Capítulo 7

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19/05/2017

Jules deseó que se lo tragara la tierra en ese mismo instante. 

La mujer castaña delante de él no paraba de parlotear algo sobre una analogía entre el divorcio y un secuestro, decía que te sujetaba a negociaciones en contra de tu voluntad y que solo te marcaban para pedirte dinero. La conversación más rara y larga de su jodida vida. Miró de reojo a Pietro fingiendo tardar en el mostrador de bebidas del restaurante en el que estaban.

Lo atosigaban los candelabros, la madera de pino y las mesas de vidrio, había árboles diminutos en macetas de concreto sobre los suelos de madera oscura. Su mesa se hallaba junto a las ventanas así que podías ver a las personas ir y venir. Él quería irse, ni siquiera había tocado la carne roja que su hermano ordenó para ellos.

La señorita era agraciada en apariencia, tez bronceada y un par de ojos azules sorprendentes, un maquillaje perfecto junto una sonrisa de súper modelo y unas curvas que harían babear a cualquier pobre diablo. El problema es que hacía veinte minutos que le dijo a la dama que no estaba interesado en una relación sentimental y ella había iniciado su metáfora dando ejemplos de su propio matrimonio fallido.

—Señorita, disculpe que le diga esto cuando la conversación está tan entretenida, pero necesito ser sincero con usted —dijo con tacto—, yo no estoy preparado para tener una relación. Es una mujer agradable e inteligente, soy yo el que no desea tener citas por el momento porque estoy pasando por algo personal.

—Oh, sí —respondió ella. No obstante, contrario a cualquier cosa que hubiera esperado, la castaña movió su silla y la puso casi pegada a la de él—. Pietro me habló de lo solo que has estado estos años, créeme que entiendo lo que pasas y me gustaría conocerte mejor.

—Es que...

—Vamos, ¿qué tan malo puede ser?

—No es que sea malo, usted entenderá que solo no estoy preparado aún...

—Si no lo intentas no lo sabrás y dejemos de tratarnos de "usted", dime Sally.

Ay, mierda santa. Se quejó su cerebro. Necesitaba ayuda ya mismo porque no quería ser grosero, pero empezaba a perder los nervios con todo mundo.

—¿Cree que ese hombre tiene peluquín? —señaló a un anciano al azar para distraerla mientras sacaba el móvil.

—¿Dónde?

—Ese hombre de allí, el del saco rojo —dijo con falsa simpatía.

Escribió un mensaje y se lo renvió a Tino, ya que de sus hermanos él no trabajaba a esta hora; también le mandó su ubicación.

《PIETRO. CITA. VEN YA》

Se estremeció cuando la mujer le cogió la mano cariñosamente y sudó por la presión, ojalá que Tino estuviera allí rápido. 

Erin avanzó entre las mesas de restaurante con una expresión dura y profunda, sus labios pintados del mismo rojo que su ajustado pantalón de cuero, las miradas masculinas se fijaron en el escote en V de su blusa de tirantes negra y ella los acalló con el firme golpe de sus tacones color vino. Frunció el ceño cuando atinó a distinguir a Jules con una mujer arrimada a su brazo, tragó el chicle de menta que masticaba y de lejos también notó como Pietro se escandalizaba al verla llegar.

—Esto va a ser divertido —ironizó a la nada.

Se paró junto a la mesa donde D'amico se hallaba a punto de morir de incomodidad y apoyó una de sus manos con estridencia en la mesa, los dos "tortolos" la miraron por la impresión, el hombre demostró una absoluta incredulidad frente a su presencia.

La irlandesa se centró en la castaña que tenía los senos apretados contra el brazo de Jules, haciendo una mueca con los labios golpeó la mesa con los dedos en un rítmico repiqueteo y le sonrió con clara irritación.

—Lo siento, cariño. Ese de ahí es mi hombre así que te sugiero que lo sueltes —advirtió con tono neutro.

—¿Qué? Pero Pietro...

La desconocida soltó a Jules y este se apresuró a levantarse para salir de allí.

—Pietro no es él, lamento que tu cita se halla arruinado. Encontraras a tu media naranja un día —agregó sin interés—. Bye, bye, cariño.

Cogió a D'amico de la mano y lo incitó a ir con ella, salvo que la señorita amiga del clon de "La Roca" se estiró para sujetarle la muñeca al hombre. Erin reaccionó como un resorte y prosiguió a interponerse entre los dos para que se alejara por las buenas.

—Me estas mintiendo, él mismo me dijo que no quería una relación —acusó la susodicha castaña.

Mierda, Jules, renegó mentalmente.

Iba a decir algo, no obstante unas manos le rodearon la cintura y arribaron su cuerpo a un duro torso; el aliento masculino le cosquilleó el lateral del cuello poniéndole la piel de gallina. Se le encogió el cuerpo por un ataque de ansiedad en la boca del estómago, casi como si tuviera mariposas... No, esa basura no. Tenía un huracán haciendo estragos en su interior.

—Lo siento, Sally. Es así como son las cosas, espero que te vaya bien —musitó Jules respetuoso.

La tal "Sally" los miró como si fueran mugre cuando él la invitó gentilmente a salir, caminó sintiendo el calor de la mano del hombre cogiéndole por la cadera y no la soltó hasta que estuvieron fuera del establecimiento. En el exterior se apartaron penosos por la situación que acababan de vivir. La luz del mediodía iluminaba la ciudad, los coches orquestaban un musical de melodías con bocinas y escupían humo insano al aire.

—Hola, siento esto —saludó él con la humillación pintada en la cara.

—Hola, cariño.

De repente, Pietro salió del restaurante y Erin se cruzó los brazos bajo el pecho mientras venía hacia ellos con la rapada cabeza perlada por el sudor que le daba el malhumor.

—¿Qué estás haciendo? —exclamó La Roca a su hermano menor.

—¿Qué hago yo? ¿Qué haces tú? —bramó D'amico— ¡Me trajiste con verdades a medias aquí para tener una cita con una mujer que no conozco! ¡¿Qué diablos te pasa?!

—Trato de hacer que avances con tu vida, te presente a una mujer decente y tú la rechazas. No solo eso, también montas un espectáculo con tu amiguita.

La irlandesa frunció el entrecejo ¿Sugería que ella no era decente? ¿Amiguita? Uy, este hombre tentaba a su suerte. Forzó a sus labios a quedarse cerrados por respeto a Jules, contaría hasta 100 para tranquilizarse y...

—¡Lo que hizo fue sacarme del lío en que tú me metiste y tampoco la llames así!

—Por favor, Jules. Abre los ojos y date cuenta de lo que haces.

—El que no se da cuenta de lo que hace no soy yo.

—¡Dios mío, solo mírate! —discutió Pietro— ¿Tanto quieres arruinarte? Pues Sally también era divorciada, si tanto te gustan las mujeres problemáticas.

Ya no lo soportó, Erin caminó decidida hacia el gigante calvo y lo apuntó con el dedo con manicura.

—Escúchame bien, no voy a soportar que hables así de mí en mi maldita cara —amenazó con ira. El hombre la juzgó con severidad—. Seas quien seas, cierra la boca. Ahórrate saliva y piensa en que está mujer problemática contempla más los sentimientos de Jules que su propio hermano. Ahora con todo respeto, púdrete. Bye, bye, Sr. Prieto.

Por mucho que deseo poder reírse de la furiosa expresión del tipo al hacer un juego de palabras con su nombre y llamarlo "prieto", se giró para retirarse con su dignidad intacta. Emprendió viaje de vuelta a su coche. Escupiría fuego por la boca si fuera capaz porque realmente estaba encolerizada por la actitud de una persona así.

Oyó pasos a su espalda y la figura de Jules se adelantó para quedar frente a ella.

—Perdona eso, de verdad lo siento —farfulló él con la mandíbula apretada.

—No es tu culpa, toda familia tiene a alguien así. Gracias por intentar defenderme.

—¿Estás loca? Yo debería agradecerte, me salvaste de una mala experiencia ¿Cómo?

Empezaron a pasear juntos sin motivo y rumbo a cualquier sitio.

—Me enviaste un mensaje, cariño —anunció mostrándole el teléfono.

—Mierda, creí habérselo mandado a Tino. Lo siento, te hice pasar un mal momento.

—No te disculpes, ya pasó. Fue divertido actuar un poco.

Él se rió con los pómulos oscuros por el rubor.

—Sí... así que soy "tu hombre". Interesante elección de palabras.

—Fue actuación —aclaró ella—, pero veo que te ha gustado demasiado ¿Qué debería pensar?

—No me tortures ¿Qué me dices si vamos a comer y te regreso el favor?

Mckenna paró y lo confrontó con coqueta intención.

—Bien, pero invito yo. Tú me debes una cita para demostrarme que eres el rey ¿Recuerdas?

Ganó otra risa masculina.

—Oh, claro que te lo demostraré. Lo juro.

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