Capítulo 8

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30/05/2017

《 Hipotéticamente hablando ¿Cuál es su talle de vestido, señorita Mckenna? 》

《 Ven vestida casual, lo más cómoda que puedas. No sospeches nada :) 》

Erin releyó los dos mensajes que su futura cita le había enviado días atrás, sonrió en el interior de su auto, tras eso bajó y caminó una calle hasta la dirección que Jules le mandó esa mañana y donde finalmente se daría la famosa cita. La noche era tranquila, bulliciosa como se esperaría de la gran ciudad plagada de luces de neón que te mantenían atento a sus publicidades; hacía calor como siempre y el gas tóxico de los tubos de escape atascados en semáforos rojos te contaminaba los pulmones, pero te habituabas a ello.

Mientras avanzaba una ráfaga de culpa le arremolinó el pelo, pues a pesar de haberse jurado no mentir de nuevo... tuvo que hacerle creer a Nessa que iba a casa de una amiga para una noche de chicas. Si su madre se enteraba de que iba a salir con Jules, no quiso imaginarlo.

En lugar de eso revisó su atuendo, había seguido la petición de ir "casual", así que se puso su mono de playa blanco y unas sandalias rojas para combinar. Cruzada de brazos alzó la cabeza viendo la cartelera de neón del dadivoso teatro que exhibía el espectáculo de la hija menor del último zar ruso, Anastasia; se lo había visto venir, pero lo que no esperaba es que estuviera cerrado con varios anuncios que esclarecían en letras brillantes: horario Lunes a Viernes de 12 a 22hs.

—¿Qué diablos, Jules? —balbuceó marcándole por teléfono.

No le contestó y la irlandesa profirió quince injurias antes de que un guardia de seguridad le abriera la puerta del teatro, parpadeó confusa observando al hombre haciéndole señas para que se aproximara a él y al obedecer la dejó entrar como si nada al vestíbulo alfombrado verde.

¿Qué rayos? Su mente trabajaba para desglosar lo que pasaba, el guardia no fue muy comunicativo en esclarecer las circunstancias y su corta explicación se basó en: "Acompáñeme, su novio la está esperando, pero antes debemos ir a los camerinos".

Después de esas efusivas palabras la hizo subir por unas escaleras y tras un par de pasillos largos como una pasarela, la dejó en una habitación repleta de espejos con luces circulares, un extenso tocador y varias sillas negras. Sin embargo, lo más impresionante se erguía en la mitad del cuarto con una vanidad que le dejó la boca en el piso. Un vestido rojo al estilo princesa con escote corazón y guantes de seda blanca, la falda tenía la forma de una campana con un dobladillo en color vino; parecía un muy buen disfraz.

—Ese maldito... le dije que odiaba los disfraces. —Esas fueron las palabras que salieron de su boca, pero no podía ocultar los hoyuelos que se marcaban en sus mejillas por sonreír de oreja a oreja—. Mierda y yo con sandalias.

Ponerse el vestido la hizo esforzarse, acomodar la abultada falda y lidiar con la cremallera en la espalda consumieron casi toda su energía; sin olvidar que la seda era calurosa. No obstante, al verse en el espejo con el producto final estúpidamente se sintió una princesa a la espera de un baile en el gran salón. El sabor en su boca fue el de una fantasía infantil.

Habiendo dejado su ropa doblada sobre el tocador, al salir del camerino el mismo guardia la esperaba y su expresión reflejó asombro al verla. Entre miradas y un par de elogios más la escoltó por un laberinto de puertas, escaleras y pasadizos que la encantaron, le costó no caerse cuando se dio cuenta de que la habían llevado al escenario. Observaba todo absorta en la belleza innata de la escenografía que continuaba edificada en el espacio del escenario, una pared falsa de ventanas que daban a un paisaje pintado en tonalidades rosadas servía de fondo y un algunos pares de columnas artificiales daban la ilusión de ser el salón de baile de un noble, pero los suspiros se lo llevaba la zona para el público porque con vanidad figuraba dos balcones desde donde mirar y el techo tenía tantas luces con forma de círculos de cristal que asemejaban a tragaluces, arcos gigantes con figura de panal con flores incrustadas. Literalmente, había tantos detalles que no le alcanzaban las retinas.

¿No estoy grande para cuentos de príncipes en... Ni siquiera tuvo oportunidad de pensar, delante de ella Jules la esperaba con un ramo de flores rojas vestido de príncipe azul. En serio, era un príncipe azul. Portaba un traje de época en azul marino, como un victoriano. En el centro del escenario había un picnic con almohadas, comidas, mantas y luces de papel en colores pastel; hasta tenía un tocadiscos. ¡Un tocadiscos!

Fue imposible resistirse, Erin rebasó al guardia y corrió hacia Jules con una risa de imbécil que estremecía su cuerpo; se sostenía la cabeza emocionada.

—¡Dios mío! ¡¿Cómo hiciste todo esto?! —chilló con un hilo de voz.

El hombre rió por su reacción.

—¡Soy el rey de las citas, Hada! No deberías haber dudado de mí —alardeó haciendo una reverencia exagerada.

—¡Jules, es un maldito teatro! —exclamó iluminada.

—Es que no me gusta que me roben oxígeno —dijo a modo de chiste, pero entonces la encaró seriamente con las manos en las caderas—¿Y bien?

—¿Bien qué?

—¿Soy el mejor? Quiero oírlo, vamos —apresuró presumido.

La pelirroja apartó su cabello fuera de sus hombros, infló el pecho y alzó la barbilla con desafío. Los ojos del hombre relampagueaban mientras la contemplaban con frenesí, como un niño que esperará una estrella dorada por su buena acción. Despertaba una ternura dormida en su interior que la confundía y arrastraba hacia él para descubrir más.

—No lo sé. El teatro es lindo y todo, pero estos disfraces son muy calurosos y ha sido predecible, además tuve que hacer milagros para encontrar estacionamiento —se quejó divertida con aires de hipocresía.

Jules sonrió de lado con la ensoñación pegada a los labios, se inclinó hacia ella con un puchero fingido y terminó tan cerca que su respiración le dio un cosquilleo en la nariz.

—Eres cruel, Hada... se me parte el alma.

—Okey, cariño. Tú ganas. Eres el niño más bonito —bromeó dándole golpecitos leves en la mejilla con la palma.

—Obviamente soy el más bonito ¿Quién si no? —soltó con coquetería tendiéndole el ramo de rosas.

Ella lo cogió encantada, aunque un segundo después sufrió una especie de regresión temporal; el perfume la golpeó con un severo recuerdo de jardines, cuentos de hadas y muñecas mágicas. Dalan las plantaba para ella porque las amaba y después de su muerte nunca pudo tocarlas por la tristeza que le generaban. Siempre aclaró a todas sus parejas que jamás le dieran rosas, pero con él lo olvidó y ahora se alegraba de ello. Era como tener un beso de su padre en la frente. Dios, había pasado una eternidad desde que no percibía la esencia de estas flores de espinas. Sus ojos se llenaron de lágrimas y le asustó que se borrara su maquillaje.

—¿Hada, estás bien? —cuestionó preocupado.

—Sí... es que... esto es precisamente lo que... nada, es precioso —balbuceó casi abrazando el ramo.

—Oh, entonces son lágrimas de felicidad. —Suspiró dramático—. Me asustaste durante un minuto, tu cara decía: Mi perro acaba de morir.

—Tonto —murmuró con el calor subiendo por su rostro.

—Necesitaba asegurarme, ahora ¿qué me dices si cenamos?

—¿Lo hiciste tú?

—¡Ja! No, sería trágico morir en nuestra segunda cita. Manipulé a mi hermana para que preparara todo.

Segunda cita, él lo estaba diciendo con absoluta claridad. La abrumó un latido, tal vez le sugería que volverían a salir y a ella le rugía el pecho de imaginar que más depararía el futuro para ellos.

—No eres nada modesto, cariño —acusó altanera.

—Yo soy el rey de la modestia ¿No has visto que tenemos un teatro para nosotros solos?

Su corazón palpitaba apresurado y nostálgico.

Amaba la jodida cereza.

Jules no concebía otra idea que no fuera ver a esa irlandesa enfundada en seda con los labios rojos alrededor de una cereza brillante, debía de estar usando algún labial que provocara ese efecto luciente en ellos o él empezaría a delirar pronto de darle vueltas. Se mordió la lengua inconsciente, pero fue una buena manera de su cerebro de decirle que dejara de pensar idioteces y se concentrara en comer el pedazo de tarta que tenía entre manos.

—Esto es muy malo para mí dieta —comentó ella mordiendo una cereza.

—Ah, cierto que eres modelo —recordó inquieto—. Ustedes deben ser muy estrictas con las comidas.

—Y sí que puedes decirlo, pero ahora mismo no me importa. Soy adicta a las cerezas.

—Es tu fruto prohibido.

El hada vestida de princesa asintió saboreando la pulpa jugosa.

—Ya en serio ¿Cómo hiciste esto? —preguntó Erin con la vista fija en los asientos del público.

Él se ahogó en todo lo que había tenido que hacer para organizar la velada, consideró una manera reducida de contarle sin que cumplieran sesenta antes de que terminara. Dio un mordisco a su postre y comenzó:

—Bueno, verás... la cosa fue que... —Mordisco, la vio alzar una ceja—. Estaba esto y aquello... —Mordisco, ahora le fruncía el ceño indignada—. Después hice esta otra ultra cosa... y... ¿Piensas que el piso es de pino o caoba?

La pelirroja tomó uno de los cojines y le dio con este en la cabeza haciéndolo reír, se le cayó la tarta sobre un pastel de chocolate.

—¡Oye, tardé medio minuto en hacerme este peinado! —reprochó riendo.

—No juegues conmigo, amigo —respondió contoneando las caderas con los brazos como jarras.

—Está bien, digamos que tengo... contactos —dijo lo último con seriedad y la mujer lo miró con desconfianza.

—¿Es ilegal? ¿Sobornaste a alguien? ¿Tu hermano con cara de Dwayne Douglas Johnson tiene "negocios" extraños? —interrogó alterada.

—¿Qué? ¡No! —bramó sorprendido por su reacción—. Perturbador modo de pensar tienes, Hada. Haz visto muchas películas... en realidad, soy muy amigo del hijo del dueño del teatro y también del mismo dueño porque fueron mis pacientes cuando era dentista. Pensé que traerte aquí en una primera cita seria demasiado, así que lo guardé para la segunda. Me llevó unas semanas organizar todo.

—Admito que estoy impresiona —reveló comiendo una cereza con crema—. ¿Tienes más "contactos" de los que deba saber?

—No tienes ni idea, Hadita. Tienes que ver lo que tengo planeado para nuestra tercera cita.

Mckenna abrió la boca frente a su propuesta autoproclamada. Jules le limpió con una servilleta un desperdicio de crema en la comisura del labio enrojecido por la fruta de la tentación y la dama se puso nerviosa, pero lo superó rápidamente empedernida en tener la última palabra. A él le gustó aquella mirada de tirana despótica.

—Eres muy atrevido al pensar que querría salir contigo de nuevo como si mi opinión no valiera, no te recomiendo que lo hagas de nuevo —advirtió provocativa.

Eso fue lo que dijo. No obstante, para él había sonado como terciopelo e impudente reto.

—Tus ojos me dicen que lo quieres. Vamos, serán las mejores tres citas de tu vida. Hace unos días también me dijiste que te emocionaba estar conmigo ¿Cómo debo tomar eso?

—Nunca como un absoluto, cariño. Soy complicada y exigente, puedo cambiar de opinión muy rápido así que pregúntame adecuadamente si quiero una tercera cita.

Él podría ahogarse en esos ojos magníficos. Tal vez ya lo hacía inconscientemente. Tal vez esto era como una muerte voluntaria, como esa emoción de bella tortura que conocía desgraciadamente bien y que quería repetir por mucho que odiara.

—¿Saldrías conmigo, Hada?

La pelirroja sonrió victoriosa.

—Por supuesto.

Necesitaba despertar de ese sueño reflejado en el rostro femenino... ¡Pero ya!

—Espérame un segundito ¿Dijiste que Pietro se parece a "La Roca"?

Erin hizo una mueca avergonzada con el rubor creciendo en sus pómulos, el comentario se le había escapado, pero a él le causó tanta gracia que le dolió el estómago y se dobló sobre sí mismo incapaz de parar.

—¡No te rías! —castigó ella.

—No puede ser —balbuceó entre carcajadas recostándose sobre su costado. Aunque se calló de repente y se enderezó para cogerla por los hombros—. Aguarda, tienes razón. Pietro es como La Roca y... yo... yo soy como Brad Pitt.

Estalló a carcajadas otra vez, Erin lo observaba con los brazos cruzados y el semblante duro. Para animarla se posicionó lo mejor que pudo, acostado de lado con una mano en el cabello y una rodilla flexionada hacia arriba o así suponía que posaban los tipos de las revistas.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó la irlandesa con el mentón temblando por la risa que reprimía.

—Es mi pose favorita de modelo de ropa interior de revista, pero con mi toque especial. La llamo "vergüenza ajena", cada vez que la hago cualquier ser viviente que me ve la siente en las entrañas.

La pobre se cubrió el rostro mientras se tendía a su lado en una sacudida de risa involuntaria, Jules entendió que la mujer estaba verdaderamente feliz por el sonido de su risa; se oía genuina. Él se dejó caer boca abajo contagiado por su carcajada embriagante. Cuando el hada por fin quitó sus manos del camino, pudo verla y se extravió en las fantasías de su mente, la luz de los reflectores hacía que su cabello refulgiera en una marea de tinte rojo enredado que enmarcaba sus ojos de verdes bosques con mil historias, la piel sonrosada por el calor y la boca entreabierta sonriéndole con recelo.

—Hola —susurró ella.

—Hola —murmuró él.

—Eres la persona más particular que he conocido ¿Sabías?

—¿Por qué?

—No puedo explicarlo en palabras, eres como un préstamo voluntario de momentos inolvidables y me haces cuestionar si mereces que yo interrumpa tu vida.

Su conclusión lo hizo flotar en dudas, la mujer que él conocía no era cruel. Tal vez un poco intensa e irreverente, pero no cruel. ¿Qué podía hacerla sentir que era tan mala como para aceptar que el mundo no debía darle nada?

—¿Por qué piensas que arruinarás algo en mi vida?

La irlandesa se señaló con desgano.

—¿Ves esto, Jules? Esto es lo que quedó de una vida de malas decisiones. No fui una buena persona. Mentí, dañé conscientemente y no hice ni una maldita cosa por nadie jamás... ni siquiera por aquellos que sacrificaron todo de ellos por mí.

—¿Tiene esto algo que ver con ser una O' Neal?

La pregunta la tomó desprevenida, lo supo por el pánico en sus facciones delicadas.

—Sí, sé que suena ridículo... pero no es broma. Ese apellido es una mierda.

Para él algo así se escuchaba surreal, que un apellido tuviera tanto peso sobre alguien era extraño.

—¿Todos los O' Neal son demonios con visa en la tierra? —indagó y su chiste le sacó una sonrisa.

—No, mi prima y mi tía son las únicas que valen la pena. Pero por eso el resto de la familia siempre ha querido quebrarlas... no entiendo el motivo de semejante porquería. —Cerró los párpados y giró boca arriba—. Yo herí muchísimo a mi prima, a pesar de que me cuidó y fue una hermana para mí... aprendí a odiarla, a sentir celos por cada logro que tenía y a evitarla por la culpa que me generaba. Me arrepiento de haber sido... quien fui.

—¿Y me lo dices ahora? ¿Por qué?

—No lo sé, es que todo esto... el teatro, las cerezas y tu traje de príncipe. No quiero lastimarte porque pasaste por mucho como para lidiar conmigo.

Lágrimas cristalinas emergieron de las comisuras de sus ojos, su pecho subía y bajaba esporádicamente por forzarse a reprimir el llanto; Jules se aproximó impulsivamente con la conmiseración en la punta de los dedos y secó sus lágrimas con los pulgares. Ella lo miró detenidamente.

—Parezco una bipolar ¿Verdad?

—Sí, pero me cae bien la gente demente ¿No te hablé de mi familia?

Erin rió apretando los labios.

—Convertí la cita en una sesión terapéutica —dijo humillada.

—Hada, tranquilízate —espetó firme con una mano apartando mechones rojos—. Escucha, me gusta que hables de ti y no me importa si me dices que fuiste Cruella De Vil, por el momento me pareces una mujer agradable. Con mal carácter, pero agradable. Lastimada, pero agradable. No tienes que contarme toda tu vida esta noche, tendremos tiempo y tampoco asumas que soy el mejor hombre del mundo. Soy un hombre. Tú eres tú. Si llegamos a cansarnos el uno del otro simplemente podemos despedirnos.

—¿Así como así?

—Exacto, sin presiones —musitó comprensivo.

—Está bien. Me gusta ese arreglo.

Él asintió, pero no se movió del lugar. Estaban muy cerca, prácticamente interpretaban la escena de la Bella Durmiente con el príncipe a punto de despertarla con un beso en los labios. La mirada de la mujer se volvió pesada, ella quería que la besara... Jules lo sabía. Esta era la más dulce de las hambres que había conocido, fermentada por la suave ternura en las líneas de su rostro, y la visión de su largo cuello de cisne. Erin alzó la mano y lo acarició, sus dedos viajaron a lo largo de su piel haciéndolo congelarse, sentía como una necesidad lo consumía y apretaba su cuerpo.

Un susurro lejano rebotó en las paredes de su cráneo con el nombre de una mujer y se asustó, obligó a sus músculos a erguirse de inmediato para alejarse, Erin lo imitó confundida.

Él se masajeó la nuca, el traje de príncipe le pareció asfixiante y quiso poder arrancárselo, había creído que estos episodios ya no ocurrirían. Escuchar esa voz le rasgó el corazón. Su voz. La voz de...

—¿Jules?

Regresó a la realidad por el contacto de la mano femenina en su hombro y negó arrepentido porque sus problemas intervinieran en su cita.

—Lo siento, tuve un momento de... yo... perdona.

Dios, ¿qué pensaría ella de esa contestación? ¿No podía inventar algo mejor que la verdad sofocante?

—Fue mi culpa, perdóname me dejé llevar y rayos. Imagino que es difícil para ti hacer esto ¿Cierto?

—Sí. Escucha, no es... no lo tomes personal... —Exhaló agobiado—. Quería que esta fuera una noche inolvidable para ti y te defraudé, lo lamento. Ese es un límite que no puedo cruzar, Hada.

La mujer reapareció en su campo de visión, de pie frente a él con una sonrisa compareciente lo ayudó a levantarse y le peinó el cabello con los dedos envueltos en seda.

—Hey, ya no hagas eso... fue un desliz de mi parte, no te alarmes. Además, esta noche ya es perfecta, nos trajiste a un teatro y nos vestiste de príncipes... me siento una princesa estando contigo, Jules.

Esas palabras le quemaron como nada lo haría, el sentimiento persistente como una espina clavada en su carne lo empujaba a saltar las prohibiciones que impuso en su vida desde la muerte de su novia hacia años. Dio un paso atrás para alejarse y se acuclilló junto al tocadiscos para ponerlo en marcha, una vieja canción orquestada por violines lo precedió en lo que se colocaba en medio del escenario y extendía la mano.

—Déjame hacerte sentir aún más como una princesa y baila conmigo, te prometo que no te pisare.

Erin avanzó hasta alcanzarlo, tomó su mano y puso la otra en su hombro, él posicionó la suya en su cintura sin soltarla jamás. Maldijo, podía sentir cuan delicadamente formados estaban los huesos de su mano. Su perfume le llegó igual que la sensación de una tormenta eléctrica: cargada y mordaz. Ella dominó el ritmo, se movía en una sincronía de atractivo galardonado mientras él revivía bailando sujeto a su delgado cuerpo en una atmósfera única.

—Espero que puedas seguirme el paso, cariño.

—Guíame entonces, princesa.

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