🎄12🎄

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Había visto el cariño y el amor que se tenían Beverly y su marido, y quiso lo mismo para ella con Desmond, le había dicho a Carla que estuviera con su padre y ella ni siquiera seguía ese consejo de estar con el hombre que le gustaba y amaba.

Se levantó de la silla y salió corriendo de la terminal de ómnibus con la valija porque supo lo tonta que había sido en no darse cuenta de todo aquello, lo amaba de verdad y no le importaba nada si tenía que vivir en ese pueblito por Desmond, porque era a él al único hombre que quería en su vida, pero cuando llegó a la acera y no lo encontró allí, caminó con dirección hacia el centro del pueblo de nuevo y empezó a hacer dedo para que alguien la llevara a la casa de Beverly. La encontró en las calles el padre de los hermanos y frenó su camioneta.

—¿Qué haces aquí?

—¿Me puede llevar a la casa de su hija? —Se acercó a la ventanilla.

—Sube —le dijo el hombre y la joven abrió la puerta y se metió dentro.

—Sabía por Desmond que te ibas hoy.

—Cambié de opinión. Si llamo a mi papá, creo que entenderá.

El hombre la escuchó y marcó el número de su amigo desde su teléfono móvil.

—Habla con tu padre —le entregó el dispositivo.

—Gracias —contestó y esperó a que la atendiera—, hola, papá, ¿cómo estás?

—Hola, hermosa, todo bien por acá, ¿y vos?

—Me alegro de que estés bien, yo estoy bien. Tengo que decirte algo y... no sé cómo lo vas a tomar.

—Bri, nos contamos todo, decime lo que tenés que decirme.

—Me quiero quedar. Conseguí trabajo, el sueldo, compré el pasaje del micro y el del avión, pero quiero quedarme.

—Lo sé.

—¿Cómo lo sabés? No te entiendo —le habló frunciendo el ceño.

—Mark me estuvo contando lo que estaba pasando ahí.

—¿Vos sabías todo?

—Bueno... más o menos, pero no pensé que te ibas a enamorar tan rápido.

—¿Por qué crees que lo estoy?

—Una buena razón tenés que tener para querer quedarte en un pueblo donde no tiene el lujo del que estás acostumbrada.

—Pero, tiene a la persona que me gusta y quiero —se le llenaron los ojos de lágrimas.

—Lo sé, ¿y Mark marcó el número solo para que me digas eso?

—Sí, para que supieras que no tenías que esperarme y porque quería saber si te parecía bien.

—Brisa, sos una adulta, las decisiones tienen que ser propias, puedo darte consejos, pero ya tomas tus propias decisiones, jamás me enojaría con vos, mucho menos sabiendo que aprendiste la lección y te enamoraste en el proceso.

—Lo entendí, te aseguro que capté todo, papá. ¿Vos estás con Carla? —cuestionó curiosa ya que escuchó la voz de una mujer.

—Bueno, ehm... —su padre no sabía qué responderle.

—Papá, yo ya sé que Carla y vos se gustan, y me parece un disparate que esperaron hasta ahora para pasar la barrera de jefe-secretaria —admitió su hija sin tapujos y este se quedó estupefacto ante aquellas palabras.

—Pensé que te molestaría.

—Para nada, el día antes de viajar, le dije a Carlita que no tuviera miedo y que, si vos le decías algo o la invitabas a salir, que te dijera que sí.

—Sos terrible, Brisa —rio cuando se lo escuchó—. Para que te quedes tranquila, ella está conmigo ahora mismo y sí, estamos intentando conocernos mejor.

—Me parece genial, lo tendrías que haber hecho mucho antes y no pensar en mí por miedo a que no me gustara la persona que eligieras.

—Es complicado a veces, hija.

—Lo sé, pero tenés que ser feliz vos también, siempre y cuando la otra persona no sea una interesada, y que solo te quiera por la plata, todo bien.

—Preocupate por tu felicidad, Bri. Eso es lo que quiero, que seas feliz. Y antes que me olvide, el paquete que le entregaste a Mark no era realmente para él.

—¿Cómo que no? —Unió las cejas sin comprenderlo.

—Cuando estés en su casa, él te lo dará, era para vos el paquete —declaró con honestidad—. Feliz Navidad, hermosa. Ya me contarás lo que tiene cuando hablemos de nuevo —le dijo risueño.

—¿Qué tiene?

—Tenés que abrirlo para saber lo que tiene —le insistió.

—¿Te diste cuenta de que si volvía no lo iba a abrir?

—Era una posibilidad, pero me arriesgué, aparte de que, si no lo abrías ahora, era una excusa para volver a Stowe, ¿no te parece?

—Sí, me parece —rio con sutileza— y está bien, cuando me lo dé y lo abra, te llamaré y de paso vamos a tener que arreglar el tema de la empresa para manejarla juntos. Un beso, te quiero, papá.

—Sí, por eso no te preocupes. Habrá tiempo. Otro para vos y te quiero yo también.

Brisa le devolvió el teléfono y el hombre habló un poco con su amigo, invitándolo a él y a su pareja a pasar el Año Nuevo en su casa, pero Santiago le dijo que por temas de trabajo sería casi imposible viajar, aunque le agradecía la invitación y las ganas de volver a verse también.

—¿Qué pensó cuando me vio por primera vez?

—Que eras lo que mi hijo necesitaba, no estoy en contra de las niñas ricas mantenidas por su padre, de estarlo nunca hubiera permitido que Desmond se mezclara contigo y está más que claro que incluso soy amigo de un hombre rico. El problema surge cuando la ambición es más grande que el amor, y lamentablemente eso pasó con su anterior relación.

—Lo entiendo perfectamente. Me gusta Desmond y mucho, jamás pensé encontrar el amor acá.

—En lugares insospechables y en circunstancias raras aparece el amor —la miró con atención—. Desmond tiene el apodo de gruñón al igual que yo y creo que tú eres la única que lo mantiene en su eje como mi esposa me lo mantiene a mí. A veces soy muy imposible de soportar y sin embargo tan solo verla y que me mire y me sonría hace que se me olvide el malhumor.

—Es muy lindo cuando una pareja se complementa de esa manera.

—Y yo creo que lo mismo le pasa a Desmond contigo. No me lo ha dicho, pero lo veo en él.

—¿Ustedes estuvieron mucho tiempo de novios?

Mark rio por lo bajo.

—Te sorprenderá saber que duramos solo una semana de noviazgo y nos casamos —confesó y la chica abrió los ojos con desmesura—. Sabía que era la indicada, era el eje que centraba mi mundo, y lo sigue siendo.

Brisa quedó conmocionada con la forma en que tenía de hablar de su esposa y supo que aquello mismo quería junto a Desmond.

—¿Estás bien? —formuló mirándola preocupado.

—Sí, solo me pareció precioso lo que dijo de su esposa —expresó secándose las lágrimas con los dedos.

—Y yo espero que Desmond tenga lo mismo o mejor.

—Intentaré hacerlo feliz, solo espero que cuando me vea de nuevo no me dé la espalda —le dijo muy preocupada.

—No lo hará, te lo aseguro —negó con la cabeza también—. El paquete se lo dejé a mi hija y ella te lo dejó dentro del dormitorio.

—Gracias —asintió con la cabeza también mientras le sonreía.

Al llegar a la casa vio la camioneta aparcada de su hija y ayudó a la joven con la maleta. Entraron y Beverly sonrió de verla otra vez.

—¿Qué pasó? —enseguida le preguntó acercándose a ella.

—Me quedo —sonrió la chica.

La mujer la abrazó con alegría.

—Mis hijos se pondrán contentos, pero, sobre todo, Desmond. ¿Qué sucedió que decidiste quedarte?

—Creo que el amor por un hombre.

—La encontré caminando hacia el centro del pueblo y le pregunté qué hacía —le comentó su padre.

—¿Y piensas quedarte? ¿Te acostumbrarás aquí?

—Supongo que sí, estos días que pasé con ustedes, fueron los mejores, no tuve lujos o por lo menos no a los que estoy acostumbrada, pero te aseguro que fueron geniales —dijo con mucha alegría.

—Me pone contenta saber que te quedas, en verdad eres una gran compañía, sobre todo cuando mi marido no pasa tiempo en la casa.

—Y a mí me gusta estar con ustedes también, la paso muy bien con tus hijos, son unos niños divinos.

—Te lo agradezco —sonrió—. Bueno, cuando quieras puedes ocupar de nuevo el cuarto de huésped.

—Gracias —le regaló una sonrisa.

—Yo me iré —declaró el adulto—, nos vemos pronto, queridas —les dio un beso en la mejilla a cada una.

Durante el resto del día, Beverly preparó algunas tartas para su casita de té en donde frecuentaba gran cantidad de gente, tanto locales como turistas y entre las dos la atendían, y Brisa lo hacía con agrado porque comprendió que no todo giraba en torno a los lujos y el glamur que tenía su vida.

Ese día no fue la excepción, era el siguiente día al de Navidad y ambas atendieron el local ofreciendo el mejor servicio, no solo por la buena calidad de los alimentos e infusiones sino por la amabilidad de ambas. Brisa aprendió a vivir su propia vida en modo lento, sin la efusividad y euforia de la ciudad donde vivía, y no fue hasta el instante en que Desmond le había dado el beso bajo el muérdago que supo que necesitaba eso en su vida, tranquilidad, asentarse en un lugar y ser feliz y amada.

Cuando hablara con Marcos, su mejor amigo y le contara lo que antes le había dicho como una broma, se iba a descostillar de la risa al confirmar que era verdad. Alrededor de las cinco de la tarde, Beverly fue a buscar a sus hijos a la escuela mientras que dejaba a la argentina a cargo de la casita de té. No era la primera vez que la dejaba sola y fueron pocas las veces que se había abatatado con tantos clientes y pedidos a la vez. Los clientes eran comprensibles con ella y le tenían paciencia, más porque desde que había llegado había revolucionado a todos con su frescura e iluminaba el lugar al que iba solo con su sonrisa y amabilidad a pesar de ser una joven inexperta en el manejo de un negocio.

Unos minutos después, la dueña del lugar llegó con sus hijos y Brisa los esperó en la sala detrás del mostrador y cuando la vieron se le tiraron encima gritando de alegría y abrazándola.

—Volviste —dijo el más grande de los varoncitos.

—Sí —le respondió con una sonrisa.

—¿Y te quedas con nosotros? —fue el turno del hermano mediano.

—Sí, me quedo con ustedes.

Al escuchar aquellas palabras de su boca, se la apretaron más contra ellos sabiendo que no se iba a volver a ir. Beverly les preparó la merienda y la argentina regresó a la casita de té para atender a los clientes.

A las personas que entraban allí, les parecía algo exótico de ver, porque usaba calzado de taco alto con vaqueros, suéteres y delantales. No siempre tenía puestos tacos altos, pero cuando los usaba era una cosa extraña de ver.

Ya para las siete y media de la tarde, el negocio cerró, y regresaron a la casa. Mientras la madre de los niños preparaba la cena, Brisa ayudaba a los chicos a hacer la tarea y luego se metió al baño de su cuarto para darse una ducha, al salir y quedarse con la bata de toalla, se sentó en el borde de la cama dando la espalda a la puerta y se cepilló el pelo húmedo.

Desmond había llegado minutos después de que ella se metiera en el dormitorio y dejara la puerta entornada, fue allí cuando la vio y entró cerrando la puerta a sus espaldas. Brisa sintió que alguien estaba allí también y giró la cabeza para mirarlo con atención.

—¿No te fuiste?

—No, entré a la terminal, me senté a esperar y salí corriendo hacia el centro de nuevo porque me arrepentí.

—¿Por qué te arrepentiste?

—Porque me enamoré de un alto y fornido capataz que me cambió la vida —se acercó a él y lo agarró de la mano—, ahora yo te pido que no me rechaces, porque te estoy dando la oportunidad que me pediste a la mañana.

—Creo que me iré a dar una ducha y luego hablaremos mejor.

—Está bien —asintió con la cabeza también y lo vio salir del cuarto cerrando la puerta de nuevo.

Cuando todos estaban alrededor de la mesa cenando, uno de los niños preguntó algo que dejó mudos a los tres adultos.

—¿Podemos llamarte tía? —Le clavó los ojos a Brisa que la tenía frente a él.

—Gregory, no se debe preguntar eso, todavía es pronto —le dijo su madre.

—Pero, si se queda con nosotros es porque quiere mucho al tío Desmond, ¿o no? —su vocecita inocente hizo enternecer tanto a su madre como a los otros dos.

—Esas cosas son temas de grandes, algo que ustedes no se tienen que meter y tampoco saber —les dijo Beverly a sus hijos.

—Solo queremos tener una tía y Bree siempre nos soportó —admitió la más grande de las niñas.

—Niños... —les llamó la atención su madre mirando a cada uno de ellos.

—Primero tengo que arreglar unos asuntitos con su tío y si todo va bien, yo no me opondré a que me digan tía.

Los siete quedaron conformes con la respuesta y continuaron comiendo.

A las diez de la noche todos estaban metidos en la cama a excepción de Brisa y Desmond, y cerca del hogar a leña encendido se encontraba echado Snowflake.

—El paquete no era para tu papá sino para mí —declaró queriendo hablarle de algo y él la miró con una ceja alzada—. Desmond... me quedé porque te quiero, por favor... decime algo, no seas así conmigo.

—Te supliqué para que te quedaras, no tenías ninguna necesidad de que te llevara hasta la terminal de ómnibus solo para arrepentirte después.

—Ya sé que fui una tarada y me arrepiento, pero estoy acá queriendo y ansiando tener algo con vos. Te elegí por encima de todo lo que me gusta. Porque me gustas y te quiero más a vos que a cualquier otra cosa —confesó con total honestidad.

Desmond se acercó a ella, le sujetó el pelo suelto con las dos manos, le echó la cabeza hacia atrás con suavidad y la besó en los labios. Brisa correspondió al beso de buena gana.

—Te quiero tanto, pero tanto, que, si tuviera mil vidas, mil y una las tendría a tu lado.

—Desmo... —no pudo terminar su nombre porque se le llenaron los ojos de lágrimas y él volvió a besarla con amor—. Sos muy lindo —le dijo tomándolo de las mejillas y besándolo de nuevo.

—Tú más —respondió secándole las lágrimas con los pulgares—. ¿Abriste el paquete?

—Todavía no. Tu papá lo trajo cuando yo me había ido y lo tengo en el cuarto.

—¿No quisieras abrirlo?

—Sí. Pero quiero abrir el paquete a tu lado.

—Está bien —le asintió con la cabeza.

Los dos caminaron a la habitación y él cerró la puerta, se quedó de pie frente al paquete que estaba sobre la mesa y esperó por Desmond para destaparlo. Lo que descubrió Brisa fue algo que jamás se hubiera esperado.

Fotos de su madre junto a ella, de ella cuando era niña, de los tres y de cuando era adolescente. Desmond ni siquiera le preguntó, supo bien quien era aquella persona femenina porque tenían un parecido con Brisa, solo la abrazó por los hombros y dejó que llorara en silencio mientras veía las fotografías.

Dejó sobre la mesa el pilón de fotos y sacó otras cosas. Un par de sobres y una caja tamaño mediano.

—¿Qué crees que es eso? —preguntó Desmond.

—La verdad que no sé lo que es la llave —le respondió y miró el interior del sobre encontrándose con una nota.

—Un departamento en la villa.

—¿En la villa? —Frunció el ceño sin acordarse de eso.

—En Spruce Peak.

Brisa comenzó a reírse, no podía creer lo que le había regalado su padre.

—Esto es una locura, le chifló el moño cuando decidió comprar un departamento en ese lugar tan caro —admitió y miró el otro sobre encontrándose con dos notas—. Esta va dirigida a vos —se la entregó a Desmond.

—¿Para mí? —Unió las cejas y la tomó en las manos.

—Eso dice.

El capataz se puso a leerla con atención y ella también la suya.

—Quiere que sea socio en su empresa agrícola, yo no entiendo nada de esas cosas —manifestó el americano.

—Podrías hablar con él y preguntarle, creo que es una gran oportunidad, Des, no lo veas como algo disparatado, capaz que no hagas cuentas, ni ese tipo de cosas, pero de seguro está buscando a alguien más que pueda llevarle las cosas del campo.

—Pero, serías mi jefa.

—Yo no me meteré en esas cosas. Claramente era mentira cuando me dijo que cuando volviera, iba a ayudarlo en manejar la empresa sin tener prácticas y no me molesta la verdad, porque sé que esa empresa va a estar en buenas manos también —le dijo mirándolo con fijeza—, va a estar bien en tus manos, en las de papá y en las tuyas —sonrió sin dejar de observarlo.

—No lo sé, Bree —le contestó no tan convencido.

—Solo hablá con él, mirá si más adelante los dos pueden llevar un proyecto juntos —le dio ánimos.

—De acuerdo, lo haré, veré que me tiene para decir. ¿Y a ti qué te dijo en la nota?

—Me habló de una cuenta bancaria en dólares y que en la cajita envuelta en papel de regalo hay un celular con un chip nuevo de línea norteamericana.

—Parece que desde hace meses lo estuvo horneando —confirmó el hombre.

—Eso parece y no sé por qué, algo me dice que tu papá sabía de todo esto también.

Desmond se rio, pero no se lo negó tampoco.

—Es posible. De alguna manera ellos dos son los únicos que se entienden cuando hacen las cosas juntos.

—Ya lo creo que sí.

—¿Estás mejor? —le inquirió preocupado sosteniéndola de las mejillas y mirándola a los ojos.

—Sí, estoy mejor y estoy muy feliz de estar acá también —expresó abrazándolo por la cintura y apoyando la cabeza en su pecho.

—Creo que, para reponer fuerzas y energías, necesitas dormir unas horas, nos vemos mañana, Sunshine —le dijo dándole un beso en los labios el cual ella correspondió también.

—Hasta mañana, buenas noches, Grumpy —sonrió.


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