Capítulo 21

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23/12/2017

—¿Compras un regalo para alguno de tus hermanos? —cuestionó Erin a Fiorella.

La chica de largo abrigo verde afelpado la miró atónita como si se tratara de un fantasma. Bendito fuera la calefacción del edificio, afuera nevaba y te congelaba hasta las pestañas, un bien presagio para Noche Buena porque anunciaba una blanca navidad. Ella había querido comprarle una camisa más a Jules como parte de sus regalos para la víspera festiva y acudió a su tienda favorita de ropa masculina en el centro comercial, pero no se había esperado encontrarse a la melliza de Florentino. La chica había sido muy amable con ella cuando la conoció así que le pareció buena idea saludarla, aunque por su expresión no parecía estar contenta de verla.

—Eh... sí... es para mis hermanos.

La irlandesa analizó los pantalones que la joven sostenía, espió los talles y captó la información rápidamente. Dos números menos que Jules. Muy grandes para Tino. Impensable para las caderas gigantes de Pietro. Alzó una ceja y le sonrió traviesa a la jovencita que quería engañarla.

—¿Segura?

—Sí —carraspeó Fiorella.

Mckenna rió por su timidez.

—Cariño, no tienes que mentirme. Ese pantalón no le cabría a ninguno del trío D'amico.

—Rayos —chilló la pobre golpeándose la frente.

—¿Tienes un novio? —preguntó interesada en el chisme.

La castaña volvió a crisparse, sus lentes estaban por caer de su nariz y los empujó hacia arriba con manos temblorosas. Mierda, esos mellizos tenían algo que los hacia adorables a sus ojos. Eran como niños o adolescentes experimentando la vida por primera vez. Obviamente habían tenido una infancia retraída y al enfrentarse al mundo real se mostraban como inexpertos.

—No le digas a Jules —rogó en voz baja.

La petición la impresionó.

—Cariño, no te pongas así —dijo poniendo una mano en su hombro—. No diré nada, pero si quieres puedes contarme que pasa y porque estas tan ansiosa. Vamos, guardar las cosas te arruina el espíritu.

La convenció por ese lado, terminaron sentadas en una cafetería y a su desgracia había demasiados niños corriendo a alrededor de las mesas.

—Cuéntame de él, te prometo que seré como una tumba —juró tomando sus manos.

Consolar a los dos hermanos menores la hacía sentirse grande de alguna forma. Fiorella se obligó a relajarse y apretó su agarre.

—Él se está divorciando y pelea por la tenencia de su hija, los abogados le aconsejaron no tener una relación hasta que acabara la pelea por la niña. Podrían usar cualquier cosa en su contra y mi expediente no está precisamente limpio.

—¿No lo está?

—Me arrestaron una vez por golpear a un oficial hace unos años e hice algunas locuras cuando era adolescente. Así que no lo ayudaría.

Otra sorpresa, Fiorella era una chica mala. Su confesión le sacó una sonrisa.

—¿Por qué no le dices a tus hermanos?

La chica sonrió sin fuerzas.

—Soy la menor, la protegida. Ellos querrían que me apartara o tratarían de apoyarme, y en ocasiones son demasiado difíciles de tratar con los límites.

—Como hicieron con Jules —murmuró sin rodeos.

—Sí, aunque él sí necesitaba estar acompañado. Yo no quiero que Pietro o Nicol se metan en esto, son más severos que nuestros padres y volverían todo muy complicado para mí. No quiero ser cruel, tampoco hacer las cosas mal... no quiere decir que no los ame, solo... Dios, necesito mi espacio.

Su modo de hablar la conmovió, era una mujer con una belleza interior tan grande que no cabía en su pecho y la irradiaba a todo ser que la conociera. Poseía una paz absoluta, le recordó al aroma de un jazmín Dios sabría por qué; transmitía sus emociones como un torrente de energía que se te metía bajo la piel. Su tristeza y desilusión la contagiaron con una fría sonrisa.

Deseo animarla de cualquier manera, bajaría la luna para ella si seguía viendo su labio inferior temblar por las ganas de llorar.

—¿Cómo es él?

—¿Eh?

—Te lo dije, soy una tumba. Vamos, cuéntame. No hay nada mejor que hablar de la persona que amas con una amiga ¿Qué dices?

La joven le sonrió dulce, hablaron una hora de este enamorado suyo y se enteró que el hombre había jurado casarse con ella cuando la pelea en tribunales terminara. Erin se atragantó con el áspero trago de desconfianza que le generó esa "promesa", pues no sería la primera vez que un tipo casado o divorciado prometía algo así y le dolía imaginar cómo podría romperse la inocencia de Fiorella al enterarse de ello.

Abandonando los pensamientos oscuros, se concentró en consentirla como si fuera una niña a quien había sacado a pasear. Era como un cachorrito con la mirada más tierna del planeta tierra y compraba su corazón con cada gesto. De repente, oyeron a un bebé llorar y vieron como su mamá lo calmaba entre sus brazos mientras lo arrullaba.

—¿Quieres tener hijos, Erin? —indagó la muchacha.

La saliva en su boca se tornó amarga.

—Tengo un DIU, allí tienes la respuesta.

—¿No te gustan los niños?

—Digamos que me ponen nerviosa, es todo.

—Yo quisiera ser madre, si él gana la custodia... lo seré y daré mi mayor esfuerzo.

—Ya lo creo, cariño.

—¡Ningún hombre te ha amado como yo! —gritó el actor de la película en blanco y negro.

—¿Y cómo lo sabe? La conoció hace dos días —se mofó él.

—Jules, no puedes criticar una película de hace veinte años —reprochó su hada acostada sobre su cuerpo.

Los dos estaba tirados en el sofá, acurrucados entre mantas y almohadas mientras disfrutaban de una maratón de películas viejas; su gusto culposo además de los reality de mala calidad. Las luces apagadas, el brillo del televisor y el cabello rojo haciéndole cosquillas en el cuello. No tenía mejor lugar en el mundo.

—¿Jules?

—¿Sí?

—Te amo. —Ella se levantó lo suficiente para verlo—. Amo cada faceta que tienes. Cuando eres niño y cuando eres hombre. Cuando te pones serio y cuando eres tierno. Eres bello, y no hablo de tu apariencia... eres bello así como eres, por ser tú.

La mujer mágica le sonrió y él se enamoró más si era posible. La atrapó por la nuca para atraerla a su boca, besándola lentamente mientras las manos femeninas le cogían el rostro y lo acompañaba en la sensual danza que empezaba a despertar entre respiraciones entrecortadas.

—Dios, cada parte de ti está pegada contra mí y aun así te quiero más cerca —balbuceó contra sus labios haciéndola reír.

—Te amo —repitió la pelirroja.

—Te amo, Hada mía.

Siguieron viendo la película después de besarse un rato. Sí, Jules lo supo. No tenía mejor lugar en el mundo.

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