Capítulo 19: Un viaje al pasado

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No había logrado borrar la sonrisa desde el paseo con Nael. Había descubierto que era diferente a como lo imaginé la primera vez que cruzó esa puerta y que me compartiera algo tan personal me hizo creer que estaba (quizás) un poco más cerca de cumplir mi sueño. ¡Comedia romántica allá voy!

Estaba tan contenta que mi alegría se mantuvo durante toda la mañana, incluso cuando Don Julio nos obligó a trabajar media jornada aquel domingo porque se llevaría un evento en una universidad cercana.

—¿Listo para otra sesión de estudios intensiva? —le pregunté entusiasmada a Andy, guardando mis cosas con prisa para no retrasarnos más. Con tanto trabajo apenas habíamos tenido tiempo de hablar y estaba deseosa de contarle todo lo que sucedió.

Andy me dio un vistazo disimulado, pareció luchar por darme la respuesta. Fruncí las cejas, extrañada. Comencé a cuestionarme si algo andaba mal, tal vez no fue el trabajo lo que lo mantuvo algo distante esa mañana.

—Lo siento, Dulce, pero hoy no será posible —se disculpó al fin sin ahondar en detalles.

Intenté no mostrarme desilusionada por el cambio de planes, la sesión de los domingos era una de las cosas que más esperaba de la semana, pero entendía que Andy tuviera otras cosas que hacer. Ya había mucho por mí ayudándome a estudiar, no podía reclamarle.

—Bien, no hay problema —respondí con un intento de sonrisa que me costó plasmar.

—Es que debo pasar a la pastelería —añadió deprisa.

—Oh, ya —comprendí—. Flechaste a una maestra de los postres —asumí.

—Debo irme temprano porque hoy es el cumpleaños de la abuela, voy a comprarle un pastel —me corrigió riéndose de mi imaginación.

Respiré.

—Aww, eso es bellísimo, Andy —admití enternecida—, trataré de no sentirme ofendida por no haber sido invitada —dramaticé llevando ambas manos al pecho.

—No lo tomes personal, en realidad, no haremos nada. El pastel lo aceptará a regañadientes —contó—, dice que los cumpleaños solo son una excusa para parranderos sin oficio que buscan una razón para festejar —recitó incómodo sus propias palabras. Sí, sonaba como algo que ella diría.

—Por Dios, nos descubrió —murmuré divertida—, pero le faltó añadir que es en honor a uno, así que eso lo vuelve egoístamente divertido —argumenté. Andy lo pensó, mas terminó dándome la razón con una de esas sonrisas que impedía guardarme algo para mí. Volví a ser víctima de su magia y acabé soltando lo que pasó por mi cabeza, a sabiendas de mi error—. ¿Crees que podría acompañarte?

—Toc. Toc —anuncié en voz alta para hacerme oír. Traía las manos ocupadas, así que fue un alivio hallar la puerta abierta —. Dios, si esto fuera una novela aquí entraría un mariachi —le susurré a Andy que negó con una sonrisa.

Mueca que se transformó ante el gesto severo de su abuela que nos miró con el entrecejo fruncido. A mí también me hacía feliz verla.

—¿Qué haces aquí? Andy no me dijo que me venías, para prepararte algo —le reprochó, dándole un vistazo. El pobrecito pasó saliva nervioso. Reprimí una sonrisa divertida.

—No lo regañe, en realidad yo me invité sola —admití la culpa—. Un pajarito me contó que alguien está de cumpleaños.

—Bah, cumpleaños —repitió restándole importancia, tal como Andy predijo—, es solo un recordatorio de que estoy más cerca de la muerte —escupió pesimista.

Miré de ella a Andy, él solo se encogió de hombros. Era un caso difícil.

—Eso no es tan malo —reconocí—, piénselo: estará Dios, ángeles cantando increíbles canciones, piso de nubes y banquetes —describí como si estuviera vendiendo un paquete de vacaciones—. No sé usted, pero a mí me parece un buen escenario —alegué para ambos.

—Esta niña está loca —concluyó, pero estaba sonriendo.

Me alegró verla un poco más feliz.

—Andy y yo le hemos traído un pastel —anuncié mostrándoselo—. Bien, Andy lo pagó —admití—, pero yo lo cargué todo el camino así que también tengo mi mérito —dicté inflando el pecho de orgullo.

La abuela de Andy reparó por primera vez en el regalo, apreté mis labios para no sonreír por su expresión sorprendida.

—Lamento no poder ofrecerte nada más, no había preparado ninguna fiesta —se justificó apenada, sin saber qué decir.

—¿Sabe una cosa? Lo más maravilloso de las fiestas es que pueden improvisarse en cualquier momento —comenté pasando la mirada de uno a otro. Él sí sonrió, adelantando mi siguiente movimiento—. Lo primero que debe hacerse es lucir como la protagonista de la historia —remarqué con solemnidad. Coloqué el postre sobre la mesa antes de ofrecerle mi mano. Tenía una idea. Esperé me dieran la oportunidad de hacerla realidad—. ¿Qué le parece si la ayudo a ponerse guapa mientras Andy nos ayuda con la fiesta? —propuse.

La mujer dudó durante un largo rato, no la presioné, y quizás por eso valoré tanto cuando aceptó.

—Vaya, este vestido es hermoso —me admiré cuando lo encontré curioseando en su guardarropa. Lo saqué de ese escondite para estudiarlo a detalle. Era negro, a la altura de la rodilla, con una mangas cortas y unas flores rosas muy bonitas estampadas.

—Demasiado elegante para un simple cumpleaños —mencionó malhumorada ella, sentada a la cama.

Negué con una sonrisa, acercándome.

—Perfecto para su cumpleaños —la corregí para que no menospreciara la fecha—. Además, no es un día cualquiera. Es decir, quizás no lo ha notado, pero me tiene a mí de invitada —destaqué, señalándome, agitando las pestañas. Eso le arrebató una risa, verla bajar la guardia me impulsó a colocar el vestido sobre la sábana y ocupar un lugar a su lado—. Y estoy segura que a Andy le encantará verla con él —mencioné sincera, captando su atención. Ella me dio un vistazo. No se trataba de un chantaje, todo lo contrario, después de pasar tantas tardes en su casa descubrí la adoración de Andy por su abuela, a la que quería como una madre, y aunque no lo dijera notaba se preocupaba por ella. Tal vez ella ni siquiera lo percibía—. Creo que lo haría muy feliz. Deberíamos darle ese pequeño regalo, ¿no? —la animé—. ¿Ha visto su sonrisa? Es quizás la sonrisa más bonita de esta generación —remarqué. No de un comercial vacío, sino de las que destellan inocencia y bondad—, deberíamos ayudarle a mostrarla de vez en cuando... ¿Qué le parece? —propuse.

La mujer lo meditó en silencio, y tuve la impresión que la reflexión iba mucho más que usar un vestido.

—Eres una chica astuta —me acusó sin enfado.

—Lo soy —reconocí traviesa, poniéndome de pie de un salto—. También una alma artística, pónganse en mis manos y descubrirá mi talento —dije extendiendo las manos como si estuviera leyendo un panorama luminoso.

Ella sacudió la cabeza antes de dejar el lugar, despacio y con cuidado, para caminar sin prisas a una pequeña silla frente a un tocador. Contuve las... Miento, no lo hice, di un par de saltos emocionada.

—Le aseguro que no se va a arrepentir —mencioné apoyando mis manos en sus hombros e inclinándome para vernos a ambas en el espejo. Sonreí apoyando mi mentón en su hombro—. Cuando termine maquillando en una de esas alfombras rojas, codeándome con gente como Shakira o Thalía, usted podrá decir: ella fue capaz de hacer lo imposible —declaré maravillada.

—¿Arreglar a una pobre anciana?

—Hacerme notar lo bonita que era —especifiqué.

Porque para mí todas las personas tenían algo que los volvía especiales, menos Silverio. La gran sonrisa que me regaló apoyó mi teoría. Decidida a demostrárselo me animé a hurgar entre las pocas cosas que tenía en una cajita. Aplaudí al hallar un cepillo.

—Ahora entiendo por qué mi nieto te adora —me dijo de pronto mientras me encargaba de peinarlo. Sonreí, Andy tenía amor para todo el mundo.

—La pregunta es por qué no ha dejado de hacerlo —bromeé intentando trenzarlo ahora que me había librado de los nudos—. Una pregunta, un poco... Muy indiscreta —me corregí sin mentirle—. Los padres de Andy...—comencé.

Callé al darme cuenta que no me siguió la corriente, avergonzada por dejar a la luz lo mucho que amaba el chisme. Es que me mataba la curiosidad por el pasado de Andy, jamás los había mencionado. Tampoco veía fotografías de ellos por la casa. Estaba segura que Andy no había nacido de un huevo, pero no había ni  rastro de ellos por ninguna parte.

—No me ha molestado que preguntes —mencionó ante mi sonrojo—, pero preferiría él te hablara de eso. Estoy segura lo hará —mencionó. Asentí entendiéndolo, dándole mi palabra que no lo presionaría—. Puedo ver que confía en ti como en nadie —murmuró dándome una cálida mirada a través del cristal.

—Eso es un grave error —advertí divertida.

Ni siquiera yo misma apostaba por mí porque conocía mi tendencia a estropearlo.

—Yo creo que no, porque dejando de lado tu locura tienes un gran corazón —me describió conmoviéndome. Hice un esfuerzo por no mostrarme afectada por su comentario, pero que me lo dijera ella, a la que le costaba mostrarse afectiva con el resto, me tocó hondo.

—Tenía que darle honor al nombre, ¿no?

—Nunca dejes que este mundo, lleno de egoísmo y falsedad lo corrompa —me aconsejó. No lo haría, mi mamá siempre me dijo que lo más valioso en la vida es nuestro corazón, lo cuidaría incluso de mí misma—, aunque conociéndote —añadió viéndome entretenida en abrir una liga que se resistía, sacando la lengua—, es más posible que la que lo cambies seas tú —acertó.

No sabía si era la personas más emocionada de esa casa, pero sí la que más lo demostraba porque apenas terminé no oculté la sonrisa que no me cabía en el rostro. Hasta Andy, que estaba en la cocina, pareció adelantar me había convertido en un huracán incontenible. Quiso hablar, mas le gané la partida.

—Andy, vas a caerte de espaldas cuando la veas —adelanté. Alzó una ceja—. Pero no te preocupes, yo te atrapo. Antes tienes que cerrar los ojos —recordé un punto importante. Él rio ante mi tonta condición—. Cierra los ojos —repetí impaciente, como una niña que se muere por ver su regalo en Navidad.

Andy cumplió mi deseo. Con una sonrisa deslizándose por sus labios terminó apretando los párpados, agité mi mano frente a su nariz para comprobar no hiciera trampa. Cuando confirmé todo estaba en orden, salté emocionada regresando al umbral en la que me esperaban. Le pedí que se apoyara en mi brazo y con cuidado, echándole un vistazo cada tanto a su nieto para que no arruinara la sorpresa, la guie hasta donde él pudiera apreciarla por completo.

—Ahora sí, puedes abrirlos —anuncié contenta.

Nunca olvidaré la cara de Andy. De haber tenido una cámara hubiera capturado su expresión, que era una mezcla de sorpresa y la más pura alegría. No era para menos, no se trataba de lo que había en su exterior, sino la manera en que irradiaba vida. Sencilla, natural. La verdad es que una acción tan simple le dio mucha luz.

—Lo sé, lo sé —admití con falsa egolatría haciendo una reverencia ante su enmudecimiento—, la maestra tiene su talento, pero siendo honesta esta vez todo el mérito es de la modelo.

—Te ves muy bien —comentó Andy.

—Esta niña hace milagros —resumió modesta.

Y no era la única porque cuando volvimos al comedor hallé otra sorpresa que nos dejó boca abierta a las dos. Admiré lo duro que había trabajado Andy, que con el tiempo en contra, logró preparar un delicioso spaghetti rojo que parecía rogar lo devoraran y unos rollitos de jamón rellenos de queso que despertaron a mis tripas. Todo olía delicioso, tuve que aguantar las ganas de mandar todo al diablo y sentarme a la mesa.

—Y por lo que veo no es la única —dijo en una sutil felicitación a su nieto, ocupando la cabecera de la mesa.

—A mí no me sorprende —reconocí dándole un suave codazo que le robó una sonrisa—. No por nada Andy es el chef estrella de Dulce Encanto —destaqué con orgullo, dándole los méritos que él jamás se daba.

Estudié el lugar, las sonrisas de ambos, la alegría en el aire. Ese lugar se había colado entre mis favoritos en todo el mundo, porque con ellos me sentía como en casa.

—Todo es perfecto —concluí revisando los detalles—. Lo único que falta es un poco de música —murmuré arrugando mi nariz—. Pero no creo que aquí...

—Solo hay esos viejos casetes —intervino ella, con un ademán me indicó una antigua grabadora que se mantenía sobre un mueble incluso más antiguo, a su costado había una caja con un montón de cintas—. Te advierto que no creo que te gusten —añadió al notar mi interés—, y muchos no son míos.

Intrigada decidí comprobarlo por mi cuenta y muerta de curiosidad hurgué en la colección. Jugando un poco con la suerte tomé uno con los ojos cerrados, lo coloqué, conecté el aparato y aplasté el botón de play sin saber qué encontraría. La melodía comenzó a sonar, primero con algunas fallas, pero pronto se estabilizó, permitiéndome reconocerla. Amaba esa canción, y cuando escuché una voz a mi espalda supe que no era la única.

Still enough time to figure out, how to chase my blues away. I've done alright up till now... —tarareó ella meneando sutilmente su cabeza de un lado a otro. Sonreí contenta, tal vez no era la pronunciación correcta, pero qué más daba.

Loca de la alegría por haber encontrado una de mis canciones favoritas me despojé de cualquier pizca de vergüenza. Me apoyé en el mueble con actitud dramática antes de fijar mis ojos en los de Andy, que no necesitó anuncios para saber lo que planeaba. Puso de cara de pánico, pero conociéndome, ni siquiera intentó correr cuando acorté la distancia entre los dos. Me deslicé por la habitación en línea recta, moviendo mis piernas al son de la música.

Oh, I wanna dance with somebody —canté emocionada tomándolo de las manos. Andy por los nervios apenas pudo mirarme hasta que las alcé dibujando un círculo. Rio cuando pudo coger el ritmo de mis pies cruzándose de izquierda a derecha sin chocar, agitando los brazos junto a la melodía—. I want feel the heat with somebody —repetí maravillada cuando relajado me siguió el juego con la mirada fija uno en otro—. Yeah, I wanna dance with somebody, with somebody who loves me.

Me hubiera gustado darle un nombre a la complicidad que teníamos los dos, esa que surgió desde la primera que nos vimos y nos permitía conectar sin esfuerzo. Ese chico cohibido que apenas lograba hilar un par de frases frente a los desconocidos, siempre que sonreía así echaba al lado al escudo para mostrarme toda la luz que guardaba. Hasta su abuela se mostró sorprendida al ver a su nieto jugueteando como un chiquillo conmigo y en la incrédula sonrisa que se pintó en sus labios casi pareció darme las gracias.

Pero no tenía que hacerlo, porque querer a Andy me nacía sin explicación. Él se hacía querer simplemente existiendo y descubrí que se trataba de algo de familia cuando abandoné a su nieto para acercarme a ella. Ella negó deprisa, pero sonrió cuando la halé con cuidado para ayudarla a ponerse de pie. Me coloqué a su lado, moviéndome de un lado a otro invitándola a agitarme. Sentí había ganado la guerra del siglo cuando agitó sus brazos de un lado a otro, despacio, pero contenta. Choqué suavemente mi cadera con la suya robándole una risa que resonó sobre la música. Aquel sonido pareció darle mil años de vida a un adorable Andy que terminó uniéndose cuando lo animé con un ademán.

Cualquiera que nos hubiera visto posiblemente se hubiera carcajeado a morir porque estábamos lejos de encabezar las listas de radio, pero para mí no había algo más especial que ser tú mismo en compañía de la gente que te acepta tal como eres. Me fue imposible no remontarme a las tardes de conciertos que mamá y yo hacíamos, en las que apagamos las luces y fingíamos ser las cantantes del siglo.

—I wanna dance with somebody, with somebody who loves me.

Emocionada me costó nivelar mi respiración cuando me dejé caer en el sofá para tomar un descanso por el subidón de adrenalina. Aspiré hondo, luchando con mi energía y risa. Llevé mis manos al pecho. Sí, mi corazón estaba saltando de la felicidad. Había emocionado esa emoción.

—Si hubiéramos nacido veinte años antes hubiéramos sido un éxito —comentó divertida. Andy contrajo el rostro antes de echarse a reír, se sentó en el brazo del sofá y alborotó cariñoso mi cabello.

—Al menos antes de que terminarás en la cárcel, niña —mencionó su abuela. Me hubiera gustado negarlo, pero sonaba como un escenario posible—. Pero sí, lástima que no se puede volver al pasado, muchos pagaríamos por eso —dictó con cierta melancolía.

—Volver al pasado... —murmuró, dándole la razón.

También daría todo lo que estaba en mi poder por la oportunidad de revivir esos días de sol en los que no había una sola herida en mi corazón. Una vez leí que no es que los tiempos pasados sean mejor, sino que es la nostalgia, ese poder sentimiento, la que le des da un brillo seductor que nos hace ansiar volver a ellos. No sabía si era verdad, pero sí que pocos rechazarían un botón para regresar a las mejores noches de su vida... Esperen...

Mi cerebro encendió la bombilla.

—¡Eso es! —grité ante mi increíble destello de creatividad, poniéndome de pie de un salto. Andy me imitó por inercia—. Se me ocurrió una idea para ganar dinero —le expliqué apoyándome en sus brazos. Sentí la mirada curiosa de su abuela—, legalmente —aclaré sonriéndole—. Los haremos volver al pasado —anuncié.

Contemplé de reojo a su abuela olfatear la bebida para comprobar no había alcohol en ella. No, estaba sobria y eso era peor, mis ideas más extravagantes nacían estando en mis cinco sentidos.

—Volver al pasado... —repitió extrañado.

—No literalmente —esclarecí divertida—, pero podríamos armar una noche temática de los ochenta o noventa, comida, vestuarios y música de la época. Imagina lo que podríamos ganar si cobramos una pequeña entrada, además de las propinas y todo lo que se consuma —visualicé eufórica. Ya me veía vacacionando en mi propio yate.

—¿Crees que Don Julio te deje?

Frenó mi tormenta de ideas con una duda razonable. Había olvidado ese pequeño detalle.

—Posiblemente primero me diga que es la peor idea que ha oído en su vida —acepté—, pero después de ver mis ojos de cachorro, accederá —adelanté. Había descubierto que detrás del tipo duro se escondía alguien más dulce que la cajeta. Conmigo, pese a sus bufidos o regaños, siempre se comportaba como si fuera un tío.

—Pues a mí no me parece tan mala idea —opinó su abuela, sorprendiéndonos.

—¿La escuchaste? Ya tengo la aprobación de la abuela —celebré antes de enviarle un sonoro beso—. ¿Qué me dices, tú? —le pregunté a un Andy titubeante—. No tienes que decir que sí, pero en verdad te lo agradecería. Si cuento contigo apuesto que nada puede salir mal —admití porque cuando estábamos juntos tenía la impresión que cualquier conflicto encontraría solución.

Andy me estudió despacio, su mirada que habló por sí sola.

—Sí, Dulce, sabes que siempre será un sí —concluyó tierno.

Tenía razón, lo sabía, porque si tuviera que elegir una persona que no te abandonaría en la tempestad sería él. Confiaba en Andy tanto como sentía él creía en mí. Era la única persona que apoyaba todas mis ideas, incluso las descabelladas, y que cuando fallaba jamás usaba el cruel te lo dije. El único a la que sentía podía hablarle de todo sin miedo a que se alejara, porque desde la primera tarde que coincidimos tuve la corazonada me aceptó por completo.

Lo hacía todos los días, lo comprobé por la forma en que me hizo sentir querida y parte de su familia mientras charlábamos sobre nuestro plan, comiendo pastel y aplaudiendo alrededor de las velas del pastel. Cuando perdí a mi mamá creí jamás volvería a sentirme así, como si perteneciera a algún sitio, como si desearan de verdad tenerme en su vida y cuando choqué con sus sonrisas iluminadas por la flama, deseosa de conceder deseos, tuve la impresión que el mío se había cumplido.

Estaba tan llena de ideas que ni siquiera bastó una tarde para ponerlas todas sobre la mesa, me la pasé todo el camino de regreso a casa charlando de cada cosa que aparecía en mi cabeza a Andy, que se había propuesto acompañarme, y no perdió el juicio pese a que lo debía tener mareado. Admiré que fuera capaz de sonreírme después de media hora de mi parloteo.

La temperatura había descendido de imprevisto, y ahora recorría las calles usando un abrigo que me había prestado. Cuando me lo vi puesto rompí a reír porque me quedaba hasta las rodillas.

—¿Qué? —pregunté divertida cuando en un momento de silencio en lugar de descansar no apartó su mirada de la mí. Deslumbré una sonrisa peculiar en sus labios que no me dio pistas de lo que pasaba por su mente.

—Nada —respondió agitando la cabeza. Alcé una ceja sin creerle. La gente no mira a otra de un modo tan profundo por "nada"—. Es solo que este ha sido uno de los mejores días de toda mi vida y ha sido gracias a ti —mencionó sonriéndome.

—No lo digas así, en realidad no fue nada, me alegro haber hecho algo por tu abuela.

—Te adora —me hizo saber.

—No la culpo —acepté, encogiéndome de hombros, fingiendo egolatría.

—Yo tampoco —respondió él hablando en serio, a la par de una sonrisa dulce—. Desde la primera vez que te vi supe que eras especial —lanzó tomándome por sorpresa, regresando la mirada al frente.

—¿Te refieres a cuando fui a pedir trabajo? —curioseé.

—No, a la primera vez que te vi en la cafetería —me corrigió. Asentí, recordaba que Andy lo mencionó—. Una tarde llegaste con Doña Leticia y Jade, por la que no tengo ningún interés romántico —aclaró divertido refiriéndose a mis primeros comentarios. Sí, aprendí mi lección, nada de forzar relaciones. Le di un empujón juguetón. Su cálida risa calentó mi corazón—. Yo estaba en la cocina, pero César...

—El chico que trabajaba en la barra —rememoré lo que mencionó en otras conversaciones.

—Exacto. Me dijo que tenía que ver a la "guapa rubia" que acababa de llegar al local —contó guardando sus manos en los bolsillos. Sonreía con naturalidad y su andar era más relajado—. Él nunca se guardaba esa clase de cosas. No pensaba hacerlo porque sabes que eso de salir de la cocina no es mi fuerte, pero insistió mucho y cuando me asomé escuché como halagabas los cupcakes de chocolate que habías pedido —dijo, riéndose.

—Amo esos cupcakes —sostuve.

—Y no solo te lo quedaste para ti, te acercaste a la barra para decirle a César que te felicitara al chef —mencionó algo que casi había olvidado. Tenía razón, eso hice—. Dijiste que eran los mejores panquecitos que habías probado en tu vida y que quien estuviera detrás tenía talento —repitió con una sonrisa para él mismo llena de nostalgia—, que había nacido para eso.

Hice clic.

—Eras tú... —deduje en voz baja, porque aunque no vi su rostro para esos días Andy ya trabajaba en Dulce Encanto.

Asintió, dándome la razón. Claro, cómo pude olvidarlo.

—Era la primera vez en toda mi vida que alguien me decía algo así. Es decir, sabía que no lo hacía tan mal porque si no Don Julio me hubiera corrido, pero nadie jamás me había dicho que tenía talento para algo —dijo—. Eso cambió muchas cosas en mí. Era un simple cocinero, que solo trabajaba para poder vivir, y de pronto alguien creyó que podía hacer más. Todo el mundo llegaba, compraba y se marchaba, nadie se interesaba por saber mi nombre —relató sin pizca de resentimiento—, pero tú no eras como el resto. Tú tenías que hacerle saber al mundo que había algo en ellos —mencionó mirándome con ternura.

—No lo sabía —admití. Jamás me pasó por la cabeza que un comentario así tendría ese impacto. Tampoco le di importancia porque para mí era común felicitar al encargado—. Wow... —Callé apenas un segundo tras meditarlo—. Quién diría que después podría comer ese manjar cuando quisiera —bromeé. La vida es inesperada.

—Has hecho muchas cosas por mí, Dulce —comentó. En realidad no había hecho nada excepcional, pero si para Andy era importante yo no lo negaría—. Nunca encontraré la manera de darte las gracias.

Había sinceridad en sus palabras. Me enterneció la gratitud de su corazón.

—No tienes que hacerlo —descarté- Todo lo hice porque me nació, nada lo planeé buscando una recompensa—, pero conozco esa carita, alguien quiere un abrazo de oso —deduje risueña.

Andy rio ante mi conclusión, pero no lo negó, incluso abrió sus brazos dándome la razón. Ni siquiera lo pensé, reposé mi cabeza en su pecho antes de rodearlo con fuerza. Sonreí al sentirme diminuta a su lado, como una pulguita aferrada a un labrador, pensé divertida cuando apoyó su mentón en mi cabeza.

Andy y yo no podíamos ser más diferentes, él era brisa como la que agitó algunos mechones, yo un vendaval como la que me pareció encontrar al oír los latidos de su corazón, sin embargo, cuando cerré los ojos y me sumergí en ese agradable silencio, en su respiración tranquila, en la forma cuidadosa con la que me arropó, en la calidez de su cuerpo junto al mío, pareció que el huracán se disolvió y una desconocida calma me inundó. Cuando percibí dejó un beso en mi cabello antes de separarnos tuve la corazonada todo estaría bien.

Había algo especial en la mirada de Andy esa noche cuando me contempló, algo que en ese momento fui incapaz de ver.

—Y con el mejor repostero de la ciudad de mi lado —retomé la charla, dándole un pequeño empujón para disipar esa extraña sensación entre los dos—, estoy segura que le daremos a Dulce Encanto una noche inolvidable.

No me equivoqué, porque aunque en ese momento ni siquiera tenía la menor idea de la magnitud de mis palabras, nunca olvidaría esa noche.

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