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A veces me miraba al espejo y pensaba.

Porque sí, dos por tres me pongo reflexivo sobre las cosas que me pasan.

Uno siempre tiene expectativas cuando empieza el liceo. Espera hacer amigos, llevarse bien con todo el mundo y no llevarse ninguna materia a examen. De todo lo que esperás que pase, yo creo que al final termina pasando todo al revés, como en mi caso. Bueno... En realidad no me puedo quejar de las materias porque me iba bastante bien, pero la parte social era una mierda.

Bueno, Facundo hizo que las cosas fueran un poco menos tediosas. En realidad yo ya me había resignado a ser un lobo solitario e incomprendido por el mundo. Era raro, porque según lo que mis padres habían pronosticado, mi estadía en la secundaria iba a ser fabulosa. Ellos decían que yo era guapísimo y carismático. Lo de carismático te lo debo, lo de guapísimo... No sé. Los papás siempre piensan que sus hijos son guapos aunque sean horrendos.

Cuando llegué al liceo ese día, decidí exteriorizar mi reflexión con Facundo.

—¿Vos me ves lindo a mí?

Facundo se estaba comiendo una medialuna rellena de jamón y queso. Me miró con la boca llena y cara de asco.

—¿Qué carajos me preguntás?

—Solo quiero saber, imbécil.

—¡Yo qué sé!

Chasqueé la lengua.

—No me servís para nada, boludo. Una pregunta te hice, nada más.

Facundo tragó el pedazo de medialuna que se había llevado a la boca y me estudió.

—A ver... Nunca te miré a detalle. Sí, estás bien, Qué se yo... Se supone que a la mayoría de los pibes ser alto y musculoso les juega a favor, pero a vos te cagó la vida, pero yo sé por qué pasó eso.

—¿Porque hubo una persona que me malinterpretó de entrada?

—No, no. Es por tu personalidad.

Arrugué las cejas.

—¿Qué decís? ¿Qué tiene mi personalidad?

—No sé, tu forma de hablar es como agresiva. Parece como si estuvieras enojado todo el tiempo. El que no te conoce puede llevarse una impresión que no es la correcta.

Hice el signo del montoncito con la mano.

—Para mí sos un imbécil.

—¿Ves? —respondió Facu entre risas y se llevó otro pedazo de medialuna a la boca—. A mí me resulta gracioso porque ya te conozco.

—¿Y qué tengo que hacer entonces? ¿Quedarme callado?

—Tal vez no quedarte callado, pero medir los insultos.

—Dah... Andá a cagar.

Inmediatamente después de decir eso, me mordí el labio. No lo podía evitar. Facundo se mataba de la risa.

—¿Hoy le vas a hablar? —retomó la conversación.

—No sé. De mañana me la crucé en la entrada y me puso una cara... Ya hasta me acusó con el adscripto, debe pensar que soy la peor basura del mundo. ¿Mirá si le voy a hablar y la cago? Ya está, ahí sí que pierdo toda oportunidad con ella.

—Si no lo intentás nunca vas a saber. Vos sabés ser educado cuando querés.

Castañé los dientes.

Cuando nos dirigíamos al salón, me la crucé en las escaleras. Iba con dos chicas más, así que no me animé a hablarle. Encima las tres me miraron con una cara de odio tremenda. Seguramente ella ya les había contado que yo era un patán abusador de flaquitos.

Me amargué tanto que ni siquiera le presté atención a la clase.

Cuando salimos, Facundo me invitó a jugar juegos de PC en su casa, pero estaba tan desanimado que le dije que no.

Ya cuando estaba en mi casa me di cuenta de que por estar pensando en mí mismo no me detuve a pensar en mi amigo. Así como él era mi único amigo, yo también lo era. Tuve la sensación de que lo único que había hecho por él había sido defenderlo de esos tarados, pero nada más. Él siempre era el que me aconsejaba, me consolaba y me animaba cuando me pintaba el bajón.

Agarré mi teléfono y le escribí un mensaje. Me llamó la atención que no tuviera foto de perfil, pero en un principio no le di mucho corte. Cuando pasó un rato y no contestó, ahí me empecé a hacer la cabeza. ¿Se había enojado conmigo y me había bloqueado por no aceptar su invitación? Nah, era mucho. Facundo no era así, no hacía esa clase de cosas, pero tal vez ya se había aburrido de mí y tomó la decisión de no ser más mi amigo. Mientras pensaba en todas esas cosas lo llamé, pero tampoco me atendió. ¿Qué carajos había pasado? Encima era tardísimo para ir hasta su casa. No me quedaba más remedio que esperar hasta el otro día y hablar con él. Me fui a dormir pensando en la forma en la que le iba a pedir perdón por ser tan banana. Facundo y yo nunca nos habíamos peleado, ni una sola vez. Pero claro, él tenía todo el derecho del mundo a enojarse conmigo. 

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