Jules D'amico 

—Hola, Nicol. Creo que he descubierto el secreto de la vida... —Rió—. Escucho el sonido de su respiración, estamos en la cama y es de noche... estoy junto a ella. La miró, su perfil recortado por la penumbra con esas pestañas con destellos de color y sus labios donde se asoma el amago de una sonrisa. El leve, verdaderamente leve crecimiento de su vientre. Nuestra bebé durmiendo. Dios, todo esto.

Y no sé cómo, solo sé que no me hace falta nada más... aquí está todo lo que necesitaba.

Ojalá conozcas ese secreto también, te amo.

Adiós... mi pequeña, delicada y bonita hermana mayor.

Erin Mckenna

Querido padre, a mi edad ya conozco las ausencias y las promesas que duran un suspiro, incluso yo las he protagonizado. Sé de palabras dulces que atan y encierran el alma. Ya di besos robados, fríos, falsos... mágicos, y probé del complemento del deseo que revoluciona toda nuestra existencia. Mi madre me enseñó que se supone que en la vida real nadie dice frases de películas, que no hay quien cruce el océano para abrazarte cuando tengas frío, que las historias de amor son para endulzar canciones, que todos son mentirosos, que no se perdona a nadie y que dejé de ser niña cuando moriste.

Oh, papá. He desmentido cada una de esas cosas y ahora estoy enamorada de un príncipe sin caballo ni traje. Daré a luz a una bebé hermosa y le enseñaré que las hadas son tan reales como los sueños. Le diré que las rosas son las flores favoritas de su abuelo y que tiene una tía amante del amarillo.

Seré feliz, amaré, lloraré y reiré tanto como pueda.

Así cuando te vea de nuevo a ti y a la tía Moira, podré abrazarles para agradecerles haber sido mis padres.

Me dieron lo más preciado que existe... amor sincero.

Gracias por convertirme en un hada.

Gracias por mostrarme como soñar.

Gracias por amarme.