Capítulo 32

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08/04/2018

Observó la pantalla de su móvil mientras se estiraba en los asientos plásticos -daban las 7:15 A.M-, solo para volver a guardarlo en su bolsillo y hacia una escala en el aeropuerto de Mánchester. Debía esperar hasta la 13:45 a su próximo vuelo, después directo a Irlanda. La gente iba y venía empujando maletas, corriendo apresuradamente, comprando en el Starbucks a unos metros o en los otros establecimientos que los rodeaban; él se contentó con la vista fija en los enormes cristales que permitían ver a los imponentes aviones remontado vuelo.

D'amico tenía hambre, se puso de pie y decidió ir a comprar algo para desayunar, minutos después disfrutaba de un café acompañado de una rebanada de pan de banana con nuez, pero la vibración de su teléfono interrumpió su comida. Lo sacó de su pantalón y aguantó la respiración contemplando el nombre de la pelirroja que amaba, contestó enseguida con el alma en los labios. Estaba tan emocionado que no pudo ni soltar una palabra. Ella tampoco habló y el único sonido fue el de su suave inhalación.

-¿Hada? -indagó preocupado.

-Jules... -susurró la mujer.

Se le frenó el corazón al oír su voz.

-¿Cómo estás? ¿Te va bien con tu boutique? ¿Es lindo vivir ahí? Lo siento, estoy haciendo muchas preguntas... pero siento que ha pasado una eternidad desde que hablamos.

-Jules -llamó Erin tenuemente.

-¿Sí?

-Estoy embarazada...

Jules soltó el café y éste se estrelló generando un desastre, la llamada se cortó tras eso.

Luego de confesarle su embarazo a Jules esa mañana, le colgó y se quedó dormida mientras lloraba en su cama. Soñó con su padre cantándole una canción mientras arreglaba el jardín, ella corría con su muñeca fingiendo que volaban como un par de hadas entre los rosales y entonces, de golpe, estaba en su cama con el camisón de seda rojo con el que se había acostado la noche anterior. Pero no podía moverse, su cuerpo estaba paralizado sobre el colchón incapaz de defenderse y la tormenta azotaba los cristales de la ventana.

Las sábanas empezaron a deslizarse como si alguien las jalara desde los pies de la cama, el miedo rugió en a través de sus venas y abrió los ojos batallando por levantar la cabeza. Una persona se asomó desde donde las sábanas eran arrastradas a tirones, su madre apareció viéndose joven y vibrante, la decepción en sus ojos verdes al mirar su vientre la estremeció; quiso negar o huir, pero seguía congelada.

-Recuerda lo que dije, si llegara a pasar, yo sé como encargarme del problema -dijo fríamente su mamá.

Nessa se subió sobre ella, Erin rogó por poder gritar y correr, no obstante solo pudo llorar a lágrima viva cuando las manos de su madre descendieron desde su clavícula a su estómago. La mujer que la dio a luz empezó a introducir los dedos en su cuerpo, el corazón bombeó con fuerza por el terror y con un impulso eléctrico recuperó la movilidad de los brazos, sujetó la muñeca de su madre para que dejara de hacerle daño.

-Yo sé como encargarme del problema -repitió la otra irlandesa.

Dolían, los dedos enterrándose en su carne la hacían gritar.

-¡No! ¡No! ¡No! ¡Es mía! ¡Es mi bebé! ¡No me la quites!

-Yo sé como encargarme del problema, no seas una mujer imbécil.

Iba a quitársela como había hecho con su hermana... no quería eso. Gritó hasta que se le rasgó la garganta:

-¡No! ¡Es mía! ¡Es mía y no me la vas a quitar!

-No va a sobrevivir, hija. Las O' Neal no podemos crear nada.

-¡Te dije que es mía! ¡No me importa! ¡Es mía, bruja maldita!

Sus piernas cosquillearon, podía sentirlas y las flexionó llevándose las rodillas al pecho lo más que pudo para poder empujar a su madre de una patada. Al estar libre del agarre de la mujer, saltó de la cama y... despertó al caer al suelo. Por las ventanas se entreveía la noche y una lluvia poco habitual en primavera. Rayos, había dormido todo el día, se arrodilló desorientada para proseguir a sentarse sobre su trasero, sudaba a mares por la terrible pesadilla e incluso le temblaban las extremidades.

-Es mía -dijo inconsciente al fantasma de Nessa que rondaba en su psiquis resquebraja.

Abrió los ojos sorprendida por su propia convicción. Bajó la vista a su vientre, aún no se notaba nada del embarazo y le costó creer que hubiera una persona desarrollándose en su interior.

-Oye, no sé si un embrión de menos de doce semanas puede escucharme... no quiero darte falsas esperanzas, pero es probable que no llegues muy lejos conmigo. -Precavida, colocó una mano donde suponía estaría ese ser que apenas si existía-. Tal vez te preguntes quién soy y por qué soy tan cruda contigo. Bueno, soy Erin. Tu mamá. -Se mordió los labios-. Yo tengo miedo de ti... no quiero verte... morir y tampoco tuve un gran ejemplo de maternidad. Tu abuelo solía decir que sería una buena mamá, pero la realidad es que no sé qué hacer... -Secó una lágrima de su mejilla-. Quiero que hagas algo... quiero que intentes vivir con todas tus fuerzas, puede que no me quieras mucho por lo que ya te he dicho así que no tienes por qué hacerlo por mí, pero hazlo por tu papá... no lo conoces, pero él es maravilloso y apostaría lo que fuera a que te querría con todo lo que tiene. ¿Puedes hacerlo? ¿Puedes vivir? Yo me esforzaré por hacerlo lo más fácil para ti. ¿Sí?

Mantuvo silencio después de decir aquello, prevaleció un largo rato en el piso recargada en el lateral de la cama y trató de acostumbrarse a la idea de ser mamá. Diablos, tenía serios complejos con la maternidad. Literalmente, no sabía cómo era una madre. Su tía Moira le había dado bastante amor ¿Podría tomarla de ejemplo? No estaba segura de lograrlo.

-En realidad no sé como sentirme con respecto a ti, estoy... volando. Eres mía y de Jules. Jamás pensé poder tenerte... me asustas mucho. Mi bebé... estas aquí. Maldita sea, este sería un buen momento para creer en Dios... bueno, no es que no crea, pero nunca he sido de esas personas que van a la iglesia... ¿De qué rayos estoy hablando? Santo cielo, tu mamá está nerviosa.

Escuchó golpes en la puerta, su cerebro tardó en procesar la información y cuestionó la hora en el reloj de la mesa de noche. Las nueve de la noche no eran horas para visitas, menos una que no esperaba y peor aún luego del día que creyó ser acosada por Derek. Cruzó los brazos y prefirió dejar que la visita se cansara de esperar para irse directo por donde vino, impresionantemente tras veinte minutos los golpes en la puerta seguían igual de persistentes, se levantó furiosa con el exceso de frustración haciéndola combativa y descendió por las escaleras a zancadas.

-No te preocupes -le dijo a su bebé-, soy más demente de lo que parece.

Fue a la sala, sacó unas tijeras del cajón de uno de los gabinetes y la llevó con ella por seguridad. Las ocultó detrás de su espalda, se plantó delante de la puerta de entrada y cogió el pomo con brío.

-¿Lista? ¿No? Bien, yo me encargo -declaró impávida.

Abrió la puerta solo una rendija para espiar de quién se trataba y las tijeras se le cayeron, apoyó la frente en el portal de madera con la boca seca. Lloró alto cubriéndose la boca y retrocedió para dejar entrar no solo una gélida ráfaga de viento, sino que también a un mojado Jules D'amico con una maleta gigante al interior de la casa. Mientras ella gemía entre sollozos y quejidos, él dejó su equipaje a un lado y cerró la puerta para que no se perdiera la calidez del hogar.

El hombre caminó directamente hacia Erin y está extendió los brazos para recibirlo, fue un mágico primer contacto, un avasallador abrazo que resultó en un perfecto mar de emociones y en el correcto acoplamiento de sus cuerpos. Que estuviera empapado le fue indiferente, jadeó aferrando en sus puños su chaqueta y él hundió los dedos en su cabello.

-Dios mío... eres tú -musitó hipando. Se apartó para mirarlo-. Eres tú, de verdad eres tú.

Le cogió el rostro, los ojos de Jules estaban hinchados y enrojecidos, diferenciaba las lágrimas de las gotas de lluvia en sus bellos ojos negros; las limpió con los pulgares y acarició los hoyuelos en sus mejillas con un nudo en la garganta.

-¿De verdad voy a ser papá? -indagó él cogiéndole las manos- ¿Soy papá, Hada?

Erin asintió y se le retorció el corazón cuando D'amico se puso de rodillas, abrazándola por la cintura en una desesperada muestra de amor, ella acarició su cabeza con un floreciente sentimiento naciendo en su pecho. Escucharlo llorar le ponía la piel de gallina.

-Estoy tan feliz... tan, tan, pero tan feliz que no me puedo mantener en pie -murmuró contra su vientre-. Te he extrañado. Me has hecho tanta falta, Hada... te amo... te amo y te necesito en mi vida. He venido por ti... daré cada día que me quede para hacerte feliz a ti y al bebé. Si me aceptas, seré el hombre con quien bailes bajo la tormenta y si me rechazas estaré acompañándote como padre de nuestro hijo... lo siento, estoy tan nervioso que me cuesta mentalizar mis palabras... yo...

La pelirroja tiró de él para que se pusiera de pie, cedió fácil como un muñeco a su merced y lo cogió de la mano mientras lo llevaba escaleras arriba.

-Ven conmigo, debes tomar un baño caliente y cambiarte de ropa o te resfriaras por andar bajo la lluvia -recomendó serena.

-Erin...

-Yo prepararé la cama para que durmamos juntos, aunque tal vez eso se retrase un poco porque tenemos cosas que hablar ¿Esta bien?

-Sí, es perfecto.

Efectivamente fue lo que pasó, Jules tomó un baño mientras ella esperaba recostada en la cama pensando en lo alocado que era lo que estaba ocurriendo y en estos giros que la dejaban perdida, no dudaba de que Jules realmente había venido a Irlanda solo porque oía el agua corriendo en el cuarto de baño; su llegada la tenía flotando en una marea de nostalgia, felicidad y amor. Esto sería un caos. Jules cambió su vida para venir a buscarla. Sin embargo, nada estaba hecho de cosas sencillas y honestamente deseaba que se quedara a su lado. Aunque tampoco quería arruinarlo como lo hizo con su matrimonio.

-¿Ves? Te dije que tu papá era maravilloso -comentó distraída.

El agua se detuvo, oyó una puerta abriéndose y unos pasos acercándose. Fue inevitable sonreír al ver a ese hombre de apellido italiano esperar en el umbral de la habitación a que le dijera que podía entrar, llevaba puesta la parte inferior del pijama que era de tela escocesa y una camiseta sin mangas. Dio unas palmadas en la cama a su lado izquierdo y él se acurrucó cerca de ella. Apagó la luz de la mesa de noche, le rodeó el cuello con los brazos mientras las manos masculinas le acariciaban la espalda y entrelazaban las piernas.

-¿Cómo me encontraste? -preguntó Erin.

-Cuando me llamaste estaba en el Aeropuerto de Mánchester, por cierto me molestó que colgaras después de arrojarme la noticia.

-Disculpa, yo aún estaba procesándolo -espetó con tono bajo.

Jules sonrió restándole importancia.

-Bueno, después de eso volé hasta el Aeropuerto Internacional de Shannon y de ahí tomé un autobús. Esa fue la parte fácil, cuando llegué a Adare tomé un taxi hasta tu boutique.

-¿De dónde sacaste la dirección?

-Internet, Hada. Podrás haberte mudado, pero aún usas redes sociales y promocionaste el lugar.

-Oh, es verdad.

-Entonces utilicé mis habilidades como heredero de Sherlock Holmes y cuando llegué a tu tienda empecé a preguntar a cuanta persona me encontré, les dije algunas cosas para no parecer un tipo extraño y después de horas. Créeme, dije horas. Un anciano en una tienda de relojes me habló de la granja de los Mckenna, tras cuarenta minutos hablándome de como se había peleado con la familia de tu madre, se ofreció a darme un aventón cuando acabara de trabajar y así terminé en la intersección que está a unos diez minutos de tu casa. Oh, y como tengo buena suerte empezó a llover mientras caminaba hacia aquí. Te juro que pensé que en cualquier momento saldría un hombre lobo o un loco con motosierra de entre los árboles, es muy oscuro y terrorífico ese camino.

-¿Qué "cosas" les dijiste a la gente de este lindo pueblo para que te respondieran?

-Solo la verdad, dije que soy un hombre en busca de la mujer que ama y su hijo. Nada más.

La irlandesa rió por su anécdota y él la acompañó con una risa ronca. No obstante, guardaron silencio un momento para reflexionar acerca de lo que harían.

-Jules, viniste a Irlanda. Tenías a tu familia, tus hermanos te visitaban todos los días y trabajas con Fiorella. Ibas a terapia. ¿Cómo puedes abandonar todo eso?

Él acunó su rostro y la mujer puso una mano sobre la suya para sentir su calor.

-No, Hada. Yo no estoy abandonando nada. Sí, ahora estoy lejos de ellos, pero no van a desaparecer de mi vida. Los llamaré día a día, los visitaré cuando me sea posible y ellos vendrán a donde yo esté. Soy alguien que no puede quedarse quieto, puedo trabajar de lo que sea e incluso planeo volver a ser dentista si es que lo consigo. La terapia seguirá en pie porque buscaré ayuda aquí. No abandoné mi vida, estoy tratando de ir más allá de mis horizontes para encontrar mi felicidad.

-¿Y cómo sabes que soy yo? -cuestionó angustiada.

Jules se inclinó sobre ella con su mirada oscura que la hacía inflar el pecho por aguantar la respiración.

-Erin, es porque eres mi lugar favorito. Eres tú, mi tormenta y mi paz, la guerra más ardiente y la tregua más dulce. A ti, que cantas en las mañanas y me enamoras, que bailas libre y me llevas al delirio; con tu malhumor que me hace querer pelear contigo para ver el desafío en tu mirada. Joder, si este es el famoso amor por el cual uno no vuelve a ser el mismo y nada vuelve a ser igual. Quiero que se trate de ti, que sigas siendo el motivo de mis sueños y de toda la vida que me espera. Debes saber que le faltan kilómetros al mundo, más constelaciones a esta galaxia y más estrellas comparadas con la distancia que recorrería para llegar a ti. Para amarte. Si debo huir a algún lugar será a ti, mil veces a ti, Hada mía.

-Pero las cosas no duran para siempre, Jules. No soportaría ver en ti la amargura y saber que soy la culpable.

-¿Por qué te aterra tanto, Erin? Mira lo que me has dado, viví años encerrado en mi apartamento y tú me hiciste enloquecer por darte una cita perfecta en un teatro, volé sobre el océano para alcanzarte y te juro pertenecer a ti.

-Ese es el problema, no quiero que me pertenezcas y terminar borrando lo que eres.

-Entonces perteneceré a nosotros. Erin, tú no puedes borrar lo que soy si no lo permito. No eres solo tú, aquí estoy y tengo una voz para fijar los límites. Estamos juntos en esto.

-¿Y si tengo miedo?

-Yo te llevaré de la mano.

-¿Y si no soy suficiente para hacerte feliz?

-Ya lo eres.

-¿Y si soy tan mala como las O' Neal?

-Oh, Hadita. Has demostrado que no perteneces a esa familia.

La abrumaba la felicidad. Ya no quería pensar, lo tendría ahora y al infierno con lo que viniera después.

-Me cansé, Jules. Quiero decir que sí, dejar de lado los "tal vez" y... pertenecer a nosotros, necesito tu risa... tu ternura y las tardes solo los dos. Hazme sentir que esto es infinito, eterno, que hay un universo formado por ambos y el infinito que representamos.

-Dios mío, déjame besarte y te demostraré todo lo que pides. Ahora y siempre.

-No.

-¿Qué? -cuestionó confundido.

-Yo soy la que va a besarte -murmuró seductora.

Erin subió la cabeza y lo besó, su boca había anhelado la del hombre. Cada caricia esperada por largo tiempo, llenas de electricidad e impulsadas por latidos nerviosos. No había sabido que el amor a distancia fuera tan poderoso hasta este momento teniéndolo finalmente sobre su cuerpo, muriendo en la succión de sus labios y mordiéndolo hasta hacerlo quejarse. A ella no le importó en lo más mínimo. Tenía las manos enredadas en su cabello y lo apretaba contra ella mientras avanzaba con la lengua más y más profundamente todavía. Había un océano de palabras por decir, pero su boca estaba ocupada en este instante mientras recordaba su sabor.

Pasaron una noche de insomnio, hablaron del mes separados y él le contó sobre el asunto de Pietro con su infidelidad. Le confesó que sentía haber cerrado una etapa al saber que el hijo de Cyliane había sido suyo. Tocándole el vientre le dijo lo enamorado que estaba del ser que ella llevaba en su interior. Erin le narró sobre Derek, su prima Fiona y el amorío de su padre. También reveló las profundas cicatrices que su madre dejó en su alma el día que abortó a su hermana. El pánico a padecer la maldita suerte de las O' Neal y que su bebé no sobreviviera.

El hombre la estrechó con fuerza jurándole que todo estaría bien, que podrían resolverlo juntos y ella le creyó.

Hablaron toda la noche y cuando salió el sol durmieron libres de aflicciones.

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