TV

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Fue como un deja vu. Repentinamente se sintió como un niño pequeño en casa de sus padres.

Nagito acababa de regresar del trabajo, pero algo le dijo que había vuelto del colegio, de las clases extraescolares que le mantenían ocupado hasta tarde, cuando la luz del sol era insuficiente y las luces se encontraban encendidas.

La figura de su novio sentado en el sofá se transformó en la de su padre: el cabello castaño y picudo pasó a ser rosado y esponjoso, la fanta de naranja en su mano se convirtió en una lata de cerveza y el programa de TV que estaba viendo, en cualquier serie absurda que despistara la atención del adulto.

Miraría a la cocina y vería a su madre preparar la cena. Tendría las cejas fruncidas al punto de dejar arrugas en un futuro que no tuvo, y una mirada hostil dirigida a su marido. Entonces se daría cuenta de la presencia del pequeño y fingiría una sonrisa.

- Bienvenido de vuelta, Nagito. - Diría.

Pero no lo dijo, porque ella no estaba ahí y su padre tampoco. En su lugar, Hajime lo miraba preocupado por estar demasiado tiempo estático frente a la entrada sin decir nada.

- ¿Nagito?

- O-oh, lo siento, me espacié un poco. Estoy en casa.

El albino sonrió tan falsamente como su madre solía hacer y quiso reír al pensar que aprendió de la mejor. Subió al dormitorio sin reparar mucho en Hajime porque, si algo había aprendido del poco tiempo que vivió con sus padres, fue una cosa: Si alguien está viendo la TV, es porque está enfadado.

Ellos lo hacían constantemente. A menudo gritaban y discutían cuando pensaban que Nagito no podía escucharlos desde su cuarto de infancia. Cuando el pequeño aparecía en el campo de visión de alguno de los dos, ambos se callarían, fingirían estar bien y seguirían con sus vidas como si nada, pero sin dirigirse la palabra.

Cuando sus disputas se producían justo antes de comer, encendía la TV para excusar el por qué no hablaban durante ese corto periodo de reunión familiar. Nagito recuerda haber comido con muchas prisas en esos días, porque no soportaba ver como su padre bebía de más y se reía con bromas que no eran divertidas, ni como su madre trataba con violencia los cubiertos y miraba con asco todo lo que se cruzara por su campo de visión. Todo, excepto Nagito. Como si creyera que por no mirarlo no se daría cuenta de lo que pasaba entre los dos. Y Nagito odiaba esa necesidad de mantener la imagen. Siempre fue igual: Una familia unida a los ojos de los demás pero, en la intimidad, un matrimonio roto por gritos y peleas.

En su noveno cumpleaños pidió de regalo una radio. Sus padres se extrañaron de que no pidiera un juguete, pero ahora recuerda que esa radio verdeagua fue su mejor amiga hasta que sucedió el accidente. Cada vez que las paredes no eran lo suficientemente gruesas para acallar las voces, Nagito la encendería y pondría cualquier canción. Esa radio significó para él un pequeño escape de la realidad, un pequeño viaje a un mundo donde sus padres no se odiaban y eran una familia unida por lazos de amor y cariño.

Antes de tenerla, solía salir de casa con la excusa de pasear con su amigable perro, su primer mejor amigo. Pero tras el accidente de coche a los 6, se quedó solo en esa casa de mentiras. Entonces sus tardes se redujeron a tiempo leyendo y tapándose los oídos lo mejor que sus pequeñas manos podían.

Con 11 años sus padres se cansaron de fingir frente a él. Dejaron de parar sus discusiones incluso cuando Nagito estaba presente. En cierta parte, se alegró de que las mentiras desaparecieran. Debió estar agradecido, porque eso era lo que quería. Sin embargo, solo se sintió más incómodo y tenso. Muchas veces dejó la comida a medias para huir de sus voces y no les importó. Muchas veces se arañó la piel por la ansiedad que le provocaban sus gritos y no tuvieron el interés de preguntarle. Muchas veces se encerró en su cuarto y ni siquiera notaban que no estaba hasta horas más tarde, cuando preguntarían "¿Qué pasa?" y el pequeño respondería sinceramente. Entonces ellos dirían "Es una tontería" y probablemente lo era. Nagito debió estar sobreexagerando la situación. Que se enfadaran hasta el punto de que olvidaran su alrededor no debería afectarle tanto. Si fuera un gran problema se hubieran divorciado, ¿no?

Solía sentirse culpable del matrimonio de sus padres. Se sintió responsable de que no se hubieran divorciado y seguido felizmente con sus vidas por separado. Probablemente su familia estaba rota por su culpa. No debería quejarse, no tenía derecho a quejarse. Tampoco debería afectarle tanto. Que pasara muchas tardes llorando era por su propia incompetencia, ¿verdad?

Antes de poder superar su "berrinche irracional sobre pequeñas cosas", sus padres murieron en el más inesperado y desafortunado accidente de avión de la historia de la humanidad. Otro suceso que confirmó su joven teoría sobre un ciclo de buena y mala suerte, donde la mala suerte es la muerte de sus padres y la buena, la liberación de todas esas peleas familiares porque, sorpresa, ya no tenía familia.

Si la gente normal suele dejar flores en las tumbas de sus seres queridos, Nagito dejó su radio verdeagua. Ya no iba a necesitarla, y era su forma de pedirles a sus padres que no peleen también allá donde estén. Sabía que una TV sería más efectiva para detenerlos, pero no había forma de que colase una en el cementerio. Esperaba que la pequeña radio fuera suficiente. Además, así al menos, si se ponen muy ruidosos, sus vecinos podían utilizarla para distraerse, así como él solía hacer.

Al día siguiente, la radio ya no estaba ahí. Quizá el guardia de seguridad la quitó, o más probablemente alguien la robó, pero a Nagito le gusta pensar que se la llevaron al cielo y que le están dando un buen uso.

Nagito creció detestando la TV. Le parecía un despropósito, una pérdida de tiempo. La vio en días que se sentía triste o enfadado con la vida, pero ver las noticias o películas que relataban las desgracias de su vida con efectos especiales solo le hacían sentir más vacío.

El albino no se dio cuenta de en qué momento había encendido su teléfono y había puesto música. Tampoco de cuando empezaron a caer las lágrimas.

- Estúpido... ya habías superado todo esto. - Se reprendió a sí mismo.

Miró el reloj y supo que había estado absorto unos treinta minutos. Era tarde, probablemente debería volver y hacer la cena.

Su novio seguía frente al televisor viendo alguna especie de película de acción, de esas que no le gustan a Nagito. Le trajo un escalofrío, recordándole que Hajime debía estar enfadado y, por el programa puesto, deducía que con él.

Se dirigió a la cocina y abrió el frigorífico. Aún tenían sobras de un curry que Hanamura preparó para todos el día anterior. Probablemente a Hajime le apeteciera mucho más comer eso que cualquier cosa que sus asquerosas manos pudieran preparar, así que sacó un par de raciones y las calentó en el microondas.

- ¿Qué estás haciendo?- Preguntó el castaño desde el sofá. Su tono era plano, como si estuviera absorto en otra cosa. O como si realmente no le importara, pensó el albino.

El microondas sonó inmediatamente después, así que Nagito optó por no responder a favor de mostrarle lo que era. Sirvió las raciones en un par de platos y lo llevó al comedor. Hajime fue a acercarse pero, justo en ese momento, el teléfono del castaño sonó. Él lo recogió y respondió rápidamente, viéndose algo preocupado, pero al mismo tiempo entretenido, sarcástico y perezoso. Por la conversación, Nagito pudo deducir alguien estaba en problemas y necesitaba a Hinata. Sonrió internamente, el castaño era la persona más confiable de todo el grupo, así que era normal que le buscaran cuando sucedía algo. Estaba agradecido de que Hajime fuera pareja de alguien como él.

- El último invento de Kazuichi explotó y necesita ayuda. Vuelvo enseguida.

Hajime salió de la cabaña. Nagito siguió poniendo la mesa con calma. Primero las servilletas, luego los cubiertos, los vasos y el pan. Cuando ya no supo qué más hacer, añadió una pequeña vela en el centro de la mesa. Con eso solo consiguió entretenerse 10 minutos.

Finalmente se cansó de esperar y se sentó en el suelo frente al televisor. Abrazó sus rodillas y empezó a ver la película que su novio dejó puesta.

Tal y como había imaginado, no era más que una trama cliché sobre el secuestro de un avión y su inminente colisión. Sin embargo, estaba muy mal representada: En una situación así las personas no se dividen en protagonistas y extras, sino que todas son importantes. Gritan por misericordia, se revuelven en sus asientos, abrazan a sus seres queridos, llaman una última vez a sus amigos, rezan a cualquier dios que haya por la salvación, entran en pánico, hay mucho más llanto; y definitivamente no aparece un superhéroe para salvar el avión y a todas las personas que dentro se encuentran. En un accidente de avión no hay un final feliz ni salen todos los pasajeros vivos, con suerte uno o dos, que cargarán con la culpa del superviviente por el resto de sus vidas, así como lo hizo él.

Lo mucho que le hubiese gustado que su avión hubiera sido rescatado exitosamente como en la película, que sus padres hubieran vivido, que no acabara en tragedia. Es por eso que odia la TV: muestran una ficción absurda que solo sirve para fingir que las cosas están bien, ignorar los problemas que los hacen enfadar y ver eventos que le recuerdan a su pasado, pero sustituyen su final trágico por el final feliz que egoístamente siempre quiso para su vida.

No se dio cuenta de que estaba llorando hasta que el aire dejó de alcanzar sus pulmones. Todo su cuerpo temblaba y de su boca salió un vergonzoso sollozo. Escondió su rostro entre sus brazos y se quedó ahí, hecho bolita mientras sonaban los créditos de fondo.

Después de un tiempo indeterminado, un par de cálidos brazos se enrollaron a su alrededor. Repentinamente, se hizo extremadamente consciente de lo frío que debía estar el curry a esas alturas.

- Lo siento Hajime, lo siento. No sé qué fue lo que hice, pero no lo volveré a hacer, lo prometo, dame otra oportunidad por favor, lo siento, te quiero mucho, no te enfades, por favor, no quiero estar solo, no quiero perderte, soy tan egoísta, lo siento...

- Shhh, está bien Nags. No estoy enfadado, me quedo aquí contigo.

Estuvieron abrazados un rato más hasta que no quedaron más lágrimas por caer, hasta que el llanto paró y los sollozos se acallaron. Durante todo ese tiempo, Hajime no se fue ni por un segundo y no paró de acariciar el esponjoso cabello del albino.

- La película...

Hajime hizo un ruido demostrando estar escuchando.

- Realmente me recordó al accidente donde mis padres...

El abrazo se rompió y Nagito se giró para mirar a su novio a los ojos. Se veía culpable, algo triste.

- Nagito, yo... lo siento, no lo pensé cuando la estaba viendo. Es insensible de mi parte ver algo así cuando tú... Lo siento.

- ¿Esa no era la intención? Que la viera para recordar, como castigo por enfadarte.

Hajime se veía tan confuso que el corazón de Nagito se hundió. Estaba seguro de que su novio estaba enfadado con él. Sino, ¿por qué estaría viendo la televisión en primer lugar? Y definitivamente enfadar a alguien conlleva a un castigo. Eso lo aprendió más tarde.

- ¡No! Nagito, en ningún momento estuve enfadado contigo, e incluso si lo estuviera nunca trataría de hacerte sentir mal por ello.

- Entonces... Entonces ¿por qué estabas viendo si no estabas enfadado? Es extraño.

Hajime reflexionó sobre sus palabras hasta que algo pareció encajar en su cabeza. Entonces sus ojos se volvieron menos dolidos y más comprensivos y empáticos.

- La TV es solo un método de distracción, pero no solo para cuando estamos enfadados, también para cuando nos aburrimos.

- Eso no fue lo que me enseñaron.

Tuviste una infancia difícil. Hay muchas cosas que no conoces fue lo que expresó la mirada de Hajime. Era la misma expresión que ponía siempre que Nagito no sabía algo básico, así que se sintió avergonzado por ello. Como un niño siendo regañado.

- Oye, está bien. A veces puede ser divertido, pero es mejor vivir que solo ver. Ya sabes, eso de que ahora todos están enganchados a las pantallas, que ya no se lee ni se sale con amigos y tal... Er, bueno... Quizá no seas mucho de salir, pero si que has leído bastantes novelas...

Nagito no pudo evitar reírse. Ahora eran dos tontos sentados en el suelo del salón y avergonzados sobre cosas estúpidas.

- ¡Hablas como un abuelo, Hajime!

- ¡Oye! Solo trataba de ayudar.

Poco después, el castaño se unió a sus risas. Era cálido y agradable. Era la vida que siempre quiso, la vida que ahora tiene. Y, repentinamente, puede imaginarse acurrucado junto a Hajime en el sofá de su casa, con un cubo a rebosar de palomitas y una buena película romántica, una que no le recuerde a sus traumas, sino a su lindo presente.

Quizá, si Hajime insiste un poco más, Nagito le dé otra oportunidad a la TV.

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