Capítulo 23

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31/03/2018

Erin se congeló cuando el bebé le abrazó las piernas, literalmente se enfrió en su sitio y quedó petrificada. Massimo, el sobrino de Jules apenas tenía diez meses, tambaleaba al caminar así que la usó como soporte cuando se tropezó, lo miró; el cabello negro resaltaba su mirada azul y sus mejillas sonrosadas marcaban sus mofletes regordetes. Pequeño. Inocente. Frágil. Muy frágil.

Observó a su alrededor en busca de ayuda, la sala se encontraba vacía y le temblaron las rodillas. Los niños no le gustaban. No podía ni siquiera verlos. Hacían que sudara y que la piel se le pusiera de gallina. El niño balbuceaba como si quisiera llamarla, pero ella desvió la mirada en lo que apretaba los dientes con ganas de salir corriendo.

—¿Massimo? ¿Dónde estás, cielo? —llamó una voz femenina.

La irlandesa suspiró aliviada cuando una mujer de pelo oscuro recogido en un moño ajustado e iris azules apareció por el umbral del pasillo que daba al recibidor de la casa, su sustancial salvadora era la madre del pequeño y la esposa de Pietro, llamada Mary. Se vestía como una conservadora conformista, suéter de lana holgado con cuello tortuga y unos pantalones gigantes que borraban cualquier ilusión de poseer piernas; lo peor eran sus zapatos negros de abuela de 1920. La enervaba ver tanta belleza desperdiciada.

—Oh, disculpa. —La madre corrió para coger al bebe—. Él es muy cariñoso.

—Eh... sí —carraspeó para recuperarse.

—¿Te sientes bien, querida?

Que hablara como si tuviera setenta años la ponía nerviosa. A penas tenía unos cuarenta y cinco, la hacía sentir vieja.

—Si —mintió.

—No te ves bien, llamaré a Jules —avisó una preocupada Mary.

—¡No! —exclamó más fuerte de lo que le gustaría—. Solo dormí mal ayer es todo.

—Apuesto a que fueron las risas de los muchachos, los hombres de esta familia son muy ruidosos ¿Verdad?

¿Por qué me irrita tanto tu forma de hablar? Se preguntó intrigada. Cierto, detectaba en su voz el acostumbrado tono de la falsa condescendencia. La esposa de Pietro la consideraba una manipuladora, lo notaba en su forzada sonrisa y el exceso de amabilidad.

—Sí, no pude pegar un ojo en toda la noche —dijo intentando ser simpática.

—Ah, qué mal. —Hizo un ademán con la mano que no sostenía al niño y la incitó a avanzar como si fuera un perro—. Vamos a desayunar con todos los demás y verás que te sientes mejor.

Mierda, pensó Erin.

Salieron de la sala para dirigirse a la cocina al otro lado de la enorme edificación de madera. La casa de los padres de Jules era preciosa, una cabaña de grandes proporciones junto a un lago. Había mucha madera rústica, alfombras y lana blanca en todos lados. Al entrar al comedor los ojos de la familia D'amico se posaron específicamente en ella, tragó saliva y quiso que la tragara la tierra al ver que Jules no andaba por allí. Llevaba seis días viviendo esta escena, se alegraba de que faltaran tres para marcharse. Los mellizos menores le hicieron señas para que se sentara con ellos. La luz que ingresaba por las ventanas la enceguecía, se apresuró a través de la larga mesa y se aproximó a ellos. No había sillas, si no extensas bancas que sonaban prácticas para una familia numerosa. Se sentó entre Fiorella y Tino, ellos dos la hacían sentir más tranquila.

El silencio se extendió mientras la tensión botaba en las paredes como una pelota, después de todo, no todos los días había una invitada particular como lo era ella; la primer mujer que salía con Jules desde la muerte de Cyliane. Una que chocó su auto. Una que tenía un acosador. Una que tenía madre con tendencias peligrosas. Y que también era divorciada.

Los padres de Jules la observaban detenidamente al igual que Pietro, si hubiera estado bebiendo algo le sabría a mugre en ese momento. Grace D'amico era una mujer con unos casi ochenta años bien llevados. Menuda, con ojos café y de melena canosa que disputaba con su blanca tez. Una cruz de oro ondeaba en su cuello arrugado. Su postura demandaba una intimidante aura de "mamá gallina". Por su parte, Francesco D'amico no parecía un anciano ni de setenta años. Poseía un físico de luchador y demostraba de quién habían heredado sus hijos varones su gigantismo. De cabeza afeitada y barba blanca como Santa Claus. ¿Ese tipo había sido dado de alta ayer por tener un infarto? Maldita sea, estaba más sano que ella.

—No dejes que sus malas vibras perturben tu espíritu, Erin —murmuró Fio a su oído.

—Gracias —dijo en voz baja.

—Me llamo Tino y creo que mi corte de pelo es un asco —susurró el otro hermano.

Las dos lo miraron desconcertadas.

—¿Y eso qué? —indagó Mckenna sonriendo.

—No lo sé, todos susurran y no quería quedarme fuera del juego.

Un par de brazos le rodearon la cintura, giró la cabeza y Jules le dio un beso rápido en los labios, pudo respirar nuevamente con él presente. Fiorella le cedió el lugar a su hermano y este se sentó a su lado, Erin se contentó entrelazando sus dedos en un reconfortante agarre. Conocerlo en esta intimidad familiar le gustaba, aunque ella no estuviera muy cómoda, verlo radiante y feliz la hacía tocar el techo. De repente, la conversación volvió a surgir con tintes agradables y divertidos. El desayuno llegó de algún sitio desconocido porque en un parpadeo la mesa empezaba a desbordar de comida, té de menta y café cargado. Los hermanos pasaban las tasas humeantes, una caja de donas, manzanas y misteriosamente acabó con un té acompañado de una galleta de arroz.

Ellos charlaban. Reían. Bromeaban. Ansiosa, se mantuvo callada analizando cuán pequeñas se veían sus manos en comparación a las masculinas.

—¿Qué pasa? —farfulló Jules en su oído.

—Descuida, estoy cansada —mintió por segunda vez.

Él se inclinó hacia su rostro, rozó su nariz y achicó los ojos.

—Soy heredero de Sherlock Holmes, Hada. Deduzco que tu confesión es falsa.

—No eres heredero de Sherlock Holmes —acusó entretenida.

—Me vi todas sus películas y libros, es lo mismo.

La voz de Tino vino desde la izquierda con camaradería.

—Créele. Me traumatizó de adolescente diciéndome: "Elemental mi querido Watson", un Halloween hasta me obligó a disfrazarnos de detectives.

Jules se mordió la lengua y Erin rió, Florentino acomodó su cabeza en su hombro de manera amistosa en un intento de poner a su hermano celoso. Lo que funcionó.

—Disculpa, nadie te pidió que te metieras en mi relación —respondió él.

—Claro que me lo pidieron.

—¿Quién?

—Yo —contestó ella. Colocó una de sus manos en la mejilla del veinteañero—. Tenemos una conexión tan grande que capta mis pensamientos.

—¿Ah, sí?

—Sí.

Las duras facciones del rostro de su pareja vacilaron por los deseos de reírse, la cogió de la cintura y la acercó para abrazarla.

—Ella es mi hada —reprochó Jules al mellizo de Fio.

Erin se carcajeó por la exagerada actuación de celos. Alzó la cabeza y le besó el mentón haciéndole cosquillas. Eran como unos adolescentes idiotas y enamorados, pero prefería esto a quedarse en una relación absurda que no la estremeciera. Siguió oyendo al par de hermanos lanzarse indirectas en una cómica discusión por quien la quería más. La pelirroja se quedó plácidamente entre los brazos del hombre con quien había bailado en un teatro en una ocasión, él le acariciaba la espalda y le entregaba voluntariamente calor a su marchito cuerpo.

Decidió alejarse lo suficiente como para comer su desayuno y continuar pegada a él, no obstante captó el rostro de Mary espiándola con disimulo, la otra mujer denotaba tristeza y... envidia. ¿Hacía qué? ¿Su relación? ¿Su actitud? ¿Jules?

Pietro la miró de golpe, el negro de sus ojos parecía ser absoluto y consumir todo el territorio alrededor de su iris.

—¿Cómo está hoy, señorita Mckenna? —instó la copia de Douglas Johnson mientras bebía un café.

El silencio se adueñó de la mesa como por arte de magia.

—Bien, gracias por preguntar.

—Alguien tenía que hacerlo, usted ha estado con la boca cerrada durante estos cinco días ¿Acaso nuestra familia le disgusta?

—¿Qué? ¡No! —se quejó.

—Pietro ¿Quieres empezar con esto ahora? —preguntó Jules de mal humor.

Los señores D'amico murmuraron a su hijo mayor que se calmara, pero él no tenía esos planes en mente.

—Es una pregunta válida. Han pasado cinco días... no, con hoy son seis y ella sigue muda, huyendo por los rincones como un fantasma, ni siquiera le ha preguntado a nadie como se encuentra después de la situación que hemos vivido. Deseo saber si la molesta de alguna forma lidiar con nosotros ¿O es que acaso le tiene miedo a algo?

En serio odiaba a Pietro, se le antojaba patearle el trasero con su par de tacones favoritos, serenó su burbujeante anhelo de mandarlo al infierno y enferma de rabia recurrió a la única táctica que tenía: tragarse el orgullo. Si respondía, él ganaría y ella quedaría mal frente a toda la familia. No debía responder a la provocación.

—¿Y si cierras el pico, Pietro? —dijo Pia secamente.

—Estoy haciendo una pregunta, es todo.

—No son preguntas amistosas, si no amenazantes —profirió Fiorella con molestia.

—Una pregunta es una pregunta ¿Estaría bien de nuestra parte obligarla a estar aquí si no lo quiere?

—Deja de torcer las cosas, viejo. Pareces un anciano paranoico —castigó Tino.

—Digo las cosas como son.

Fue una revelación que todos los hermanos la hubieran defendido, se mordió el labio inferior agradecida. Jules se levantó y puso ambas manos en la mesa, sus padres se alteraron y se aproximaron para calmarlo.

—Di una palabra más —retó el hombre.

Pietro se enfadó. Los presentes se tensaron por ver cómo la situación se salía de control. Sin embargo, se quedaron tiesos al ver quien entraba silenciosamente al comedor y se acercaba al mellizo mayor.

—¿Me golpearás? Muy maduro de tu parte —contestó sarcásticamente el hermano mayor—. Tú no...

Le dieron una bofetada en la maldita cabeza de melón afeitado que tenía, el sonido del latigazo en la piel fue ensordecedor y la expresión austera de Nicolleta calló a su mellizo de una merecida vez. Erin sonrió al ver a la hermosa mujer recién llegada de París, el corto de su cabello negro apenas alcanzaba para hacer una coleta, con suaves curvas en el rostro y unos ojos negros que embellecían su piel caramelo a la perfección. Era alta, de contextura atlética y usaba un extravagante abrigo a cuadros del diseñador Karl Lagerfeld.

—¿Quién es más maduro? ¿Jules que te advirtió que quería golpearte o yo que lo he hecho por lo insensible que eres? —cuestionó la recién llegada con neutralidad.

—Nicolleta... —susurró Pietro impactado. Agachó la cabeza avergonzado.

—Ya hablaremos después de este tema —sentenció ella intransigente. Con las manos en las caderas se viró a los demás y les sonrió ladina— ¿Van a abrazarme o se quedarán mirando?

Jules fue el primero en ir a recibirla y se precipitó hacia su hermana con una emoción palpable, luego todos la abigarraron de abrazos. Erin se sorprendió cuando la mismísima Nicolleta se le acercó lentamente con una sonrisa leve en los labios pintados de un color vino.

—¿Te gusta mi abrigo, Mckenna? —indagó la dama.

Ella le sonrió. No es como si fueran amigas, pero había una unión entre las dos desde la llamada y el almuerzo de hacía unos meses.

—Es una obra de arte, Nicolleta.

—Ten cuidado —dijo Jules mientras ayudaba a la pelirroja a subirse al bote a remos de su padre.

—Si me caigo y me ahogo, luego yo te mato —chilló ella riéndose por el balanceo del vehículo acuático.

Una noche abierta caía sobre la tierra y la luna se reflejaba en la superficie del Lago Lee, los árboles bordeaban los límites del agua como una cortina de follaje verde que ocultaba las casas y las luces de los hogares. Un bosque de secoyas y pinos se alzaban en los alrededores, eran gigantescos árboles de miles de años, su dosel se entremezclaba con arbustos y oscuridad que consumía todo aquello que tocara. Jules deseaba estar a solas con el hada irlandesa, ya que la notaba decaída los últimos días.

Cuando se acomodaron, él tomó los remos y comenzó a remar dentro del lago. Contempló a Erin sentada delante de su persona, se la veía hermosa con los ojos cerrados y aquel abrigo rojo en los hombros, su pálida piel adquiría una luminosidad misteriosa con la tenue caricia de la luz lunar sobre ella mientras que en su cabello se ilustraba un sutil cobrizo.

Esperó a alcanzar distancia y a que se le cansarán los brazos para dejar al bote flotar a voluntad propia, la mujer lo miró detenidamente al quedarse quietos.

—¿Entonces? —preguntó ella con su acostumbrado tono retador.

—¿Qué? Solo quise estar a solas contigo —dijo tranquilamente. Ella le sonrió, se asomó al agua y la tocó con la mano—. En serio, empiezas a preocuparme, esa agua está helada.

—Eres muy quisquilloso, en mi opinión esta perfecta para un chapuzón nocturno.

—¿De verdad? —bramó boquiabierto.

Erin se rió y le arrojó agua de un manotazo a la superficie líquida, él gritó por lo fría que estaba al entrar en contacto con su piel.

—¡Claro que no! Si llegara a meterme me daría hipotermia... realmente está helada.

—¿Por qué siempre me mojas?

—Es divertido cuando te enojas.

Mordiéndose la lengua, se secó la cara con la manga de la chaqueta que tenía puesta.

—Bueno, ese es el problema: estoy enfadado.

—¿Te he dicho que te ves bonito cuando te enfadas? —preguntó la irlandesa sosteniéndose el rostro con ambas manos y cruzando las piernas.

—Oh, sí piensas eso considera que puedo ponerme HERMOSO si sigues... un segundo, estoy teniendo un deja vú. —Se cogió el mentón—. Ya he vivido esta situación. ¡Ah, tú dijiste lo mismo cuando fui a tu apartamento por primera vez!

Erin se carcajeó tan fuerte que se le escapó una lágrima.

—No puedo creer que te acuerdes de eso con lo feo que fue ese día con mi madre.

—Por favor, ese fue EL DÍA —recalcó demostrando la magnificencia de su argumento abriendo los brazos—. Digo, te escuché gemir mi nombre toda la tarde así que en resumen... lo recordaré hasta que sea viejo.

—¿Quieres avergonzarme, cariño? Porque no lo lograrás.

—No quiero avergonzarte. Quiero enamorarte, Hada.

La mujer negó contenta y exclamó:

—Dios, eres tan... ¡Tú!

El hada extendió los brazos para cogerlo del rostro y de repente estaba cavando profundamente dentro de su boca antes de que Jules supiera plenamente lo que ocurría. Emitió un sonido, un grito de sorpresa que ella se tragó con un gemido que le levantó la piel de gallina a lo largo del cuerpo. La fuerza de su beso sacudió el bote haciéndolo reír del susto. Él la tomó de la cintura y de un tirón la tenía sobre su regazo, jadeando mientras ella lo besaba de una manera que debería catalogarse como prohibida. Todo lo que está mujer le hacía debería ser prohibido. Disfrutó de sus caricias frías, pero electrizantes hasta que sufrió un latigazo de deseo en la columna que le advirtió que necesitaba parar antes de que el hilo de su cordura con la tierra se cortara.

Se alejó y buscó sus profundos ojos verdes, no cupo en su asombro cuando encontró que en aquellas piedras preciosas brillaba manchados por un trepidante deseo que tuvo un efecto de soga en su garganta.

—Te extrañé —susurró Jules—. Dime que te ocurre, te sentí distante estos días ¿Realmente te incomoda estar aquí?

Erin se asombró y agachó la cabeza.

—No quiero volver esto una conversación sobre mí. Vinimos por tu padre.

—Mi padre está dormido como un bebé ahora y se siente tan bien como un adolescente de quince años. Vamos, confía en mí.

Le acarició la mejilla y ella se recargó en el soporte que le ofrecía.

—Sí, me siento incómoda. Pero no es solo porque no le agrado a todos. Independiente de Pietro y su esposa... o tus padres. Tus hermanos han sido increíbles, me tratan como si fuera parte de ustedes. Había olvidado lo que se siente estar en familia, es extraño para mí y casi me es imposible seguirles el ritmo.

Su confesión lo conmovió y le generó una tristeza amarga, sonrió dulce en lo que usaba los pulgares para limpiar los rastros de lágrimas que surgían de la irlandesa. Pegó su frente a la suya y besó suavemente sus labios.

—Está bien, déjate llevar. Si tratas de seguirle el ritmo a mis hermanos... enloquecerás, te lo digo por experiencia y simplemente disfruta. ¿Okey? No te preocupes por mis padres o por el idiota de Pietro, más aún cuando Nicolleta está aquí... no tienes ni idea de lo espeluznante que puede ser la conexión de mellizos entre ellos. Es como si ella presintiera cuando él está por cagarla, lo juro.

Erin sonrió por el comentario.

—¿Y si no les agrado? Soy mala en esto...

—No eres mala, solo te falta práctica. Mi familia no es perfecta y ten seguro que les agradas. Ya convenciste a la mitad.

—Pero tus padres...

—Ellos solo están abrumados. Pietro puede ser muy exagerado y convincente cuando algo no le gusta. Sin embargo, créeme que si te abres, ellos lo harán también. Imagínate que mi padre ya está encantado de que hayas metido mi trasero en un coche y me trajeras aquí. Ya no te preocupes ¿Bien? Y si te sientes en el límite, dímelo y nos fugamos como un par de adolescentes a cualquier lugar para besarnos toda la noche.

—¿Toda la noche?

—Toda la noche, Hada —juró sobre su boca.

—Trato hecho.

La besó de nuevo bajo la mirada de las estrellas.

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