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Y es que estás lleno de sombras,
y ensombreciste la casa.
El nido estaba caliente
y acabó por enfriarse...

🔎🦴



    Cuando Park Jimin encontró su vocación tenía apenas diez años. Y el evento que arrojó luz sobre tal fue una tragedia, como lo es siempre la muerte en los indefensos. Aun así, este puntapié desafortunado envió a Jimin en la dirección certera de su pasión: la ciencia paleontológica. La idea de que los elementos orgánicos e inorgánicos pudieran dar prospecto de los tiempos precedentes lograba en Jimin completa admiración. Lastimosamente, nadie compartía su fascinación por desenterrar el pasado ni por intentar predecir a partir de cada hallazgo piezas de valor histórico. Por tal razón, fue burlado y, en el mejor de los casos, ignorado. No así por su padre, quien con severidad le demostró cuán decepcionado estaba por su "capricho" de estudiar una disciplina inservible y con escasa recompensa monetaria.
Años después, la opinión de su padre se mantiene. Al igual que la suya por continuar buscando en la tierra la vida que los antecedió. ¿Cómo podría extirpar esa sensación poderosa y extasiante que emerge ante sus descubrimientos? Incluso si pocos fueron, todavía lo mantienen exudando un asqueante regocijo que alimenta el enfado de su envejecido y enfermo padre. No que la condición de este, enclenque y por momentos delirante, mitigue la fuerza de sus golpizas. No obstante, trabajar en paleontología también era un método efectivo para lidiar con los problemas en casa.

Cuando Park Jiho, su progenitor, lo encontraba alistando sus herramientas enloquecía. Hoy no fue la excepción. Su madre huyó a la tienda y él no pudo culparla. Al contrario, sintió alivio de que no presenciara ni siquiera el primer golpe que cayó sobre su rostro. Jimin los había resistido hasta que notó que su padre se esforzó demasiado y comenzó a toser sin poder detenerse. Lo ayudó a recostarse otra vez, le preparó un té y le entregó el dinero que recibió por sus últimas ventas.

No bastó para calmarlo, por desgracia. Jiho no había reconocido ni su ayuda y continuó despotricando sobre el mismo tópico que los enfrenta hasta que cerró la puerta. Podría haberle dicho a su padre que era un paleontólogo con cierto reconocimiento desde que halló restos casi por completos de un ave extinta hace mil años. Aunque callar también era una manera de evitar decirle que por solo encontrar un único espécimen no se lo tomaba muy en cuenta en la Sociedad de Paleontología de Busán.


Antes de salir de casa, no tuvo coraje para verse al espejo. No era necesario, podía imaginar el pintoresco cuadro del regaño de su padre. Oía aún el eco de sus reclamos. Esa voz tan áspera poco a poco se fundió con aquella que habita en su mente. Y entonces las afirmaciones de su imbecilidad, su incordiante existencia, la inservible profesión que ejerce fueron pronunciadas por él. Adoptadas. Un discurso ajeno hecho suyo. Encarnado hasta doler como un autoflagelo merecido.

Dormiría en la playa, tal vez. No podía aguantar otra noche oyendo los quejidos de su padre, los insultos a su madre y a él, pero lo peor era abandonar el puesto que señalizó y donde mantiene la esperanza de encontrar algo de interés científico. Las rocas del periodo ilúrico no atraían a los miembros de la asociación, apenas sí a los turistas. Aquellos que venían exclusivamente porque las noticias dijeron que había fósiles de dinosaurios en Busán. Y que un muchacho –ni siquiera se le reconoció como profesional— lo descubrió mientras paseaba por la playa. Pero al menos había vendido rocas, huesos de animales –que pudo alterar para pretender que eran fósiles— y hasta concedió entrevistas para conseguir subvencionar su membresía de paleontología.

Llegando a la playa, se alegró de que los grupos de turistas aficionados no reanudarán la búsqueda de dinosaurios. Estropeaban el terreno y, aunque hallaran algo valor científico, lo más probable era que no supieran manejar el objeto y acaben por dañarlo. No había tenido que lidiar con curiosos ignorantes por semanas. Lo que, en retrospectiva, fue también pérdida para su tienda. Con los incrédulos compradores de huesos, habían comido cada día sin saltearse cena o almuerzo; pudo ofrecer medicinas a la enfermedad incurable y agonizante de su padre; también obsequiarle a su madre ropas y descanso de trabajos de lavandería o limpieza.

Sin personas remoloneando, la Playa Roja, o Sangrienta como se conocen las costas de H., era un paisaje ordinario. Si bien, algunos pensaban que se trataba de  un territorio dotado de misterios oscurantistas. Una leyenda decía que de noche, cuando la niebla no transparentaba el oleaje, criaturas de ignota procedencia deambulaban por allí en busca de presas humanas. Unos afirmaron que eran espectros siniestros que devoraban las almas de quien tuviera el infortunio de toparse con ellas. Las habladurías coincidían en que lo que sea que habitara en la oscuridad de la costa, atraía a sus víctimas con cantos hipnotizantes. Pero todas las leyendas terminaban con destinos trágicos y sangrientos.

De ahí su nombre.

Él consideró aquello con la mirada fatua del geólogo. Nada de sandeces de magia y brujería, este fenómeno de arenas rojas se debía a la concentración del hierro o glauconita. Para el ojo inculto, este paraje sangriento podría ser un atractivo de postal, pero para él que encuentra daño en los restos fósiles a causa del hierro es un descalabro. Lamentablemente, no tiene otro sitio al que ir a explorar.

    La marea está baja, lo suficiente para evitar el terreno de rasa mareal a unos metros del acantilado. Él, que recorrió estas playas desde la infancia, sabía a qué hora la marea permitía contemplar el sedimento y despejaba el sector por donde caminar. Su perimetraje justamente se situaba entre estos dos, acantilado y rasa mareal, donde el suelo admitía excavación sin riesgos de ser cubierto por la marea por lo que con tranquilidad se sentó junto al cercado que marcó hace días. Pequeño, un metro por un metro. Suficiente para él y su equipamiento. 
Vio que nadie había alterado su trabajo. El respeto, aun cuando algunos lo hacían apenas para burlarse de sus frustraciones, le ofreció calma. Odiaría volver a su puesto y encontrar que alguien estaba hurgando en él. Con lo meticuloso que se volvía cuando estaba persiguiendo una corazonada... ¡Cómo lo sacaba de quicio que lo perturbaran! Prefería ser dejado en paz. Solitario, de todos modos creció aislado. ¿Quién iba a querer jugar con el hijo del ebrio Park Jiho? Temían caer en el punto de mira del violento hombre que no dudaría en descargar su enojo con ellos también.

Jimin fue apartado, desdeñado y finalmente olvidado. Los jóvenes de su edad cumplieron las metas que se establecieron, sean estas las que desearon o apenas mandato familiar; las muchachas pasaron de él porque no era prospecto para iniciar una familia. Y él, eventualmente, aceptó el permanecer soltero, sin amigos que entiendan cuán feliz lo volvía ser parte de algo que excede su insignificante vida para alumbrar el pasado y explicarlo al ahora y al mañana. Y, ya que está, podría ser sincero y admitir que se libró de vivir una mentira.

El silencio lo envolvió y pudo respirar la sal del mar hasta que esta se impregnó en su piel. Las olas picaron la orilla, gruñendo ante la impertinencia de ser observado sin reverencia. Cuando hipó, el llanto fue imposible de contener y se encontró arrullado por la brisa. Se recostó, cubriéndose el rostro con un paño húmedo para no tragar arena. Estaba agotado. Exhausto más allá de lo que unas noches de sueño ininterrumpido pudieran solucionar. Quizá no era realmente para celebrar el estar solo. Sin contar con nadie. Pero hecho el daño, restaba sobrevivir.

Durmió hasta el mediodía

+

Apenas el sol se situó en lo alto sobre la Playa Roja, Jimin despertó. Su ánimo tormentoso olvidado en la excitación de tener toda una jornada de excavación por delante. Preparó un té, rezongando cada que la débil llama de su fogata se apagaba, y comió un par de bollos de pan duro. Su apetito menguaba en estos días de exploración, por lo que no era un problema no tener sustento calórico.

Repasó en su cabeza otra vez los indicios que lo traen tan insuflado de expectativa en esta excavación: sedimento irregular que discrepa del terrario visible de la playa; un conjunto de rocas que de acuerdo al estrato podrían pertenecer al Calímico —de mil cuatrocientos millones años— que se hallaban en fila recta —lo cual es un comportamiento extravagante para las rocas—; y unos utensilios de los que aún no pudo precisar función. Pero, más importante que eso, era el conjunto de vértebras que encontró. Tendría que recurrir a la biblioteca para buscar los tomos de anatomía animal porque no podía pensar en qué especie encajaba aquella en descripción. Aunque su primera idea fue la de un pez de gran tamaño. Tal vez fuese un tiburón que encalló. Solo que la composición ósea no correspondía a un tiburón, puesto que no eran condrictios, es decir, de esqueleto cartilaginoso.

Le llevó un rato descubrir el punto de excavación, puesto que antes de marcharse a casa debía protegerlo para que la brisa marina no arroje arena sobre sus progresos. Ya contaba más de ochenta centímetros de profundidad y, considerando la inestabilidad del terreno, que no se desmoronó, era una pena permitir que se pierda su inversión de tiempo y esfuerzo. Así que retiró la tela con que cubrió el sitio, dejando a un lado las rocas pesadas con lo que la sujetó al lugar. Un par de insectos se colaron debajo del lienzo, pero los espantó sin problemas.

Se hundió en el foso, sintiendo la misma sensación de agobio que cada vez. Le aterraba a veces cómo su mente le jugaba bromas, le provocaba sustos absurdos como pensar que la arena decidiese que era suficiente de husmear en ella y lo sepulte vivo. Nunca sucedió, no tendría por qué suceder ahora. Pero el miedo no razonaba, no estaba en pos de oír sus argumentos de por qué aquello sería un acontecimiento total e imposible de suceder. Así que respiró hondo, viendo al cielo sin querer que por los bordes de su vista aquellas paredes escarlatas le recuerden que está atrapado en ellas.

—No hay nada que temer... —Se dijo, respirando hondo, y el movimiento de su pecho al hacerlo es un engaño porque poco oxígeno acudió a calmarlo.

Llevando las manos a las rodillas, curva el cuerpo para no caer de bruces. Cierra los ojos y se concentra en el sonido del mar. La brisa que silba sobre él y que baja hasta donde se encuentra para peinar sus cabellos. Es un día soleado, no hay nubes estropeando el color del cielo. La niebla se marchó antes de que el sol despunte y volvería tarde. Él está buscando fósiles, restos que pueda enviar al Museo o a la Universidad para que lo sumen a la colección paleontológica. Pero si quiere lograrlo, antes tiene que excavar y hallarlos. Por eso está ahí. Así, poniendo en claro lo que ocurre y su objetivo se tranquiliza.

Y comienza a trabajar.

+

Terminó temprano ese día. Anotó en su libreta: Día 51, progreso y describió sus resultados diarios. Llevó con él otras dos vértebras completas, en bastante buen estado, y un par de huesos rectos y finos que parecían astillados en la punta. Ignoraba de qué especie podrían ser estos últimos, más no eran prioridad. Su apuesta, aun cuando era improbable, era el esqueleto de tiburón. Lo dichoso es que sea prehistórico, la ventaja de que no lo fuera es que los turistas compraban huesos de animales exóticos y peligrosos. Por lo que había sido un gran día, podría decirse. Así que volvió a proteger el sitio de excavación, aliviado de estar fuera de este. Vio el sol ponerse y volver sombría la playa, pero no se inmutó por cuán similar era a los dibujos del infierno que veía en clases de catequesis. Pensó en volver a casa, ya emocionado de reunir estos restos con los que tiene en su cuarto resguardados.

Caminó lento, prolongando su paseo para también dar oportunidad a que las pastillas surtan efecto en su padre y lo adormezcan. Estas lo debilitaban al punto de que no podía levantarse de la cama por demasiado tiempo y las náuseas lo volvían apetente por lo que tampoco contaba con suficiente energía para estar despierto. Y si era cruel sentirse aliviado por el padecimiento de Jiho, pues no reunió suficiente culpa por ello.

Vio al cielo, espantado por la incontable cantidad de estrellas sobre él. La miseria con que vivía aquí mientras allá arriba podrían esconderse misterios y mundos estrambóticos, como leyó que algunos explicaban, lo volvía humilde. Lo doblegaban, achatando cualquier pretensión que quisiera poseerlo cuando sentía el peso de los hallazgos en su bolso. Y es que no importaba que su vida fuera finita, él sería inmortal. Viviría en libros, en museos sería mencionado, tal vez alguien tuviera que exponer un ensayo en la escuela sobre él. Porque no se rendiría, encontraría qué lo llevase a la fama. Y, mejor que eso, daría un propósito a su vida que, como las de todos, carecía de sentido.

Además, la vista al cielo impedía que le acobardara la neblina que se levantó tras la baja del sol. Los rumores del pueblo acechaban su mente cuando oyó el silbo ligero del mar o el viento y le dio un escalofrío pensar que en verdad parecía un canto.

Cuando volvió la mirada al suelo, no obstante, fue a tiempo de no tropezar con un cuerpo. Se detuvo, rodeando al sujeto que yacía desnudo sobre la arena roja. Dudó de si hablarle o no, tal parecía que este dormía. Se aseguraría de que no esté en problemas y si se trataba de un simple ebrio, lo dejaría a su suerte. Con uno en casa superó la cuota de tolerancia.

—Oiga, ¿se encuentra bien?

No hubo respuestas, por lo que insistió. Aunque antes de procurar tocarlo, tal vez moverle un hombro, consideró... ¿y si estaba muerto? Se le heló la sangre y se apresuró a escanear alrededor. Casi rió por su propia reacción, en lugar de contar con un instinto de socorro, pensó en las repercusiones de encontrar un cadáver.

La policía no era su aliada desde que su padre les agotó la paciencia y amenazaron con encerrarlos a los tres en una celda para que resuelvan sus mierdas.

—¿Señor? Por favor, no esté muerto —susurró, atragantándose con otra risa.

Buscó en la playa y encontró una rama con la que volvió y picó al hombre en el rostro, en la espalda, en las manos. Fue en sus palmas que encontró reflejo porque se contrajeron. Respiró un tanto aliviado de saberlo vivo. Insistió.

—¿Hola? Señor, despierte. —Alzó la voz, tal vez este no lo oía porque el mar era un bruto sonido de fondo que opacaba el resto—. ¡Señor!

Y el grito ayudó a su causa, puesto que el hombre se sacudió como pez fuera del agua. Un pez paliducho, contrastando su piel tan nívea contra el rojo furia de la arena. Le sedujo la imagen, aunque no lo suficiente para evitar asustarse y echarse atrás, blandiendo la rama como arma en caso de tener que defenderse. Aunque fue tal el temblor en su cuerpo que no creía asestar ni un ramazo.

La tos del hombre le recordó a su padre, ronca y hueca, que adolece en los oídos por lo agónico que se escuchaba. Daban ganas de cubrirle la boca, privarle de respirar y que dejara de aullar como animal enfermo. Aun así, Jimin sacudió tales pensamientos y se acercó al sujeto para calmarlo. Arrulló desde la distancia aquel ahogo hasta que cedió. Cuando acabó y comenzó una superficial respiración, tal cual si fuera un ejercicio novedoso llevar aire a sus pulmones por la nariz y la boca, el rostro del caído se le reveló.

No era más que un muchacho, tal vez de su edad, tal vez más. Pero lo que más le sorprendió fue lo bello de aquellas facciones, casi como las esculpidas estatuas que encuentra fascinantes en el cementerio local. Sin embargo, cuando los párpados amoratados del hombre se alzaron para develar un par de ojos oscuros, Jimin sintió pavor. Aquella mirada, como nunca antes vio, no transmitía una pizca de luz. Al contrario, sus ojos tan negros como su cabello alienaban los colores, la luz alrededor. Sumían el venusto rostro en una aparición tétrica.

—Tú... —Escupió el muchacho, buscando sentarse, pero no pudiendo hacer que sus fuerzas lo sostengan por lo que volvió a caer.

Jimin consideró echarse a correr, pero se solidarizó con el hombre al verlo tener otro acceso de tos. Se le ocurrió que pudo haber respirado arenilla, lo que hacía que tanto nariz como garganta se reseque, así que le compartió su agua. Estiró la mano, ofreciendo la cantimplora. El hombre la recibió, inspeccionando con curiosidad, aunque no intentó llevársela a los labios.

—Bebe —indicó con un movimiento de la acción.

El sujeto lo intentó, alzando el brazo, mas no consiguió más que eso. Exasperado, Jimin terminó de acercarse y asistirlo. Le dio de beber evitando ver los ojos tan insólitamente oscuros porque no quería que el hombre se sintiese ofendido por su reacia actitud. El rechazo que le ocasionó, aunque de igual proporción al embeleso que producía su rostro de rosados labios regordetes, le sentó mal al estómago. Así que cuando el hombre sació su sed, decidió apresurarse e ir a casa.

—No.

Tal cual si hubiera adivinado su intención, el sujeto lo tomó de la mano. El contacto fue tan helado que la piel del brazo de Jimin se enchinó.

—Suélteme, por favor...

—Ayúdame. —Fue todo lo que dijo el hombre y Jimin, no entendió cómo ni por qué, accedió.
Lo llevó a casa con él.

+

Durante días, su padre la pasó en cama debido a que el clima húmedo aumentaba su malestar y debía doblar la dosis de medicamentos. Esto significó un remanso en el cual Jimin, con la ayuda silente de su madre, atendió al muchacho de la playa. Este compareció a un interrogatorio de Jimin, del cual pudo extraer el silabeo escueto por nombre: Seokjin.

Ni familia, ni amigos, ni origen que recordase. Jimin supuso que debió ser agredido, un turista desprevenido al que le robaron y lo dejaron en la playa sabiendo que pocos aventureros se atreverían a ir en estas temporadas de calor húmedo que dejaban el sitio inmerso en neblinas.

La niebla tornaba el misticismo adjudicado a la Playa Roja más virulento, al punto de que en misa el sacerdote compartía precauciones para evitar el mal. Él, que ya no asistía a la iglesia, solía creer que era apenas un modo de atormentar a las personas para que estos en su ignorancia y miedo aumenten las limosnas a cambio de ser librados de todo mal. Sin embargo, luego notó que era verdadero temor, por lo tanto, nadie lo escuchó cuando intentó despejar la oscuridad de aquel fenómeno: simple saturación, contacto de aire húmedo y cálido por encima del agua fría marítima que se condensa.

—Ten, aquí. —Ayudó a Seokjin a sostener los palillos, pero se rindió y le ofreció una cuchara que tampoco pudo utilizar sin instrucción.

—Lo siento —dijo Seokjin—. Es solo que estoy algo distraído.

—¿Has pensado en tu familia? ¿Tienes alguna memoria de antes de la playa?

—No, solo te tengo a ti —y le cubrió la mano con la suya para darle un apretón—, mi salvador.
Jimin se sonrojó. Desvió la vista, ignorando a la vez la sonrisa de Seokjin, pequeña y juguetona, y los crueles ojos opacos. Estaba siendo grosero al correr la atención de lo importante; no podía averiguar quién era Seokjin a menos que este recuperara su pasado. Ya llevaba una semana con él y no tenían avances en lo que a reconstruir su historia se trataba. Lo cual era frustrante.

Mucho más para alguien como Jimin que se jacta de ser capaz de reconstruir un mundo que no vivió. Haría lo mismo con Seokjin, buscaría huellas de su vida para desde ahí rastrear canales de información que lo conduzcan a su identidad.

Solo que, por orden de prioridad, estaba asistir al desvalido.

Y, claro, lo siguiente era su trabajo.

¡Los fósiles eran de un animal marino! Lo que había sospechado en una ojeada superficial al material orgánico, y dada la ubicación de los mismos, pero no era tan necio de confirmar sin previa pesquisa teórica que fundamente aquella afirmación. Con Seokjin de huésped, no podía ir a la playa, por lo que dedicó las horas a leer tomos de Biología, los cuales había retirado de la Biblioteca Pública y que debía devolver hace semanas. La bibliotecaria era una prima lejana suya que no tenía inconvenientes en cubrirlo y, de todos modos, no había demasiado interés en estos libros en particular. Menos fuera del periodo lectivo.

—Oh, ¿qué es eso? —La voz de Seokjin le llegó desde la izquierda, pero Jimin se erizó por el hálito de este golpeando su oreja—. Quiero ver.

Le cedió el libro. Este mostraba ilustraciones de orcas, tiburones blanco y lobos marinos puestos en comparación a partir del retrato de sus esqueletos. Los epígrafes eran cortos, concisos y con un vocabulario acorde al público estudiantil, pero servía para que Jimin pudiera establecer mentalmente un croquis con los restos que halló. Tal vez debiese dibujarlo para facilitar la comparación, solo que la noche caía y la luz de las velas no contribuía en su tarea. Esperaría a la mañana. Y quizá entonces pudiera concentrarse mejor sin la distracción del tarareo de Seokjin.

—¿Me lo devuelves? —dijo, notó cómo las uñas largas de Seokjin repasaban las siluetas de los animales y vio la expresión concentrada de este hasta que desapareció y en su lugar le ocupó el rostro una siniestra sonrisa—. ¿Por favor?

El muchacho cerró el libro con brusquedad, y Jimin saltó en su sitio. Estaban en su cuarto, sentados en el suelo lado a lado, sus rodillas chocaban. En tan minúsculo espacio, el sonido del libro copó el lugar y combatió la paz que Jimin había alcanzado en esa tarde tras pasar el día sin toparse con la furia de su padre.

—Déjalo ya.

—No puedo, es mi trabajo —rebatió sin fuerzas, ¿cómo es que se agitó su respiración? Parecía que había corrido hasta perder el aliento.

—No.

Seokjin ocultó el libro, escondiéndolo en su espalda. Por un instante, casi se asemejó a sus compañeros de escuela cuando le robaban sus útiles. Solo que la severa mirada de Seokjin amedrentó a Jimin de ir tras el libro. Un escalofrío le atravesó la columna, como un filo helado que liberó la presión de su cuerpo a la fuerza. Cedió. No se percibía rival para la penetrante mirada de su huésped, mucho menos cuando sentía que estaba al borde del llanto. Apartó los ojos, parpadeando las lágrimas que acudieron a avergonzarlo.

—Bien, haré la cena. —Se rindió, porque Seokjin era una presencia imponente aun cuando se veía tan delgado y con una enfermiza palidez.

—Gracias. —Soltó entonces su huésped, como una ocurrencia tardía.

Jimin liberó el aire, dejando caer los hombros, contento de que Seokjin se relajara y le permitiera tomar el libro para guardarlo junto al resto. Por rabillo de ojo, creyó ver a Seokjin sonriendo. La entonación de una melodía satisfecha corroboró la mejora del ánimo de su huésped mientras a él un regusto ácido se le alojó en la parte trasera de su lengua y tragó saliva para dejar ir la náusea.

+
Jimin despertó tan agotado que no pareció que pegó el ojo por casi diez horas. Lo inusual fue que no tuvo a su padre pateando la puerta y exigiendo que se levante y no haga el vago. Pero un ligero vistazo a Seokjin, que estaba sentado observándolo, hizo que cualquier preocupación se esfume.

Aquella visión, como de ensueño, lo cautivó. Y lo excitó, teniendo que mover las piernas para esconder la marca obvia de la reacción que Seokjin causaba en él. Cuán impropio era tal respuesta, consideró hasta disculparse, pero su voz no acudió a él. Mudo, contempló cómo Seokjin se peinaba el cabello con los dedos, logrando que la luz que se filtraba por el cuarto haga la ilusión de que se trataba de un oleaje nocturno danzando sobre su cabeza. Y dado el largo del cabello de este, rozando los hombros, también concedió que esas manos pronto continúen su camino por el extenso cuello. Jimin tuvo un impulso atroz de morder y chupar, mas se contuvo para no perturbar a su huésped.

—¿Te importaría si te acompaño? —preguntó Seokjin.

—¿Eh?

Los labios de Seokjin estaban brillantes, apetecibles.

—A la playa, a tu trabajo —agregó, con cierta exasperación divertida mientras le extendía una mano para que se levante.

La aceptó, temblando por el escalofrío que le recorrió el brazo ante el contacto. Aun cuando sabía que esto sucedía, no dejaba de asombrarle cuán contrarias eran las repercusiones en su cuerpo, que pareció afiebrarse por completo. Logró mantener la mente en la conversación y no vio cómo negarse a la petición. Sin embargo, minutos después lamentó haber siquiera salido de la cama. Fue bochornoso que su invitado convaleciente haya impedido que Jiho arremeta contra ellos al verlos. No hubo explicación que valga, por lo que el latido doloroso de su espalda donde el bastón de su padre asestó su enojo le pareció recordatorio de no intentar razonar con este otra vez. De todos modos, Seokjin pronto se iría. Y si el pensamiento de que Seokjin se fuera alojó en Jimin una extrañeza, una inquietud insólita, no hubo momento para revisar de qué se trataba.

Tal vez era el tener compañía tras tanta soledad lo que hacía de Seokjin una visita soportable pese a las discusiones que tenía con Jiho.

—Será aburrido —advirtió una vez más alcanzado el camino que descendía a la playa, sonriendo cuando Seokjin le ayudó con sus herramientas.

—No te preocupes, podremos pensar historias de mi pasado para no aburrirnos. Eres bueno con las historias, Jim. —Y le guiñó un ojo.

Era esto una dinámica que Jimin nunca experimentó: bromear. Poder divertirse con alguien sin tener que preocuparse porque su vida privada estropee sus relaciones. Seokjin ya conocía el hogar problemático de Jimin y, aun así, no se mostró condescendiente ni burlesco al respecto. No juzgó la pasividad con la que Jimin trataba a su agresor, ni lo llamó cobarde cuando descubrió que no hacía nada por evitar que su madre fuera agredida también. Seokjin había incluso intentado defenderlo, pero Jimin le rogó que desistiera. Sería peor, le dijo. Y Seokjin, en un acto de total solidaridad para con su angustia, lo abrazó.

Fue en aquel abrazo que Jimin dejó ir cualquier desconfianza que sentía sobre su visitante. Si el mar fuese generoso de conceder deseos, Jimin tendría a bien considerar a Seokjin entre sus obsequios. Pero era ingenuo. Y se perdió oyendo el tarareo de su huésped, que resonó en cada fibra de su cuerpo, haciéndolas estallar y volverlo una masa maleable. Aterrador y liberador a partes iguales. Por eso mismo, quiso un tiempo a solas.

—Adelantate, ¿sí? —comenzó a moverse, ansioso por huir—. Esperame en la playa que iré al correo antes. ¡Gracias! —agregó al ver que marchaba con sus herramientas sin rechistar.
Caminó acelerado por entre la gente, despreciando cómo todos se quedaban viendo a Seokjin. De hecho, en los pocos paseos que dieron juntos para que Seokjin tome el fresco —y no oiga despotricar a Jiho—, era una situación que se tornó molesta y fascinante. Admirar a Seokjin era tal vez un poco incómodo si ibas a su lado siendo ignorado, pero también era un fenómeno a estudiar. Cuán fácil se rendían todos ante el atractivo indiscutible de Seokjin, al extremo de ignorar aquel par de ojos negros que estremecerían a quien se cruzara en su camino. Como si fueran tocados por un aire gélido que helaba hasta el tuétano.

Una vez llegó a la casilla de correo, escribió a su contacto en el Museo. Había traído con él los bocetos de los restos que encontró, donde anotó sus conjeturas. No fue tanto lo ofrecido, pero sí un puntapié para empezar una conversación donde Jimin pueda conseguir material de referencia de estudio y actualizaciones del reservorio paleontológico. 
Pagó el costo del envío y por fin pudo correr a la playa. 

+
    
La tormenta los sorprendió una mañana. Jimin corrió a asegurar las ventanas y a poner ollas y sartenes donde las goteras comenzaron a filtrar. Cuando regresó al cuarto, el goteo era una percusión suave. En nada molesto, por lo que pudo olvidarlo con facilidad. Esto, no obstante, lo dejó a solas con sus pensamientos que eran —y ya no hacía nada por remediarlo— copados por la presencia de su huésped. Y es que entre más pasaban los días, más ansiaba descubrir quién era este. Aun cuando la resolución de tal misterio se llevase su compañía. Pudo hasta saborear la soledad, como un dulce rancio que impregnó su lengua. Mas era inevitable. Por lo que sacudió la cabeza y se decidió a ir por un té. Y por su libreta, donde escribía a diario sobre su trabajo y sobre quién podía ser Seokjin.

Por lo pronto, tenía conjeturas.

Seokjin no era un pesquero, porque su piel no estaba tostada por la exposición al sol, ni maltratada por la salinidad marítima. Su cabello también era suave y graso, lo que no sucedía con alguien que se dedicara a la pesca ya que tendía a resecarse. No era obrero, porque sus manos no tenían daños en las uñas, salvo por la compulsión nerviosa a morderlas, ni callosidad en sus palmas. De hecho, era tal la delicadeza de sus manos que lo único que sobresalía como rasgo distintivo eran sus dedos torcidos. Pero Jimin tenía a Byeong sook —su madre— como referencia de un comportamiento óseo similar, por lo que podría ser un prematuro cuadro de desgaste articulatorio. Luego estaban sus pies, sin maltrato alguno lo que indicaba no solo un uso continuo de calzado, sino de uno de calidad. Jimin tenía las costuras marcadas en los talones, en los bordes del pie donde el hilo de lona rascaba cada que usaba zapatos.

Podía pensar en Seokjin en alguien de economía estable, al menos. Solo que no pudo continuar especulando porque el tarareo bajo de Seokjin lo alcanzó mientras se retiraba del cuarto. Un hábito irritable, pensó mientras se congelaba en el sitio, por poco cayendo. A tiempo, alcanzó a sostenerse del marco de la puerta donde atinó a cerrar los ojos, mojándose los labios ante el regusto ácido que reptó desde su estómago a la boca, mientras su corazón se disparó en una carrera. Aquel sereno sonido le despertó una emoción de descarnada violencia. Lo agitó como para ansiar liarse a golpes cual borracho de taberna. O como su padre, a quien oyó toser y ahogarse en el otro cuarto. Sonrió triunfal al saberlo cada vez más enfermo y aguantó la respiración hasta que lo escuchó exhalar tras el acceso de tos, para por fin respirar desilusionado de que no haya muerto.

—Vuelve —habló Seokjin.

Jimin torció el cuello, desde su posición recargada en la puerta, y lo vio extenderle una mano. Casi tropezó en su prisa por sujetarlo, como si fuera este el rescate de un ahogado que teme la profundidad del mar.

—No me iré a ninguna parte —tranquilizó.

Y pasarían días sin aventurar más hipótesis sobre quién es Seokjin. 

+

En general, o en su mayoría, las personas no disfrutaban de pasar el día viendo huesos. Este era un recordatorio efectivo de la finitud de la vida. Tal vez una certeza de cuán insignificante se es si alcanzada la muerte apenas restos de calcio representan quien se fue. Jimin, sin embargo, cuando más preocupado se hallaba o más incierto sobre su vida estaba, solía acudir a ellos.

—¿Lo echas de menos?

—Era un perro —contestó, todavía con la vista clavada en los huesos de Agma, la que fue su mascota; encogió los hombros cuando Seokjin continuó aguardando respuesta—. Pero sí, lo extraño a veces.

No supo qué lo motivó a hablarle de Agma, aunque sí que se guardó para sí el cómo llegó a tenerlo allí. Si resultaba extraño conservar los restos de una mascota en una bolsa de tela en su cuarto, pues Seokjin no pareció notarlo.

—Lo siento.

Esto causó que despegue la mirada de los restos, para dirigirla a Seokjin. Como cada vez, la sangre se le heló al percibir aquellos oscuros ojos sobre él. Las pestañas de su huésped se le antojaron como patas de araña, pues tan largas como curvadas no hacían sino proporcionar contorno a un par de ojos de por sí espeluznantes.

—¿Por qué lo sientes?

—Es lo que dices cuando algo malo sucede, ¿no?

La consulta fue irrisoria, tal cual si Seokjin no entendiese de etiqueta o lo básico sobre la empatía humana ante la pérdida. Aun así, apreció aquello por lo que era. Un intento de levantarle el ánimo. Sobre todo, ahora que lo necesitaba tanto. Había recibido una respuesta a su consulta al centro de paleontología, la cual catalogó su trabajo como de poco valor científico, pero aun así obtuvo material bibliográfico para sustentar su investigación. Como favor, se le recomendó mapear la zona y armar un caso completo antes de procurar por un equipo de expedición. Sin embargo, continuaba sin componer un primer boceto de qué animal se topó en la Playa roja. Lo que había hecho era una deformidad tal que acabó arrugando la hoja y arrojándola al otro lado del cuarto. Seokjin recogía cada uno de sus fracasos en papel y los desdoblaba, viendo con interés sus garabatos.

—No lo digas, no es necesario.

Oh, pero sí que lo era. Funcionó para calmar el acerado puñal de su pecho que dolía en la herida vieja de sus recuerdos. Aunque se perdió otra vez en sus cavilaciones, oyendo la melodía silbada de Seokjin hasta que no distinguió lo que estaba ante sus ojos, sino que se trasladó al instante preciso en que terminó la vida de Agma. Revivió aquel enfado virulento, la marea negra que se agitó en su estómago y que llovió de sus ojos como ácido. Pudo hasta notar la sangre en sus manos, la poca que cayó tibia en su rostro y saboreó en su boca como un trago salado que calmó su ira...

—Jim —lo interrumpió Seokjin, se le oía divertido—. Cocina para mí, quiero pescado frito.
El platillo favorito de su huésped. El único que se permitía degustar y no tragar como salvaje. 
De inmediato, y como si hubiera sido retirado de debajo del agua, sus oídos se destaparon para captar con claridad la petición. Se disculpó, levantándose de prisa para ir a ocuparse de la cena temprana de Seokjin.

+
Se tornó frecuente la compañía de Seokjin mientras sigue persiguiendo restos fósiles.

—Eres bueno dibujando. Oh, aguarda. —Removió los cepillos de Jimin a un lado, para que este pudiera sentarse—. ¿Agua?

Aceptó, bebiendo hasta que derramó un poco por su barbilla. Fue una torpeza propia de tanto nervio que sintió al no encontrar nada. Ni ayer ni hoy pareció avanzar. No quería desanimarse y, a la vez, estaba siendo estúpido al querer impresionar a Seokjin. Solo que tenía que hacerlo por su dignidad tras que este sea testigo de su vivencia hogareña y sus pánicos al ingresar al foso de arena. Seokjin fue demasiado amable al no reírse de él, tan fácil como lo tenía. Por lo que se ocupó de trabajar duro para encontrar lo que sea con lo que mostrar que aquello era fructífero. 
Y fue ese mismo día que lo logró.

Aunque tal fue su desconcierto cuando lo recuperado de la arena fue un hueso discordante de sus predicciones. Extrajo de la tierra lo que supuso era la columna del pez, pero dio con que la similitud de este era cercana a la cadera de un animal de tamaño considerable. La levantó del suelo, temiendo que por su brusquedad quiebre más el hueso, pero este resistió a su torpeza. Lo inspeccionó, sonriendo en su incredulidad. ¿No era maravilloso explorar terreno? Tanto pasado enterrado y apenas han descubierto una parte minúscula de este. Ahora, ¿qué hallazgo traía entre manos?

Tendría que volver a la biblioteca cuanto antes.

Quiso celebrar con Seokjin, pero cuando dio con la expresión de este se retrotrajo, cubriendo el hueso como si temiera que fuera a quitárselo. No sucedió y en los segundos que se dilataron hasta que cada nervio de Jimin se tensó para la defensa ninguno habló. El mar cantó para ellos una bravata sinsentido que acompañó al sol en su retirada. Las sombras, dignándose a copar la playa, se condensaron en el pozo escondiendo la expresión de Seokjin. Jimin no tuvo que verla para saber que no estaba contento.

—¿Qué sucede? —creyó preguntar, pero cuando Seokjin se movió hacia adelante, por poco se traga la lengua al verlo llorar.

—Quiero irme de aquí —gritó, lanzándose sobre él y rodeándolo con los brazos, y Jimin sintió su corazón astillándose, lloviendo en esquirlas por su interior y cortando allá donde rozaron los trozos.

Sin siquiera cubrir el foso, se marcharon a casa.

+

Para Jimin, la tristeza no era novedad. Y había días en que creyó que nunca dejó de lado la tristeza, sino que esta se fundió en su pecho, viviendo entre sus costillas, presionando sus pulmones y empujando al corazón hasta que este late incómodo y en protesta por la falta de espacio. Sin embargo, es una tristeza seca. No hay lágrimas, ni siquiera una mueca triste. Por eso está cada vez más convencido de que convive con la tristeza mejor que con otras emociones. La alegría siempre le sabe a mal augurio, a anticipo de desgracia; el enojo es un picor en su piel que no importa cuánto rasque acaba por enloquecerlo. En cambio, la tristeza es invisible, silente y suave. No duele. La acuna en su pecho, como a un hijo al que cuidar y alimentar.

Así que es entendible que no esté del todo a gusto con Seokjin. Porque este lo hace reaccionar. Lo saca del confort de la tristeza. ¿Dónde estar entonces? Porque dentro de su cuerpo es un visitante quisquilloso, que no se aguantaba ni a sí mismo. Pensó que trabajar ayudaría, como cada vez, a recomponer su cabeza, pero no sucedió. Y en la biblioteca, donde su atención debería ser el tratar de encajar las dos muestras fósiles en una sola estructura ósea, solo podía regresar a Seokjin. A los momentos vividos en el casi mes juntos, que se repetían en su cabeza sin cesar. Y al modo en que este tarareaba hasta que cualquier preocupación se diluía.

—¿Qué son estos?

Había mirado por tanto tiempo la hoja que las palabras dejaron de tener sentido. Hasta creyó que estas fluctuaban, bailando en una corriente de agua agitada. Volvió la vista a lo que señalaba Seokjin y sonrió.

—Son sirenas —explicó, en una voz más baja que la del otro, para recordarle un tono y conducta apropiada para la biblioteca—. Seres mitológicos.

—¿Mitológicos? ¿Y eso?

—Que son invenciones.

Seokjin rio. Fue una risa que reverberó en su caja toráxica como granizo cayendo sobre el tejado. Recordó la tormenta de la noche anterior, el sopor del verano colándose en la habitación, humedeciendo su piel. Las sábanas pegadas a su cuerpo, las moscas caminando en sus piernas, en su rostro y hasta buscando meterse en la boca. Pensó que el insomnio acarrearía fatiga al día siguiente, pero lo ocupó en escuchar la respiración de Seokjin, en imaginarlo dormido ya que no se atrevió a espiarlo, y en considerar cuán solitario sería —volvería a ser— una vez este se marche.

—Lo siento. —Se disculpó por fin este, tras su momento de distensión; lucía un sonrojo ridículo—. Dime lo que sabes de ellas.

Jimin conectó su mirada con la de Seokjin, a punto de decirle que estaba allí pesquisando para su trabajo. Lamentaba defraudar el entusiasmo de su compañero de estudios. De verdad. Él se esmeró en ser agradable, al punto de posponer su tarea para atender las necesidades de este. Pero ya no podía continuar haciendo a un lado sus ocupaciones. No obstante, cuando se decidió a hablar, la disculpa detrás de los dientes lista para salir, Seokjin arqueó una ceja. Un subversivo impulso lo amotinó, mas no por mucho porque su visión se vio oscurecida. Parpadeó, de pronto hallando lágrimas quemándole los ojos, mientras un ruido blanco latió en sus oídos y lo ensordeció. Cuando parpadeó y enfocó a su huésped, este sonrió y no pudo evitar devolver el gesto.

Cerró los libros, olvidando su urgencia por averiguar cuanto pudiese de los fósiles.

+

La siguiente excavación ofreció a Jimin un panorama aún más confuso. Las vértebras continuaban alineadas tal cual si esperaran su husmeo, pero esta vez su tamaño cambió. De nuevo, consideró que se trataba de dos animales y no de uno como creyó al principio. No sería descabellado, podría ser incluso un hallazgo de un depredador con su presa. Aun así, no quiso apresurar conclusiones. De todos modos, llevaba un conteo de siete vértebras de diez centímetros, siete huesos de dieciocho centímetros de largo —astillosos, como los llamó—, y un hueso coxal —de la cadera— que, a simple vista e ignorando el repelús, parecía humano.
Sin embargo, no iba a mentir. La sola posibilidad de encontrar a una persona era de incalculable atracción. Podría catapultarlo a los medios, sobre todo, con una narrativa de presa y depredador unidos por la eternidad como la que podría presentar con la evidencia fósil. Solo que esto era un proceso complicado y debería empezar hasta tener todo el material orgánico posible. Una desventaja de no contar con un equipo de apoyo.

Él solo tenía que ocuparse de las tareas de taxonomía sistemática, con la que establecer relaciones de parentesco y diferencias de su espécimen fósil con otros de la colección paleontológica; además, tendría que, de acuerdo a la morfología del esqueleto hallado, considerar funciones de sus partes, si es que es un depredador marítimo, terrestre, si es que era presa y cuál podría ser la rutina de caza o alimentación de este; por no decir que si continuaba hallando huesos discordantes, sería necesario avisar a colegas sobre la posibilidad de haberse situado en un tanatocenosis —sitio donde los animales autóctonos se han acumulado tras morir— o, y por esta hipótesis se inclinaba, una zona de diagénesis —donde la elevación tectónica de placas arrojó a la cercana superficie tales restos fósiles.

Y luego decían que la paleontología era aburrida, pensó. Jimin se divertía tanto con ella que no podría vivir sin buscar rastros de vidas anteriores. Pensando en los comportamientos de tales organismos, tal vez encontrando que eran lo opuesto al ahora, producto de la evolución y el cambio epocal que los orilló a modificar sus conductas, su alimentación y hasta su anatomía de nacimiento.

—Estás sonriendo. —Le señaló Seokjin, y tomó asiento junto a él, acercándose hasta que sus brazos se tocaban; se estremeció—. ¿Por qué sonríes? ¿Qué tienen de divertido estos huesos?
Se preocupó de que su huésped se atreviera a manosear los restos, pero Seokjin se comportó respetuoso y apenas alzó un dedo en dirección al conjunto óseo sobre la tela de la mesa. Aun así, parecía al acecho. Irritado, incluso. Tal vez era de esperar considerando que no era una vista agradable. No podría Seokjin captar la belleza expresada en tal colección ósea, ni el potencial de estas para la ciencia y para él.

—No es nada.

Tampoco iba a comentarle a Seokjin que se alegraba de la muerte de alguien más, de haberlo descubierto. Era deshumano, egoísta y denotaba cierta frivolidad con respecto a la muerte. Así que procedió a guardarlos, teniendo en mente un boceto casi caricaturesco de la escena que imaginó con los huesos. De nuevo, tuvo dificultad para esconder su diversión y Seokjin bufó a su lado.

—Hazme de almorzar —ordenó.

El imperativo fue efectivo, logrando que su espalda enrigidezca y los hombros se tensen como cuerda. Lo que no alertó su atención, sino que lo aceptó. Y siguió detrás de Seokjin, que guió el camino a la cocina. Otra vez, comerían pescado frito, el favorito de su huésped.

+

Creyó estar haberse librado de las pesadillas, pero estas regresaron a él una noche y no lo abandonaron más.

Las primeras, no tenían sentido alguno y el miedo era respuesta natural de aquellas imágenes estrafalarias. Lo que sí fue interesante de analizar eran la continuidad de paisajes y motivaciones: mar y huida. En cada una de estas pesadillas él estaba sumergido en el mar, tan oscuro y helado que su piel parecía cortarse con las correntadas que lo arrastraban de un lado al otro, pero siempre en dirección al suelo. Solo que nunca veía el tope y estaba en constante descenso, para total desesperación suya. Era ahí que él reaccionaba e intentaba huir de aquella fuerza invisible que lo secuestraba a las profundidades del mar.

Nunca lo lograba.

Cada pesadilla, cada vez, era sometido a la frialdad de un mar silencioso —otro detalle que lo estremecía— y lo único que restaba era gritar. Abrir la boca al punto de doler, para acabar tragando agua y ahogándose más rápido. Hasta que por fin se despertaba. Sudado, con el corazón golpeando su pecho, y con la mirada fija de Seokjin sobre él. Como si lo estudiara, aunque al verlo espabilar recomponía su rostro en uno de simpatía que a Jimin, por el contrario de calmarlo, lo asustaba.

Sin embargo, no eran estas las peores ensoñaciones que podía tener. Sino otras, unas creadas por su mente, por memorias que escuecen y lo atormentan mejor que cualquier fantasía de mar. Y era tal vez el nutrir tales sueños con sus recuerdos lo que las volvía horripilantes y efectivas en la tarea de castigarlo. Uno, el más oscuro de sus recuerdos, era recurrente. Lo regresaba a su niñez, a percibir cuánto de su instinto de fuga, que con Jiho no tenía descanso, lo salvó de peores palizas. Solía despertar con el sonido del cerrojo, la puerta abriéndose y los pasos de su padre caminando por la casa. Para cuando los gritos de su madre iniciaban, él ya estaba escurriéndose por la ventana y corriendo a la playa antes de que el sol despunte.

En lo que se alejaba, dispuesto a esconderse en la neblina, veía por rabillo de ojo a Agma su perro, marchando a un lado y se sentía reconfortado de no estar solo. Buscaban refugio entre las colinas de arena, donde se acurrucaban juntos. Jimin buscaba infructuosamente acallar sus sollozos mientras Agma gimoteaba a su lado sin poder hacer mucho para calmar su miedo. 
Cierta vez, su padre los encontró. Los había visto huir y como no halló saciedad en desquitarse con su esposa, fue por ellos. Tomó a Jimin del brazo para levantarlo y arrastrarlo de vuelta a casa, pero Agma intervino atacándolo, mordiéndole la pernera del pantalón y al parecer un poco de la pierna porque Park Jiho chilló furioso y lo soltó. Segundos después, sonrió. Jimin vio aquella sonrisa tan parecida a la suya que se encontró preocupado de estar viéndose a él mismo. Solo que no era posible. Él no habría hecho lo que su padre le hizo a Agma.

Si él mató, fue por piedad.

Jimin tomó una roca y, disculpándose con Agma y con Dios, la dejó caer sobre la cabeza del perro que aullaba sin poder levantarse dado que su cuerpo estaba torcido en una extraña forma. No bastó un golpe para desmayarlo aunque la sangre salpicó su rostro y se perdió en el rojo de la arena. Descargó otro golpe y otro y otro más y aquel acto piadoso se transformó en catarsis. No reconoció a su amigo de cuatro patas cuando acabó, pero el lacerante dolor de su pecho le recordó que era este y le ordenó que lo sepulte. Cavó con las manos, con la ayuda de un madero que había perdido en el suelo y por fin hizo una tumba. Allí depositó al perro, pero sus fuerzas se debilitaron y cayó con él en el hueco, siendo cubierto por la arena.

Exhausto, se desmayó. Pasó horas y horas junto al cuerpo destruido del perro y cuando recuperó la conciencia, se levantó de entre la arena, cubrió los restos y se hundió en el mar. Lavó la sangre seca y se vio renovado al salir, como si hubiera también depurado un veneno que él mismo se inyectó. Años después, tras discutir con su padre y recibir una paliza memorable, corrió a la playa a esconderse y se le ocurrió buscar a Agma. Encontraría al animal, las evidencias del maltrato vivido, y serían los huesos de este quien le dieran ánimo a su vocación.


—Shhh. Eso ya pasó.

—Pero, pero yo... —Tragó saliva, parpadeando cuando dos heladas manos entraron en contacto con su piel enfebrecida—. Lo lamento tanto.

No sabía por qué se disculpaba, ni mucho menos deseaba compartir a su huésped su pecado.

—¿Es eso cierto siquiera? —No fueron las palabras, sino el tono risueño lo que espabiló a Jimin para que abra los ojos, parpadeando para alejar las lágrimas y los remanentes de su pesadilla—. De todos modos, ya está hecho.

—Seokjin, yo no quis... —buscó con qué justificar sus actos pasados, pero la fiereza de aquella mirada lo acobardó, por lo que acabó mordiéndose los labios, evitando así que sus dientes castañeen.

—Shhh. Vuelve a dormir.

La boca de Seokjin se presionó en su frente. Luego en cada uno de sus ojos y finalmente, para angustia y anhelo de Jimin, en su mejilla. Ansió moverse, puesto que estaba tan cerca de su boca que se quedó sin aliento. Mas no lo hizo, quedándose en su sitio, todavía tiritando, mientras su huésped volvía a recostarse y le daba la espalda.

Cuando el sueño lo alcanzó otra vez, las pesadillas aguardaban para darse un festín con sus miedos. La diferencia era que en ellas, por unos breves segundos, pudo ver la sonriente cara de su huésped.

Y deseó no despertar jamás.

+

Jimin no le contó a nadie que no se sentía atraído por las mujeres. Y esto porque no había nadie de confianza, nadie a quién él pudiera abrirle su corazón y confesarle que el ostracismo al que se indujo desde temprana edad fue respuesta a sus perversos deseos. Aquellos instintos bajos, tal cual los describía el sacerdote cada domingo, lo embelesaban al límite de construir fantasías obscenas. Y aunque no era creyente, todavía le pesaba. Sin embargo, esa etapa hormonal fue curada por las palizas de su padre, quien tal vez sospechase de las inclinaciones de su hijo. Será por eso, por haber sido frustrada aquella faceta adolescente, que se halló en aprietos con la convivencia estrecha con Seokjin.

La paleontología ya no siendo una amante complaciente.

Dormir junto a su huésped no facilitaba nada para él. El poder observar a Seokjin dormido era quizá su pasatiempo favorito recién descubierto. Había en las facciones relajadas de este un atractivo imponente, que lo empujaba en dirección contraria como si le diera a entender que nunca alcanzaría a tocarlo. Estiraba la mano a veces para combatir este autodesprecio, pero no lo tocaba. Y es que Seokjin emanaba un aire amenazante que activaba sus instintos.

—¿No puedes dormir? —El susurro cortó sus lamentos, pero no su inspección.

—Pesadilla —explicó.

No entró en detalles, ¿para qué? El resumen era igual cada vez, mar y oscuridad, frío, una sonrisa que conoce a la perfección y un deseo irracional de hundirse sin oponer resistencia. Cada vez le costaba más despertar.

—Cuéntame.

«¿Vas a darme un beso si lo hago?» Lo que era el remedio ofrecido por su huésped tras verlo despertar agitado. Por supuesto que no lo preguntó. Las agallas las trae estropeadas, aunque sus ojos debieron delatarlo porque Seokjin se enderezó dispuesto a acercarse.

—No.

Los ojos de Seokjin permanecieron fijos en él y en la penumbra del cuarto no fue bonito de ver. Jimin tragó un jadeo de miedo, recordándose que este era su amigo, su huésped y que estaba a salvo. Seguro los remanentes de sus pesadillas aún corrían por su cuerpo, porque tuvo que apretar las piernas para no mojar la cama. Sintió helados los pies, y eso que llevaba medias aun cuando el verano afuera prometiera castigarlos durante días sin tregua de lluvias.

—Shhh —dijo Seokjin, estirando una mano hasta sujetar la suya, que tembló ante el roce frío de la piel—. Cantaré para ti, ¿sí?

Y entonces, la voz de Seokjin sonó baja, un susurro en principio enronquecido por el sueño, pero que no restó belleza alguna en la melodía. Un sereno canto que no procuró palabras, sino silabeos confusos que dejó de intentar de descifrar porque otro asunto ocupó sus pensamientos. Algo oscuro, que incendió sus nervios y deseó retorcerse, pero en cambio se mantuvo quieto. Indefenso, quizá.

+

Su cabeza o más bien su cerebro parecía crecer dolorosamente. Era tal la sensación de gigantismo, que consideró oprimir sus sienes y evitar que así explote en pedazos. Sería una imagen de espantosa gracia ver sus sesos esparcidos en el cuarto, pero si esto aliviase la tensión de su cráneo lo haría con gusto.

La jaqueca inició esa madrugada, luego de otra pesadilla. Y que su padre le haya jaloneado el cabello cuando fue hasta el cuarto a enderezarlo para que desayune empeoró la dolencia. La sensibilidad se extendió desde su cuero cabelludo hasta sus dientes. No podía masticar sin que puntadas le apuñalen tras los ojos y cuando, en un intento de calmarlo, Seokjin le acarició la nuca tuvo que moverse lejos para no chillar como animal herido.

Su reacción generó en Seokjin primero desconcierto y luego risa. Fue entonces que Jimin dio con una revelación de lo más disparatada.

Estaba enamorado.

Jimin nunca se enamoró. Y tal vez era patético, pero quería hacerlo. Aunque no había sido una preocupación antes, ahora le parecía urgente. Y no era como si pudiera obviar por qué —y con quién— de pronto quiso experimentar lo que muchos de su edad ya habían alcanzado. Lo tenía en frente, inspeccionando de cerca los nuevos diseños de su hallazgo. Dibujos que podrían fácilmente ilustrar cuentos para niños, puesto que había permitido que su imaginación conduzca sus trazos hasta que al fin acabó con resultados improbables. El mismo Seokjin se lo había dicho:

—Esto es ridículo.

Pero él, incapaz de hacer otra cosa que defender su trabajo, se enraizó ante las palabras.

 
—No lo es. —Le arrancó las hojas de las manos, que parecían garras curvadas—, ¿y tú qué puedes saber? No reconocías una sirena hasta que te las enseñé en la biblioteca.

—Tú mismo lo dijiste, ¿recuerdas? —siguió Seokjin, con las cejas arrugadas y los labios tensos—, son inventos.

—Pues puede que yo desmienta aquello —soltó, con la confianza que no sentía, pero al ver la repentina lividez del otro ya no pudo detenerse, sino que se levantó y comenzó a caminar dando vueltas en el minúsculo cuarto—. Quizá descubra algo que jamás consideraron posible, ¿oyes eso? ¡Podría estar ante el hallazgo del siglo!

—Estás loco.

Había escrito en el rostro de Seokjin miedo y rencor, como si lo que Jimin le compartiera no hiciera sino insultarlo. Pero, ya que Jimin no era entendido del amor, continuó provocando reacciones en su huésped. Las prefería a no tener siquiera un poco de su atención.

—No lo estoy, ¡callate!

Lo siguiente, no sabría cómo explicarlo aunque se lo preguntaran. Solo supo que el silencio que siguió a su grito fue apenas una advertencia del ataque. Seokjin, que en minutos antes mantuvo una postura relajada, de confianza incluso con la cautela que instauró el tema, de pronto se transformó en una criatura furiosa que lo derribó. Al suelo fueron a parar los restos, no importó. Jimin solo tuvo que preocuparse en liberarse del agarre apretado de las manos de Seokjin, una en su garganta y otra cubriendo su boca.

—Lo dejarás, ¿has oído?

Pero el pitido de su cabeza bloqueó cualquier orden del otro, dejándole la conciencia libre para decidir. Y decidió defenderse. Una impotencia que lo acompañó desde hace semanas por fin se revirtió y comenzó a empujar a Seokjin, con sus manos, con sus piernas. Lo pateó, sin ver si lo hería, ¿qué importaba ya? Cuando su atacante gritó, sonrió satisfecho. ¿Cómo es que nunca antes intentó defenderse? Quizá porque aprendió que su padre lo ama incluso si lo hiere. Un pésimo modo de amar, pero amor al fin. Con Seokjin, es diferente. Lo que creyó atracción tal vez fuese un modo suyo de responder al avasallante ser que se coló en su casa, en su intimidad, en su cabeza.

—¡Aparta! —Buscó escabullirse, arrastrándose por el suelo rumbo a la puerta.

—¡Quieto!

Otra vez, Seokjin se le arrojó encima y lo aplastó contra el suelo. Tan pesado que le quitó el aliento mientras las uñas largas y roídas de este, lo rasguñaban en el rostro. Una le rozó el ojo, haciendo que suelte un par de lagrimones. Si gritó, aquel sonido que salió de su garganta fue roto por la presión de las piernas de Seokjin contra su espalda.

—Déjame...

Sin embargo, no pudo oír la contestación porque Jiho entró al cuarto con el bastón listo para usarlo. Seokjin, con una velocidad inhumana, lo esquivó y salió de la casa sin mirar atrás.

—¡Defiéndete, hombre!

Creyó oír a su padre, pero el cansancio de la lucha lo dejó fuera de su conciencia.

+

Cuando despertó, nada a su alrededor evidenció la pelea con Seokjin. De hecho, su cuarto volvía a ser el mismo. Sin mantas extras, sin Seokjin. Solo. Se preguntó si acaso había imaginado todo, pero un vistazo a su reflejo en la ventana le contestó. Largas heridas, rasguños profundos, adornaban su rostro. Los bordes de estas estaban blancos, como si hubieran juntado pus, pero cuando las tocó no había el típico calor febril de las lastimaduras, sino piel helada. Húmeda. Su ojo también, una constante lágrima que le mojó la mejilla hasta que se probó en su boca. Se asqueó con su aspecto, como si fuese una aparición maligna dada la profundidad de sus ojeras, el rojo intenso de sus heridas abiertas y la palidez de los bordes contrastando aún más.

Se levantó, yendo hasta la cocina donde ni su madre ni su padre se encontraban ya. No le fue difícil adivinar que era pasado el mediodía. Su estómago rugió para confirmarlo, pero aunque tenía hambre, no contaba con energías para comer. Volvió a su cuarto, buscando los restos que de seguro se estropearon en la trifulca. Su madre los había recogido y puesto en su bolsa de tela, por suerte. Algunas piezas estaban dañadas, nada grave. Aún servían para muestrarios en el Museo o la Universidad. Aunque, en lo que inspeccionaba su colección, una idea se le vino a la mente que le aterró.

¿Y si Seokjin fue a su punto de excavación?

Con una energía propia de la desesperación, salió de su casa corriendo rumbo a la Playa Roja. En el camino, las personas lo ignoraron. Claro, no estaba junto al irresistible atractivo de Seokjin y, además, no era inusual verlo herido considerando la tendencia bravucona de su padre. Así que, por una vez, agradeció que lo esquiven como si trajera la peste.

La visión serena del mar no hizo nada por calmar su angustiante estado, lo contrario. Acrecentó la preocupación por cada paso que se hundió en la arena y solo cuando giró en torno al risco, sus miedos fueron confirmados. La fosa del suelo estaba cubierta, pero no solo eso, parecía que alguien decidió cavar un canal para que el mar se colase allí y acabara de humedecer el terreno. No podría volver a excavar en profundidad sin que las paredes se deshagan entre palada y palada. Había sido provechoso el suelo seco, apenas húmedo, pero inundado tardaría semanas, sino meses dado que venían los tiempos de lluvias, en ser funcional.

No sabe cuándo, pero sus rodillas cedieron y se dedicó a ver, con los brazos enroscados en su cuerpo en un abrazo, el acto vandálico de quien creyó que era un amigo. No tenía dudas de que había sido este, ¿quién más sino? La última discusión había dejado en claro que Seokjin no quería que continuase, pero, ¿por qué?

Una tras otra, las preguntas que emergieron de su cabeza fueron cobrando sentido cuando antes solo las hacía a un lado. La más importante. ¿Por qué Seokjin no estaba preocupado en saber su pasado? Sí, sin recuerdos, difícilmente lo sentimental como la familia, los amigos, podría surgir en tus ánimos de recobrar la memoria, pero aun así. Cualquiera querría saber quién es, a qué se dedica, quién es su familia, a quiénes considera amigos, en quién puede confiar. Sin nada, sin rastro alguno de una vida, estaría indefenso.

Solo que no era el caso.

Jamás Seokjin se portó temeroso ni mucho menos alerta. Parecía confiado, a gusto en su sitio, mangoneando, siendo servido por la sumisión hecha persona. Jimin no logró ver sino hasta ahora cuánto había dejado de lado por atender a Seokjin y cómo este parecía tratarlo con condescendencia. Ni una vez, hizo memoria, su interés por la paleontología pareció real. Más bien, era un tema espinoso que los dejaba en conflicto hasta que Seokjin sonreía, o tarareaba o lo tocaba y él... él solo respondía al estímulo como un cachorro que busca en cualquiera un amo al que menearle el rabo con tal de recibir una caricia.

¡Si es que hasta le cortaba la comida!

Aunque esto arrojó otra pregunta, ¿cómo era posible que Seokjin no supiera absolutamente nada de etiqueta ni modales? Si era por este, comería con las manos, encorvado como un animal, despedazando la comida con salvajismo. No sabía qué era correcto decir en ocasiones cotidianas, como el por favor antes de tomar o pedir cualquier cosa, y el gracias tras conseguirlo. Ni siquiera sabía vestir, tal cual si la ropa no tuviera propósito más que incordiarlo. Una vez, recuerda a la perfección porque esa imagen lo persiguió por muchos días, Seokjin anduvo en su cuarto desnudo porque —se excusó— no supo dónde estaba guardada la ropa. Jimin había chillado tan vergonzosamente que logró que Seokjin voltee, revelándose por el frente, y le sonría juguetonamente.

—¿¡Qué haces!?

—Buen día, Jim —había dicho Seokjin, enderezando los hombros mientras sus manos estaban a un lado, caídas sin ningún pudor por cubrirse—. ¿Has dormido bien? Anoche apenas tuviste una pesadilla.

—Yo... —Se sonrojó, maldiciendo cuando sus ojos no obedecían la orden de quedarse en zona segura—. Tu ropa.

—¿Oh? ¡Ah, la ropa!

Y se vistió a regañadientes. Lo oyó murmurar por aún no dominar la técnica para calzarse en las mangas del pantalón. De hecho, era tan descoordinado con sus piernas que caminar, al menos durante los primeros días, parecía una novedad. Lo había tenido que sostener del brazo, indicándole cómo andar de un paso en paso. ¿Tanto así afectaba la amnesia? Y ese era otro punto. Él no dudó de que su diagnóstico fuese un severo caso de amnesia, pero ¿producto de qué? Cuando aventuró una hipótesis de un posible robo, no contempló el estado ileso del mismo. Ni una sola herida, ni golpe, ni dolencia que lo aquejase.

Algo misterioso sucedía con la aparición de Seokjin y con su ida, pero no era ese día que lo resolviese. Tenía que continuar trabajando en su caso con los restos que sobrevivieron al ataque y dado que ya no tenía nada que hacer en la playa, regresaría a su hogar.

Además, se avecinaba una fuerte tormenta. Mejor llegar a casa y resguardarse del clima. Y si una espina de preocupación le pinchó al pensar en Seokjin durmiendo en la intemperie, se deshizo de ella viendo al que fue su puesto de trabajo. Su sacrificio había sido tanto que no podía recordar cuándo es que descansó, porque si no se mantuvo trabajando, fue porque interrumpió su labor para asistir a su huésped.

No más distracciones, se prometió. Su corazonada retornó, una pulsión perversa que le dijo que no estaba todo perdido, que aún tenía cerca algo inmenso por descubrir, pero las primeras nubes cubrieron el sol y corrió antes de que caiga la primera gota de lluvia.

+

Por casi dos días, la lluvia lavó las costas, confinando a todos a sus hogares. En ese tiempo, Jimin permaneció recostado apenas levantándose para no angustiar más a su madre y enfadar a su padre. De ser por él, se habría quedado allí hasta que el dolor de sus huesos lo fundiera en una constante sensación de adormecimiento. No era exacto decir que estaba triste, pero sí podría aseverar que nunca percibió cuán aislado estaba de todos hasta que nadie acudió a preguntar por qué de repente la perspectiva de vivir era una cuestión a discutir. Los sentidos que creyó firmes convicciones ahora eran más bien una ilusa manera de esquivar la realidad.

Se perdió en su trabajo porque, sin este, no tenía nada.

La culpa no fue de otra persona más que suya, pero decidió en este estado antagónico de todos modos repartir un poco a su familia y más que nada a Seokjin. De solo recordar cómo arruinó su punto de excavación quería gritar, pero en cambio era silencio y más silencio lo que soportó su humor casi tan tormentoso como el día afuera. Pero no podía rendirse, incluso si era lo que más deseaba. No sabe de dónde, pero una voz le pedía que lo intente. Y era tan débil aquella voz, temerosa e insegura que supo que era suya. Por fin se oía. Nada de los discursos de otros, ahora se reconoció y se encontró con que en él existía cierta valentía para levantarse y salir rumbo a la Playa Roja.

No esperó verlo, de hecho, ni buscó señales de su huésped, pero no sabía si suerte o no, lo encontró vagando en la costa. Primero, lo observó desde la distancia. Apenas conservaba el pantalón, lo que hacía de la visión un tanto seductora. La piel pálida resaltando en el paisaje. Pero su enfado apaciguó cualquier ataque hormonal que quiso someterlo al encanto de Seokjin, por lo que corrió enfurecido en dirección a este.

—¡Ey!

Seokjin, si lo oyó, no reaccionó. Al contrario, parecía concentrado en el vaivén de las olas. Por eso llegó hasta él y pudo empujarlo por la espalda, ganando con la ventaja de la sorpresa. El otro tropezó al frente, aunque no cayó. En cambio, miró sobre su hombro antes de correr. Fue tan desconcertante que no devolviera la provocación, sino que escapara, que lo dejó ir.

Por supuesto, lo motivó a regresar día tras días. Y en cada uno era la misma secuencia: él se acercaba dispuesto a pelear y Seokjin se escabullía con una sonrisa tenue en los labios. Como si se burlara de él. Lo que, en consecuencia, alimentó la ira de Jimin. Hasta que un día, cuando el calor logró que la niebla se espese en la costa, pudo acorralarlo. Solo que Seokjin le arrojó a la cara algo viscoso, que mientras corría probó y sabía como a pescado crudo. Le repugnó, pero no estaba en plan de distraerse. No cuando podía perder a Seokjin si no fijaba la vista al frente.

El zigzagueo apresurado de Seokjin por poco y lo marea, pero fijó sus ojos en la cabellera oscura que bailó al viento una danza casi picaresca. Si antes fantaseó enredar los dedos en ellas, acariciar su oleaje azabache, ahora pensó cuán satisfactorio sería apresarlos para detener al fugitivo.

En su persecución, apenas se percató de que, en lugar de continuar en la costa, Seokjin trepó algunas colinas de arenas. Fue hasta que los vio asomarse entre la neblina que notó que estaban yendo hacia los ricos. De los cuales no había salida sino el mar. Jimin comenzó a ralentizar sus pasos, ¿acaso Seokjin iba a...? No. Sería una locura. Caer desde esa altura era peligroso, por no decir suicida.

No obstante, Seokjin no pareció amedrentarse por verse atrapado. Mas por el contrario, saltó con los brazos en alto mientras profirió un grito, ronco y bajo. El sonido paralizó a su único oyente; Jimin pensó que había sido capturado por cuerdas, pero bajó la vista y nada visible lo retenía. Se preguntó si acaso era el vértigo manifestándose para que no se acerque a la orilla, pero nunca temió a las alturas.

Impotente, solo pudo observar la figura altiva y jubilosa de Seokjin posicionarse al borde del risco, desde donde lo saludó y, sin más, saltó.

—¡No, detente!

Pero era tarde.

+

Había sucedido tan rápido todo que no pudo procesar lo ocurrido hasta pasado unos segundos. Seokjin saltó. Desde una altura no menor a los cien metros. Tan insospechado movimiento lo distrajo de su estado inmóvil hasta que ya no estaba sujetado por amarras invisibles. Pero no había tiempo para analizar ese evento, en su lugar, corrió y llegó a la orilla donde antes estuvo Seokjin. Vio hacia abajo para dar con mar y más mar entre lo poco que veía por la niebla. No había ni rastro de Seokjin, pero aguardó por si este estaba aguantándose la respiración. Solo que pasaron los minutos y nadie emergió del agua. Por lo tanto, comenzó a pensar que quizá el otro estaba herido y no pudo salir a flote.

Bajó a la playa, trastabillando en la bajada por la arena que se deslizaba bajo sus pies, metiéndose al mar hasta que este le llegó a la cintura. Nadó para ver si Seokjin estaba escondido fuera de la vista. Sin rastro. Un pitido agudo le perforó los tímpanos cuando consideró que quizá el otro estaba... ¿qué iba a hacer? ¿Y si alguien lo vio?

Dirigió la mirada a la playa, agradeciendo que la niebla no delatase su presencia. Sí, estaba a salvo. A salvo. A salvo. A salvo. A salvo... Sin testigos de su encuentro, podría pretender que no ocurrió. Además, nadie preguntaría por Seokjin. En todas esas semanas que vivió en su casa, que paseó con él por las calles, que lo acompañó a las bibliotecas no hubo una sola persona que lo reconociera. Tampoco habían ido a la policía, lo que en su momento le pareció incorrecto, pero ahora aquella decisión lo salvó.

A salvo. A salvo.

Sí. Eso era. A salvo, repitió hasta que comenzó a creerlo. El mar lo meció con brutalidad, pero no importó, lo mantenía alerta. No había quién pudiera atestiguar de su persecución hasta el risco y podría decir, si es que alguien se tomase el tiempo o mostrase interés en sus asuntos, que Seokjin regresó a su casa. A Seúl. A Daegu. Donde sea, ¿qué importa? ¡Está a salvo! Aunque, y volvió a inspeccionar las aguas ya sintiéndose congelar, no sabe si de miedo o por la simple inmersión al mar, si Seokjin estaba muerto no tardaría en aparecer su cadáver. ¿Qué haría entonces? Las personas lo señalarían como el único allegado a Seokjin.

Y debería dar explicaciones.

—Piensa, Jimin. —Le castañeaban los dientes, así que nadó de prisa a la orilla.

Se quedó allí, respirando por la boca mientras su visión se nublaba. Un jadeo agudo precedió al vómito, que calentó sus manos y la arena escarlata. Tras descargar todo su estómago, pudo concentrarse mejor aunque sentía el abdomen acalambrado. Se acomodó, sentándose apartado del estropicio que hizo. Sus ojos volvieron frenéticos al mar, esperanzado de notar algún avistamiento de Seokjin. En lo que buscaba, su cerebro despejó un poco de adrenalina y comenzó a funcionar con lentitud. Las ideas que llegaron, tropezando entre sí para ser atendidas, todavía parecían endebles por lo que debió esforzarse para dar con una que solucione su problema actual.

Si Seokjin hubiera muerto, no tardaría en aparecer por la playa. Su cuerpo flotaría tras unos cuantos días hundido y luego saldría a flote para que el mar lo arrastre a la orilla. Tuvo que detenerse un instante, sintiendo que había algo poético en que le hubiera salvado la vida en esa playa y sería ahí que lo hallara muerto. La primera vez que lo vio eso mismo había creído unos segundos donde se asustó de las implicaciones. Había sido tan idiota entonces, ¡ahora debería cuidarse de que nadie lo pille cerca de un cadáver! Pero volvió a concentrarse, aguantando una carcajada. Si realmente estaba muerto, o si había por alguna razón sobrevivido, tendría que aparecer por la playa. Y sería su oportunidad para actuar.

Con eso resuelto, volvió a su casa.

+

Pese a las pesadillas recurrentes, despertaba con energías. Las suficientes para lidiar con su padre.

—Entiéndelo, hijo —intervino un día su madre, tras ver a Jiho arrojar contra la pared el desayuno—. Está cansado, debemos ser paciente con él.

—Sí, lo sé —dijo, dándole la razón aun sin sentirlo.

Comenzó a recoger lo que había sido descartado por su padre, rezongando cuando vio que quedarían manchas. Esto sería motivo de discusión luego. Se detuvo al encontrar las pastillas de Jiho en el suelo. Las juntó a todas y abrió la boca para contarle a su mamá que su padre de nuevo se salteó la medicina, pero lo reconsideró. Las escondería. 

Sería una pena desperdicirlas.

—¿Sucede algo? —consultó su madre.

—No, no es nada.

Y, terminando de limpiar, estaba listo para ir a vigilar la playa.

+

De la rutina de vigía llevaba casi una semana. No había cuerpo ni pisadas, entonces comenzó a creer que Seokjin simplemente había desaparecido. Un pensamiento un tanto iluso, propio de los asistentes a la misa del domingo, pero que lo apaciguaba cuando se exasperaba por patrullar sin hallar nada. Día tras día, a veces quedándose por las noches, se subía al risco y desde ahí tenía la vista perfecta para la playa y el mar. Además, evitaba ver su punto de excavación, el que intentó retomar, pero se enfureció y acabó por abandonarlo para siempre. Todavía dolía lo que Seokjin había hecho y pudo entender por qué, aun cuando no era el primero en meterse con él.

Seokjin, pese a todo, era su amigo. O él había sido amigo de Seokjin. Como sea. Bajó la guardia. Se dejó conocer, compartió tanto tiempo que comenzó a pensar que no volvería a estar solo. Que había encontrado alguien que lo aceptase por cómo era y lo que amaba. Y aun así, Seokjin se metió con su trabajo sabiendo a la perfección lo que significaba para él y luego se marchó. Y era el colmo que quisiera hablar de lo ocurrido con la misma persona que lo hirió. Así que invirtió su frustración en pensar lo que haría cuando encontrase a Seokjin.

Solo debía vigilar hasta tener señales de este, vivo o muerto.

Pareció que ese día fue oído porque, en cierto momento, vislumbró una forma nadando cerca de la orilla. Se levantó, resbalando y a nada de rodar hasta la playa. Corrió en dirección a la forma que ondulaba por la marea que llegaba a la costa y cuando estuvo a poco menos de tres metros notó lo que era. Un pez. Su desilusión inicial se desvaneció cuando percibió el tamaño de este. Era tan enorme como imaginaba a las crías medianas de tiburones, tal vez. ¿Podría ser un cachalote? Era difícil precisar cuando solo vio la cola del animal. Necesitaba acercarse, pero cuando dio más pasos en dirección al mar la forma dio la vuelta y se hundió en las profundidades, perdiéndose de su vista.

+

Movió las manos para espantar las moscas que acudieron hambrientas al plato. Park Jiho seguía renuente a comer o tomar su medicación. Jimin se rindió con él, por lo que movió los bocetos de sus dibujos a un lado antes de que este hiciera su rabieta diaria. Dedicó sus insomnios, tras despertar de sus pesadillas, a dibujar. Ya no apegándose a lo racional de sus investigaciones o siguiendo los restos encontrados. Permitió que su imaginación lo llevase por donde se le antojara. Lo cual, resultó en diseños por demás fantasiosos, del nivel de los tomos mitológicos. Quizá influenciados por estos, pues se volvió reiterativo el boceto inconcluso de una sirena. Salvo que el rostro de esta difería de las bellezas retratadas en tiempos pasados. En lugar de atractiva, era más bien una aparición espeluznante, con grandes dientes y ojos como piezas de carbón.

—¡Corta ya con tus dibujitos! —ladró Jiho, lanzándole a la cabeza un trozo de pan duro—. Eres un inútil, ¿por qué no tuve otros hijos? Me quedé contigo cuando no sabes hacer nada de bien para esta familia.

Observó el rostro de su progenitor, sonrojado y sudoroso, y sonrió. Quizá la falta de descanso le estaba afectando, porque no se amedrentó cuando el bastón de Jiho se estampó en su cara. Los rasguños que aún no sanaban escocieron deliciosamente.

—¿Y de qué vas? ¿Por qué sonríes?

—Ten tu medicina, papá.

—¡Que no! ¡Que estoy bien! Lo único que quieren ustedes es atarme a esa cama para que me muera, ¿no es así?

—Queremos que estés bien.

Mintió, por supuesto. Mas se negó a pensar demasiado en ello. Y tras arrastrar a su padre para que descanse, que protestó y lo escupió mientras le ayudaba a llegar al cuarto, salió de casa para su patrullaje diario.

El sol era una mancha clara en el cielo grisáceo y solo por esto la niebla no ocultó la playa por lo que pretendió estar trabajando. Si alguien lo veía andar por ahí con sus herramientas, no dudaría de que estaba buscando un punto para rastrear fósiles. Ninguna sospecha de que está buscando un cadáver. Porque, y ya no puede sostener una ilusión, Seokjin debía estar muerto. Sino por la caída, un golpe que le impidió nadar a la superficie y acabó ahogándose.

Era curioso cómo podía ver aquel escenario en su cabeza. Solo tomaba los recuerdos de sus pesadillas y se imaginaba a Seokjin siendo arrastrado al fondo, sin despertar después. Él era quien despertaba, agitado y procurando oxígeno como pez encallado. Fugazmente, consideró que tal vez fue una premonición aquel aluvión de pesadillas repetidas, pero no era tan obtuso para caer en supersticiones tales. Y, para zanjar el tema, en tal caso deberían haber terminado ya. No continuar torturándolo noche tras noche.

—Aparece, por favor —rogó cuando su paciencia se agotó por ese día, ya viendo el atardecer comenzar a oscurecer el cielo—. ¡Seokjin!

No le importó gritar, pues nadie se quedaba cerca a esas horas. Por lo que continuó llamándolo, casi como si de verdad lo extrañara. Tal vez lo hacía y quería pretender que no. Pues en el fondo, aun con todo lo que pasó, una parte de él se entristecía al pensar en Seokjin muerto. Y esa tristeza fue, de hecho, la que lo abrigó cuando el viento sopló más fresco. Reconocía que estaba comportándose como un desquiciado. Sin embargo, él probaba aquella tristeza sorda y la sentía familiar, como volver a un hogar donde protegerse del frío de la soledad que le cala los huesos.

Qué angustiantes sus días, sus tardes, sus noches. Seokjin había descompuesto el esquema de su vida tan siquiera apareciendo y luego yéndose sin más. Hasta podría perdonarlo si así lograra que la ausencia de sentido se borrara y recobrara con esto su Norte. Ya no estaba seguro de si lo buscaba para cubrirse las espaldas o si tan solo quería volverlo a ver para calmar el malestar de su corazón, que parecía recubierto de escarcha y a punto de quebrarse. Y lo peor era que reconocía que esto no era normal. No lo era necesitar tanto a alguien a quien no conocía, a quien descubrió como un abusador que no necesitó de golpes ni de insultos para someterlo a su voluntad y hacerlo su títere. Pero ha estado solo toda su vida y no podría culparsele por ansiar compañía, afecto, incluso si este es una farsa construida para dominarlo a antojo y capricho.

En esto pensaba cuando vio la sombra en el agua. La espió, sin moverse, por el rabillo de ojo. Por algún motivo, no quiso alertar de su presencia por si aquel animal se espantase. Intentó pensar de qué especie podría tratarse, porque no era usual que se aventuren tan cerca de la orilla. Quizá estaba desorientado o herido. Descarto que se tratase de una tortuga preñada porque en estas playas los huevos no alcanzan a eclosionar debido a la concentración de hierro en la arena. Lo último que imaginó, incluso si lo estaba esperando, fue que Seokjin surgiera del agua.

Vivo.

—¿Qué? —Torció el cuello, doliéndose un poco aunque esta molestia quedó en segundo lugar cuando percibió el espectro luminiscente que rodeaba el cuerpo pálido de Seokjin.

Los ojos tan imposiblemente negros lo ubicaron enseguida.

—Jim.

Y, entonces, Jimin comprendió todo.

+

No se le escapaba la ironía de estar huyendo de Seokjin rumbo a los riscos. La arena se levantaba tras sus apresurados pasos y creyó que esto le ayudaría a escapar. Sin embargo, Seokjin lo alcanzó. Como hizo en un anterior altercado, lo derribó y se le montó para someterlo, clavándolo al suelo gracias a las huesudas rodillas. Apenas pudo boquear un par de veces cuando el polvillo escarlata lo ahogó. Tosió y escupió hasta que Seokjin le tapó la boca, cerniéndose sobre él para decirle al oído:

—¿Me extrañaste, Jim?

Cerró los ojos, que ardían por la arenilla y de poco alivio resultaron las lágrimas. Su desesperación creció hasta que no pudo llevar aire a sus pulmones y entonces se sacudió, queriendo que al menos el peso de quien fue su amigo se vaya. Mas no logró moverlo y Seokjin, tras reírse de él y jalonearle el cabello, le hundió la cara en la arena.

—No, no, no —dijo, pero su voz fue un susurro perdido.

—¿Por qué me buscas? ¿Qué es lo que quieres, Jim? Aquí estoy, ¿no pediste por mí?

De un tirón lo levantó, sonriendo burlón cuando notó el estropicio que era su rostro. No tenía dudas al respecto, podía sentir el engrudo de lágrimas, arena y mocos que le ensuciaban la cara.

—Por favor, Seokjin, yo...

—¿Qué?

—Sueltame.

—Ah, si lo hago ¿qué harás entonces?

—Nada, lo prometo.

—¿Qué prometes, Jim?

Ninguna de sus pesadillas lo preparó para este reencuentro. Hubo tantos que imaginó y ninguno se le acercaba a lo que vivía. Ser arrastrado por Seokjin de los cabellos hasta el borde del risco, sí, tuvo que asumir que no habría previsto este escenario en su vida. Cual muñeco, no tenía cómo resistir contra la fuerza del otro.

—Paz —habló, elevando la voz para hacerse oír por sobre el rugido del mar.

Las olas, agitadas, picaban la costa como si trataran de espantarlo. O una burla abierta, siendo él el blanco de esta pues el mar de pronto pareció cómplice de Seokjin.

—Paz —pronunció Seokjin, como saboreando la palabra mejor que lo haría con su platillo favorito—. Paz, Jim.

Las manos de Seokjin lo enderezaron, dejándolo de rodillas, enfrentándolo al mar. Pero no se alejaron demasiado, pendientes de cualquier reacción. No dijo nada, tal vez esperando que continuase con su propuesta.

Era su oportunidad.

—Tregua, paz, estamos bien.

—¿Lo estamos?

—Sí, sí. He tenido tiempo de pensar al respecto desde que te fuiste —continuó, no queriendo ceder espacio para que el otro lo manipule—. Te extrañé, ¡cada día! Y... y ya no estoy enojado, yo solo quería verte.

—¿Y eso?

La sonrisa de Seokjin era la misma que Jimin ansió ver cuando vivían juntos. Pero en este momento, en lugar de agitar su corazón, solo fundió su valor para que tomara coraje y continuara hablando. Y es que este, su huésped, no parecía el mismo. Había un lozano brillo en su piel que lo favorecía, restándole incluso años. ¿Cuántos años tendría?, se preguntó. El cabello, húmedo, le caía por los hombros dándole un particular contraste al rostro sonriente. Los ojos, sin embargo, eran los de siempre: oscuros, aterradores. Pozos sin fondo donde temió caer, así que desvió la vista a sus manos, que estaban en puños.

—¿Qué eres?

—Lo sabes, Jim.

Asintió, pero no menguó el miedo.

—¿Vas a matarme?

—Eres mi salvador. —Se rió, socarrón—, no podría hacerte eso.

—¿No?

—A menos que me desobedezcas.

Cuán efectiva fue la amenaza. Si es que tuvo que retorcerse, juntando los muslos para no orinarse encima. ¿Podría superar su acto patético?

—Haré lo que pidas.

—Lo sé, Jim, eres tan servil. Me gusta eso de ti.

Claro que le gustaba. Un siervo al que mangonear, ¿cómo alguien diría que no a eso? Pero se contuvo, sujetándose a su voluntad contra cualquier embiste.

—¿Volverás a casa? —Le supo terrible preguntar aquello.

Aguardó a que Seokjin respondiera. En conflicto, sus emociones estallaron en combate; por un lado, rezó para que rechazara la invitación y se marchara para siempre al fondo del mar, si es que de ahí viene; por otro, rogó con cualquier vestigio de fe que conserva de su crianza que Seokjin diga sí.

Lo hizo. Y el alivio fue de inmediato estropeado cuando agregó:

—Necesito recuperar lo que le pertenece al mar.

Los huesos.

—De acuerdo.

+

La ausencia era un dolor crudo, espinoso. Nacía en el pecho, justo donde se aloja la soledad, pero se extendía por el cuerpo. A veces, pesaba en los brazos, como si reclamase el estar vacíos. Otras veces, trepaba hasta la cabeza, se entrometía en cada espacio y empujaba hasta que el vacío fuese mayor que cualquier otro pensamiento. Y el colmo de la ausencia era que dolía peor cuando ya no existía.

Para Jimin el regreso de Seokjin no sanó la herida de la ausencia. Incluso llegó a considerar que lo empeoró. Porque, descubrió, la ausencia tiende a idealizar lo perdido. Por ende, el Seokjin que extrañó no era quien se fue ni quien volvió. No existía, era una invención. Como las sirenas. Como la pena que fingió al notar que su padre no mejoraba y que su madre no entendía por qué las pastillas no surtían efecto.

—Sabe asqueroso.

—Lo sé, lo siento.

Dejó a un lado el dibujo que hacía, volviendo la vista a Seokjin. Este parpadeó con parsimonia, por lo que le retiró el plato. Vio que no dio más que unos bocados, pero ya era suficiente. Por unos segundos, se indignó porque le había preparado su platillo favorito, pese a todo. ¡Qué desagradecido! Mas se mordió la lengua para no soltarle reclamos. No tenía derecho. No cuando se ocupo de darle una sazón especial.

—¿Por qué sonríes?

Una sensación de dejavú le recorrió el cuerpo, mas hizo caso omiso mientras se movía para recostar a Seokjin.

—No es nada, duerme un poco.

Por mucho tiempo, nadie habló. Jimin lo prefirió así. Para ese momento, prescindir de las palabras era la oferta generosa que podía extenderle al desvalido. Aun cuando este lo miraba con tal odio que, de haber podido, lo habría matado allí mismo. Solo que la debilidad que lo aquejaba tomó cuenta de su seguridad y le concedió una ventaja que le salvó la vida. Saberlo, ser consciente del riesgo en el que estuvo, de todos modos no calmó aquella culpa agria que se le asentó en el estómago. Sin embargo, ya estaba hecho.

—¿Qué harás conmigo? —preguntó Seokjin, y su voz ya no era melodía ni canto, ni siquiera un suave susurro, sino una hosca ráfaga de lamentos—, ¿dejarás que muera, volverás a estar solo?

—No te irás. —Se apresuró a decir, preocupado de que Seokjin considerase tal estupidez—. Te llevaré conmigo, aquí —mostró una bolsa de tela, un color rojo tan oscuro como la sangre—. Vendrás conmigo, haremos historia, ya verás tú.

—Nadie va a creerte —soltó entonces, ahogado y en procura de oxígeno—. Serás una farsa, un mal chiste.

—Shh, estaremos bien.

Recorrió con la vista el cuerpo de Seokjin, ansiando que mostrase ya su forma natural. Pero tal vez no fuera posible estando fuera del agua, pensó. ¿Debería moverlo? ¿Llevarlo a la playa? Por la ventana, la luz del sol comenzaba a hacer su descenso. Cuando la noche estuviera en alta, haría su viaje allá. Sería precavido, yendo hasta el otro extremo de la costa, lo más lejos posible de la excavación. Allí se esmeraría en formar un pozo, no tan profundo, donde el agua se estancase. Depositaría a su amigo y le pediría que haga su parte. Entonces, él tendría la tarea más difícil. Aunque dado el estado de su resolución, costaría menos alzar una roca y acabar de una vez.

Lo había hecho antes.

—Estás loco.

—Shh, duerme ya. —Lo besó, justo sobre la boca y absorbió con placer el frío que le heló la piel.

Seokjin se encogió, aunque no fue lejos. Nunca lo haría. Jamás lo dejaría.

Y, como un último gesto de buena fe, sonrió a su amigo. Tal cual, años atrás, hizo Park Jiho con el perro.

Fin.










Nota:

Espero nadie haya venido por romance ni eso porque alta decepción. Y yo tendría que disculparme diciendo, ¿no vieron la nota? No mencioné nada feli'.

Chewi, para cuando sea que veas esto, decirte que hice lo que pude para escribir esto de acuerdo a lo que pediste: angst, Jinmin con Jin tritón y Jim humano, final triste. Lo del angst, te debo mucho, pero es que no se me da. El Jinmin, listo. ¿Final triste? Pues se puede discutir y entonces yo diré que considero esta historia triste por completo y su final lo es también.

Me da mucha pena Jimin, la verda'.

Pd. quienes me sigan en instagram sabrán que de este os di pista por story, donde subí la primera portada que usé, y medio que un spoiler en el jintober con un dibujo para el día 21: "hallazgo". Nada, me gusta ir compartiendo cosas de lo que hago^^

En fin, ojalá te guste, Chewi ♡ y sorry, sorry, sorry por tardar tanto!

Y para los que no sean Chewi y aun así llegaron hasta acá: ¡gracias por leer!

:)

Pd. En serio le va la canción del multitumedia a esto, sí sí.

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