Capítulo 29

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23/03/2018

Erin se enjuagó la boca tras expulsar su almuerzo en el retrete y se miró en el espejo de baño. Los nervios habían crecido en su estómago como un huracán, produciéndole unas náuseas repugnantes y un dolor de cabeza estremecedor, le fallaban las rodillas impidiéndole erguirse correctamente sobre sus dos pies. Se secó el rostro con una toalla de mano y forzó a su cuerpo a tranquilizarse, salió del pequeño cuarto para regresar al frente de la boutique.

La imagen de su local la revitalizó, los trabajadores habían realizado un gran trabajo con la colocación de las luces LED de las lámparas de plafón empotradas al techo y con los suelos de porcelanato de madera gris. Ella había ayudado a la pareja que pintó las paredes de un pálido rosado y también se encargó de organizar la decoración del sitio por su cuenta, tenía tres maniquíes posando delante de la vitrina y estaba completamente amueblada con un suministro completo de muebles y estanterías modulares modernas pintadas de colores claros, optó por los expositores circulares e inclinados de color dorado, consistía en una exhibición completa de ropa para mujeres, adolescentes y niñas. La rodeaban espejos con marcos dorados, mostradores con joyería, maniquíes de costura con vestimenta y sombreros, sofás individuales tapizados, uno que otro candelabro pequeño y aroma a rosas en el aire.

Su parte favorita era el taller de costura del tamaño de un ratón en el piso de arriba, accedías a él por medio de una escalera con forma de caracol metálica pintada de un color oro detrás del mostrador.

Le enorgullecía lo bien que iba en este emprendimiento, ya había hecho un par de ventas a unas turistas que se encandilaron con un par de vestidos para una fiesta de compromiso.

Caminó integra hasta el taburete en el mostrador y tomó asiento con elegancia, ya no le interesaba recordar sus eternos y denigrantes minutos en el baño. Cogió su tasa de té —frío por haberle abandonado un rato—, mientras se inclinaba para seguir leyendo el libro de memorias de su padre. Había dicho que leería una página por día, pero los primeros escritos narraban la infancia y adolescencia de un niño travieso con... rió pensándolo. Bueno, su padre había escrito sobre una mejor amiga a la que definía como "Hada de tormenta o Chica tormenta" y su secreto amor por ella. Leer aquellas palabras de un pequeño muchachito le daban cosquillas en el estómago, casi podía palpar sus emociones al tocar las hojas. Fue impactante saber que ella había insistido a su padre para que la llamara "Hada de tormenta" sin saber esto, comprendía la sorpresa del hombre cuando se lo dijo.

Dio vuelta la página, Dalan Mckenna colocaba su nombre y edad en la parte superior como si fuera un expediente raro. Leyó con gusto:

Dalan Mckenna, 15 años.

Su petición

El Hada de tormenta ha venido a mí hoy con una petición,

ella quiere que tome su primer beso

y a mí se me escapó el alma

Los dos vimos como a alguien le robaban su primer beso hoy,

sin que lo quisiera

ni que pudiera luchar contra ello

El hada quiere que yo tome de ella ese tesoro

pues sabe que seré gentil y dulce

Sabe que no la haré llorar

Estaba tan nervioso que me asusté

y le dije que si se casaba conmigo la besaría cuando quisiera

Ella se rió de mí, pero dijo que sí

y en la noche cuando todos dormían nos fugamos hacia la iglesia

Esta estaba cerrada,

nos metimos por una puerta trasera

y en la oscuridad le confesé que la quería desde aquella vez que la vi en el río

Le dije que me había parecido la niña más hermosa que vi nunca

y por ello pensé que era un hada

Mi hada de tormenta

Ella me dijo que se había enamorado de mí

y que pensaba que me parecía a un ángel

Prometimos estar siempre juntos

Prometimos que a partir de esa noche éramos marido y mujer

Prometimos que cuando fuéramos adultos nos casaríamos

ante las palabras de un hombre

Aunque entonces lo juramos ante Dios

y eso me ha valido más

El hada cerró los ojos, mi boca se decidió primero

y avancé hacia la suya

Sentí que era mi destino tomar la virginidad de sus labios

y entregarle la de los míos

Fue suave, extraño y húmedo

porque a los dos se nos escapó una lágrima

Le pregunté si le había gustado

Ella sonrió y la magia de sus ojos verdes me llamó

volví a besarla más y más,

quería que su boca supiera a la mía

Nos pusimos de rodillas frente al altar y aprendíamos a querernos

Aún ahora puedo sentirla

Su dulzura despertó una parte en mí que llevaba su nombre

Si su padre se entera me matará, pero ya es muy tarde

y Dios lo sabe

Ahora ella es mía y yo soy suyo

Nos besamos hasta que pudimos saciar un hambre desconocida

Cuando la llevé a su casa me dio un último beso

y ahora estoy ansioso por verla mañana

Porque en mi corazón late el deseo

Necesito saborear de nuevo el fruto prohibido de sus labios

La pelirroja se atragantó con el líquido caliente, un alarido de emoción se le atoró en la garganta y sonrió como una imbécil mientras se le enrojecían las mejillas. Dalan había sonado tan inocente e intenso, el relato en el pasaje de un niño a un hombre que empezaba a recorrer el camino del amor y el deseo; palpitaba con infantil romance.

—¡Ay, eres un... terroncito de azúcar, papá! —bramó enamorada de las palabras de su progenitor— ¿Cómo rayos terminaste con mi madre? ¡Maldita sea!

Rió deseosa de leer otra página. Sin embargo, una figura en la vitrina le llamó la atención y la primavera se filtró de su cuerpo como un bajón sordo de energía, un hombre miraba la tienda desde la calle de enfrente y podía jurar que estaba allí desde que ella entró al baño. El tipo llevaba una capucha que impedía ver su rostro, pero un presentimiento la obligó a levantarse en un arranque de histeria. Rodeó el mostrador y salió de la tienda, ya no había rastros de esa persona. Se llevó las manos al pecho nerviosamente, el sudor le perló la frente y la golpearon las ganas de vomitar nuevamente. Ingresó a la boutique en una carrera hacia los servicios, no obstante supo que su estómago no lo resistiría así que saltó detrás del mostrador y el líquido que emergió de su garganta la quemó hasta sacarle lágrimas.

—No, no es él —se dijo mareada.

Tenía que ser por la paranoia, Derek no estaba tan loco como para perseguirla a Irlanda. Apartó el cesto de basura sintiéndose humillada y fatigada, su periodo debía estar por llegar, ya que estaba muy hinchada. Perfecto, algo más que celebrar, vitoreó irónica su mente.

La puerta de la tienda se abrió y se levantó apresuradamente para recibir a la mujer que se le quedó viendo confundida. La clienta era bonita: cabello rizado de color miel, nariz redonda debajo de unos ojos café y encima de unos labios gruesos, las pecas en su pálida tez la hacían destacar, tenía contextura menuda y con miles de curvas. Extrañamente le recordó a Ivelisse aunque no se parecían en nada.

Sonrió eficientemente mientras rogaba que el perfume a rosas tapara el del vómito.

—Hola, buenas tardes ¿En qué puedo ayudarte, cariño?

La desconocida le sonrió tímida y se aproximó con la vista fija en ella. A Erin le pareció anormal su forma de verla, pero durante un negocio no le importaba.

—Hola... eh, oí que también eres modista y quisiera saber si podrías ayudarme —murmuró la joven—. Me casaré en unos meses y lo haré con el vestido de mi madre. Ella se casó con ocho meses de embarazo.

—Oh, necesita un par de arreglos para ti entonces, sin perder el estilo de mamá —dijo con empatía.

—Sí, exactamente.

—Claro que puedo hacerlo y te prometo que quedarás preciosa, cariño. ¿Qué te parece si me lo enseñas para ver con que trabajaremos?

La mujer le sonreía dulce en lo que sacaba el preciado vestido de novia de una bolsa de papel, allí nuevamente el sentimiento que le recordaba a Ivelisse y le dolió el corazón.

—Es una hermosa obra —opinó extendiendo la prenda sobre el mostrador.

—Oye —llamó su clienta— ¿Tú eres Erin Mckenna?

—Sí —respondió con duda.

—Yo soy Fiona ¿Te acuerdas de mí?

No, te juro que ni siquiera tengo la más remota idea, pensó tensa.

—Eh... no, lo siento.

—Soy la hija de Finbar. —Al no responder, Fiona debió interpretar que no sabía de quién hablaba—. El hermano de tu padre.

—¿Eh? Perdón, no sé qué decir —inquirió avergonzada—. No tuve una relación con la familia de mi padre.

—No, está bien. Creo que debemos habernos visto dos o tres veces cuando eras muy pequeña. Cuando Dalan murió, mi padre nos trajo a Adare para ayudar a tu madre a criarte y darle apoyo... pero ella ya se había marchado sin decir nada para cuando llegamos.

Genial, otra hazaña de Nessa Mckenna. ¿Y qué se suponía que debía hacer ella con eso?

—Lo siento. —Fue lo primero que se le vino a la cabeza.

—No, no busco disculpas. Escuché que Nessa falleció y que te mudaste aquí —explicó su repentina pariente—. Pensé que podíamos conocernos. Bueno, a la familia Mckenna quiero decir. Si quisieras podríamos beber un café uno de estos días.

Se le anudó la garganta, temía ser muy brusca o ponerse a llorar de los nervios. Nunca había conocido a la familia de Dalan. Los O' Neal se impusieron en su vida como su única familia, la asustaba ahuyentar a Fiona con la irremediable herencia familiar de su madre.

—Eh...

—Oh, él también tenía uno —reveló su... prima apuntando el libro en el mostrador.

—¿Qué?

—Mi padre también tenía un libro así. Lo llamaba "Marcas y memorias", sí. Aunque él no escribió mucho, solo una o dos páginas donde hablaba de su primera camioneta y como conoció a mi madre.

Erin asintió conmovida, si le quedaban dudas se fueron, aceptó la invitación de Fiona a tomar un café y la mujer se pasó la tarde con ella platicándole de su compromiso. Esto era un karma particular. Lo había arruinado con su prima Ivelisse y de repente, aparecía Fiona para remendar aquel error. Tener una nueva relación con su familia.

Era una Mckenna después de todo.

Daban las 2:06 A.M.

Vestía su pijama, sus pantuflas y su bata de anciano de ochenta.

—¿Qué están haciendo aquí a las dos de la mañana? —preguntó Jules recién levantado observando a los mellizos en la sala.

Minutos atrás, el dúo casi tiró su puerta para poder entrar. Jamás se preocupó por robos en su larga vida. La razón: sus hermanos tenían copias de la llave de su apartamento. No, si había ruidos a la madrugada no eran ladrones si no su familia irrumpiendo en su propiedad. Tino y Fiorella intercambiaron miradas, el muchacho ánimo a su hermana a hablar y ella dio un paso al frente con un obvio pánico brotando de sus poros. Él no comprendió el problema así que se rascó la nuca cansado, sonrió adormilado, así deberían sentirse los padres estrictos cuando sus hijos les confesaban estupideces. Vaya epifanía.

—¡Me comprometí con un hombre y voy a ser la mamá de su bebé de un año! —anunció la chica a punto de desmayarse.

D'amico se ahogó con su propia saliva, la tos casi lo mató y le generó dolor en el pecho.

—¡¿Cuándo te comprometiste?! —bramó atónito.

—Hace una semana.

—¡¿Con quién?!

—Con el hermano de Meryl —murmuró su hermana.

—Maravilloso. Perfecto. Extraordinario ¿Y esa quién es?

Tino se golpeó la frente exasperado, eso lo ofendió, él tendría que estar exasperado por la falta de información que le daban sobre el supuesto prometido de Fiorella.

—Oye, hermano. ¿Te acuerdas de la mujer de la que estuve enamorado por años y que me rechazó con creces? —indagó con ironía el veinteañero.

La computadora en su cerebro trabajó a la velocidad de una tortuga.

—¡Oh, esa Meryl! —exclamó recordando a la muchacha—. Espera, ¿y quién es su hermano?

—Ya lo conoces —balbuceó la joven castaña.

Se atragantó otra vez.

—¿De dónde?

—Es el hombre que viene cada mañana a la florería.

—¿El de las margaritas?

—Sí, Jules.

—Oh, genial ¿Cómo rayos se llama y por qué nunca lo conocimos formalmente?

—Se llama Jayden, tuvimos una relación... particular y por eso no le dije a nadie.

El mellizo de la chica intervino.

—El hombre se estaba divorciando y peleando por la tenencia de su hija, Fio lo "consoló" o en otras palabras le metió lengua hasta que las buenas vibras fluyeron entre ellos mientras atravesaba este duro proceso —explicó moviendo las cejas pícaramente.

—¡Tino! —castigó ella.

Él se apretó el puente de la nariz, se encontraba tan confundido en este preciso instante.

—Déjenme pensar esto —susurró haciendo ademanes. Elevó el tono de voz y reordenó la información que tenía—. Te vas a casar con un tipo llamado Jayden que compra margaritas en la florería hace un año, tiene una hija de... pues un año y es hermano de la mujer que rechazó a Florentino haciéndolo llorar como un bebé por días. No nos contaste porque tenían una relación casual, ya que se estaba divorciando ¿Estoy en lo correcto?

—Sí —respondió Fiorella.

Asintió en shock y se giró hacía su hermano.

—¿Tú sabías?

—Obvio, tenemos una conexión entre nosotros.

—¿Y por qué me lo dicen a mí a las dos de la mañana?

—Tendremos la fiesta de compromiso la próxima semana —soltó la pobre mujer cubriéndose el rostro.

Otra bomba. Burlándose de su estupor, Tino sonrió como un demonio travieso y agregó:

—Se lo estamos diciendo a todos, empezamos del mejor al peor. Primero, llámanos a Nicolleta y arrojamos la noticia... después le colgamos. Luego nos pedimos un taxi y vinimos para acá, vamos a sorprender a Pia y Pietro más tarde. Si Fio no muere en el intento, se lo dirá a papá y mamá mañana.

Jules se dio la vuelta. Fiorella esperaba, incrédula, su reacción. Ella lagrimeaba arrepentida y temerosa de ser juzgada. Dio un paso hacia la joven, la envolvió con sus brazos y escuchó su sutil sollozó. La figura de Tino desapareció rumbo a la cocina, y él oyó a su hermana cuando empezó a hablar en susurros.

Las palabras le salían de la boca tan deprisa que no podía entenderlas aunque se lo propusiera.

Una oración, está rezando, pensó. El miedo de la mujer lo conmovió y la arrulló aguardando a que terminara. Cuando acabó, la miró.

—Estoy muy feliz por ti. También estoy endemoniadamente perdido en todo el asunto, pero si este tal Jade te hace feliz. Lo acepto. No obstante, quiero conocerlo.

Ella rió con las mejillas encendidas.

—Es Jayden, no Jade —reprochó aliviada.

—Ya sabes lo malo que soy con los nombres. Además, discúlpame acabo de enterarme de su existencia... —Rieron— ¿Puedo acompañarte para decirle a Pietro? De verdad necesito ver eso.

Florentino se sumó al abrazo con presunción.

—No te preocupes, tengo mi teléfono cargado y la cámara lista para ese momento.

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