❄︎ | chapter 12: legends of merciless monsters

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libro uno: venganza en la oscuridad
capítulo 12: leyendas de monstruos despiadados
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🌌 Ladera frente a Veztbrot, Ravka Oriental

LA SANGRE SECA MANCHANDO una de las rocas del río había bastado para que Darya enloqueciera por completo, perdiendo el poco autocontrol que había construido desde que abandonó la lavandería. Había corrido al lado del río, sin importar que la corriente fuera más veloz que sus pies, y al alcanzar un pequeño lago en el corazón del bosque gritó el nombre de su hermana para que la escucharan hasta en la capital de Shu Han. Movió el agua con vendavales frenéticos y examinó los escondites en los que podría haberse metido. Las sombras de la noche y la insistencia de sus vitsaniki para que le explicaran qué ocurría no le facilitaron la labor para nada. Sin embargo, al avistar la sangre que indicaba que Galina estaba herida en alguna parte, oculta y muerta de frío en la oscuridad, Darya les gritó a sus acompañantes que la dejaran sola inmediatamente.

Después de haber buscado por lo que parecieron meros minutos, pero en realidad fueron varias horas, Darya regresó cabizbaja y enfurecida al pueblo. Sin decirle nada a David, el Durast que el Darkling había traído, a Edmon, ni a los oprichniki que custodiaban el carruaje, tomó uno de los caballos y empezó a cabalgar sola hacia el único lugar que podría calmarla. No le importaba que se preocuparan por su ausencia, ni lo que pudiera ocurrirle a las otras ratas de alcantarilla con las que se juntaba Galina y, si era honesta, que Kirigan encontrara a Alina él solo porque por su culpa había desaparecido. Su motivación para ir a Ryevost se había basado solamente en su hermana y al hallarla todo había resultado en una catástrofe.

Sin embargo, a donde estaba yendo no habría catástrofes sino la paz que necesitaba. O al menos eso era lo que Darya pensaba.

Luego de horas de una exhaustiva cabalgata el grisáceo amanecer la recibió en Veztbrot dándole la bienvenida a casa. Todos sus instintos le rogaron que se dirigiera a su ciudad, que caminara aunque fuera hasta la entrada principal, pero sabía que no debía hacerlo. Había aprendido a lo largo de los años que realizar una visita sorpresa en Veztbrot nunca era una buena idea, por lo que se bajó del caballo y se arrodilló en el pasto para admirar el único sitio que lograba calmarla solo con su imagen. En ese momento, Darya Starlington no era la Coronel del Segundo Ejército, Ledi Zvezda, ni Stjärnnad. No era nada más que una joven adulta que observaba la ciudad que amaba y que la había visto en su momento más trágico.

—Lo estoy intentando, papá —le susurró al cielo, esperando divisar la cara de Levka Starlington mirándola desde una estrella lejana—. No voy a parar hasta vengarlos, hasta matarlos a todos. Voy a encontrar a Markov y Yelena, y me volveré a ver con Galina; te prometo que jamás pararé de buscarlos ahora que sé que están vivos. A ti y a mamá.

Darya había hecho esa promesa millares de veces, para recordársela tanto a ella misma como a las almas de sus padres y a los espíritus de sus hermanos donde fuera que estuvieran.

—Vamos a ganar la guerra y no habrá nada que me detenga. Nada.

—¿Nada?

Darya se puso de pie de un salto y su furia se reflejó en el rostro del fjerdano que la enfrentaba a unos metros. Su uniforme de Drüskelle estaba limpio, recién salido del cuartel en el que los cazadores de grisha se entrenaban para eliminarlos. Su rifle colgaba de su espalda y sus cuchillos se ceñían a su cinturón, en lo que Darya recordó que no estaba en posesión de su daga y no tenía idea dónde estaba. A Galina se le había caído, ¿entonces había quedado tirada en una calle de Ryevost? En ese caso, el pueblo de Veztbrot sería testigo de un nuevo show eléctrico.

Mihail Rosenberg no abandonaría Veztbrot con vida.

—Nada. Y tú serás el primero en morir —espetó Darya, con sus manos conociendo de memoria los movimientos que debería realizar para matarlo.

No había nadie más en los alrededores. Eran solo él y ella. Darya no sabía lo que se proponía Mihail al aparecerse sin refuerzos en los límites de su ciudad y aunque le deprimía que no hubiera tantos fjerdanos que asesinar, el lado bueno era que sería un mano a mano. Nadie los interrumpiría, ni interferiría en su pelea.

—Estaba haciendo reconocimiento en tu querida ciudad —le informó Mihail con una sonrisa altanera que Darya le borraría de un puñetazo—, y me encanta la resiliencia de sus habitantes. Tan dispuestos a luchar todo el tiempo. Es una pena que le rindan culto a una diosa pagana.

—Sabes que está será la última vez que hablarás de Veztbrot o de Sankta Svetlana. Y recordarán que moriste aquí y que yo fui la que te mató. Serás la vergüenza de los Drüskelle.

Los vientos se arremolinaron alrededor de Darya y miró a Mihail con el ansía de matar que le nacía cada vez que estaban frente a frente. El rubio le lanzó uno de sus cuchillos que fue fácilmente desviado, clavándose en la tierra y camuflándose con los pastos altos. Su rifle y el resto de sus armas sufrieron el mismo destino en cuanto atinó a tomarlas y Darya se encontró con Mihael totalmente indefenso y sin chances de sobrevivir.

—No vine a pelear.

—Eso dices ahora que estás muerto —dijo Darya con una sonrisa, escuchando los primeros atisbos de la tormenta que invocaba. Quería que Mihael muriera y se convirtiera en cenizas, como habían terminado sus padres.

—¿Crees que de haber venido con intenciones de luchar no habría presentado más batalla? —cuestionó con su acento fjerdano más marcado por su ironía.

—Tú no eres oponente para mí, así que fue considerado de tu parte que te hayas rendido rápido —con los rayos enroscándose en sus manos, Darya se acercó a pasos agigantados lista para ver la luz escaparse de sus ojos—. Pero antes...

Le dio una patada en el pecho y apoyó su rodilla sobre él, cortándole la respiración por unos instantes. Mihail no luchó y parecía olvidar que Darya no era estúpida. Su pueblo adulador de un árbol no le había puesto un apodo maligno por nada.

—Primero, me dirás la verdadera razón por la que viniste. Segundo, me responderás algunas preguntas. Y tercero, te mataré para que vayas a conocer a Djel en persona.

—Lo veo cada vez que mató a una de tus drüsje —escupió furioso de que Darya mencionara el nombre de su dios, consiguiendo que ella acercara su mano conductora de electricidad a su cuello.

La lluvia empezó a caer sobre ellos y los truenos amortiguaron el alarido que soltó Mihail cuando Darya apoyó su palma eléctrica en su mejilla.

—Y eso es solo un ápice de lo que puedo hacerte si vuelves a hablar de mis vitsaniki. Ahora, habla. ¿Por qué estás aquí?

Darya nunca había tenido a Mihail tan cerca de la muerte como ahora. Su corazón pulsaba con la misma intensidad que los rayos que se acumulaban en las nubes, rogándole que realizara la tan esperada estocada final. Por otro lado, su mente hallaba la claridad en la mitad de la tormenta. Mihail no solo era un Drüskelle que odiaba con toda su alma, sino que era una fuente de información que no desperdiciaría en pos de confirmar lo que le había compartido Galina. No era que Darya no confiara en ella, pero a pesar del odio que les tenía a los Vasilyev jamás los habría considerado unos traidores a Ravka que se aliarían con Fjerda. Mihail debería saberlo absolutamente todo.

—Vine... —murmuró apretando los dientes y entrecerrando los ojos para evadir las gotas de lluvia—... para esto.

Si un rayo no hubiera alumbrado la escena, Darya habría sido víctima de un extraño ataque sorpresa. Con su brazo desvió la mano libre de Mihail que amenazó con aproximarse de más a su cuello, haciendo que soltara el arma que usaría para cortarla. La jeringa se estrelló en el pasto y el polvo naranja que contenía se disolvió por el agua, desapareciendo en la tierra.

—¿¡Qué era eso!? —gritó Darya apretando sus uñas en la yugular del Drüskelle, alternando la mirada de su rostro hacia el sitio donde habían caído los trozos de la jeringa rota.

—Un experimento al que no sobrevivirás cuando tenga éxito.

Era similar a la Jurda, una planta que crecía solo en Novyi Zem y que servía como un estimulante. En Ravka casi que no se veía y Darya debía saber de lo que se trataba esta arma de los fjerdanos. Sin embargo, su control sobre la tormenta se diluía y aunque esto fuera muy importante, esta vez las propias necesidades de Darya se antepusieron a todo lo demás.

—Si tanto te gustan los experimentos haremos uno aquí, ahora mismo. Veremos cuán rápido respondes a mis preguntas con la influencia de la electricidad en tu sistema. Al final sabremos qué saldrá primero de tu cuerpo: la verdad o tu vida.

El primer alarido de Mihail fue música para los oídos de Darya, anhelando que la pena de su enemigo la distrajera de sus apremiantes problemas y las traiciones con las que tratar.

—Todo lo que te preguntaré es sobre la noche en la que ustedes invadieron mi hogar y la primera es la más fácil de todas, ¿recibieron ayuda de alguien para entrar a Veztbrot?

—Era un niño —fue la respuesta equivocada de Mihail, cuya reacción fue que un estremecedor rayo cayera cerca de ellos—. ¡Mataste a mi padre esa noche, Stjärnnad!

¡Yo también era una niña! Tenía ocho años y me arrebataron todo.

Darya nunca había sentido la venganza corriendo por sus venas con tanta violencia como en ese momento. Sus dedos apenas se contenían para no apretar de más el pecho del Drüskelle, sus brazos estaban tan tensos sobre su cuerpo que de moverlos haría que el poderío máximo de la tormenta se precipitara sobre él.

—Sé que sabes —con otro choque eléctrico Mihail se retorció por debajo de ella—. ¡Habla ya!

—¡Sí! —gritó Mihail, queriendo apartarse de las extremidades eléctricas de Darya. Recién estaba notando que sus chances de sobrevivir a este encuentro se habían tornado exiguas—. Su apellido era Vasilyev. Les informó sobre la cantidad de guardias, las demás defensas y la noche en la que deberían hacerlo porque estarían todos.

—Excelente. ¿Ves que cooperando esto será mucho más rápido?

Su caballo se había asustado por los truenos y hacía rato que había galopado de regreso al bosque. Además, los otros de seguro se habían dado cuenta de su ausencia y si no la encontraban dentro de unos minutos, Darya descargaría su mejor guardado rencor sobre los Vasilyev. A quienes tenía en la ciudad que los saludaba a un costado, sufriendo las consecuencias de la ira de su legítima gobernante.

—Ahora, ¿qué hicieron con mis hermanos? Y no te gastes en mentirme, cazador descerebrado —lo calló al ver la expresión de desconcierto que había puesto—. Sé que no los mataron. Dime o...

Agarró uno de los cuchillos descartados de Mihail de entre el pasto y lo apoyó en su mejilla. Antes de que pudiera formular una palabra, Darya hizo presión y la sangre se deslizó por su mejilla a la par de las gotas de lluvia.

— ... o te lleno de cicatrices hasta que quedes irreconocible.

—¡Se los llevaron! —respondió apurada cuando Darya acercó el cuchillo a su frente dejando una pequeña marca—. Vasilyev, el hombre, le había dicho a mi padre que no matara a los niños porque eso solo traería la furia de Sankta Svetlana por acabar con su linaje. Que solo asesinara a Levka y Lyudmila Starlington. Mi padre no creyó en esa magia absurda, pero Vasilyev insistió y le ofreció un plan distinto.

—¿Cuál?

Una tormenta eléctrica jamás se había extendido durante tanto tiempo sin que Darya sintiera las secuelas de la Pequeña Ciencia. Pero en lugar de estar agotada, diría que era vigorizante estar descubriendo la verdad que estuvo al alcance de sus manos todos esos años. Lo que debería preocuparla era quién la pararía cuando Mihail ya no tuviera nada relevante que decirle.

—Separarlos para que el tiempo les hiciera olvidar quiénes eran.

Habían sido unos niños cuando la ruina los alcanzó. Darya jamás podría olvidar siendo la presunta única sobreviviente. Sin embargo, el resto... Galina tenía dos años y por su milagroso encuentro Darya había comprobado de primera mano que no recordaba su verdadera identidad. Markov y Yelena, con cinco y cuatro respectivamente, podrían tener una posibilidad de acordarse quiénes eran. Pero Darya pensaba eso sin saber a dónde los habían enviado.

Sus lágrimas de rabia se confundieron con la lluvia y un nuevo trueno resonó a la vez que Mihail rogaba por su vida apenas su propio cuchillo, en vez de clavarse en el corazón de un grisha, encontró su sitio definitivo en su ojo derecho.

—¿DÓNDE ESTÁN? —se escuchó en las nubes que proyectaron la voz de Darya y silenciaron los lamentos de Mihail—. Me dirás dónde están o te mataré tan lentamente que no pararás de rezarle a Djel para que baje a recoger tu alma Él mismo.

—No lo sé. Juró por Djel que no lo sé —rogó intentando esconder el rostro del alcance de Darya para que no lo dañara más de lo que ya lo había hecho—. Lo juro, lo juro...

Ya no le servía que Mihail jurara nada. Estaba diciendo la verdad porque había entendido a la perfección de lo que Darya era capaz de hacer para conseguir lo que quisiera. El famoso y temido Mihail Rosenberg estaba electrocutado, herido y tuerto a manos de la infame Darya Starlington. Al menos esa era la historia que contarían los fjerdanos, porque en Ravka sería relatada exactamente al revés. Pero ese era un aspecto característico de cualquier buena historia de guerra, cuyo punto de vista variaba rigiéndose por los vencedores y por los vencidos. Lo peor era que Darya no sabía de qué lado estaba.

—Eres muy valiente con tus hombres, ¿eh? —murmuró con la lluvia disminuyendo y sus manos perdiendo la electricidad que había invocado—. Sin ti, espero que ninguno de los tuyos se atreva a cazar a un Starlington. Nunca más.

—Nunca van a parar... —dijo Mihail luchando contra el dolor y con el velo de la muerte cayendo sobre su cuerpo—. Mi gente me recordará como un héroe de guerra. Y a ti... como... como un monstruo.

—Entonces seré un monstruo que ganará la guerra.

Y en su agonía, Mihail halló las fuerzas y la osadía para reírse. Se rió en la cara de Darya con su pelo chamuscado, su rostro destrozado y su ojo arruinado luego de haber sido torturado y amenazado.

—Tú ya eres un monstruo, Darya Starlington. Pero si quieres demostrar lo contrario, ten piedad y mátame de una vez.

Los puños de Darya lo dejaron ir y alejó aún más los cuchillos y el rifle con una ventisca antes de ponerse de pie. La tormenta había remitido y el sol se mostraba tímidamente por entre las nubes grises, temiendo lo que ocurriría a continuación. Porque en los ojos de Darya aún brillaban vestigios de relámpagos.

—¿Piedad? —pronunció como si nunca antes lo hubiera oído—. Oh, sí, soy muy piadosa.

Los rayos que amenazaban con desaparecer para siempre fueron llamados por una cruel Darya, quien los dirigió al centro de la diana que era el pecho de Mihail. Esta vez, el olor a la carne quemada no le dio ganas de vomitar y el fuego que se avivó gracias al pasto y al combustible que era la furia de Darya, no la aterró ni repugnó. A diferencia de la alegría que había sentido al ver el fuego creado por Galina, estas llamas la satisfacían por la ironía que conjuraban.

El legado Rosenberg muriendo de la misma manera que la ascendencia Starlington. Porque cuando Darya le advirtió que ningún fjerdano cazaría a uno de ellos nunca más no fue una amenaza. Fue una promesa.

Sin rayos, vientos, ni tormentas, Darya se paró junto al cuerpo moribundo de Mihail, cuyos ojos celestes como el hielo de su nación eran un espejo de su odio. Podría haberlo dejado para que sufriera por unos minutos, que se consumiera lentamente mientras escuchaba la sinfonía de sus quejidos. Pero Darya quería terminar con esto de una vez, estaba harta del juego del gato y el ratón que habían jugado por tantos años y no iba a alargarlo. Hoy no había oportunidades de escape. Por lo que hizo algo que jamás había hecho antes, solo lo había presenciado a sabiendas de que debería usarlo en situaciones límite. La ocasión no lo ameritaba, pero Darya estaba en el propio límite que ella había creado para mantenerse cuerda y acabar con Mihail era lo único que la mantendría sana.

Con sus últimos atisbos de concentración, Darya alzó los brazos, esperó a que se formara y lanzó el Corte hacia el cuerpo de Mihail, dividiéndolo en dos.

—¿Quién querría demostrar que no es un monstruo? —le habló al cadáver que, como había predicho, quedó irreconocible.

La insignia del lobo de los Drüskelle se había soltado del chaleco de Mihail, y Darya la pisó hasta destruirla tanto como a él. La única diferencia fue que al querer arrodillarse y desligarse de lo que acababa de pasar, alguien la atrapó antes de que se derrumbara.

Darya. Darya. Darya.

¿Cómo me encontraste? —preguntó con los brazos del Darkling rodeándola para ayudarla a mantenerse de pie.

Nunca había tenido a alguien que hicieron eso por ella. Que fuera la roca en la que podría apoyarse si se estaba hundiendo en las sombras de su alma. Debía tener la fortaleza suficiente para sobrevivir hasta estar sola y segura de que nadie la interrumpiría cuando se dejara caer. Se había acostumbrado a la soledad, había vivido con ella la misma cantidad de tiempo que con la venganza, con la diferencia de que esta última no desaparecería con la misma facilidad. Pero la soledad fue ahuyentada por las manos de Kirigan, que la sostuvieron y la dieron vuelta para examinar su rostro, apenas dándole una ojeada al cadáver de Mihail.

—No lo sé —y aunque no tuviera sentido, su tono era sincero—. Me dijeron que te habías marchado, tomé un caballo y solo cabalgué hasta llegar a ti. Creo que una parte de mí supuso que estarías aquí. Siempre sé dónde encontrarte.

Era terrorífica esa conexión que tenían entre ellos. Al menos lo era para Darya, ahora más que nunca gracias a la evolución de su relación. El llamado en su cabeza ya era algo normal, pero saber dónde se encontraba el otro y... Darya no sabía qué era lo que ocurría y aunque la pusiera nerviosa, le agradaba que él parecía estar pensando exactamente lo mismo.

—La cuestión es, ¿por qué viniste aquí?

Con su pregunta, a Darya se le habían desplegado tres opciones: mentirle, decirle que se metiera en sus propios asuntos o confesarle la verdad. Toda la verdad. La Darya de hacía una semanas le habría quitado el aire de los pulmones a la Darya del presente cuando eligió la tercera alternativa. Pero la realidad era que estaba agotada y no quería tener que pretender que seguía desconfiando de él. Por lo que le reveló uno por uno todos los secretos que solo ella y su corazón conocían. Galina, sus hermanos vivos, la información de Mihail, la traición de los Vasilyev.

Al terminar, el Darkling la atrajo hacia su cuerpo y la envolvió en un abrazo, no sin antes asegurarse de que Darya no fuera a acuchillarlo en el proceso. Continuaba mojada por la lluvia y tal vez quedaban unos remanentes de electricidad que hicieron que el abrazo se sintiera como algo único. Darya no recordaba la última vez que la habían abrazado, ni a la última persona que lo había hecho. El Darkling era cálido y las sombras que se formaron a su alrededor la tranquilizaron como si fuera una canción de cuna.

—En este preciso momento, el Rey está cayendo enfermo y el Apparat está tomando el poder provisionalmente. Hasta que nosotros lleguemos con la Sombra bajo nuestro poder —le susurró una nueva estrofa del arrullo, a lo que Darya apoyó su cabeza en el pecho del Darkling y cerró los ojos—. Tú y yo vamos a desatar nuestros poderes sobre el mundo. Y te prometo que empezaremos con los traidores.

—Eso suena muy bien —respondió con una sonrisa que solo se amplió cuando él colocó su oscura capa en su espalda para que no tuviera frío y se fuera secando—, pero yo me encargaré especialmente de ellos.

—No te robaría esas muertes jamás y espero que sean tan... pintorescas como esta.

Las sombras se abrieron y el cuerpo de Mihail entró en su campo de visión.

—Hazlo desaparecer —le pidió Darya, separándose para darle espacio.

El Darkling no tuvo que hacer mucho para que el cadáver se esfumara, convirtiéndose en un cúmulo de sombras que se confundieron con otras de su especie. Darya había matado a uno de sus demonios, le faltaban más de los que podía contar, pero la precaución de cruzarse con Mihail Rosenberg ya no la atormentaría al atravesar los muros del Pequeño Palacio. Pero aún le quedaba mucho por hacer.

—¿Y ahora?

—Ahora tenemos que ir al campamento que levantamos cerca de aquí en el bosque, casi pasando Chernast, para recuperar fuerzas e ir al Permafrost —el rostro de Kirigan solo anunciaba malas noticias—. Alina está buscando el Ciervo y va con el rastreador que sabe dónde encontrarlo.

Alina.

Darya se había olvidado de la Invocadora del Sol. La tranquilidad que había conseguido con la presencia del Darkling y la muerte de Mihail no fue suficiente para eliminar la preocupación por su próximo encuentro con Alina Starkov. Baghra le había contado sobre su plan y no habría forma de hacerle entender que su intención no era usarla. Que si fuera por Darya trataría de convencerla, de que comprendiera sus razones y que fuera Alina la que aceptara hacerlo. Durante su estadía en el Pequeño Palacio, la protegió de los grisha que la juzgaban por ser mitad shu y de los que le exigían que entrenara sin cesar, atosigándola hasta que Darya los amenazaba con enviarlos a un puesto fronterizo. Cualquier vínculo que hubiera formado con Alina se había roto al mismo tiempo que su confianza en ella al abandonar Os Alta. Ahora ya no quedaba otra alternativa que forzarla a seguir sus órdenes.

—Vamos ya mismo —lo apuró Darya, buscando los caballos y encontrándolos en el linde del bosque.

—Espera —la frenó el Darkling tomando su brazo, con sus ojos grises faltos de oscuridad—. ¿No quieres bajar? Aunque sea por unos minutos.

Veztbrot la tentaba con su renovado clima soleado y sus vientos que empujaban su espalda para que bajara la ladera. Sin embargo, Darya no tenía intenciones de poner un pie en su ciudad mientras estuviera bajo el gobierno de los Vasilyev. No la visitaría a menos que fuera para matarlos y eso sería dentro de muy poco.

—No —dijo, instándolo para que se pusieran en movimiento. Ya no tenía nada que hacer allí.

Junto a los caballos, Darya le devolvió su capa y su colocó la suya, secándose el pelo y agradeciendo que al ser grisha no había manera de que se enfermara.

—Ah, y Darya —la llamó el Darkling a su lado, mostrándole el tipo de sonrisa que ella había odiado hacía no mucho tiempo—. Yo también tengo que contarte algo muy importante.

—¿Te andas con secretos, Kirigan?

—Solo uno —se acercó hasta que Darya tuvo que levantar la cabeza para no apartar la mirada, con el ceño levemente fruncido y preparada para empujarlo si la engañaba—, pero te lo diré pronto, te lo prometo.

—¿Por qué no me lo dices ahora? Con lo que amas hablar no debería...

El Darkling frenó su sarcasmo con un beso que Darya aceptó, aunque de todas maneras le pegó un puñetazo en el hombro. No podría distraerla con tanta facilidad, ni conseguir que olvidara que le estaba ocultando algo. Pero no se trataba de eso. Su intención no era esa, sino aprovechar que estaban solos, que unos pocos días atrás ella casi murió y que había querido besarla hacía años. Era evidente por la manera en la que Kirigan la besaba como si ese hubiera sido su único sueño incluso desde antes de conocerla.

—Si tú eres un monstruo —le dijo juntando sus frentes al separarse, como si temiera que fuera una ilusión que desaparecería si la dejaba de mirar—, entonces seremos monstruos juntos.

Y Darya amaba no tener que justificarse con Kirigan. Ella podría realizar una matanza, acabar bañada en sangre enemiga, con la kefta chamuscada por sus rayos y su cabello revuelto por los temporales que invocaba; y el Darkling la observaría de la misma manera que lo hacía ahora, con una sonrisa rebosante de admiración. Jamas la juzgaría y eso era justo lo que necesitaba.

—Partamos ya, monstruo insufrible —se burló Darya con una media sonrisa, apartándolo para que fuera a su caballo en lo que ella se subía al suyo—, que nuestros grisha nos estarán esperando.

—Me gustaba más némesis insufrible —la provocó, sonriendo de antemano al esperar su reacción.

—No puedes tener todo lo que quieres —le contestó frunciendo los labios y su caballo comenzó a galopar adentrándose en el bosque.

—Puedo intentarlo —continuó el Darkling alcanzándola y cabalgando delante de ella para guiar el camino al campamento.

—¡No si estoy yo para impedirlo!

La risa del Darkling espantó a los pájaros que se posaban sobre los árboles junto a los que pasaban. Darya sonrió sabiendo que nadie la vería y que juntos de verdad eran imparables. Ganarían la guerra y no solo eso, sino que también llegarían a vivir el después. No sobrevivir. Vivir. Si querían contar leyendas de monstruos despiadados y convertirlos en los protagonistas que lo hicieran, pero que la retrataran como la más letal de todos. Que le hicieran justicia por todo lo que había sacrificado. Y por todo lo que haría para recuperarlo.

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