Capítulo 15

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25/05/2015

—¿No vas a venir hoy? —preguntó Asher molesto al teléfono.

—Cuidado con como me hablas, voy a comer con un importante diseñador. No voy a perder la oportunidad —contradijo Erin.

Él soltó el cuchillo y dejó se cortar la maldita cebolla que le irritaba los ojos, le dio la espalda a la encimera para salir de la cocina y dirigirse a los enormes ventanales en la pared oeste del apartamento. La noche había caído hacía dos horas ya, el cielo nocturno contaminado por las luces de la ciudad se robaba las estrellas con egoísmo y los privaba de la libertad de observar los cuerpos celestes. Esta era la décima noche consecutiva que cenaba solo, sabía que ella vivía por el mundo del diseño y el modelaje, pero la extrañaba.

—Está bien —comentó tranquilizándose—. Ten cuidado, llámame cuando vayas a volver.

—¿Acaso no confías en mí? No me gusta que me controles así.

—No dije eso, quiero saber a qué hora llegas para poder recibirte.

—No necesito que me estés cuidando todo el tiempo. Adiós —respondió y colgó.

—Genial —exclamó furioso.

Una hora después, comió varenikes mirando un documental histórico de la batalla de Midway. Se acostó en la inmensa cama y tuvo que esperar a las 4:00 A. M para sentir el calor de su esposa, la abrazó por la cintura con necesidad de cercanía y por fin pudo dormir.  

—Tienes que ahorrar mucho, Lissy —dijo su madre.

Ivelisse le cepilló el cabello con cuidado, los hilos de ceniza y escarlata se deslizaban como seda entre las hebras del peine rosado que tenía en las manos. Moira acababa de terminar de bañarse, llevaba su camisón de dormir y como su hija deseaba consentirla pasaba un poco de tiempo con ella.

El mundo era menos cruel a su lado.

—¿Para qué? —cuestionó confundida—¿Quieres algo?

En ocasiones, su madre confundía sus recuerdos con sus pensamientos, asustándola por las consecuencias de la edad y el daño de las enfermedades que ya ahuecaban sus huesos descalcificados.

Empezó a trenzar el cabello canoso con diversos mechones rojos.

—Necesitamos un auto.

—¿Sí? —susurró tomándoselo a broma.

—Sí, tú y yo vamos a viajar —afirmó la mujer mayor con solemnidad.

Eso le extrañó, no tenían planes de ir a ningún sitio y sus vacaciones estaban bastante lejos. Aunque si debía ahorrar para un auto... con su salario tardaría bastante. Se asomó delante del rostro arrugado de su madre para hacer una mueca exagerada de fingida incredulidad. Moira la contempló con los bosques en sus iris ensombrecidos por la mesura de sus fines desconocidos, Ivelisse sintió que su piel se erizaba bajó su mirada penetrante y se sentó en la cama con la suavidad de un suspiro.

—¿Qué pasa mamá?

La más anciana de las O'Neal le tomó de las manos, el Parkinson hacía que temblarán y la sensación que le transmitieron fue una respuesta sin necesidad de ser dicha. Una vez cuando era más joven, su madre le había confesado tener una lista de deseos que añoraba cumplir antes de morir. Por instinto se recostó en el regazo de la mujer que la dio a luz, cerró los ojos disfrutando del amor que nacía de la caricia de esa mano en su cabello, respiró pesadamente dándose cuenta de que a su edad ya no le temía a la oscuridad, ni a los fantasmas, ni a la soledad, sino al hecho de nunca más poder sentir esta caricia de nuevo.

—¿Cómo es que siempre sabes qué ocurrirá?

—Veo cosas, a veces en sueños y a veces mientras me quedo en silencio. Muchas personas me dijeron que era una bruja ¿No es gracioso? —contestó la anciana irlandesa animada.

A su hija no le resultaba divertido.

—¿Es poco tiempo? —balbuceó intentando no llorar.

—No. Es mucho, pero no tanto como quieres. Es solo suficiente.

—¿Suficiente para qué?

—Para que afrontemos el caos y contemplemos el ojo de la tormenta.

Contando con un tiempo límite desconocido, Ivelisse se fundió con la calma de su persona favorita.

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