta se cerró con un suave "Click", él hundió los dedos en su cabello. Esto era lo que quería. Esto era lo que necesitaba. Esto... corrió detrás de la pelirroja lo más rápido que pudo, la atrapó bajando las escaleras a una velocidad inhumana para alguien que usaba tacones aguja; saltó los escalones para alcanzarla y fue una misión imposible. Llegó a la calle y gritó su nombre mientras ella se aproximaba a su auto.

—¡Erin!

—¡Púdrete!

—¡Espera, necesito hablar contigo!

—¡Lo hubieras pensado antes de revolcarte con cualquier par de senos que se te pasó por delante!

Mckenna quitó el seguro de su auto y lo rodeó para llegar a la puerta del conductor, se encerró en el interior sin mirarlo. Un instante. No encendió el motor. Él se quedó pegado a la ventanilla con la esperanza de hablar. De repente, ella abrió la puerta del lado del acompañante, Jules retrocedió inmediatamente.

—¿Quieres hablar? Súbete al coche —castigó contundente.

Mierda, esa tormentosa hada conocía su pavor por hacer eso.

—No puedo...

—Tienes tres segundos... ¡Uno!... ¡Dos!... ¡Tre...

—¡Maldita sea!

Lo hizo. Entró en el vehículo con los músculos duros, el cuello tieso y las manos sudando. Cerró los ojos y luchó contra el pánico mortal corriendo en su sangre, focalizó su mente en explicarle algo que ni siquiera él entendía.

—Erin... lo siento —farfulló nervioso.

—No lo sientas. No tenemos compromiso alguno, así que no espero que cambies tus hábitos por mí.

—No es un hábito. Lo sabes.

—Ah, claro. Perdón. Adicción por joder tu vida. —Sonrió cruel y dolida— ¿Al menos te cuidaste, cariño? ¿No? Que mala suerte.

Hubo otro largo silencio.

—Erin, yo... quisiera que hubiera una forma fácil de hacer esto ...

—¿De hacer qué? —Movió la mano de un lado a otro—. No respondas.

—Hada...

—No me llames nunca más así, D'amico. Tu vida sexual no es de mi incumbencia, pero déjame darte un consejo, como mínimo aclara los términos de tu próxima relación y ahorrarles la ilusión de la mierda de enamorarse.

Jadeó al oírla referirse a que se había enamorado de él. Su mente repetía la misma línea. Era lo que querías. Era lo que querías. Era lo que querías.

—No sé qué hice —murmuró ansioso.

—¿Quieres que te haga un dibujo? —Golpeó el volante llorando— ¡Joder, soy una imbécil! ¡Tenía que enamorarme! ¡¿No podía quedarme con el condenado anillo de castidad?! ¡Dios, no puedo hacer tan malas elecciones! ¡Lo dijiste y yo no lo tomé en serio, repetiste que no querías amar a nadie! ¡Pero no! ¡Soy Erin Mckenna y nunca escucho!

Sus palabras le quemaban por dentro.

—Erin, yo fallé. No quería enamorarme de nadie. Sentía que era mi obligación guardar el luto hasta mi muerte. Por Cyliane. Por él bebe. Por la vida que no pudieron tener. Cada vez que te decía que no planeaba amar de nuevo, eran palabras para mí mismo. Hoy quise arrancar de raíz lo que siento por ti.

—¡Oh, así que de ahora sientes algo! Dime pues ¿Cuántas esta noche? —preguntó de repente, con una voz tan gutural que apenas se le escuchó—. ¿Lo has pasado bien?

—Maldición, Erin. No, me la pasé sintiéndome una basura miserable —susurró él—. Dios, mataría por poder deshacerlo en este momento.

—La has cagado, cariño. Aprende a aceptarlo. Ahora dime, ¿cuántas veces lo hiciste mientras salías conmigo al teatro y a la piscina? ¿Dos? ¿Tres? ¿Cuatro? ¿Media docena?

—Ninguna, solo está noche —Su voz era suave, triste, algo quebrada. Dejó caer la cabeza, que quedó colgando del cuello. Estaba devastado—. Te juro que me arrepiento, han sido días difíciles y no lo justifica, pero exploté. Quiero encontrar otra forma...

—¿Otra forma de excitarte? —preguntó ella secamente—. Seguro que no será conmigo, me rechazaste de primera la otra noche, pero a cualquier otra la seduces en los servicios de clubes para adultos ¡Ah, ya sé! ¿No estarás pensando en usar la mano para solucionar ese problema que te pasa por los pantalones?

Dios, realmente lo golpeó duro y no pudo controlarse.

—¡Tú eres el maldito problema que me pasa por los pantalones! ¡¿Eso es lo único que te preocupa de lo que te estoy diciendo?!

—¡Ya no lo soporto! ¡Vete! ¡Bájate del auto!

—¡Bien!

Salió del vehículo y cerró la puerta con fuerza, necesitaba calmarse o terminarían las cosas terriblemente. Escucho el motor encenderse y se apresuró a decir:

—¡Tendré el móvil encendido, llámame!

—Sí, claro. Te llamaré en mitad de tus jueguecitos con tus amigas en el club.

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