Capítulo 1. ¿Un golpe de suerte? + Nota de autor

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Una vez escuché, pecando de chismosa, que la mejor propuesta de matrimonio es la inesperada. Y aunque no dudaba que el factor sorpresa agregara cierta magia, no estaba de acuerdo. Es decir, sin importar haberlo esperado desde que era una niña, olvidé cómo respirar cuando contemplé al hombre de mi vida arrodillarse frente a mí, y comprobé no intentaba atarse los cordones. Pensé que escupiría el corazón, ese mismo que descubrí servía para algo más que bombear sangre cuando lo vi por primera vez a través del escaparate de aquella vieja tienda de discos.

—¿Dulce, quieres casarte conmigo? —me preguntó con esa expresión coqueta que me había robado el juicio.

Había soñado toda la vida con esa pregunta, literalmente, pero aun así, cuando escapó de sus perfectos labios mis discursos se borraron de mi cabeza. Maldije a todos los poetas muertos que me abandonaron cuando más los necesitaba. Así que con la mente en blanco y los latidos sacudiendo mi pecho, mandé al diablo todo lo que cientos películas románticas me habían enseñado y decidí improvisar.

—¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! —respondí eufórica, saltando en un pie, al borde de la locura. Su brillante sonrisa se ensanchó derritiendo mi corazón y, como si se hubiera propuesto hacerlo más impresionante, comenzó a cantar mi tema favorito para darle el toque perfecto.

Perfecto de no ser por un pequeñísimo detalle. Estaba cantando sin abrir la boca.

Sí, sus labios se encontraban sellados con una expresión ausente que dejó de ser bella para convertirse en algo escalofriante. Alcé una ceja extrañada, porque aunque nunca dudé de su increíble talento no creí llegaría a ese nivel.

La duda mató la magia.

La luna se escondió de golpe a la par que una intensa luz se coló, cegándome. Cerré los ojos sin acostumbrarme al abrupto cambio y al volver a abrirlo lo único que sobrevivió fue la melodía que escapaba de mi despertador sobre la cómoda. Solté un lamento. Arrugué mi nariz a la par se me escapó un profundo bostezo. Aletargada extendí mi brazo deseosa de silenciar el dichoso aparato, pero en un mal movimiento terminé empujándolo. Un grito de horror me arrebató cualquier pizca de pereza. Casi estampé mi cara contra el mueble al atraparlo justo a tiempo. Volví al respirar al comprobar estaba intacto. Aliviada me dejé caer abrazándolo contra mi pecho. Chayanne siguió cantando, ajeno al sobresalto.

—Te odio con todo mi alma —escupí malhumorada. La alarma me había despertado en la mejor parte. Nunca logro besarlo, suspiré frustrada pasando mi mano por el estropajo rubio. Ni en mi fiesta de compromiso, ni en aquella isla paradisiaca, ni en la granja después de perseguir pavos por una hora—. Bien, no te odio, en realidad te amo —corregí al percatarme a quién le hablaba. No podía enfadarme con él—, pero a veces me pregunto si fue buena idea ponerte como mi gallo madrugador —le hablé como si pudiera escucharme echando las sábanas a un lado.

Pero si comenzar un día era complicado, sin él sería imposible, me recordé tras darme una ducha y tomar mi peine para cantar a todo pulmón la canción que sonaba en la pequeña grabadora mientras terminaba de arreglarme.

Si el viento sopla a tu favor, suelta las velas del amor y dale rienda a la locura...

—¡Ya cállate!

Un grito interrumpió mi concierto mañanero. Reconocí enseguida de quién se trataba. Negué con una sonrisa antes de asomarme por la ventana y encontrarme con la cara de pocos amigos de Doña Margo, una vecina que odiaba a todos, sobre todo a los vecinos ruidosos. Sobra decir que encabezaba esa lista.

—¡Buenos días! —le deseé, apoyándome en el marco y regalándome una sonrisa. 

—Si sigues amenazando mi débil corazón con esa condenada canción voy a mandarte a la patrulla —me advirtió, tan dulce como siempre, desde su jardín trasero donde solía salir a tomar el aire por las mañanas. Estuve a punto de prometerle que mediría mi volumen la próxima vez, pero no me dio oportunidad de mentir—. No sé cómo no te cansas de venerar a alguien que ni siquiera te conoce —escupió.

—Aún no —le di la razón asintiendo—, pero lo hará. ¡Y cuando nos casemos será la primera invitada! —le prometí. Doña Margo intentó mantenerse seria, pero le resultó imposible, se le escapó una sonrisa que dejó a la luz era mucho más de lo que se percibía en un primer vistazo. Negó derrotada, yo era un caso perdido.

—¡Espero que cuando pase te lleve muy lejos de aquí!

—Tengo el mismo deseo —me despedí de buen humor.

Mamá siempre dijo que era una chica peligrosa, pero nunca tomé en serio su advertencia porque venía acompañada de una sonrisa. Además, pensándolo a fondo, esa palabra tiene tantos significados. La felicidad es peligrosa para quien huye de ella, pero no me parecía una razón válida para renunciar.

—Deséame un buen día, mamá —le pedí levantando el portarretrato, dándole un beso en la mejilla a través del cristal.

Extrañaba esa sensación de sentir su piel, levantarme con su voz o uno de sus abrazos. Mamá era la mujer más bonita del mundo. La gente solía decir que parecía un ángel, y la comparación me dolió. Apreté los labios para no llorar, resistiéndome a no sucumbir a la tristeza. Recordé uno de sus consejos, uno que intentaba cumplir todo el tiempo para hacerla sentir orgullosa.

—Te la encargo mucho —me despedí, dándole un último vistazo a mi póster de Chayanne que colgaba en mi pared. Ese era mi santuario, rodeada de un tapiz de periódico llenos de titulares con su nombre, el lugar más importante en esa casa, donde me perdía porque me sentía segura.

Está en buenas manos, acepté antes de colgarme la mochila a la espalda y bajar las escaleras corriendo. Mamá lo adoraba, era su amor platónico, y estaba convencida que me agradecería mantenerla cerca de él. Sí, aunque para otros resultaría una tontería me gustaba pensar la hacía feliz.

—¿Cómo amaneciste, cariño? —me saludó cariñosa mi tía, apenas coloqué un pie en la cocina. Lo bueno, o malo, de vivir en una casa pequeña es que no hay espacio para las sorpresas.

—Con una amenaza de mandarme a prisión —admití divertida, encogiéndome de hombros—, pero esta vez nadie fingió llamar a la policía, así que nada grave —resumí, restándole importancia. 

No lucieron asombradas porque me conocían. Sonreí apenada reconociendo mi lío con el volumen. Me gustaba que la música me sacudiera, pero el resto no tenía la culpa. Además, mi problema estaba en que necesitaba un concierto para levantarme, en últimos meses me gustaba dormir más de lo recomendado.

Di un fugaz análisis a la cocina. Sartenes agonizando sobre el fuego, el café echando la cantidad de humo que despertaría el espíritu heroico de un bombero y un pan tostado que hace un rato había dejado de ser comestible. El mismo caótico escenario de todas mis mañana desde hace casi dos años, tarde en la que, por recomendación de un profesional, y en contra de mi escaso juicio, abandoné mi hogar para arruinar la apacible rutina de mi nueva familia.

Al final Leticia negó con una sonrisa. Era la clase de mujer que huye de la confrontación, la misma que el día que te presentas con maletas en su puerta te recibe con un sincero abrazo en lugar de echarte de una patada. Y lo sorprendente no fue lo que hizo esa tarde, sino lo que vino después, su nobleza para no proponer enviarme a un manicomio después de la primera semana. Un verdadero reto. En otras palabras, lo más parecido a una madre que una huérfana puede aspirar, pero sin pretender serlo.

—Te dije que haría eso —comentó mi prima mientras animada tomaba asiento a su lado.

—¿Juntar puntos para acabar con mi traje de rayas? —dudé.

—Meterte en problemas —resumió con una sonrisa, dando justo en el clavo.

Ni siquiera pude contradecirla. Jade y yo no podíamos ser más distintas, era como si el creador hubiera impedido compartiéramos una sola pieza en el rompecabezas. Ella era sensata, directa como una bala y lo suficientemente inteligente como para no alardearlo. No solía hablar mucho, pero era increíble escuchando. El orgullo de la familia. Sé que muchos podrían pensar que nuestras diferencias provocarían cierta rivalidad, pero no solo éramos familia, sino también  mejores amigas.

Un sonido me tomó por sorpresa, escupiéndome de nuevo a la realidad. La discreta risa de papá que llegó a mis oídos me sacudió como un terremoto. Alcé la mirada y comprobé que estaba frente a mí, leyendo su periódico y bebiendo café. Una imagen de lo más natural que bastó para echar mi buen humor a la basura. Volví la vista a mi plato, no escondí la mueca de asco cuando el olor de la comida me revolvió el estómago. Supongo que él notó mi incomodidad porque se levantó de golpe, revisando el reloj que portaba en su muñeca, usando una conocida excusa.

—Debo marcharme ahora si no quiero llegar tarde —improvisó dejando el papel a un lado. Escuché el arrastre de la silla, y yo mantuve mis ojos fijos en el plato para no mirarlo.

—Ten un buen día, Tomás —le deseó con normalidad mi tía. Él agradeció el detalle antes de abandonar la habitación donde el aire pareció volverse más pesado, o tal vez fue la opresión en mi pecho la que me impidió respirar.

Durante un rato nadie habló, convenciéndonos en silencio que no había sucedido nada, conscientes de nuestra mentira, pero sin querer enfrentarnos a ella.

—Por cierto, tengo algo para ti, linda —cambió de tema, retomando la buena actitud, en un intento por disolver la tensión y regresar la paz a la mesa.

La prueba más pura del amor que me tenía era que no me despreciaba, incluso con mi mal comportamiento a su hermano. La contemplé tomar el mismo ejemplar que papá había dejado a medio terminar para entregármelo en las manos. 

—Vaya, muchísimas gracias —mencioné confundida. No esperaba ningún regalo, pero sonreí pensando en lo que podría hacer con él. Ya me las ingeniaría—. Estoy segura que si fuera un perro este sería el mejor día de mi vida, pero aun así te lo agradezco mucho —reconocí sincera.

—Boba, está dentro —informó burlándose de mis ideas—. Creo que hay algo que puede gustarte —dijo, lanzándole una mirada cómplice a su hija. El guiño despertó mi interés, debía ser algo importante para que actuaran así. Dominada por la emoción pasé las páginas sin saber por dónde comenzar—. Busca la página...

—Seis por tres menos dos —se adelantó Jade sin darle tregua a su vocación de profesora. Por suerte, los números eran lo mío. Hice la cuenta mentalmente y antes de darme cuenta ya estaba frente a la noticia que cambiaría mi vida.

Conmocionada me levanté de mi asiento tirando la silla y casi volcando la mesa, tiré un par de cosas que pintaron una nueva pintura en el mantel, pero el café sobrevivió gracias a los reflejos de mi prima. En otro momento me hubiera ocupado de limpiarlo alarmada, pero en ese no era capaz de despegar los ojos de aquel titular que tenía la marcha de mi corazón a toda velocidad. Pensé que en cualquier momento el pobre renunciaría por intento de asesinato.

—Oh, por Dios, por Dios, por Dios —repetí con la mente en blanco, tan emocionada que fue imposible negar que seguía viva, más viva que nunca.

—Sabía que te gustaría —celebró mi tía.

Cómo no lo haría. En el anuncio, que ocupaba la página entera, se anunciaba el próximo concierto del hombre de mi vida. El mismo que hace un rato había protagonizado uno de mis sueños. ¡Estaríamos tan cerca! ¡En una de esas hasta compartiéramos el mismo aire!, pensé. Esa noticia había cambiado mi día, mi semana, mi año. La felicidad elevó mi ritmo cardiaco, inundó de esperanza cada rincón de mi cuerpo. Tuve deseos de ponerme a saltar, pero la adrenalina se esfumó de golpe cuando mi aburrida mente protestó y me recordó un dato que había pasado por alto.

—Pero seguro costarán un dineral —acepté en un chispazo de cordura. Esa era la razón principal por la que nunca había acudido a sus presentaciones.

El dinero, el principal culpable de las desilusiones del mundo.

—Sí, es posible —reconoció al meditarlo, torciendo sus delgados labios, sin deseos de mentirme.

Pasada la alegría inicial volví de regreso a mi realidad. Con la cabeza fría concluí que visitara o no mi ciudad, daba lo mismo. No tenía sentido ilusionarme. Seguiría con la horrible tradición de perdérmelo. Y mientras más claro lo tuviera menos me lastimaría esperar algo que no llegaría. Bueno, no es del todo malo, al menos podría admirar los carteles publicitarios.

—¿Sabes una cosa? —habló mi tía, sacándome de mi consuelo—. Ayer que fui a la cafetería a comprar esos panquecitos de chocolate que tanto nos gustan, me enteré que Don Julio está buscando a alguien que le ayude a atender la caja —mencionó casual, pero fue claro que no se trataba de una coincidencia. Había guardado ese importante dato para el final.

—¿Lo dices en serio? —me esperancé como una niña. No esperé respuesta, dejé mi asiento de un salto para abrazarla con todas mis fuerzas. Escuché su risa ante mi ataque de alegría a la par una enorme sonrisa se pintó en mis labios sin pedir permiso. El plan comenzó a formarse a tal velocidad que fue imposible detenerlo. Iría a la cafetería, conseguiría el empleo, reuniría el dinero y... —. ¿Tú crees que me contraten aunque no tenga no tenga experiencia? —dudé al considerarlo, separándome un poco para verla a los ojos.

Es decir, era mi primer trabajo si quitábamos el verano que vendí limonadas.

—¿Por qué no? Eres carismática y excelente con los números —opinó benévola, intentando darme ánimos. Bueno, no diría excelente, pero me defendía—. Además, era muy amigo de tu madre —mencionó. Si su intención era disimular el mensaje secreto falló porque lo capté al instante y ella lo adelantó al ver mis ojos casi salir corriendo de mis cuentas—. Claro, eso no quiere decir que...

—¿Nepotismo? —terminé, alzando una ceja. Mi tía estuvo a punto de negarlo, avergonzada—. Porque me encanta —declaré divertida.

Sí, sabía que estaba mal, pero había un montón de cosas malas que seguía haciendo. Comer doble ración, robarme el periódico de Doña Margo bajo la excusa de amar los crucigramas solo para curiosear la sesión de espectáculos o recorrer más de tres veces el pasillo de salchichonería acabando con las muestras gratis. Y viéndolo desde otra perspectiva, conseguir empleo era el error menos egoísta.

Así que sin pensarlo demasiado, abandoné casa con la mejor actitud, visualizándome con esos boletos en la mano. Atravesé las calles con aire determinado, tarareando la famosa melodía de Rocky, hasta que me encontré frente a esa familiar construcción. Con la emoción trepando por mis impacientes pies y agitando mis hombros reconocí que así empezaban las grandes historias de superación.

Un pequeño local, perdido entre una decena, que solo destacaba por su enorme escaparate de cristal donde se asomaban algunos clientes que descansaban en el interior. Había entrado tantas veces, pero la esperanza de que formara parte de mi historia pareció darle un nuevo toque. Más mágico e imponente. Percibí mi corazón enloquecer, el acelere de mi respiración, el cosquilleo en mi piel cuando algunos mechones a causa del viento me acariciaron el rostro.

—El empleo es tuyo, el empleo es tuyo —me repetí con toda la determinación del mundo para que nada pudiera echarme abajo mientras me abría camino con la frente en alto.

Nada, excepto la puerta atascada que me recibió.

Suspiré frustrada, soltando todo el aire que había retenido en mis pulmones, me había cortado el rollo.

Halé de un tirón intentando desatorarla. No cedió, sabía que dejar el gimnasio sin haberlo comenzado fue un error. Sin rendirme luché un poco, pero nada. Vaya, un inicio difícil, pensé, sin embargo, no me rendí. En medio de la desesperación decidí probar un método más drástico, la empujé con todas mis fuerzas.

La buena noticia, funcionó.

La mala es que no tuve tiempo de festejar porque un instante después volvió a atorarse.

Lo peor fue descubrir que lo que me impedía avanzar no se trataban de las bisagras viejas, sino de un chico. Para ser más exacta, su cabeza.

¿Por qué todas mis novelas comienzan con un golpe o accidente? Es una buena pregunta ❤️😂. Dulce ha empezado con el pie izquierdo, pero yo no puedo estar más feliz y agradecida con el recibimiento. Gracias a todas las personas que han agregado la historia a sus biblioteca, compartido y comentado. Espero les gustara el primer capítulo . En el próximo conoceremos personajes muy importantes 🤫❤️.

Ahora sí, preguntas de la semana: ¿les gustó el primer capítulo? ¿Quién es su artista favorito? Puede ser cantante, modelo, actriz, actor, el señor que hace tamales, etc. ❤️

Los quiero mucho. No olviden votar y comentar si les gustó, eso me ayuda muchísimo. También pueden seguirme en Wattpad, Instagram y Tik Tok, donde comparto novedades de la historia ❤️. Mil gracias por su apoyo.

Actualización: ¡Regresé! Después de meses complicados retomo esta novela y la trilogía del club. Tal como prometí estaré publicando un capítulo diario (para recordar la trama) y cuando lleguemos al último capítulo que publiqué antes de pausarla, retomaré las publicaciones semanales. Espero les guste. Agradecería mucho su apoyo. Los quiero mucho. Los extrañé.

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