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🎁Casa de Beverly

A la mañana siguiente, Brisa se despertó por las sacudidas de la cama, abrió un ojo y se encontró con dos niñas que estaban saltando en el colchón como si fuera una cama elástica.

—¿De dónde salieron ustedes dos? —Bostezó enfocando la vista para mirarlas mejor.

—De nuestras camas —rieron cuando una respondió y Brisa se echó a reír comprobando que había sido burlada por dos niñas.

—¡Niñas, a desayunar! —les gritó su madre y bajaron enseguida de la cama.

La argentina salió del cuarto poniéndose una bata de seda ya que debajo tenía un pijama de la misma tela y las pantuflas de la noche anterior.

Los demás niños la miraron con atención.

—¿Quién es? —preguntó un rubiecito.

—¿Es la novia del tío? —dijo otro.

Desmond escupió el café cuando escuchó al mediano de sus sobrinos.

—Es una amiga que vino de lejos y me ayudará con el negocio —les comentó su madre—. Y puede que ayude al tío también —anunció con picardía y una sutil sonrisa.

—¿Y no es nada del tío? —insistió otra.

—Es linda —admitió el pelinegro.

—Me gusta —asintió una niña de pelo castaño—, que se quede —sonrió la otra hermana que había saltada sobre la cama.

—Siéntate a desayunar con nosotros, por favor —la invitó Beverly.

—Gracias —sonrió y se sentó frente a una hilera de cuatro niños varones.

Se sintió en un jardín de infantes.

—Te los presento, Gregory, Oliver, Theodore y Zachary que es el mellizo de Harper, Avery y por último tenemos a Evelyn.

—A dos de ellas las conocí recién —comentó mirándolas a las dos que estaban a sus lados y la otra al lado de la melliza del varón.

—¿Las conociste? —Beverly quedó perpleja y algo confundida.

—Aparecieron saltando en la cama —rio con diversión mientras las miraba.

—Con razón tardaban en venir al comedor a desayunar —les dio una mirada reprobatoria.

—Perdón, mami —susurró quien parecía la más grande de ellas.

—Perdón aceptado. Después de todo, a su tío algunas de ellas y un par de varones le hacen lo mismo, saltan en la cama para que se despierte —sorbió un poco de su café caliente—. ¿Qué desayunas?

—Café con un poco de leche.

—Desmond, sé un caballero y sírvele, por favor —le contestó su hermana.

—Sí tío, sírvele para que desayune con nosotros —respondieron al unísono los siete niños mientras lo miraban con atención.

—¿Acaso tengo la etiqueta del cafetero? —cuestionó con seriedad e hizo un gruñidito.

Los niños se rieron ante el chiste.

—Dime, ¿cómo es que llegaste aquí? —quiso saber Beverly.

—Mi papá me pidió que viniera, tengo que entregar un paquete en Navidad —le expresó y le dio las gracias al hombre cuando le acercó la taza con la bebida caliente.

—¿A quién?

—A un amigo suyo, le dicen Grumpy Mark. ¿Lo conocen? —cuestionó y luego se retractó—, bueno, papá me dijo que acá todos se conocen.

—Y está en lo cierto —dijo la mujer.

—¿Al abuelo le tienes que entregar el paquete? —formuló el varón más grande levantando las cejas.

—¿Son su familia? —declaró sorprendida al tiempo que miraba a ambos hermanos.

—Así es y te será imposible entregar ese paquete, nuestros padres no viven aquí —acotó Desmond.

—¿Cómo que no viven acá? Mi papá me dijo que vivían en Stowe —se quedó más confundida que antes.

—En realidad, sí viven aquí, pero no en el pueblo, están mucho más lejos y no siempre vienen para estos lados. Estaría dudando si nuestro padre se da una vuelta por aquí en estas dos semanas —le respondió Beverly intentando tranquilizarla un poco.

—Pero, podría ir, ¿no? Digo, a entregarle el paquete.

—En esta época del año hay tormentas de nieve y a menos que sea urgente, se trata de no salir de la zona donde vives —notificó el hombre.

—Tengo que entregarselo, es una obligación, no puedo quedarme tanto tiempo acá, mucho menos si no consigo un trabajo para pagarme el pasaje de regreso.

Desmond era perspicaz, astuto e inteligente y estaba bastante claro que algo ocultaba, por lo que, cuando quedaran a solas, sería muy directo con ella. Media hora después mientras Beverly ayudaba a vestir a sus hijos para la escuela, los dos continuaron desayunando y el hombre le habló;

—¿Ahora me dirás la verdad? —Entrecerró los ojos observándola.

—¿Cuál verdad? No te entiendo —negó con la cabeza.

—La verdad de tu historia, te observo muy bien y tienes modales de niña rica. ¿Quién eres? ¿Y por qué estás aquí? —Apretó los dientes poniéndose un poco molesto por ocultarle parte de la verdad.

—No tengo ninguna otra verdad más que la que conté, vine por pedido de mi padre para entregar el regalo en Navidad y tengo que volver a mi país siempre y cuando consiga un trabajo para poder pagarme el micro y el pasaje de avión.

—¿Por qué te envió? ¿O la historia de que te envió tu padre es mentira y en realidad eres una hija no reconocida del mío?

—Hasta donde sabía, la mayoría de las personas me dicen que soy parecida a mi papá, así que... o sos más duro que una piedra en entender o me estás jodiendo —le alzó la voz y Desmond quedó con una ceja levantada ante su audacia en enfrentarlo.

Le gustó el jueguito que estaban teniendo sin siquiera conocerse del todo.

—Para que vengas hasta aquí y te deje sin dinero con el objetivo de conseguir un empleo, es porque hiciste algo indebido.

—No, no hice nada indebido para tu información —le contestó con suficiencia—, tan solo no quise estudiar y tampoco encargarme de la empresa, me castigó en enviarme acá, para darle el regalo a tu papá y conseguir un trabajo, no tengo plata, tampoco tarjetas de crédito y de débito, y mucho menos un celular. Solo traje la documentación y unos pocos dólares para pagar el micro que me dejó en la terminal de acá.

—¿Qué haces de tu vida?

—Nada. Sinceramente, no sé hacer nada.

Desmond se pasó la mano por la cara. Definitivamente, Brisa iba a ser un caso serio y le sacaría canas verdes.

—Termina de desayunar y te vistes. Te llevaré conmigo a que veas lo que hago y te daré algún oficio, ¿qué te parece?

—Está bien, pero te aviso que no tengo idea de nada.

—¿Sabes ordeñar? —le preguntó y ella negó con la cabeza—, bueno, hoy aprenderás.

—Ok —le dijo quedándose con la incertidumbre de no saber con lo que se iba a encontrar.

—No puedo creer que tu padre te haya enviado aquí para que trabajes en un área que ni siquiera conoces —sacudió la cabeza sin poder entenderlo.

—Papá tiene una empresa agrícola, pero no entiendo nada de eso.

—¿Y nunca te interesó saber?

—No, porque no me gusta.

—Para ganarse el sueldo del mes, se debe trabajar arduamente.

—Yo más bien lo que gana mi papá, lo disfruto.

—Eso no se vale, si él trabaja, tú también tienes que contribuir con algo.

—¿Por qué? En ningún lado está escrito que una hija debe ayudar en el trabajo de su padre —frunció el ceño.

—Tu pensamiento es el de una egoísta que solo mira su nariz.

—No me conoces como para decirme eso —se sintió dolida.

—Estás en una casa que no es tuya, casa ajena, te acomodas a las reglas, mi trabajo, obedeces mis órdenes.

—Te deben odiar los empleados.

—Saben que conmigo no se pierde el tiempo, o trabajan o los despido, nadie puede perder el tiempo en el campo.

—Por tu manera de hablar, me inclino a pensar que sos el jefe.

—Capataz de fincas y campos.

—Qué titulazo tiene encima el señor —le dijo con algo de burla.

—Pronto voy a ver si te sigues burlando del puesto que tengo, Buenos Aires —se levantó de la silla—, dile a mi hermana que te preste un par de botas de campo.

—Calzo 37 y no sé el número de tu hermana.

—Bingo —se echó a reír confirmando que tenían ambas el mismo número.

Fue el turno de ella apretar la boca de disgusto y gruñir por lo molesta que estaba.

Desde el pasillo y sin que los vean, estaban Beverly y sus hijos riéndose en silencio mientras se tapaban la boca con la mano y escuchando atentamente la conversación llena de dardos que mantuvieron esos dos.

La chica se levantó cuando vio a la fila de niños y a su madre y las tres niñas bajaron la vista mirando embelesadas las pantuflas.

—Mami, quiero de esas —Harper le señaló el calzado.

—Nosotras también —dieron un saltito entusiasmado Avery y Evelyn diciéndolo al mismo tiempo.

—Después le preguntaré a nuestra invitada dónde las compró, pero ahora debemos ir a la escuela. Saluden y nos vamos.

Cada uno saludó a su tío y a la joven con un beso en la mejilla.

—Beverly —la llamó su hermano—, ¿tienes a mano un par de botas para mi empleada? —interpeló y Brisa alzó las cejas de inmediato.

—¿Empleada? ¿No era la amiga de mamá? —quiso saber la niña más grande, Evelyn.

—Sí, es cierto, pero si va a trabajar con el tío, se dice así, empleada —le explicó su madre—, puedes fijarte un par en el ropero —le dijo a su hermano.

Cuando todos se fueron, volvieron a quedarse a solas.

—Vas a tener que decirme dónde compraste esas pantuflas.

—Son norteamericanas, papá me las trajo de un viaje.

—Porteñita con gustos caros y extranjeros.

La joven se indignó de nuevo, no por el apodo que le estaba diciendo sino por la manera en cómo tenía de burlarse de su posición.

—No soy porteña, ya te lo dije. Vivo en la provincia de Buenos Aires, no en la Capital Federal, pero no vas a entender un pomo por más que te lo explique.

—Entiendo bien, nunca he viajado a Argentina, pero compré productos agrícolas de tu país y hasta ahora no fallaron.

—Entonces, mordete la lengua, aunque no podés comparar un producto con una persona —admitió sintiéndose molesta todavía y sin saber que esos productos eran de su padre—. Aparte, Argentina es grande y está dividida por provincias y donde más campos hay es en las afueras de Buenos Aires y en las provincias que obviamente cada una tiene su nombre, como acá los tienen los estados —replicó con seriedad—. Y volviendo al tema anterior, no es mi problema que me las haya regalado, al fin y al cabo, todos los países necesitan del turismo y que el turista compre, así que tu comentario estuvo fuera de lugar.

—Mis disculpas.

—Aceptadas. Si querés comprarselas a tus sobrinas, podés buscarlas por Amazon.

—De acuerdo, iré a buscar el par de botas y podrás ir a vestirte.

Mientras Desmond entró al cuarto de su hermana, Brisa se acercó a la cocina para lavar la vajilla del desayuno y ponerlos a escurrir. No quería ser maleducada y a pesar de que muy pocas veces lavaba algo en la cocina, lo hizo para no cargarle más trabajo a la dueña de la casa.

El americano la miró de espaldas a él sosteniendo las botas en una de sus manos.

—Te dejaré las botas aquí —le dijo y ella se giró para ver dónde las ponía—, no tardes, te esperaré afuera.

—Está bien —le contestó y las agarró en una mano para caminar hacia el cuarto.

Snowflake se debatió en seguir a su dueño o esperar por la nueva integrante, lo miró fijamente y se sentó en sus patas traseras observando la puerta cerrada de la chica.

—Traidor —le dijo a su perro, este movió la cabeza en su dirección y volvió la vista a la puerta.

Fue como si no le hubiera molestado que lo llamara así.

Desmond salió de la casa y se subió a la camioneta bufando y gruñendo por la situación en la que estaba con la chica argentina. Ni pasaron cinco minutos y este comenzó a tocar bocina para que se apurara, sonrió de lado porque quería engranarla más.

Ella salió a los diez minutos y se subió en el asiento del copiloto mientras que el samoyedo quedó en la parte trasera de la camioneta.

—Hay que cumplir un horario y mi deber es estar a las nueve en punto.

—Son las ocho y media recién, aflojá un poco.

—Que tu vida sea un ocio no es mi problema, yo cumplo horarios.

Brisa prefirió quedarse callada e intentar disfrutar del paisaje hasta que llegaran a donde se suponía que iban a ir a trabajar.


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