Capítulo 3. Cuando el doble de Chayanne cruza la puerta

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El fuerte aroma a café abrió mi apetito. Emocionada mis ojos recorrieron por primera vez  cada rincón del pequeño lugar. Relamí mis labios cuando al girar sobre mis talones choqué con el escaparate en el que se exponían estratégicamente toda clase de postres, panes y pasteles para despertar el antojo de los comensales. El rugido de mi estómago dictó había funcionado. Esto es lo más cercano al cielo que vas a pisar, pensé admirándolos con veneración.

—Wow, vaya, este lugar es mucho mejor aquí adentro —comenté cautivada por el brillo de ese irresistible croissant que parecía ser mi alma gemela. Me incliné para verlo de cerca a través del cristal—. Es como una especie de paraíso —describió sonriéndole al chico que me correspondió con una más discreta—. ¿Cómo haces para resistir las ganas de probar todo? —lo cuestioné.

—Es-están contados —me avisó avergonzado, matando la magia.

Ya decía que no todo podía ser tan perfecto. Limpié mis manos en mi pantalón irguiéndome antes de alejarme de las tentaciones.

—Gracias por el consejo —dije porque en un descuido podría acabar con el inventario— ¿Tú qué haces? —lo cuestioné pecando de entrometida, sin contenerme.

—Co-cocino —respondió simple.

—¿Cocinas? —repetí admirada—. ¿Y lo dices así? Por Dios, si yo supiera hacer algo más que un huevo sin tener que invitar a los bomberos a desayunar no dejaría de alardear —admití de buen humor.

—No es tan-tan es-espectacular, estoy seguro que con un poco de práctica me superarías —aseguró quitándole importancia.

—Entonces cuida tu puesto, eh —bromeé dándole un juguetón golpe con el puño en el brazo. No dolió, pero pasó su mano por la zona abrazándose en un acto involuntario. Sonreí, era un poco intensa—. ¿Qué es lo que haré? —pregunté recobrando mi entusiasmo.

—T-tu puesto... T-tu...—comenzó, pero aunque lo intentó un par de veces su lengua no cooperó. Cerró los ojos frustrado consigo mismo porque la palabra se resistió a salir. Cuando su mirada apenada se halló con la mía amplié mi sonrisa para que no se angustiara, no tenía prisa. Creo que lo ayudó a sentirme más relajado—. Tu puesto tiene dos tareas pri-principales... —repitió—. La-la primera es co-cobrar, en-encargarte de la caja, del dinero, del registro —enumeró. Asentí anotándolo mentalmente—. Además... Además, atenderás a los cli-clientes de la barra. Este trabajo lo hacía César —añadió. A él sí lo recordaba vagamente—. Yo in-intenté hacerlo, pero eso último no...No se me dio bien —se sinceró.

—La barra —repetí con solemnidad, deslizando mis manos en el aire como si estuviéramos ante un cartel. Él sonrió agradeciéndome por disipar la tensión—. Suena a una alta responsabilidad. Espero no decepcionarlos.

—Es fácil, te en-enseñaré... —propuso con iniciativa.

Fue una pena que la primera vez que se mostrara tan confiado, lo detuviera.

—Espera, no quiero sonar como esas alumnas que a la primera oportunidad preguntan la hora del receso —aclaré deprisa. Aunque era parte de ese grupo—, pero ¿crees que podrías prestarme el teléfono un minuto? —me atreví a preguntar, mordiéndome el labio—. Es que no avisé que me quedaría.

—Cla-claro —respondió amable tendiéndome el aparato junto a la caja registradora—. So-solo no te tardes mucho porque al jefe no le agrada mucho las charlas —murmuró.

—Será un minuto —prometí antes de presionar los números a tal velocidad, que de no ser lo conocía de memoria hubiera fallado. Por suerte la voz de Jade que contestó al primer timbre comprobó había acertado—. ¡Hola! Jade, no tengo mucho tiempo, solo quería avisarte que no iré a comer esta tarde...

—¿Te contrataron? —me interrumpió ilusionada. Sonreí al escuchar la voz de mi tía al fondo, pude imaginarlas a ambas pegadas al teléfono.

—Sí. Bueno, no, algo así... —admití, enredándome con mi propia risa—. Estoy en una "semana de prueba" —revelé. Escuché el resoplido desilusionado de las dos—, pero eso es genial porque después de lo que me pasó cualquier otro me hubiera dado una orden de restricción —acepté, tomándolo como un triunfo.

—¿Qué fue lo que hiciste esta vez? —Esta vez fue mi tía la que habló.

Pude quitarle un poco de peso al incidente, pero cuando percibí la mirada del chico que a mi lado acomodaba unos sobres de té no me quedó de otra que hablar con la verdad.

—Le rompí la cabeza a alguien —solté sin rodeos. El escándalo del otro lado de la línea dejó claro era digno de mis metidas de pata—. Pero está bien —remarqué deprisa—. De hecho hasta quedó más bonita —bromeé dedicándole una sonrisita. Él alzó una ceja sin entender el cumplido—. Ya era bonita —me corregí—, pero ahora es espectacular...

—Apuesto que te está escuchando —adivinó Jade.

Él seguía con su mirada puesta en mí. Ensanché la sonrisa, fingiendo naturalidad.

—Exactamente.

—Y debes pensar estás loca —dedujo.

—Te lo aseguro.

—Tengo lástima por él —comentó divertida.

—Yo también —murmuré para mí antes de colgar para no cometer otra tontería.

Respiré hondo sin perder la sonrisa que a esas altura ya estaba tornándose perturbadora antes de acercarme de vuelta con él que seguía intrigado con mi charla.

—Era mi prima, es de confianza —aclaré las que no pensara que le estaba contando su estado de salud a todo el mundo.

—Sí, Jade, la hija de la se-señora Leticia —mencionó casual regresando su atención a su tarea. Nada raro, en ese barrio todos las conocían—. La he-he visto un par de veces —me contó con un sonrisa que despertó mi interés.

—Uy, ¿es mi imaginación o alguien se sonrojó? —lo acusé. Él abrió los ojos sorprendido por la acusación. Contenta clavé mis dedos en sus costillas—. ¿Te gusta mi prima? —cuestioné directa, emocionada de tener la primicia.

—¿Qué-qué? ¡No! —aseguró nervioso al verse atrapado. Parecía que su cara explotaría en cualquier momento.

—Ajá.

—No, lo di-digo en serio —insistió, no molesto, solo serio para dejar claro no mentía.

—Oh, perdón, soy una romántica apasionada de las historias de amor —me sinceré apenada por haberlo puesto en un aprieto—. Posiblemente te empareje con cada clienta que intercambie una palabra contigo —le adelanté traviesa. Mi alma de celestina no descansaba.

—No serán mu-muchas —habló para sí. Hubo un corto silencio, pero antes de poder romperlo él se me adelantó mirándome de reojo—. También te vi algunas veces —comentó de pronto.

—¿En serio? —dudé.

—Sí, es difícil que pases desapercibida —argumentó con una sonrisa.

—¿Cuánto llevas trabajando aquí? —le pregunté porque me conocía, pero yo no tenía un solo recuerdo de él pese a la frecuencia con la que visitaba ese sitio.

—Más de un año.

—¿Cómo es que nunca te he visto? —me cuestioné, regañándome por mi descuido.

—Siempre me-me man-mantengo al fondo —me excusó, para que no me sintiera culpable—. No-no soy bueno hablando, lo habrás notado —añadió, fingiendo hallarse concentrado en colocar la hilera de sobres con cuidado. Sabía a lo que se refería, por eso no quise dejarlo pasar.

—No, no lo hice, porque al menos para mí estamos teniendo una conversación agradable —comenté, cruzándome de brazo sobre la barra, dándole una sonrisa sincera. Ladeó la cabeza, estudiándome disimuladamente—. Aunque sí tuvo un pésimo inicio. ¿Cómo es que aún no me has dicho tu nombre? —le reclamé divertida.

Volvió su tímida mirada al frente, como si estuviera practicando su pronunciación, respiró hondo antes de contemplarme con una sonrisa cohibida. Pese a los nervios pude distinguir había algo especial en él.

—Andrés, pero todo el mundo me dice Andy.

—Andy —repetí, saboreando la palabra. Sonreí—. Me gusta como suena.

Trabajar en Dulce Encanto era toda una experiencia, en el buen sentido de la palabra. Tenía la corazonada que en mi destino estaba escrito terminar detrás de esa barra, no por nada mi nombre estaba en tejado. Para ser honesta, los nervios iniciales se disiparon apenas Andy me explicó en qué consistían mi tarea y ninguna dio señales de que acabaría en prisión. Hice un par de cobros con su ayuda y mientras él se dedicaba a cumplir con los pedidos tuve tiempo de sobra de estudiar de arriba abajo el menú.

El pobre, en cambio, apenas podía respirar en su carrera para cumplir con su rol de cocinero e instructor. Únicamente se detenía cada tanto para comprobar todo estuviera en orden conmigo y reírse con disimulo de mis muecas de asombro mientras pasaba de página. No podía culparme, casi me fui de espaldas cuando noté que tan solo en ese tablón había más de una decena de pasteles.

Estaba tan asombrada, que llegué a la conclusión que nada podría impactarme más, pero me equivoqué. El destino se burló a carcajadas de mí cuando despreocupada alcé mi mirada y sin  tener la menor sospecha de lo que vendría contemplé a un chico que salía del local. El tiempo se detuvo a la par de mis latidos.

Me quedé helada. Contuve el aliento y el impulso de pellizcarme para probar no se trataba de mi imaginación. No era uno de uno de mis sueños. Bastó un vistazo para que mi corazón lo reconociera. No necesité más señales, era él.

Si esta historia fuera de alto presupuesto el que hubiera atravesado la puerta sería Chayanne, demostrando que el destino supera la lógica, pero como una chica latinoamericana más pronto me di cuenta de que él seguía disfrutando en su merecida piscina en Miami, desconociendo mi existencia, y que mi confusión se debía a que el chico que dejó la cafetería compartía rasgos con mi amado puertorriqueño.

Aunque por las prisas no pude examinarlo a detalle distinguí que se trataba de un moreno alto, de cabello oscuro y ojos marrones que destilaban un atractivo capaz de robar un par de suspiros a su paso. Mi interés fue tal que sin usar la cabeza me impulsé sobre la barra para no perderlo de vista. El problema es que la emoción me hizo olvidar las leyes de la física y perder el equilibrio. Mi cuerpo se deslizó y pese a oponer resistencia, pero de nada sirvió. Cerré los ojos, imaginando mi cara estampada en el suelo y regañándome por romperme la nariz por algo tan bobo, pero el esperado impacto nunca llegó. En su lugar percibí unas manos aferrarse a mi cintura, deteniendo la avalancha.

Solté un ridículo grito por el susto antes de reírme nerviosa cuando mis zapatillas volvieron a reposar en el suelo con ayuda de Andy que me había atrapado justo a tiempo. Resoplé para apartar la cortina de cabello rubio que obstruía mi vista y le di una sonrisa, agradeciéndole por su oportuna intervención. Tenía buenos reflejos. 

—Perdón, perdón —me disculpé avergonzada por mi tropiezo, pero pronto sepulté mi vergüenza por mi alegría que era imposible contener—. Es que acabo de ver a alguien que no esperaba —le expliqué con una sonrisa, como si fuéramos amigos de toda la vida—. Alto, moreno —enumeré, poniéndome de puntillas y elevando mi mano por encima de mi cabeza—, cabello negro y digno de una revista —le platiqué entusiasmada.

Andy parpadeó sin comprenderme. Supongo que mi descripción no fue digna de un libro porque él mismo recorrió con sus ojos marrones el sitio hasta terminar en la salida. Con esa fugaz imagen, y tras hacer memoria, pareció dar con lo que buscaba.

—Ya. Sí, creo que-que sé de quién ha-hablas —admitió—. ¿Lo-lo conoces? —curioseó sin entender mi reacción. Negué sin pensarlo.

—Brincos diera... —respondí divertida—. Es solo que me pareció lindo —expliqué con sencillez, encogiéndome de hombros. Guardé silencio un instante, estudiando a los pocos clientes que aún había en el local. Andy, pensando el tema había acabado, regresó al fregadero para seguir trabajando, pero haciendo gala de mi hula capacidad para mantenerme callada lo seguí. Me preguntó con una mirada qué sucedía, lo entendió cuando le quité la taza para enjuagarla—. ¿Crees en el amor en primera vista? —solté de pronto.

A él la pregunta lo tomó por sorpresa, sostuvo con fuerza el tazón que casi escapó de las manos. Reí, me gustaba ver la reacción de las personas ante un hecho inesperado, el no tener tiempo de armar una respuesta nos muestra tal cual somos.

—No-no lo sé... —admitió él dándome un sutil vistazo.

—Yo no —revelé con honestidad. Mi abrupta sinceridad, tan alejada del romanticismo que profesaba, lo hizo soltar una genuina carcajada. Sonreí escuchándola, era la primera vez que escapaba de forma tan natural y me gustó su sonido. Quise recomendarle lo hiciera con mayor frecuencia, pero lo descarté para no cortar su tranquilidad—. Creo que al menos debes hablar durante... —Callé, pensándolo, antes de chasquear los dedos—. Cincuenta horas, conocer su música y comida favorita para saber si son compatibles. Ya sabes, amar es algo tan complejo —acepté—, pero sí que puede gustarte alguien en un vistazo. Por ejemplo —planteé un ejemplo para probar mi teoría. Él me escuchó atento—, cuando vas en el camión y chocas con la mirada de la que podría ser la gemela perdida de Jennifer Aniston.

—Sí, algu-gu-na vez me pasó —reconoció de buen humor.

Sonreí complacida por su confesión, sabía que Andy tenía su corazón.

—Pues acabo de tener una corazonada —le conté en complicidad. Cerré mis ojos—. Vi mi vida en cámara rápida con tres niños a los que pueda mentirles asegurándoles su padre es Chayanne —bromeé para mí misma—. ¿Qué te digo? Me van los morenos de sonrisas encantadoras —acepté sin culpa.

El comentario le hizo fruncir el ceño.

—¿Chayanne? —repitió, perdiéndose en ese punto.

—Ah, sí, ¿no te he contado por qué estoy aquí? —cuestioné sin recordar si lo había pasado por alto. Negó—. Necesito el trabajo para verlo —le platiqué secando con un paño la cerámica—. Ese es el primer paso de mi objetivo final: casarme con él.

—¿Seguimos hablando del can-cantante? —dudó extrañado, como si habláramos distintos idioma.

—Bien, ese era el plan inicial antes de darme cuenta que le iban más las modelos venezolanas —reconocí divertida, encogiéndome de hombros—. Luego lo cambié por uno mucho más realista, convertirme en la eterna asistente que entrega su vida porque lo ama en silencio —declaré dramática llevando mis manos en el pecho. Mi actuación lo hizo dibujar una sonrisa al entender solo estaba jugando—, pero después considere que sería una vida muy desgastante —acepté. No me veía llorando más de tres minutos. Eso de sufrir por amor no era lo mío.

Andy asintió, estando de acuerdo. Me alegró coincidiéramos en ese punto.

—Me conformé con conocerlo en persona y te aseguro que he participado en todas las dinámicas y concursos de radio existentes desde que tenía diez años hasta la fecha —conté mi desgracia—, pero no gané ni un condenado suvenir. Entenderás que no soy la persona más realista del mundo, pero decidí que había que pensar en un plan incluso más alcanzable: asistir a algunos de sus concierto y quizás autoengañarme pensando que alguna de sus sonrisa para la multitud es para mí —declaré con lujo de detalles.

—¿Ven-vendrá? —cuestionó dejando claro no estaba al día con las noticias de espectáculos.

—Sí, pronto, tengo los meses contados para reunir el dinero de los boletos ¿Puedes creer que siendo su mayor fan jamás he ido a una de sus presentaciones? —mencioné, reclamándole a la vida la injusticia.

Recordé las noches en las que antes de meterme a la cama mamá comentaba que algún día iríamos juntas y pasaríamos uno de los mejores días de nuestras vidas. Vida. Hablábamos de las canciones que bailaríamos, de que asaltaríamos la tienda de recuerdos y hasta del tamaño de los nachos que compraríamos. Cuando le preguntaba cuándo, ella siempre me respondía que después porque había surgido un pago inesperado, después porque la abuela había enfermado, después porque el dinero apenas rendía. Después, después, hasta que se nos acabó el tiempo. Era su mayor sueño y ahora era el mío. Esta vez lo cumpliría, por ambas.

—Pero esta vez será diferente —declaré agitando la cabeza para alejar la melancolía—. Estoy decidida a lograrlo, cueste lo que cueste. Y cuando quiero algo siempre lo consigo. 

Andy me contempló sin prisas, pensé que se reiría y me diría que estaba loca, algo natural tras escuchar mi sueño, que sí era un poco tonto y ridículo, pero mi sueño al fin. Sin embargo, no escapó ningún chiste de su boca, ni siquiera una mirada que gritara le parecía muy rara.

—Seguro que-que sí —me animó con una sonrisa sincera.

Sonreí. Mamá decía que había que rodearnos de gente que nos repitiera "vas a lograrlo" cuando sentimos todo está perdido. Según ella, nosotros somos nuestros principales desalentadores, así que era bueno tener al lado personas que apoyaran nuestras locuras y te acompañen en las consecuencias, también ser de ese grupo para otros.

—Y también tienes suerte —añadió, desconcertándome. Su vista fija en el agua no me dio pista de lo que hablaba hasta que capté había retomado la charla anterior—, porque viene seguido —comentó reviviendo mis ilusiones.

—¿Lo dices en serio? —pregunté, recuperándome, dando un pequeño salto que casi cobró un plato. Por suerte mis buenos reflejos lograron mantenerlo intacto... Fue una lástima que fuera lo único que no sufrió un cambio. 

Antes de la muerte de mamá mi vida se basaba en sueños. Tomaba algo que me apasionaba y volcaba toda mi energía para cumplirlo. Tener metas me mantenía motivada. ¿Qué sería de la vida si no tuviéramos algo por lo cual luchar? Así fuera comprarme esa dona con café que tanto deseaba. Cumplir mis objetivos, por diminutos que fueran, le daba luz a mi existencia.

Sin embargo, tras la muerte de mamá todo perdió sabor. No había nada que lograba llenar ese vacío. Tardé meses, más por obligación que por convicción, antes de salir de esas paredes en la que me había recluido. Supongo que no solo había perdido a mamá, sino también el sentido de mi vida porque todo lo que era lo aprendí gracias a ella. Me costó aceptar mi nueva realidad... Y siendo honesta creo que no lo hice del todo, solo había adoptado otro método de supervivencia, mantener mi cabeza tan ocupada que fuera imposible regresar al mismo círculo, buscar porqués en el día a día. Descifrar al chico misterioso de la cafetería se convirtió en mi nueva alegría, en mi nueva razón. En el sazón que faltaba en mi monótona existencia. 


¡Hola a todos! ❤️ Sábado de nuevo capítulo. Ya tenemos a todos los protagonistas de Un dulce y encantador dilema y con esto empieza el lío ❤️. Espero disfrutaran el capítulo, en el siguiente tendremos un encuentro interesante. Quiero agradecer a todas las personas que están leyenda la historia, no saben lo importante que es para mí su apoyo en este punto de la historia (el inicio) porque siempre es lo que más me cuesta ❤️. También quiero hacer una aclaración, Andy padece de un trastorno del habla, disfemia o tartamudez, en su caso psicógena, así que estaré usando guiones para representarlo en sus diálogos ❤️. Ahora sí, preguntas de la semana: ¿les gustó el capítulo? ¿Qué es lo único que no puede faltar en tu mochila, bolso? Eso que siempre traes contigo, ya sea un celular, una libreta, chocolates, libro, audífonos, etc. ❤️ También quería pedirles un pequeño favor, si tienen instagram en mis historia de este domingo estaré pidiendo recomendaciones de actores y actrices para las ediciones de la novela, ojalá puedan darme una mano ❤️. Gracias a todos por su apoyo. Los quiero mucho ❤️. ¡Nos vemos el próximo sábado! 

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