Capítulo 12

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17/08/2014

—Ah, Dios mío... ¿Profesor, eres tú? —cuestionó Ivelisse.

Asher palideció, no había esperado este nivel de maldad por parte de su hermana. Su conciencia dio un volantazo violento directo al acantilado del pánico, ver a la menor de las O'Neal parada en la puerta de la casa de Skye fue un pico de euforia con el corazón abierto contraponiéndose al miedo que le producía su mirada llena de caos. Sonrió inconsciente por lo diferente que se veía con el cabello corto hasta los hombros, tan rizado que parecía más un desastre que un estilo. Tantos meses sin verla, saliendo más temprano a trabajar para no encontrarse, rechazando sus invitaciones para salir y limitando sus contactos al mínimo. Solo para terminar aquí.

—¡Te lo dije! ¡Ni tu madre te reconocería con esas pintas que traes! —gritó Clyde desde la cocina.

Lo ignoró, su atención se concentraba en la menor de las O'Neal.

—Hola —dijo nervioso.

—Hola —repitió ella confundida. Entró en la casa sin dejar de mirarlo—. Diablos, estás... diferente.

Sí, "diferente" era una forma de decirlo, pues se había teñido de rubio y dejado crecer tanto el cabello como la barba. Erin lo alentó a cambiar de look a uno que lo hiciera ver más joven, moderno y un millar de atractivos más, pero personalmente le gustaba su antiguo estilo. Lo que hacía para contentar a su novia era abismal.

—Ya sé que me veo ridículo, no tienes que decirlo.

Ella agitó las manos mientras negaba con la cabeza.

—No, no, no. Es que... eh, no te queda mal... es que no te ves como tú. Bueno, eso es obvio... lo siento, estoy balbuceando...

—Tranquila —calmó con una sonrisa incómoda—. A ti te queda bien el corte.

—¡Ah! ¡Sí, quise probar algo nuevo! —exclamó apartando mechones chocolate de su rostro.

—Al menos a uno de nosotros le fue bien en ello.

—Sí.

Cayeron víctimas de una atmósfera desconocida e incómoda, la falta de aire lo asfixiaba como si todo el oxígeno de esa parte del estado de Arizona se hubiera evaporado, sumergiéndolos a los dos en un mal sentimiento y acarreando los asuntos sin resolver que existían entre ambos.

Su hermana lo había invitado a una noche de juegos para celebrar su cumpleaños, pero nunca mencionó que Ivelisse fuese a venir.

Rezó porque alguien lo salvara.

—¡Ivy! —exclamó Timothy apareciendo de la nada y corriendo hacia la mujer—¡Ivy! ¡Ivy!

Ella se agachó para recibirlo, su sobrino saltó en sus brazos llenándola de besos y abrazándose a su cuello mientras lo cargaba.

—¿Cómo has estado, amor mío? —cuestionó la hija de Moira al niño.

—¡Bien! ¡Mamá cocinó hamburguesas, pero no me deja comer porque me duele la pancita! —Timothy levantó la camisa de su pijama para enseñarles su estómago—¡Me duele la pancita!

—¿Te duele la pancita? —Siguió Ivelisse.

—¡Sí!

Ella rió, Asher permaneció en silencio observando como interactuaba con su sobrino y un golpe de nostalgia apaleó su pecho, con perspicacia llamó la atención del niño para decir:

—Es por los abdominales que estuviste haciendo, Timmy ¿Por qué no le cuentas a Ivy?

El rostro infantil se iluminó y ella lo confrontó con escepticismo.

—¿Abdominales? ¿En serio? —musitó Ivelisse.

Él le sonrió y levantó los hombros.

—Ivy, no escuches a este hombre —avisó Skye apareciendo con un vestido rayado que la hacía ver como una presa de la correccional. Tomó a su hijo para besarlo—, es porque alguien comió mucha comida chatarra con su papá esta mañana.

Él cerró la puerta mientras ellas se abrazaban, luego Ivelisse se dirigió a la cocina para saludar a Clyde.

—No me dijiste que vendría —acusó disconforme.

—Es mi cumpleaños, es mi amiga y no me importa que complejos tienes con ella.

—Te dije lo que pasó.

—Yo invité a tu novia, si no quiso acompañarte no es mi problema. Además ¿Vas a fingir que no te alegra verla? —indagó mirándolo como una sabelotodo.

Apretó los dientes.

—Sí, me alegra.

—Excelente, quita tu cara de "tengo retortijones" y vamos a pasarla bien.

Incorrecto. Esa fue la palabra que se figuró en su mente, ya no era un adolescente que no podía controlar sus vicios ni tampoco era tan viejo como para presumir haber resistido las tentaciones de la vida; quedarse significaba romper su promesa con Erin. Pero necesitaba por esa noche sentirse como su antigua versión de él, regresar el tiempo a cuando no tenía el pelo de un rubio que no le gustaba y donde podía pasarse la madrugada hablando con su... amiga de su día. Dio el paso que lo perjudicaría, cedió a los demonios que murmuraban en su hombro y fue a perderse en el ambiente familiar.

A Skye le gustaban las cosas simples, pasaba sus cumpleaños comiendo chatarra y comida llena de grasa. También jugando juegos de mesa, bailando o escapando con su novio —quien ahora era su esposo—, a pasear por la ciudad a merced de la noche. Prácticamente como lo hacía desde los quince años.

Y fue lo que hicieron. Se atiborraron en hamburguesas que trajeron anécdotas del pasado, bebidas llenas de azúcar muy malas para la salud que despertaron una discusión sobre la diabetes y finalmente un pastel de chocolate con un par de velas con el número 32 sobre ella que los obligaba a cantar una humillante canción de feliz cumpleaños. Timothy se quedó dormido después de un beber su segundo vaso de jugo de manzana mientras ellos jugaban la segunda ronda de Monopoly, donde Clyde y él terminaron arruinados.

Próximamente siguieron con El Juego de la Vida, Skye fue la ganadora al llegar a ser millonaria.

¿Por qué esto le gustaba tanto a su hermana? Pues porque si perdías debías cumplir un reto.

—Hiciste trampa —dijo él irritado sentado en el sofá junto a su amigo viéndola sonreír diabólicamente.

—Obviamente que hizo trampa, solo mírala... ves la maldad en sus ojos —concordó Clyde observando a su esposa de rodillas en el suelo alfombrado mientras esta guardaba el juego de mesa.

—Ustedes dos son malos perdedores —comentó Ivelisse bebiendo de una lata de soda sentada al lado de Skye.

Asher apoyó la barbilla en su mano en lo que se inclinaba hacia adelante para que lo escuchara claramente.

—¿Yo soy mal perdedor? ¿Quién se puso histérica y no quiso pagar cuando cayó en mi hotel en el jodido Monopoly?

—¡Es que no tenía dinero, si te lo daba perdía el juego! ¡Siempre caigo en hoteles o en la cárcel! —bramó sobresaltada.

La energía tiraba de ellos como si no hubiera pasado el tiempo.

—Era mi propiedad. Tenías que pagar, Reina de los marcianos —recalcó taimado.

—¡Ja! Yo abré hecho escándalo, pero fuiste tú el que perdió, profesor.

—Tú también perdiste.

—Pero no dos veces al Monopoly.

—Touche —se rindió sonriendo y ella se burló de él.

Su hermana buscó algo en el aparador, regresó con paso veloz hacia ellos tres y les tendió a cada uno un papel de color distinto que no alentaba nada agradable para su dignidad; el reto de ser los perdedores estaba escrito en aquellos cuadros de cartulina.

—Nadie va a terminar arrestado otra vez ¿Cierto, amor? —mencionó Clyde con alarma.

Ivelisse se ahogó con la soda.

—¿Perdón? ¿Qué dijiste? —preguntó preocupada.

—No escuchaste mal, Skye se toma muy a pecho los retos —alertó Asher estudiando su papel con recelo.

La madre de Timothy se cruzó de brazos con altanería, caminó hasta su esposo y se sentó en su regazo a sabiendas de que todos esperaban una explicación.

—Hay una condición que ustedes dos deben cumplir antes de dar vuelta sus tarjetas —advirtió su hermana a él y a su amigo aguantando la risa. Clyde se golpeó la frente mientras la abrazaba por la cintura—. Como perdieron dos veces, compartirán la prenda del otro y la harán juntos.

—No me gusta cómo te estas riendo —dijo temeroso.

—Vamos, no fui tan cruel este año, den vuelta sus tarjetas —alentó Skye.

Asher chasqueó la lengua y lo hizo. Leyó lo que tenía que hacer. No era malo en absoluto, en comparación a otras estupideces que le habían tocado hacer en ocasiones parecidas. No avistaba la malicia de su hermana en esto. Sin embargo, quedaba ver qué le tocaba a su amigo porque tendría que hacerlo también.

—Bailar You' re the One I Want —leyó de acuerdo con su castigo.

—Usar tacones de treinta centímetros —agregó Clyde con los labios apretados en una línea, su esposa se estiró para besarlo en la mejilla.

Ahí estaba la malicia.

—Diablos —murmuró sin salida.

—El mío dice bailar a ciegas con... no dice más —contestó O'Neal enseñándoles su papel verde.

Skye lo tomó confundida, soltó una risa avergonzada y se cubrió la cara con las manos sin que los demás entendieran.

—En este iba a escribir "Bailar a ciegas con mayonesa en los pies", pero después recordé que no tenía mayonesa y lo descarté —aclaró ella apuntando el papel—. Olvidé sacarlo de la baraja de tarjetas... descuida, tú baila con los ojos vendados y listo.

Tanto él como Clyde quedaron estupefactos.

—¿Tú la vas a perdonar y la vas a dejar libre así como así? No lo puedo creer —exclamó Asher.

—Me dio un regalo genial.

—Yo también.

—Es mi amiga.

—Yo soy tu hermano.

—Exacto.

La encaró con ojos entrecerrados y el ceño fruncido, Ivelisse no resistió por lo que se carcajeó con las manos en el estómago para después chocar los cinco con la otra mujer.

—Ay, esos tacones van a hacer que se me hinchen los pies —se lamentó el padre de Timothy.

—¿Eso es lo único que te preocupa? Vamos a bailar una de las canciones más legendarias del 1978 en Reino Unido a treinta centímetros del piso —le recordó.

—Mierda —escupió Clyde—. Asher, si muero hoy te dejo mi reloj.

—Si yo muero te dejo mi despertador.

—Avaro.

—No te quejes, tiene una luz que se enciende para que veas en la oscuridad y me costó la mitad del salario.

—¡Vamos, arriba señores! ¡No sean llorones! —gritó Skye alejándose del regazo de su esposo y corriendo para traer sus tacones.

Lo que siguió a ello fue una tortura materializada en dos pares de tacones —varios números más pequeños que sus pies—, que los llevó a torcerse los tobillos una cantidad peligrosa de veces superior a las caídas rotundas que sufrieron durante el viaje del sofá a la zona que habían despejado de obstrucciones para no morir en el intento. Ivelisse tenía un pañuelo cubriéndole los ojos y padecía una terrible desorientación luego de que su hermana le hiciera dar unas treinta vueltas. Asher se sostuvo de las paredes porque no podía poner un pie frente a otro sin precipitarse al suelo.

—Hey, Asher... —llamó Clyde al otro extremo de la habitación. Empezó a caminar como un profesional, un profesional a quien le temblaban las rodillas como un ciervo recién nacido—. Tacón. Punta. Tacón. Punta.

—¿Cómo diablos puedes moverte? Maldito seas —exclamó muerto de risa.

El hombre se giró y lo miró con aburrimiento.

—¿Cómo crees que seduje a mi esposa? Los tacones son sexys. Es pan comido.

—¡Oh! ¿Pan comido? —cuestionó Skye acercándose al padre de su hijo.

Clyde se puso en guardia y la música empezó a sonar.

—¡No! ¡Amor, no! ¡Déjame! ¡Skye! —bramó el pobre tratando de huir de su esposa.

—Solo quiero verte de cerca, no corras —murmuró ella acechándolo. 

Asher se resbaló cuando la voz de John Travolta inició el calvario.

Estalló la música y ella ni siquiera sabía dónde estaba espacialmente, al segundo en que John Travolta empezó su espectacular dueto quiso hacer un movimiento de baile, pero no se esperó que alguien se colgara de sus hombros y la desequilibrara de repente.

—¡Mierda! —chilló por el peso extra.

—Espera, Ivelisse. Si me sueltas me mato y te mato en consecuencia. Dame un segundo.

Se le erizó la piel del cuerpo, Asher la tenía cogida por los hombros y la explosión de sus sentidos maximizados por la ceguera fueron tan extremos que le secó la garganta. La canción la animó a prestarle atención, su letra aullaba con exactitud lo que ocultaba:

Tengo escalofríos

Que se están multiplicando

Y estoy perdiendo el control

Porque el poder que estas proporcionando

¡Es electrizante!

Él estaba temblando, el calor de la palma de sus manos atravesaba el suéter amarillo que llevaba y la fuerza que imprimía para no caerse la angustiaba... la canción la anudaba; su aliento le cosquilleó la frente. Ella llevó las manos a su hombro y cogió las suyas tirando de él para que se aproximara.

—¡Baila conmigo! Tú caes y yo caigo ¿No?

No queda nada

No queda nada por hacer

Si él tuvo objeciones se las tragó porque no discutió y bailó a su paso, rígido por la poca estabilidad.

Tú eres lo que quiero

Eres lo único que quiero

Uh, uh, uh

Cariño, lo único que quiero.

Eres lo único que quiero

De repente, Asher hizo un movimiento brusco, temió que se hubiera caído, pero en cambio la tomó de la cintura y empezó a moverse con el emocionante ritmo. Sacándole un jadeo de sorpresa, seguro se había desecho de los tacones porque de lo contrario era imposible.

Lo único que necesito

Oh, sí. Efectivamente

Bailaba genial, él sabía moverse y la llevaba con sus pasos apresurados haciéndola retroceder para luego regresar, girándola sobre sí misma como una bailarina; provocando que riera como una mujer feliz.

Si estas lleno de afecto

Y eres demasiado tímido para transmitirlo

Reflexiona en mi dirección

Siente tu camino

Dios, lo sentía respirar a través de ella. El escaso contacto entre sus cuerpos era una enfermiza obsesión, se habían despojado de los gestos inútiles y bailaban con la flaqueza de la debilidad humana de acoplarse el uno al otro.

Madurare, porque necesitas un hombre

Necesito un hombre

Que me mantenga satisfecha

Lo escuchó reír y algo en su interior flotó a la deriva, había una rara telepatía entre sus corazones, una frecuencia íntima, una complicidad nacida de lo intangible y lo inexplicable, no requería que hablaran pues había una conversación muda... que le gustaba.

Madurare, lo voy a demostrar

Más vale que lo pruebes

Mi fe está justificada

¿Estas segura?

Sí, estoy segura de que en el fondo...

Debería estar molesta con él por haberla olvidado, una parte le guardaba rencor y la otra lloraba porque la euforia le rompía las costillas de tenerlo ahí.

Tú eres lo que quiero

Eres lo único que quiero

Uh, uh, uh

Cariño, lo único que quiero.

Eres lo único que quiero

Giró y cuando volvió a posicionarse, Asher pegó sus cuerpos para fundirlos en un abrazo que se ajustaba firmemente a su cintura. Ivelisse no respondió, pero podía imaginarlo con la claridad de una ilusión volátil. Su boca, su rostro pálido mirándola ensombrecido, su fuerza y la pasión en su respiración, sus ojos serios de lluvia invadiéndola lenta e inmisericorde. El corazón le dolió.

Lo único que necesito

Oh, sí. Efectivamente

Un grito los empujó a los dos a apartarse, se arrancó el pañuelo de los ojos para ver a Clyde tirado en el piso con Skye sentada en su espalda destornillándose de la risa completamente roja. Vacilante, observó a Asher parado a centímetros y descubrió que ya no tenía los tacones, lo que justificaba su fluidez repentina al bailar, no obstante lo que de verdad la asustó fue la mirada que le dirigía. Juraba que se comparaba a la que Jules había tenido cuando le contó sobre la muerte de su novia. La desolación, la añoranza y el... el amor.

¿Estaría demasiado mareada? ¿Debería preguntarle? ¿La curiosidad no había matado más corazones que gatos?

Optó por callar, perdida en la avalancha de su corazón despiadado rugiendo furioso en su cabeza, se forzó a sonreír hasta que las conversaciones triviales terminaron y después de un rato, los padres de Timothy se prepararon para irse. Una sorpresa para Skye, nada más. Ella se quedaría para cuidar al niño durante esa noche, más tarde cuando regresaran la llevarían a su casa. Se despidió de ambos en la puerta con una abrazo corto y no entró hasta que el coche se fundió con la lejanía del horizonte de grava.

Asher se recostó en el marco de la puerta, él aguardaría a que el taxi que había llamado llegara a buscarlo.

Víctimas de la oscuridad se mantuvieron callados, el vecindario consumió los sonidos y les regaló espacio. Un mal presentimiento la embarcó en una marea alta de ansiedad que ni las estrellas sobre sus cabezas consiguieron eliminar, el viento corría sin objeciones y arremolinó su cabello contra su rostro.

—¿Ese fue tu regalo? —preguntó Asher.

—Sí y no, yo solo contacté a Clyde con el guardia de la piscina pública —respondió con la manos en la espalda—. Lo que ellos hayan arreglado es por cuenta de tu amigo.

Él negó con la cabeza.

—Está loco como para hacer todo esto solo para nadar un rato.

—Es lindo de su parte. A Skye le encanta la playa, pero Tucson no se encuentra precisamente próximo al mar. Ustedes crecieron frente a una ¿No?

—Sí, mi mamá tiene una casa en la playa.

—Debe ser lindo.

—Es increíble hasta que te encuentras con una lluvia de excremento de gaviota sobre su coche.

Rió, pero no demasiado. El coraje había comenzado a brotar en su sistema nervioso, ya no podía guardar silencio por más tiempo porque estaba harta de limitarse a que los demás estuvieran listos para ser sinceros, hoy tomaba las riendas de lo que quería y quería que Asher le dijera por qué demonios se había catapultado fuera de su vida sin ni siquiera una despedida o una razón que justificara su distanciamiento. La dejó con nada y mil demonios que preguntaban a todas horas desesperados por un por qué.

—Asher —llamó.

—¿Sí?

—¿Por qué desapareciste?

La miró fijamente y sonrió, fue la sonrisa más falsa que vio en su vida. La ira clavó sus uñas en sus palmas sudorosas.

—¿Qué dices? Yo no desaparecí, aquí estoy.

—Sabes a lo que me refiero, no me mientas, yo jamás te mentí en la cara tan descaradamente —acusó decepcionada.

—Me mentiste cuando apenas te conocía.

La frustración le pateó el estómago, avanzó hasta él y plantó una mano junto a su cara, notó la impresión en su expresión.

—Yo te pedí disculpas por eso, nunca más volví a mentirte y tú lo estás haciendo ahora. Dijiste: no te veré por un tiempo. Cualquiera imaginaría que sería un día o dos. No tantos jodidos meses —dijo con veneno—. Ni siquiera me dijiste porque, yo te apreciaba y me dejaste pensando que había hecho algo mal, que lo había arruinado... que nunca te importó toda la estúpida basura que pasamos.

—Tú no hiciste nada... no te culpes... no lo hagas.

—Entonces, por favor, dime la verdad. Es lo único que te pido.

—No quiero.

—Pero yo sí y lo necesito. Ten el coraje de decírmelo a la cara, sea lo que sea.

—Dejémoslo, créeme que ninguno saldrá bien de esto si lo sabes.

Eso la enfadó más.

—¡No lo sabes! Tú no sabes lo herida que me siento... ¿Hice algo? ¿Dije demasiadas idioteces? ¿Te molestaba? Solo necesito que me lo digas, permíteme darle un cierre porque ya estoy cansada de sentir que lo arruiné.

—Ivy, te juro que no eres tú. Nunca fuiste tú...

—¡Entonces dime!

Asher se apartó y salió de la casa, caminó afligido con la manos detrás de la nuca hasta una maseta con un árbol solo para volver con ella de nuevo. Dios, sí que estaba inquieto. Él movía los brazos nervioso y le costaba articular palabras. Por su lado, no entendía que pasaba.

—Siento algo por ti, Ivy —confesó mirándola a los ojos.

A ella se le frenó el corazón.

—¿Qué? —susurró sin voz. Él se rascó la cabeza, pero cuando iba a responderle ella entró en pánico—¡Espera! ¡No lo digas! ¡No lo repitas!

—¿No querías la verdad? Es esa —admitió alzando los brazos en su dirección.

—¡Esta bien, ya basta! Es que... no... ¡Mierda! —Se tapó los oídos saturada por la noticia—. Oh, Dios... es muy malo.

—Ya lo sé —aceptó avergonzado.

—Erin va a odiarme.

Como una treta cruel, el taxi estacionó delante de la casa y tocó la bocina.

—Ella ya lo sabe —avisó Asher apresuradamente.

—¡¿Qué?! —gritó consternada.

—Tuve que decírselo, yo no quiero engañarla y... necesito alejarme, Ivy. No puedo manejar lo que pasa cuando estamos en el mismo lugar, lo que pasó en mi casa la última vez que nos vimos... lo que pasó cuando bailamos... si sigo viéndote terminaré haciendo algo de lo que nos arrepintamos.

Se le había ido la voz, literalmente estaba en shock sosteniéndose de la puerta porque si no colapsaría en el piso y... sus ojos se nublaron por las lágrimas.

—Asher, yo...

—No tienes que decir nada, Ivelisse. Es mi culpa. —Se dio la vuelta para irse—. Adiós... cuídate por favor, eres demasiado importante como para dejar que esto te derrumbe.

Mientras lo veía subirse al auto se le estrujó el alma.

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