XII.

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Luego de que Yuriko-san lograra calmar a Michelle, tuvieron que meterlo en una tina con hielo. Debido a los cambios en su cuerpo, no podía mantener estable su temperatura.

Y, aparentemente, contrario a lo que imaginaron, el cuerpo de Michelle se estabilizó a los 28 °C. Lo que antes lo habría matado, ahora era su temperatura ideal.

Estando más despejado y frío, Michelle finalmente pudo escuchar y racionalizar lo que había pasado.

—Te desmayaste frente a nosotros sin más, apenas respirabas y cuando intentamos hacerte reaccionar, comenzaste a sangrar —dijo su padre—. Fue todo muy rápido, no parecías herido. No dejas de murmurar cosas, como pudimos te subimos al auto y corrimos hasta el hospital.

—El doctor solo pudo detener la hemorragia con fármacos, no sabían de dónde venía, pero era como si tus escamas sangraran. —Esa era Yuriko-san—. Luego de estabilizarte permaneciste inconsciente por 2 días, fue entonces que las escamas comenzaron a crecer de nuevo, los doctores creen que es una reacción de tu cuerpo para intentar protegerse, aunque no saben de qué.

Dos días... ¿Había permanecido dos días inconsciente? Michelle no les creía, sus rostros mostraban algo peor.

—¿Recuerdas algo antes de despertar? —preguntó Robert.

¿Qué si recordaba? Vaya que lo hacía.

—Es por culpa de la escama —dijo serio—. Antes de desmayarme, escuché la voz de Aiko-san, ella me gritaba pidiendo ayuda.

La postura de ambos padres se removió un poco. Michelle no supo que significaba, pero prosiguió.

—No pienso que fuera un sueño ni una alucinación, pero algo atacaba a Aiko-san. Su raíz Yōkai intentaba devorarla viva. De alguna forma conseguí detenerla y traerla devuelta. Y como mi forma espiritual está ligada a mi forma física, supongo que las heridas que recibí fueron más reales de lo que imaginé.

No lograba acostumbrarse, el agua lo relajaba instintivamente, pero su mente seguía procesando el hecho de que lucía como un monstruo. El reflejo en la tina solo se lo confirmaba.

—Yo, estaba muriendo, ¿no es cierto? No estaba durmiendo, estaba en coma.

Miedo, lo sabía, ni siquiera su madre podía ocultar sus sentimientos a pesar de su fría personalidad.

—No se preocupen, lo sabía. Mi único consuelo era que por lo menos había logrado salvar a alguien, estaba bien con eso. Pero algo intervino. No, alguien lo hizo.

—¿Alguien? ¿Quién? —preguntaron ambos.

—No dijo su nombre, pero no era necesario que lo hiciera, él era «Ryūjin».

Todos se estremecieron al oírlo.

Michelle les contó sobre su sueño y las palabras de «el dios del mar» y también sobre «la bestia de la montaña». Todos permanecieron en una calma aparente hasta que menciono los siete días que le quedaban.

—¡¿Siete días?! —se exaltó Robert frente al presagio de muerte de su hijo.

—Eso es lo que dijo que me daría, además, también explica esto —refiriéndose a su condición—. «No existe Ryūjin débil. Tu cuerpo es una armadura, tus garras son tus sables. Tu cola es un látigo y tus ojos el anuncio de la muerte. La bestia de la montaña lo sabe, doblégalo, aplástalo. Ryūjin es la fuerza del mar, es el dios de la tempestad» —recitó—. Ya han pasado dos, este es el tercero, llegado el séptimo día Ryūjin dejará de protegerme y «la bestia de la montaña» tendrá paso libre para desgarrar mi alma. Debo recobrar mi escama antes de que eso pase. El problema es...

—¿Cuál es el problema? —pregunto Robert.

—El problema es el juramento —dijo Yuriko-san al fin—, si le teme tanto a Michelle como para romper el pacto a la fuerza, el precio que debe pagar quizás sea el más alto de todos.

—Una vida por otra —dijo Michelle—. Puede que salvar mi vida, sea cobrar la de Aiko-san.

Un ambiente depresivo lleno la habitación. Michelle temía que esa fuera la respuesta correcta. ¿A qué otra cosa podría temerle tanto que no fuera perder la vida? Aiko-san solo era una humana con un antiguo gen Yōkai desbaratándolo todo. Estaba siendo arrastrada a un mundo desconocido por su culpa y ahora, para salvarse tendría que quitarle la vida. No quería eso, pero no veía otra solución.

Un Yōkai sin un alma no puede ingresar al limbo, tampoco puede reencarnar. Un Yōkai sin un alma, es un auténtico monstruo. Si hablamos de quitar una vida a cambio de salvar un alma, lo más sabio era hacerlo. Eso no significaba que Michelle estuviera de acuerdo.

—Hibiki, existe la posibilidad de que ese no sea el caso. ¿Ryūjin-sama no dijo nada más acerca del pacto? O si hay algo más que puedas recordar de ese momento. Si conocemos los términos...

—¡No lo sé! —gritó frustrado Michelle—. Si lo supiera no estaría tan asustado ahora. Incluso puede que Aiko-san solo sea otra víctima del fuego cruzado, ya que según Ryūjin ni siquiera fue ella quien me salvo, solo es quien heredo la deuda.

No se dijo una sola palabra luego de eso.

Sacrificio, Michelle no podía dejar de pensar en ello, Aiko-san era básicamente un sacrificio humano. Este ya no era el periodo Sengoku, no había razón para que los humanos murieran sin sentido, mucho menos para que se dieran en ofrenda a Yōkai para ser comidos vivos a cambio de favores.

—No soy un monstruo. No soy Ryūjin.

.......................

Por mucho que Michelle negara su naturaleza, su cuerpo no dejo de cambiar y su escama, que lo llamaba con desesperación, lo acosaba sin descanso.

Aiko, por su lado, también sufrió por su causa. La bestia que llevaba adentro no se detuvo del todo luego de que Michelle la calmara. Luego de despertar en el piso de su baño con sangre en la boca, Aiko no pudo volver a salir de su departamento.

No podía verse al espejo sin sentir unos colmillos alrededor de su cuello. Sufría alucinaciones y cuando se asomaba por la ventana, entre las personas que caminaban en la calle veía monstruos.

Así mismo, una fiebre intermitente la hacía desmayarse cada tanto. La medicina para el resfriado no funcionaba y cuando llegó al punto en que creyó que se quemaría viva tuvo que meterse a la tina y darse un baño de hielo también.

Contuvo sus gritos de dolor mientras lloraba. Era algo necesario, pero doloroso. Con suerte, luego de 15 minutos, su fiebre bajó a 37 °C, que era su temperatura habitual.

Estaba tan aterrada de salir o ir al hospital porque creyó que la tratarían de loca, o peor, que ni siquiera tuvo el valor para llamar a sus padres.

Luego de cuatro días de sufrimiento, pensó en llamar a la única persona que creyó que sabría lo que le sucedía, la madre de Michelle. Esa mujer aterradora puede que fuera su salvación, después de todo, nunca consiguió el contacto de Michelle. Hablar con Asashōryū-san era la única opción.

El tono de marcado le pareció eterno. Aiko no sabía que diría, ni siquiera sabia si esa mujer la ayudaría. Pero ya no le quedaban opciones. Estaba desesperada.

Luego de varios intentos la llamada al fin conectó.

.......................

Yuriko-san permanecía en el pasillo mientras Robert ayudaba a Michelle a salir de la tina para que los enfermeros pudieran cambiar el agua, cuando su teléfono sonó por décima vez.

Estaba harta ya, no tenía tiempo para atender a desconocidos. En su cabeza, Yuriko-san solo podía pensar en las palabras de su hijo. Llevaba ya cuatro de los siete días que Ryūjin había profetizado para su muerte, pero Hibiki se negaba a hacer algo.

Entendía que su hijo estuviera en contra de arrebatar una vida a cambio de su supervivencia, aun así, sentía que enloquecía, no pensaba con claridad, ninguno de los dos lo hacía. Tenía a su gente buscando información sobre Aiko, pero su asistente aún no tenía nada.

Si su hijo se negaba a entrar en razón, Yuriko estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario para salvarlo, aun si eso significaba arrastrar a la mujer del pacto hasta allí.

Eso conspiraba Yuriko-san cuando su teléfono volvió a sonar. Era un número desconocido y aunque quiso colgar, se equivocó al presionar la pantalla y terminó atendiendo la llamada. Al otro lado de la bocina, Yuriko escucho una voz inesperada.

—¡Alo! ¿Me escucha? Asashōryū-san, soy Yamamoto Aiko y necesito ayuda.

La voz de Aiko era temblorosa, se oía frágil, casi como si estuviera a punto de romper en llanto.

—¿Yamamoto-san?

.......................

Michelle se sentía cada vez peor, al menos psicológicamente hablando. Ya que, a pesar de que su cuerpo parecía completamente sano, no lograba reconocerse a sí mismo.

Casi no había lugar en su cuerpo que no tuviera escamas. Permanecer lejos del agua por más de 15 minutos era insoportable y con sus sentidos agudizados, hasta escuchar su respiración, era molesto.

Ni siquiera podía confiar en sus ojos, todo lo que veía eran monstruos, aun siendo él mismo un Yōkai era incómodo ver la forma real de todos los que le rodeaban. Solo sus padres le eran familiares tanto en voz como en olor, el resto, eran irreconocibles.

Mantenía los ojos cerrados, concentrándose únicamente en los latidos de su corazón, dando ligeras bocanadas de aire mientras los enfermeros hacían su trabajo cuando, entre los apagados sonidos de su corazón, escuchó más allá de los muros, en el pasillo.

Lo que Michelle escuchó fue la voz de Aiko-san y la de su madre, no alcanzaba a distinguir sus palabras, pero un presentimiento lo envolvió de pronto, la voz de su madre... sonaba peligrosa.

Al enfermero abrir la puerta corrediza para entrar, fue que Michelle escuchó con claridad.

—Yamamoto-san, debe haber sido horrible pasar por todo eso tú sola, si me das tu dirección enviaré a alguien a recogerte. Nosotros te ayudaremos.

La piel, bueno, las escamas de Michelle se erizaron con la mera idea de ver a Aiko-san. Como si fuera una bestia hambrienta, sintió un hueco en el estómago. Con solo eso, Michelle comprendió que, de tener a Aiko a su alcance, la rompería antes de recuperar su escama.

—¡Michelle! ¿Me escuchas? —escuchó de pronto—¡Michelle!

Su padre lo miraba preocupado, como si se hubiese perdido en su conciencia por demasiado tiempo. Fue entonces que recobró el sentido y corrió abruptamente hacia la puerta.

Una vez fuera vio directo hacia su madre y gritó:

—¡No le digas dónde estás!

—¡Hibiki! —levantó la voz Yuriko-san sorprendida.

—¡Cuelga ahora! —dirigiéndose a Aiko quien estaba al otro lado del teléfono.

—¡Hibiki! ¿Qué crees que haces? —increpó Yuriko a su hijo.

—Lo correcto —dijo serio—. ¿Qué es lo que haces tú, Kaasan?

Esto era extraño, Hibiki siempre había tenido un carácter fuerte, pero sumiso hacia su familia. Puede que esta fuera la primera vez que Yuriko viera a su hijo como algo más que un niño enfermo.

Frente a ella, más allá de su apariencia mezclada, un aura amenazante se formaba alrededor de Hibiki.

—Intentas traerla aquí. ¿No es cierto? —estaba furioso. Por alguna razón, percibía una ira ciega consumiéndolo desde dentro—. Kaasan, ¡no cobraré el pacto a costa de la vida de alguien más!

Esto no era bueno para nadie, Michelle estaba «abrumando». Estaba tan inestable que lo hacía sin ser consciente, sus emociones parecían controlarlo bajo la más mínima provocación.

Yuriko no podía hacer más que defenderse para intentar calmarlo, de atacar directamente a su hijo, podría terminar hiriéndolo o provocando que se hiriera a sí mismo.

—Hibiki, no sabemos qué es lo que sucederá. El precio podría no ser su vida.

—Y correrás el riesgo aun así. —Desprecio, la idea le repugnaba—. Me niego a aceptarlo.

No soy un monstruo. Pensó Michelle.

—Michelle, estás enfermo, no piensas con claridad. —Fue el intento de Yuriko-san por traer de vuelta la racionalidad de su hijo. Un fallo rotundo.

—¿Y tú sí? Qué fácil es cuando no es tu vida la que arruinas.

La bestia al interior de Michelle estaba al borde de su conciencia, arañando las paredes de su racionalidad, preparada para ser desatada, sin embargo, justo en el momento en que Michelle amenazaba con tomar el brazo de su madre para romper el teléfono, Robert arrojó a tiempo un balde de agua y hielo para sosegar la cabeza de su hijo y enfriarlo un poco.

El golpe helado le llegó con tal sorpresa por detrás que perdió la concentración y se tambaleó hacia adelante.

Su temperatura se regulaba y sus emociones se estabilizaban, seguía molesto, pero la nube en su mente se despejó.

—Michelle, ¿cómo te sientes? —preguntó Robert.

—Yo... —llevándose una mano a la frente— me siento mejor. Pero Kaasan, no vuelvas a intentar contactar a Aiko-san, ella no tiene nada que ver con esto.

Dándose media vuelta, Michelle pretendió volver a su cuarto, necesitaba el agua.

—¿Nada que ver? Hibiki ella... —intentó reprochar Yuriko antes de ser interrumpida por Robert.

—Déjalo ya, Yuriko.

—¿Qué lo dejé? Robert, ¿también has perdido la razón? Si no hacemos nada, el tiempo de Hibiki se terminará y entonces, entonces.

Temiendo de sus propias palabras, Yuriko no pudo terminar la frase. No lograba conciliar la idea de que su hijo terminara muerto.

—Lo sé, pero tarde o temprano lo entenderá. Michelle no es estúpido ni idealista. Ya está luchando con la idea de asociarse con la imagen del demonio que ve en el espejo. Tú misma lo dijiste, nuestro hijo es fuerte, nuestro trabajo es estar a su lado. Él pronto lo resolverá por sí mismo, como siempre lo hace.

La expresión en el rostro de Robert reflejaba los temores más grandes de Yuriko-san. Robert, no creía una sola de las palabras que había dicho. Ninguna.

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