❄︎ | chapter 5: hatred abounds at night

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libro uno: venganza en la oscuridad
capítulo cinco: el odio abunda en la noche
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🦁 Finca Starlington, Veztbrot, Ravka Oriental
⏳ 4 años atrás

ESA FUE LA NOCHE en la que el odio que Darya sentía por el Darkling nació.

Era el décimo aniversario de la muerte de su familia y por los azares del destino, Darya se hallaba en su hogar, el sitio en el que los había perdido. Se había instalado con su equipo en Veztbrot para aprovisionarse para su misión en las afueras de Halmend, ciudad de Fjerda cercana a la frontera con Ravka, donde sus espías le habían informado que una fuerza enemiga estaba instalando su campamento para un próximo ataque. Jamás habría intentado visitar Veztbrot justamente en esta fecha, pero el deber era más fuerte que sus deseos y Darya no cambiaría sus pesos a menos que pudiera complementarlos. Ahora veía imposible encontrar una manera para unir sus anhelos de marcharse con la tarea que tenía asignada, no encajaban de ninguna de las formas en las que podían acomodarse. Entonces, no le quedaba otra alternativa que quedarse y pasar la noche como si fuera cualquier otra.

Por supuesto que todos los factores se dieron en su contra. Habían armado las tiendas a las afueras del pueblo, pero lo suficientemente cerca como para que Darya pudiera ver sin problema el balcón de su antigua casa. Además, se había querido encerrar en su tienda antes de que se pusiera el sol, pero ser Ledi Zvezda significaba que sería la primera en aparecer por la mañana y la última en marcharse al anochecer. Eso mismo ocurrió esa noche. Se quedó ayudando y resolviendo las dudas de sus vitsaniki hasta que la luna estuvo alta en el cielo. Ya era demasiado tarde. Sus piernas se movieron contra su voluntad y los vientos que solía controlar con suma facilidad se habían complotado para impulsarla hacia lo que quería evitar. Lo peor es que la reja de la entrada a la finca estaba cerrada con un candado, por lo que Darya podría haberse dado vuelta y marcharse por donde vino antes de hacer algo de lo que fuera a arrepentirse.

Ignorando cualquier clase de sentido común, Darya comandó a las brisas nocturnas para que abrieran las rejas. El candado ni siquiera pudo defenderse que ya estaba perdido en los altos pastos, inservible al igual que el autocontrol de Darya.

La mansión era una sombra de lo que había sido en el pasado. Abandonada, siendo ocupada muy de vez en cuando por escuadrones de ataque, había ganado la fama de estar embrujada. Darya se había negado a que su equipo se instalara aquí esta vez, no era una masoquista. Aunque ahora estaba entrando al lugar que originó sus peores recuerdos y temores, pero supuso que al no ser premeditado no contaba. Estaba siguiendo un impulso. Uno no del todo acertado, pero en ese momento poco le importaba.

El pasto le llegaba casi hasta la cadera y el camino adoquinado que conducía a las puertas de roble había perdido sus bordes a merced de la naturaleza. Pequeños tallos surgían de entre los adoquines, de la misma manera que las enredaderas subían por las paredes de la mansión hasta convertirla en un bosque de hojas y cemento. Nadie nunca había repuesto las ventanas. Las que Darya había destrozado para transformarlas en pequeñas dagas afiladas que cayeron sobre los fjerdanos. Para cubrir los agujeros solo atornillaron unas maderas, representando a la perfección su abandono. Darya frenó frente a las escaleras que daban a la entrada y su estómago se retorció.

—Kovi.

Ese era el punto en el había perdido a Markov. Lo habían metido en el carruaje y Darya no los había alcanzado. Su nariz le sangraba y estaba agotada por haber abusado demasiado de la Pequeña Ciencia cuando apenas la sabía manejar. Recordó que al despertar esperaba que le avisaran que lo habían rescatado y que sus otras hermanitas estaban bien. Qué destructora sorpresa se llevó. Sus rodillas le temblaron y las nauseas la invadieron, por lo que corrió para escaparse de las sensaciones que ese sitio le generaba. ¿Por qué pensó que esto era una buena idea?

De lo que estaba segura era que no iba a ingresar a la mansión. No, eso jamás. Rodeó el terreno, maldiciendo los pastos altos que pinchaban sus piernas y con solo la luz de la luna alumbrándola, estuvo frente al jardín sangriento que era el escenario de sus peores pesadillas. Parecía un campo baldío, no había absolutamente nada más que la desesperación y el miedo que se apoderaron de su corazón. Darya respiró repetidas veces hasta que la garganta le empezó a arder, desconocía si era culpa del frío o de las lágrimas que no quería derramar. Mordió su labio inferior y avanzó, sabiendo hacia donde quería dirigirse a pesar de que su poco sentido común se negara rotundamente. Todas sus extremidades empezaron a fallarle cuanto más se acercaba al punto de inflexión. Arrancó las hojas del arbusto desaforadamente, aguantando los sollozos y destruyendo lo que había servido de escondite para la tapa de madera del suelo.

—Deberíamos habernos quedado aquí —susurró con lágrimas tibias comenzando a caer por sus mejillas—. No deberíamos habernos ido de aquí.

Ahora Darya apenas cabería en el pozo diminuto que la había alojado en el momento más terrorífico de su vida. Sus piernas cedieron y quedó arrodillada frente al agujero, sin poder contener el llanto y el dolor de garganta que la obligaba a gritar. Sus alaridos llenaron el vacío en su mente y agradeció estar lejos del campamento para que nadie pudiera verla en ese estado, ni correr a ayudarla.

—No debí haberlas dejado —dijo tosiendo, saboreando las saladas lágrimas que llegaban a su boca—. Lo siento tanto...

El pecho le retumbaba con una violencia que solo podía ser producto de la tristeza o del trabajo de un talentoso Mortificador. Sin poder formular palabras, le rezó mentalmente a Sankta Svetlana, su antepasada y la patrona de los hermanos y hermanas, disculpándose por no haber protegido a los suyos. Pero prometiendo que iba a hacer todo lo posible para vengarlos. Y a sus padres, quienes siempre les habían dicho que se mantuvieran juntos y con su muerte no tardaron nada en separarlos.

Son estrellas unidas en una constelación y aunque las separen, sus luces siempre se hallarán de nuevo. ¿Qué le quedaba a una estrella si se quedaba sola, sin su constelación, con las luces del resto extintas desde hacía tiempo? ¿Se terminaba apagando como las demás o explotaba al no poder sobrevivir sin las otras? Darya suponía que ya debería haberlo averiguado, pero estando aquí, en este lugar maldito en el que había aprendido el significado de la palabra "pérdida", su soledad la abrazaba sin querer soltarla. Sola, la estrella seguiría viva, con menos brillo y con una luz intermitente. Esperando que la oscuridad la devorara o se alejara.

No podía levantarse, el cuerpo no le respondía y lo único que oía eran sus propios gritos mezclándose con los de sus hermanos. Llamándola con sus últimos alientos, para que fuera a salvarlos, acusándola de haberlos olvidado, de haberlos dejado morir. Darya intentó levantarse, apoyó sus manos en la tierra y trató con tanta fuerza que sintió a los vientos arremolinarse a su alrededor. Prefería oír sus cantos que los gritos de Markov y Yelena, los llantos de Galina, no, quería espantarlo todo.

Darya. Darya. Darya.

Ansiaba el silencio. Anhelaba la paz que conseguiría al concretar su venganza. Esperaba que su corazón dejara de dolerle todos los días. Que su arduo entrenamiento no hubiera resultado en vano y pudiera matar a los fjerdanos con un huracán sin misericordia, sin perdón. Quería el silencio. Para poder ir con ellos cuando la guerra acabara.

Unos brazos la envolvieron y Darya creyó que se trataba de la helada presencia de la muerte, otorgándole lo que le estaba pidiendo. Pensando que había muerto o que estaba a segundos de hacerlo, sus llantos cesaron y los vientos se apartaron del capullo que habían creado a su alrededor. Seguía escuchando los gritos en sus oídos y su propia voz se había vuelto ronca, aunque no pretendía resistirse a lo que la muerte fuera a llevar a cabo. La levantó, sosteniéndola cuando sus pies inestables no pudieron hacerlo, y Darya se secó las lágrimas que se negaban a frenar su recorrido para que la muerte no pensara que tenía miedo. Solo una noche había sentido temor, y esa noche ya había pasado.

Las manos de la muerte se posaron sobre sus hombros y la dieron vuelta, para que se enfrentara con ella cara a cara. Los oídos de Darya continuaban con el eco constante de los alaridos de sus hermanos, pero eso no le impidió leer las palabras que se formaban en los labios de la muerte. En realidad, la palabra. Su nombre. Una y otra vez. No con la intención de sumergirla aún más en el mar de la pena y la culpa, sino para rescatarla de sus profundidades. Al levantar un poco más la mirada, los sentidos de Darya se aclararon por completo y se alejó sin importarle si en el proceso se caía en el pozo detrás de ella. El agarre del Darkling no le permitió perder el equilibrio y movió a Darya, alejándola del agujero, y sin siquiera mover sus manos le ordenó a las sombras que cerraran la tapa.

Sus hermanos se acallaron y su cuerpo se quedó tieso en su lugar, ganando calor por la vergüenza. Darya no podría seguir viviendo en el mismo palacio que Kirigan luego de esto, no podría ser su Coronel luego del espectáculo del que acababa de ser protagonista.

—Darya...

—¿Por qué estás aquí? —preguntó, teniendo que aclarar su garganta por culpa de los gritos. Aún así, su voz no emergía en su tono habitual—. ¿Por qué viniste hasta Veztbrot? ¿Me estabas siguiendo..., qué...?

Darya ni siquiera sabía cuáles eran las preguntas correctas. Le era imposible esconder su estado actual: su kefta sucia, su rostro rojo e hinchado, y sus ojos vidriosos que si se complotaban contra ella largarían lágrimas sin dudarlo. El Darkling estaba vestido de negro, como siempre, aunque no con su distintiva kefta. Sus cabellos despeinados por el viento que los había rodeado por unos minutos debían ser un espejo de los suyos, por lo que Darya los usó de excusa para no mirarlo a los ojos. ¿Cómo lo haría?

—Supe donde estarías estacionada, justo durante el día de hoy y... —titubeó y Darya se animó a desviar sus ojos hacia los de él.

Grises como el centelleo opaco de las estrellas frente al azul neblinoso en el que se habían tornado los suyos por el llanto. Darya odió las emociones que leyó en su rostro. Lo odió a él. Odió las irreprimibles emociones que se apoderaron de su mente. Se odió a ella misma.

—No quiero tu lástima de mentira —exclamó la Vendaval, percibiendo que los vientos le rogaban que hiciera algo antes de que fuera demasiado tarde.

—Es de verdad y la tendrás aunque no la quieras —replicó el Darkling sin alterar su tono conciliador, adelantándose sin dejar de mirarla—, porque eres demasiado joven para haber vivido todo lo que has vivido. Sufrido todo lo que has sufrido. No es bueno estar solo en los días como estos.

—Todos hemos sufrido por culpa de la guerra —dijo Darya, ignorando su consuelo—. Y yo estoy sola todo el tiempo, lo prefiero así. Me hubiera gustado estar sola ahora, hoy, sin que alguien viniera a interrumpirme y me... Sin nadie.

—No tienes por qué estar sola —Darya no se había dado cuenta de que sus manos estaban temblando hasta que el Darkling las tomó entre las suyas. Lo peor fue que debería haberse apartado, tendría que haber corrido despavorida para alejarse de su oscuridad y, al contrario, no opuso resistencia ante su tirón para acercarlos—. Sé cómo se siente odiar de una manera visceral a alguien, a nuestros enemigos, por los daños irrevocables que te causaron, por eso mismo entiendo que las personas que van de la mano con su venganza deben estar juntas. No lo aceptaba antes, pero ahora todo queda perfectamente claro. General y Coronel. Invocador de Sombras y Ledi Zvezda. Tenemos que permanecer juntos, Darya.

Darya. Darya. Darya.

Ya se había acostumbrado a ese llamado silencioso que oía de vez en cuando al estar cerca del Darkling, pero eso no evitó que temiera estar enloqueciendo luego de haber escuchado los gritos de sus hermanos. Kirigan apretó sus manos y se pegó aún más a ella, tanto que si Darya se ponía de puntas de pie sus rostros estarían a un suspiro de encontrarse.

—Tú y yo vamos a desatar nuestros poderes sobre el mundo.

Darya pareció escapar de un transe que estaba controlando sus emociones, porque apenas el Darkling dijo esa frase una corriente eléctrica subió por sus manos despertando sus sentidos. No se había dado cuenta que la oscuridad era más densa donde ellos se encontraban, por obra de Kirigan obviamente, pero al separar sus manos esta se disipó dándole el paso a la tímida luz de la luna. Un trueno retumbó en el cielo y Darya retrocedió unos cuantos pasos cuando la lluvia comenzó a precipitarse sobre sus cabezas. Ella había creado esta tormenta, pero no sabía cómo detenerla. Al igual que los rápidos latidos de su corazón y sus temblores. Pero lo que sí podía hacer era pretender, fingir que temblaba por el frío, que su corazón latía por el odio ferviente que le generaba el Darkling por sus métodos de embustero. Su odio hacia él era más fácil que todo lo demás.

—Prefiero hacerlo sola —respondió sobre el sonido de la lluvia y no le regaló ni una mirada más.

Con sus manos, Darya creó una barrera de aire sobre su cabeza para dejar de mojarse y se volteó, abandonando al Darkling bajo la lluvia, al igual que a los recuerdos que había desenterrado. No les sería de ninguna ayuda a sus hermanos si cometía los mismos errores del pasado. Se entrenaría hasta traspasar el límite de sus habilidades para no tener que ver cómo ningún otro Markov era secuestrado. No confiaría nunca en nadie más que en ella misma para proteger vidas, para no dejar a ninguna Yelena ni Galina a su suerte. Y si quería vengarlos, si quería arrasar con el mundo hasta que solo quedaran en pie ella y su venganza, lo haría sola. Sin nadie. Pero por sobre todo sin el Darkling y sus sombras.

🌪 Pequeño Palacio, Os Alta, Ravka Oriental
⏳ En el presente

ESA FUE LA NOCHE en la que el odio que Aleksander sentía por Darya murió.

Aleksander pensaba en esa noche bastante seguido, repasando los hechos desde su llegada a Veztbrot en la mitad de la noche y su posterior encuentro con Darya. En lo que más se enfocaba a la hora de recabar lo sucedido, era en el cambio drástico de sus intenciones al ir a buscarla y al tenerla enfrente. Él mismo había planeado que su Coronel estuviera en su ciudad ese mismo día, esperando que todo sucediera tal como había planeado. Supuso que Darya no podría resistirse a visitar la Finca Starlington, por eso fue directamente allí sorprendiéndose al chocar contra un vendaval embravecido.

Darya no parecía tener control sobre sus poderes y Aleksander por poco terminó engullido por la rápida corriente. Todavía hoy no obtuvo una respuesta lógica sobre cómo consiguió atravesar aquella tormenta, cómo pudo caminar hasta ella y levantarla del suelo para que recuperara la cordura que parecía haber perdido. Allí casi finiquitó su plan, ese fue el momento clave por el que tantos años había aguardado. Ese se suponía que sería el día en el que al fin asesinaría a Darya Starlington.

Al nadie saber que él estaría en Veztbrot, la mataría haciéndolo pasar por un suicidio producto de la devastación que sentía por sus hermanos fallecidos, y volvería a desaparecer en la noche. Luego de tanto desearlo, se desharía de la impertinente Ledi Zvezda que se atrevía a cuestionar constantemente sus órdenes, la adolescente que a final de cuentas resultó ser un inconveniente más que una aliada. Aleksander había tratado por todos los medios que Darya lo aceptara y le tuviera el mismo nivel de respeto que los soldados del Segundo Ejército. A pesar de sus repetidos intentos, la furiosa Starlington se resistió como nunca nadie lo había hecho, adivinando sus manipulaciones antes de que Aleksander siquiera pensara en llevarlas a cabo. No había forma de que ella confiara en él, era una tarea imposible en la que ni sus mejores tretas podían ayudarlo. Si no podía tenerla de su lado, debía sacársela del medio. Por lo que planeó su muerte, esperando pacientemente a que arribara el momento adecuado.

Sin embargo, al suscitarse la oportunidad que tanto anhelaba no hizo absolutamente nada. Ni siquiera atinó a buscar con la mirada la daga siempre ceñida en el cinturón de Ledi Zvezda, la cual había planificado que fuera el arma homicida. En cambio, no solo Darya salió con vida de su encuentro, sino que también se convirtió en un factor principal en las conjeturas de la mente de Aleksander. Inconscientemente, empezó a incluirla en cada una de sus futuras maquinaciones, en cada paso que daba hacia adelante le tendía el brazo para que avanzara a su lado, en cada una de sus decisiones esperaba contar con por lo menos un atisbo de su opinión. Así había sido desde esa noche, en la que sin quererlo, Darya se había introducido en la vida de Aleksander de una forma que ni él con sus siglos de antigüedad podría haber predicho.

Y a pesar de que Darya no daba indicios de aceptarlo, respetarlo y menos de acceder a entablar una amistad o una relación cordial con él, Aleksander era paciente. Tenía todo el tiempo en el mundo. Podía presenciar la caída de imperios y el nacimiento de nuevos reinos, aún esperando a que Darya contestara a su llamado.

La aparición de la Invocadora del Sol significaba que Aleksander tendría a Darya a su lado más pronto de lo pensado.

Con sus ideas en el estadio previo a la conformación de un plan magnífico, Aleksander dio dos golpes en la puerta de Darya, replanteándose si lo que estaba a punto de hacer era lo correcto o un simple acto de impulsividad que era mejor que fuera reprimido. Poco importó al oír su voz.

—¿Genya? —preguntó Darya desde la distancia con un leve dejo de irritación—. Le dije a Verina que no te llamara. Estoy bien, ve a dormir.

Aleksander no se atrevió a revelar su identidad porque sabía que la mujer lo ignoraría y se iría a dormir, por lo que decidió tocar una vez más. Si lo volvía a echar, se marcharía sin mayor revuelo.

—¡Genya! —exclamó, y Aleksander escuchó sus pasos apresurados recorrer la habitación, hablando antes de llegar a la puerta—. Mañana tendré una charla con Verina si no es capaz de entender una...

Sus labios se cerraron de manera definitiva al verlo parado allí, con un ramo de campanulas en la mano, y Aleksander no pudo no preguntarse cómo se veía tan feroz con su bata bordada de estrellas y lunas brillantes. Aleksander desde el principio de su turbulenta relación la había hallado severa y atemorizante, una combinación excelente en una Coronel, lo cual era sorprendente teniendo en cuenta su baja estatura y su voz aterciopelada capaz de convencerte de cualquier cosa. A Aleksander le gustaba mucho la voz de Darya. Era una lástima que lo único que recibiera de su parte fueran insultos y comentarios hostiles.

—¿Qué quieres?

Como ese.

Solo por un segundo, Aleksander se olvidó completamente el discurso que había ensayado.

—Quería comprobar por mi propia cuenta que hubieras llegado en buen estado a Os Alta e informarte que Alina está bien y mañana será la presentación con los reyes.

—No hacía falta que hiciera el trabajo de cartero, moi soverennyi, ya conozco las noticias —respondió cruzándose de brazos para apoyarse en el marco de la puerta. Alzó una ceja, y Aleksander acomodó su postura para recibir el impacto—. En cuanto a mi bienestar, no se notaba que te importara hoy en el bosque, por lo que no veo el sentido en que te preocupes ahora.

—Ya te he dicho que no deseo tu muerte, Darya.

—Eso no tiene nada que ver. Puedo estar viva en un pésimo estado —ese tipo de respuestas, le lograban sacar una sonrisa a Aleksander y aunque a veces tratara de ocultarlas porque sabía que la irritaban mucho más, ahora se vio imposibilitado de hacerlo con la mueca en su rostro poblado por pequeñas cicatrices—. ¿De verdad has venido para eso? ¿Para avisarme cosas que ya sé y "comprobar mi buen estado"? ¿Qué deseas de verdad, Kirigan?

A ti y a mí juntos, pensó la única oración que temía que quedara encerrada hasta la eternidad en su propia conciencia. Aleksander sabía que poco le importaba si su inmortalidad juntos se basaba en ese ida y vuelta constante de peleas y momentos en los que creía haber tocado el punto del corazón de Darya en el que su odio desaparecía. Estaban destinados a vivir hasta que el mundo mismo se terminara y ellos con él.

Aleksander. Aleksander. Aleksander.

—Una ofrenda de paz —terminó por decir, acallando sus pensamientos y extendiéndole las flores violetas que sabía que eran sus favoritas.

Aleksander estaba enorgullecido de ese descubrimiento. En un viaje hacia Balakirev, Darya se había bajado de su montura para recoger rápidamente un puñado de campanulas que había al borde del camino. Era un acto tan impropio de ella, tan distinto a la siempre recta Ledi Zvezda que no hacía nada si no era por el bien de Ravka, que Aleksander no pudo evitar notarlo y alentar a su caballo para acercársele. Se mantuvo a una distancia prudente en la que logró escuchar lo que le estaba diciendo a Zoya, quien cabalgaba a su lado desde sus inicio como vitsaniki.

Son flores que a pesar de estar caídas no le temen a las tormentas, sus pétalos resisten y sus tallos se niegan a soltarse de la tierra. Resisten y perseveran —le entregó una de las flores a su Vendaval Principal y agitó las riendas de su caballo para que aumentara su velocidad—, nosotros podríamos aprender de ellas.

Esta vez Darya las tomó sin prestarles mucha atención, sin apartar sus ojos eléctricos de Aleksander, quien se había perdido un instante de más en aquel recuerdo. No podía afirmarlo con total seguridad, pero creía que esa fue una de las pocas veces que vio a Darya medianamente feliz.

—¿Una ofrenda de paz para qué? Dime las condiciones para saber si prefiero seguir en guerra.

—Con Alina aquí —inició Aleksander, esta vez sí ocultó la sonrisa y adoptó el tono firme del General—, quiero que los dos intentemos hacerla sentir lo más cómoda posible. Ambos entendemos el rol que acaba de caer en su espalda como la recién descubierta Invocadora del Sol y lo primordial es que no tema. Tiene que entender su nuevo papel y lo que este significa para la guerra, y nosotros debemos asegurarnos que ella sea el medio invencible para ganarla.

Aleksader casi se enfureció al no captar ninguna reacción por parte de Darya. Solamente lo observó con un asentimiento y sonrió falsamente, expresión que Aleksander aguardaría hasta que un día se volviera verdadera.

—Estoy de acuerdo. Mañana mismo le informaré a mis vitsaniki que no quiero nada excepto cordialidad en su trato con nuestra Invocadora del Sol —dijo imitándolo al usar su propio tono de Coronel—. Si eso es todo, me encantaría poder dormir.

—Sí, es todo —contestó Aleksander, mostrándole una media sonrisa totalmente sincera—. Buenas noches, Darya.

Con un portazo de despedida, Aleksander se alejó por el pasillo regresando a su habitación y a sus elucubraciones. Había dado con el plan perfecto para ganar todo aquello que deseaba: la guerra, el trono de Ravka, el exterminio de sus enemigos, la salvación de los grisha y a Darya. Pero para eso debía trabajar con mucho cuidado en su estrategia, la cual requeriría tiempo y paciencia, justamente las dos cualidades que a él le sobraban. Era una misión compleja, pero... la Invocadora del Sol podría facilitársela.

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